Adam leyó el mensaje por unos cuantos minutos, algo incrédulo con su padrino. Pero lo conocía de sobra como para saber que lo más probable es que esté mintiendo y agrandando la historia para que le haga caso con lo de seguir buscando buen karma. Además, Adam había nacido (renacido) en el 5 piso inferior según su padre por lo cual su padrino había hecho bastante evidente la mentira.
Aun así su cuerpo estaba muy mal y había mucha gente tirada por todos el hexágono 4. No había peligro porque el fuego se había apagado de alguna manera, pero no era nada raro ver gente robándose y peleándose por todos lados. El joven tenía el estatus de estudiante por lo que no se preocupó sobre el tema.
La situación era más caótica que en el anterior ascenso, en parte porque la gente era otra, esta vez no había gente con túnicas coloridas y nadie se había preocupado por cambiar las decoraciones de los pasillos.
Mirando a los Sombrines tratando de ayudar a las personas vivas, Adam pudo identificar a quienes habían sobrevivido. Si el sombrin desaparecía sin entregar el libro es porque la persona había muerto.
Sabiendo a quienes debía ayudar, Adam se acercó rengueando y trato de darle una mano al primer sombrin que se cruzó, no podía escuchar nada, pero le pareció leer en los labios de la primera persona que ayudó un: gracias.
Adam siguió ayudando a los bibliotecarios vivos, no eran pocos los que trataron de robarle y tampoco fueron pocos los que huyeron al ver a las estanterías salir a rescatarlo.
La ayuda que el muchacho podría brindar no era mucha a lo mucho podía dar un torniquete en alguna parte del cuerpo de la víctima para detener el sangrado y tener fe que la persona pudiera salir viva por su fuerza de voluntad.
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Si la persona herida recuperaba la consciencia recibiría una patada por parte del sombrin que se la quitaba de nuevo, por lo que Adam trató de ayudarles a ocultar sus libros mágicos en sus túnicas así no se los robaban.
Con el tiempo la estrategia del joven cambió: cuando veía alguien robando iba a detenerlo, lógicamente él no podía hacer nada, pero las estanterías que servían como espadas atacaban a los ladrones por él. No sabía si servía para dar karma, pero las gracias de los rescatados no fueron pocas, o al menos eso entendía Adam.
Para desgracia de Adam los guardias nunca llegaron a ayudar y él tuvo que hacer todo el trabajo solo y tampoco estaban los viejos de túnicas coloridas de la anterior vez, si estuvieran probablemente supieran un truco para ayudarlos a todos.
No obstante era muy temprano por la mañana, por lo que había poca gente por los pasillos , por tanto, pocos heridos que ayudar en este hexágono.
Paso el tiempo y Adam no encontró más gente viva que ayudar o más ladrones que asustar, por lo que decidió finalmente partir a casa. Con los pasos rengos por el cansancio y las heridas logró llegar hasta las escaleras de mármol. Como la anterior vez, la cabeza de mármol del general estaba tapando la entrada de las escaleras, al igual que en el otro ascenso la cabeza estaba portando un cono en la cabeza y un silbato de fiestas en la boca.
Al ver el chico llegar, el general habló con un tono de militar, pero más feliz:
—¡Te felicitó, héroe! Un librillo me contó que estuviste ayudando a los caídos en combate. Lamentablemente, tengo instrucciones de no atacar a esos malhechores que andan robando, sino te hubiera ayudado.
Adam se sorprendió, era sordo, pero lo estaba escuchando perfectamente. Pero no tenía ganas de preguntarle el truco, ahora solo quería meterse en las aguas de la cueva y recuperar su audición.
—Puedo pasar?—Dijo Adam, aunque no se escuchó por lo que se sintió medio extraño.
—Por supuesto, pero recuerda que no podrás subir hasta mañana—Dijo el general abriendo la boca y mostrando la puerta.
Adam entró por la escalera y comenzó a bajar rumbo a la cueva, el viaje le tomó mucho tiempo y no fueron pocas las veces que se tuvo que detener para tomar aire.