Al ver que su padre no respondía a su llegada, Adam dijo gritando:
—¡Llegué, papá! ¡Me dieron tarea en el colegio! ¡Me enseñaron muchas cosas interesantes!
Pero su padre seguía agachado, encorvado y sin mirarlo, solo miraba la esquina en la pared, sin siquiera voltear a verlo como si buscara ignorar su presencia. Adam continuó gritando, pero más fuerte aún:
—¡Hay un hombre con túnicas de color en los pasillos limpiando mientras canta! ¿Sabías, papá?
Pero su padre seguía sin responder, únicamente miraba esa esquina como si su vida dependiera de ello, no había ruidos, no había movimientos, no hacía nada, exclusivamente respiraba mirando esa esquina. Adam empezó a llorar y gritó aún más fuerte:
—¡El viejo sin ojos me dijo que no era un niño de verdad y que tú sabías quién era! ¡¿Es cierto lo que me dijo el viejo sin ojos, papá?!
—Eres… Adam... — Murmuró su padre en voz muy baja, de forma pausada , como si estuviera muy cansado y decir esas palabras únicamente lo agobiaran aún más— Hoy… recordé...
Adam casi no lo pudo escuchar por sus llantos, por lo que el niño trató de dejar de llorar para poder escuchar lo que su padre tenía que decir. Pero su padre se detuvo sin terminar la frase y siguió mirando la esquina. Al ver que su padre se quedó callado por unos cuantos minutos, Adam preguntó:
—¿Qué recordaste, papá?
—Recordé todo...—murmuró su padre mirando a la esquina, su voz era muy apagada; sin emoción; como si estuviera luchando consigo mismo.
Adam volvió a notar el silencio de su padre y repitió la pregunta para tratar de hablar con el hombre. Él había ido a la escuela tal como su padre le había ordenado. El niño necesitaba hablar con alguien de todo lo que pasó con la cabeza gigante. Adam necesitaba alguien que le diera ánimos para seguir yendo a la escuela, a pesar del miedo que tenía de convertirse en un libro.
Por todo eso, Adam repitió varias veces la pregunta. Pero su padre no hablaba, solo miraba la esquina. Adam trató y trató de crear ese espacio para conversar con su padre, pero nunca llegó. Por más que el chico sacará sus más profundos temores, por más que le gritara la verdad: que ya no le importaba la túnica negra, él no quería volver nunca más a esa escuela. No obstante, su padre únicamente se mantuvo en silencio mirando la esquina.
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Con desesperación de necesitar a su padre más que nunca, Adam decidió acercarse y lo tomó del hombro para volver a preguntarle por qué no le hablaba. De tanto insistir, Adam logró que finalmente su padre hablara, pero con unas palabras que nunca se imaginó que iba a escuchar:
—Recordé... recordé que fuiste el peor error de mi vida, Adam. Me equivoqué al cuidarte, chico.
Adam tomó nuevamente el hombro de su padre como para tratar de darlo vuelta y ver sus ojos; el niño no quería creer que la persona que le dijo eso fuera su padre. No ahora, no justo cuando Adam necesitaba a su padre de verdad, para poder continuar luchando por su sueño de obtener la túnica negra. De hecho, ni siquiera era el sueño del niño: era el sueño de su padre y el ver la sonrisa de su padre cuando él portará esa túnica negra era el verdadero sueño de Adam.
Pero su padre se enojó cuando el muchacho trató de darle vuelta y le embocó un manotazo que terminó lanzando al niño al suelo, sin mirarlo a los ojos y mirando fijamente a la pared, con mucho odio y bronca en la voz, su padre dijo:
—¡Tú eres el responsable de toda mi miseria, Adam! ¡Fui un idiota por cuidarte todos estos años! ¡Vete, nunca más quiero verte!
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Recuerdo haber tratado de verle los ojos a mi padre una vez más, pero lo único que recibí fue un manotazo en mi cara que me rompió el labio. Al sentir la dulce, pero amarga sangre en mi boca, supe que tenía que irme.
Con llantos estrepitosos, corrí por los pasillos del hexágono 10, en el camino me crucé con el viejo vestido en harapos y me dijo algo que ignoré. El destino fue caprichoso conmigo en aquella ocasión. Si hubiera seguido al viejo: hoy mi historia llena de tragedias sería otra... hoy estaría del lado ganador de la guerra: victorioso, sonriente y sin este dolor que nunca pude sacar de mi pecho.
Pero con 10 años no podía pensar todo eso, con 10 años uno solo podía correr de sus miedos y buscar un refugio que considerara cálido y seguro. Aunque terminó siendo un refugio húmedo y oscuro.
Con toda mis fuerzas corrí, ignorando toda la gente que me cruzaba, ignorando que había perdido mis útiles escolares, ignorando que había perdido el libro amarillo, ignorándolo todo, corrí hacia el viejo sin ojos.
Por suerte o por desgracia y aunque parezca una falacia, las estanterías tienen más corazón que los bibliotecarios y el viejo sin ojos me cuidaría como un padre en los hermosos días que tuve durante mi juventud (o al menos eso es lo que me gustaría decir).