Los dos chicos salieron del estado de aturdimiento al perder la mirada de Adam y miraron con asombro cómo había cambiado el ambiente que los rodeaba.
Los pasillos seguían estando, pero sus pisos estaban hechos de tierra pantanosa y había charcos y plantas por todos lados. Las estanterías que formaban los pasillos estaban hechas de madera podrida y casi todas estaban rotas. Prácticamente, todas las estanterías estaban vacías por lo que no tenían ningún libro en sus estantes y las decoraciones habituales no podían verse por ningún lado. Salvo por algunas pocas estanterías que tenían a lo mucho uno o dos libros, sin embargo, cada libro que Adam podía ver estaba en bastante mal estado y lleno de polvo.
No había antorchas o lámparas en los pasillos; no obstante, Adam se sorprendió porque vio las mismas flores rojas que en la casa de los librillos. Las flores estaban parasitando los tablones de madera podrida de las estanterías y eran muy pocas por lo que la iluminación del pasillo era aún peor que en laberinto. Al igual que las flores del laberinto, las flores de los pasillos brindaban una tenue luz roja que parpadeaba de vez en cuando, creando momentos de oscuridad.
—¿Dónde estamos, grandote?—Preguntó Hermes con algo de miedo
—No tengo idea…—Murmuro Adam con preocupación, mientras volvía a ponerse sus anteojos mágicos—Por las dudas no se alejen mucho y baja tu voz…
—¿Dónde estamos?—Pregunto Apolo un poco más fuerte que Hermes
—Les acabo de decir que no hablen fuerte y no sé donde estamos—Se quejó Adam mirando a los dos niños asustados.
Acto seguido, Adam miró al piso sobre el cual estaban apoyados los niños con incredulidad, dado que estaba observando los charcos y la tierra marrón: ¡No había una sola pisada en el suelo! ¡Por tanto, no había bibliotecarios en este lugar!
Adam vio la estantería del viejo sin ojos en busca de respuestas, pero no parecía ser la misma: únicamente era una estantería vacía con todos sus estantes y tablones rotos. Mientras observaba con atención su entorno, el joven héroe se percató de un ligero murmullo molestando sus oídos.
—¿Ustedes también pueden escuchar las voces?—preguntó Apolo con algo de miedo, parándose más cerca de Adam.
—Sí, me están empezando a doler los oídos—Respondió Hermes casi gritando y con miedo, mientras se tapaba los oídos.
Adam miró que los dos chicos se estaban tomando los oídos y parecía que de verdad les estaba molestando mucho el ruido; sin embargo, para él eran leves murmullos y no le molestaba tanto. El pelirrojo se percató de que las voces o murmullos provenían de los tablones de madera podridos de algunas estanterías.
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Antes de que Adam pudiera decirles nada a los niños, el joven notó que una cabeza estaba formándose en una estantería, por la posición debería ser el monje, ya que era la que estaba al costado del viejo sin ojos. Era una de las pocas estanterías que tenían libros, aunque esta estantería solo tenía dos libros estropeados y polvorientos en sus estantes rotos.
La cabeza terminó de formarse y el monje salió a recibirlos con unas palabras apuradas:
—Si no quieres morir, ven a mi casa. Mi casa es segura para las almas en pena, pero tengan cuidado, si abandonan mi hogar en el momento erróneo, el verdugo los recibirá del otro lado.
Al escuchar las palabras, Adam rápidamente dijo en voz baja:
—Ustedes dos, vengan conmigo y pase lo que pase, no hagan mucho ruido.
Sin embargo, los dos niños no parecían oirle por lo que Adam los tomó de las túnicas y empujó a los dos hacia al monje, mientras preguntaba con apuro:
—¿Podrías abrir la puerta de tu casa?
—Aunque mi casa no sea linda…—Respondió el monje con preocupación—siempre está abierta, para alojar a todos los que la requieran…
Con algo de dudas y apuro, Adam se acercó y tomó los tablones del monje, mientras que los dos niños siguieron su ejemplo. Luego de hacerlo, Adam con miedo preguntó:
— ¿Estoy en tu casa? ¿Dónde estamos? ¿Cómo puede ser que todo sea distinto?
—Sí, estás en mi hogar del mundo reverso…—Contestó el monje en voz baja mirando a una de las esquinas del pasillo con sospecha—El juez te condenó, hay un tratado muy antiguo que dice: '¡No matarás a los niños de la guardería!'
—Pero no les hice nada a los niños…—Se quejó Adam, sin embargo, trato de mantener la calma, ahora únicamente la información podría ayudarlo a escapar de este extraño lugar.
Los niños parecían cada vez más molestos por los murmullos y el joven entendió que tenía que salir de acá pronto. Adam notó que el monje no respondía, cambió el tono a uno más amable y comento:
—¿Por qué los niños tuvieron que sufrir injustamente mi mismo castigo?.
—Porque el juez odia a los héroes y tampoco le importan los niños…—Respondió en voz baja el monje, mirando a los niños con mucha pena.
— ¿Estoy seguro mientras toque tus tablones?—preguntó Adam maldiciendo por dentro, esta era la primera vez que su karma lo condenaba a una tragedia.
Pero el monje no respondió, Adam notó el problema y volvió a preguntar:
—¿Los niños están a salvo tocando tu estantería?
—No creo… ¡Algo muy maligno se percató de tu presencia, héroe!—Respondió el monje con preocupación mirando con sospecha una de las esquinas del pasillo—Estos pasillos ya no son seguros para los de tu raza: ¡Ve y busca al general, él te dirá como salir!
Adam se asustó y bendijo tener la suficiente cultura general como para entender que el monje se estaba refiriendo a las escaleras cuando hablaba del general. Tomando las manos de los dos niños, Adam miró al suelo con atención en busca de huellas peligrosas y se fue por la esquina contraria a la que miraba el monje con sospecha.
Pero antes de que los tres pudieran irse, el monje le gritó con preocupación:
—¿Por qué el héroe camina hacia su destino? ¡Corre con grandeza, insensato! ¡O la bestia te atrapará! ¡Debes proteger el futuro, héroe! ¿Si tú fracasas escuchando los murmullos, quién más podría salvar a tu pueblo? ¡Te daré tiempo, pero si no corres, me temo que nadie los salvará!