Adam abrió la puerta con curiosidad para ver qué era lo que podía encontrarse atrás de una puerta mágica. Para su sorpresa, detrás de la habitación había un pasillo muy, muy largo al punto que no podía verse el fondo por la oscuridad.
El piso estaba hecho de rocas gruesas, parecía ser muy viejo: estaba lleno de polvo y algo de musgo crecía entre las rocas. El techo del pasillo no era similar a las paredes de la cueva, sino que eran grandes ladrillos de piedra como si hubieran sido construidos por alguien.
Las paredes a los costados del pasillo estaban llenas de estanterías, también hechas de ladrillos de piedra. Sobre los estantes se colocaban frascos, hongos, objetos misceláneos y libros de aspecto muy, muy viejo. No había nada que iluminara la sala, por lo que estaba bastante oscuro y si el joven cerrara la puerta habría oscuridad absoluta, por lo cual no podría verse nada.
—¿Es un almacén?—preguntó Adam mirando las estanterías llenas de objetos misceláneos sin un orden aparente.
—Efectivamente, es más viejo que la cueva y lo obtuve hace mucho, mucho tiempo—Dijo el viejo sin ojos con orgullo, mirando la porquería acumulada en los estantes—La estrategia de almacenar como una ardilla me dio grandes frutos: ¡uno nunca sabe que será caro o barato en el futuro!
—¿Puedo entrar y echar un vistazo?—preguntó Adam mirando con curiosidad las estanterías llenas de objetos.
—Si, pero no toques nada: te iré vigilando—Dijo el viejo sin ojos con sospecha—Para un bibliotecario ver los objetos acumulados por milenios debe ser muy interesante y de hecho hay varios objetos acá que valen un libro mágico, siempre que halle al bibliotecario correcto para intercambiar.
Adam levantó su dedo gordo y el mismo se iluminó. La luz desprendida por su dedo parecía a la de una vela, por lo que no era una iluminación muy buena, pero era un poco mejor que los hongos de la cueva. Adam avanzó lentamente mirando las estanterías a los dos lados, mientras trataba de hallar pistas de objetos interesantes con sus anteojos mágicos.
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Los objetos en los estantes eran muy misceláneos, por ejemplo, Adam podía ver varias cosas que eran comprables en el mercado y los libros de cultura general no faltaban por estas estanterías. Lo que llamó la atención de Adam fue que en el camino se cruzó con no menos de cuatro libros que parecían mágicos y con dudas pregunto:
—¿No deberías estar exponiendo estos libros? Son bastante llamativos por más que sean comunes. Además, hay varias cosas que podrían servirte de decoración, para atraer bibliotecarios.
El viejo sin ojos surgió en una de las estanterías, su aspecto era el mismo, pero su cuerpo ahora estaba formado con ladrillos y mientras observaba sus estantes, dijo:
—Algunos de estos libros son mágicos. De hecho: estaban en tu lista de libros mágicos seleccionables, pero hay un par de inquisidores que quieren destruirlos, por eso los escondo. Además, me sirven de chaleco salvavidas si me ocurre alguna tragedia.
—¿Y los objetos? La mayoría podrían servirte de decoración— preguntó Adam mirando algunos objetos coloridos, si les sacaba el polvo se verían como nuevos y eran muy bonitos aunque no entendía su función.
El viejo sin ojos miro lo polvorientos que estaban los estantes y respondió de mala gana:
—Aunque se vean viejos, las cosas en estos almacenes duran para siempre, pero si los saco afuera duran poco. Las únicas decoraciones con valor para las estanterías, son las que duran para siempre. Por ejemplo: mi hermoso sombrero de mago.
—¿De verdad usas los objetos para intercambiar?—preguntó Adam mientras caminaba—Quiero decir, en diez años nunca invitaste a nadie para intercambiar, me parece que solo coleccionas compulsivamente, viejo…
—Por desgracia, últimamente no hay tanta gente cargando libros mágicos por los pasillos—Contestó el viejo sin ojos con pena—Pero la situación va a mejorar tras la purga, por eso compré esta barba y este monóculo: ¡Hay que verse bien para hacer negocios, chico!
Adam siguió caminando por un rato por los pasillos hasta que se paró de repente y miró los estantes. Había unos libros que estaban parpadeando. El joven miró con más atención los libros que parpadeaban y se encontró con que había varios libros para aprender diversos idiomas, eran muy coloridos y estaban todos amontonados. Lo más curioso es que el único que no tenía polvo era el libro rojo con el que el viejo sin ojos trató de engañarlo hace algunos años.
—Así que de acá venía...—Comentó Adam, algo incómodo por el recuerdo.