Adam siguió bajando las escaleras de mármol hasta el primer piso medio y se dirigió a la cueva. El joven estaba un poco nervioso y caminaba con velocidad por los pasillos, tratando de que la gente no mirara sus ojos.
Cuando llegó al pasillo donde se encontraba la cueva, finalmente Adam se tranquilizó, para su sorpresa el viejo no se formó en su estantería para recibirlo como había hecho siempre todos los días desde que obtuvo el libro con piel humana.
Como el viejo no aparecía, Adam tomó uno de los libros en sus estantes; era el método antiguo y no lo usaba hace tiempo.
La cabeza del viejo sin ojos se quedó un rato esperando con cautela y preguntó con voz gruñona:
—¿Vas a leerlo?, ¿O solo te vas a quedar mirándome como si te debiera algo?
—¡Únicamente quiero pasar a mi casa!—Gritó Adam molesto, al parecer no había solucionado nada la máscara, la estantería seguía insistiendo con que lea el libro.
Pero antes de que el viejo sin ojos pudiera contestar, un rostro se formó en la estantería vecina. Adam se sorprendió, en tantos años viviendo en la cueva, esta era la primera vez que veía al vecino del viejo sin ojos: su cabeza tenía el corte de un monje, también conocido como tonsura. Además, el rostro de la estantería estaba completo, lo cual era bastante raro para las estanterías. Cuando terminó de formarse, el monje dijo:
—Oh, hermano de gran corazón, no confíes en ese viejo sin ojos: ¡Su corazón está tan podrido como los tablones que forman sus estantes!
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Adam no sabía que las estanterías podían sabotearse entre ellas de esta forma. El joven nunca le había dicho al viejo sin ojos que conocía el efecto del libro, por lo cual estaba algo impaciente por ver qué haría el viejo.
El viejo sin ojos, ignoro al monje deliberadamente y dijo con voz amarga:
—Si fallas te convertiré en unos de mis hongos, pero únicamente debes responder una de mis preguntas y leerás mis libros mágicos.
Adam se quedó mirando al viejo sin ojos, sin entender a qué venía que le contara su regla.
—¡Es el chico que vive en tu cueva, viejo inútil!—Le gritó el monje con enojo.
—¿Adam?—Unos ojos surgieron del rostro del viejo y miraron a Adam por unos minutos, como si quisiera encontrarle la falla al truco del forastero.
—¿Vas a dejarme pasar?—preguntó Adam impaciente.
—No, usted no puede pasar…—Respondió el viejo mirando a Adam con sospecha—Dijo Sí... De hecho, puedes pasar. Es una gran sorpresa, pero no leíste ningún libro mágico.
—Soy yo, viejo, claro que no leí nada—Respondió Adam molesto.
—¿Adam?—Dijo el viejo mirando al pelirrojo de arriba a abajo —¿Se incendió las casas de librillos del barón y te tiraste al fuego para salvarlos? ¿O qué pasó?
—Te digo que ocurrió...—Respondió Adam—Si me dices el efecto del primer libro mágico que te hice ganar.
—¡Pasa!—Respondió el viejo sin ojos con enojo, abriendo la puerta, parecía no querer discutir enfrente del monje.
Adam procedió a entrar, pero antes de que pudiera entrar, el monje mencionó con una voz armónica:
—El libro que trata que leas el viejo sin ojos tiene mal aspecto y a mal aspecto: mala lectura.
Al decir las palabras, el monje volvió a sumergirse en la madera. Adam se sorprendió, ese era un consejo muy útil que no sabía. El joven héroe le agradeció a la estantería del monje y entró en la cueva.