Un año y tres meses pasaron volando. Adam ya tenía 11 y estaba por cumplir los 12. No obstante, los cumpleaños del niño se sentían bastante vacíos: ya que no tenía nadie con quien festejarlos.
Adam no veía a su padre desde casi 2 años y tampoco tenía ganas de ir a visitarlo; sin embargo, el niño siempre esperó que su padre algún día se arrepintiera de abandonarlo y viniera a buscarlo en la cueva del viejo sin ojos, pero eso no ocurrió nunca.
Los compañeros de la escuela de Adam festejaron su cumpleaños y el de ellos, siguiendo la tradición de los bibliotecarios: un escueto saludo y un adiós.
Adam no sabía por qué sus amigos veían eso como normal. Pero para el niño, que había crecido con un lunático aislado de la sociedad como padre, los cumpleaños deberían festejarse con un poco más de alegría y emoción.
Por suerte el profesor Aquiles le regaló un pastel de cumpleaños a Adam, el viejo sin ojos le dio un buen discurso para héroes y su padrino le escribió una canción de feliz cumpleaños en su biografía: aunque su padrino escribió la canción con cierta ironía, por lo que tampoco era muy reconfortante para Adam.
Sin embargo, todo eso no quita que este haya sido el peor cumpleaños de la vida de Adam.
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Como todos los días, Adam se encontraba esperando en la puerta de las escaleras mientras estudiaba; Aun así, parecería ser que esta estrategia de esperar pasivamente a una estantería y no ir a buscarla, no estaba resultando. Había pasado muchísimo tiempo y Adam nunca se cruzó con un librillo que quisiera hablar con él, si se cruzó con unos cuantos, pero solo los vio desplazándose por el suelo y no buscándolo a él.
A pesar de todo eso, el día de hoy era un día muy especial para Adam porque venía de celebrar sus 60 páginas leídas. La celebración fue un regalo de su profesor y unas cuantas palabras de ánimo para lograr llegar a las 80 hojas: la cual era la siguiente gran meta del joven héroe.
Por desgracia, el regalo no duró mucho, ya que se trataba de un libro comestible: sus páginas tenían sabor a chocolate, su tapa tenía sabor a una fruta que Adam solía comprar en el mercado y su lomo sabía papel: parecía que esa parte no había que comerla, pero el niño no se dio cuenta.
Adam estudió por un rato y poco a poco su tiempo de espera se estaba agotando y ya estaba siendo hora de volver a la cueva, pero por sorpresa para él, alguien que conocía estaba saliendo de las escaleras y era Franco.
Adam se extrañó de ver a su amigo subiendo por las escaleras; ya que su amigo vivía en el piso superior, no tenía muchos motivos para bajar las escaleras, además de curiosear con las estanterías; cosa que no sería muy extraña de parte de Franco.
Franco miró a Adam con curiosidad por el encuentro y se acercó para saludarlo:
—¿Qué haces esperando en la puerta de las escaleras? ¿Tu padre te recoge por acá?
—Si,si…—Contestó Adam un poco nervioso; por suerte su amigo le había dado una buena excusa.