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66 - El sendero (3)

Sintiéndose satisfecho con la noticia de que la ayuda estaba en camino, Abel contestó las preguntas del comisario:

—Me crucé con el secuestrador en la mansión de los Fischer. Es un hombre gordo y desaliñado. Usaba una máscara que le cubría todo el rostro, así que no pude ver su cara. No recuerdo muchos detalles, estaba demasiado preocupado por ser capturado, pero creo que era uno de los guías que trabaja en la mansión, ya que vestía como un sirviente.

—No se preocupe, es normal no recordar todo bajo esas circunstancias. Con esa descripción, podremos identificarlo fácilmente cuando lleguemos a Golden Valley—Respondió el policía, intentando calmar a Abel.

—¿Puedo colgar? No quiero perder más tiempo hablando en medio del sendero—Dijo Abel con voz temblorosa. La niebla era densa y no podía ver más allá de unos pocos metros. Sentía una extraña sensación de que alguien lo acechaba, que se acercaba cada vez más. Miró a su alrededor, pero no vio nada. Sin embargo, su corazonada era demasiado fuerte como para ignorarla—Hay mucha niebla y no sé qué se esconde a mi alrededor. Siento que alguien me está siguiendo…—Continuó, con el corazón latiendo desbocado. Temeroso de ser encontrado, Abel dejó de descansar y, sin cortar la llamada, reanudó la marcha hacia el pueblo, sus pasos resonando en el silencio ominoso del valle.

—No, todavía no. Necesito la descripción de la víctima con la que te encontraste—Insistió el comisario, asustando un poco a Abel con su urgencia.

Abel continuó avanzando, cada vez con pasos más apresurados. La sensación de ser acechado no lo abandonaba, y aunque trataba de mantenerse enfocado en la llamada, su paranoia iba en aumento.

—Sí, disculpe. La víctima era un joven de no más de 24 años, con pelo negro y ojos negros. No llevaba camiseta, tenía un cuchillo y creo que vestía pantalones militares, no recuerdo más detalles…—Contestó Abel rápidamente, tratando de mantener la calma en su voz mientras sus ojos seguían escaneando el entorno en busca de cualquier movimiento sospechoso.

A medida que hablaba, sus pasos se aceleraban. El crujido de las hojas y ramas bajo sus pies resonaba en el silencio del valle. Sentía que el tiempo se agotaba y que debía llegar al pueblo lo antes posible. Su respiración se volvía más rápida, su corazón palpitaba con fuerza. Cada vez que giraba la cabeza para mirar a su alrededor, aumentaba su ritmo, impulsado por la urgencia de escapar del peligro que imaginaba.

—¿Ese joven adulto que describiste era la única víctima que viste?—Preguntó el comisario con urgencia, casi sin respirar.

—Sí, no vi a nadie más—Respondió Abel, sintiendo el peso de la pregunta.

—¿Ningún niño?—Insistió el comisario, la ansiedad en su voz era incómoda de escuchar—Tenemos un caso reciente de un niño desaparecido. Tiene 8 años, pelo rojo, ojos celestes y pecas en la cara. ¿Lo viste o lo mencionaron?

—No vi a ningún niño—Dijo Abel con prisa, tratando de ser claro—Pero la víctima mencionó algo sobre un guía que trabajaba antiguamente en la mansión, un tal Klein, que solía secuestrar a personas en este pueblo y mantenerlas en lo que él llamaba su “otro” mundo. Aunque Klein está muerto, el hombre gordo con el que me crucé parece estar siguiendo su ejemplo. Así que es posible que haya un niño en ese lugar.

—¿Estás diciendo que la víctima que encontraste vio a uno de los guías del pueblo secuestrando a un niño y llevándolo a un lugar oculto?—Preguntó el comisario con voz temblorosa. La intensidad de su pregunta reflejaba un nivel de desesperación y urgencia que Abel no había anticipado. El comisario estaba claramente alterado, como si la información recién revelada tocara una fibra sensible y personal en su interior.

Abel sintió una punzada de incomodidad ante el tono del comisario y la creciente paranoia se agudizó. Miró nuevamente a su alrededor, la niebla seguía envolviendo el sendero, impidiéndole ver más allá de unos pocos metros.

—No, no recuerdo que el joven mencionara ese nombre—Respondió Abel con ansiedad, su voz temblando ligeramente—Estaba muy asustado y, sinceramente, no soy bueno recordando detalles cuando estoy nervioso. La víctima parecía haber sido torturada hasta el punto de la demencia, así que fue complicado interpretar lo que decía.

—Necesito más información sobre el niño—Insistió el comisario, con un tono de desesperación que se volvía casi una súplica—¿El joven mencionó el nombre de Saul Schulz?

—No, no mencionó ese nombre—Contestó Abel, con un leve fruncimiento de ceño—Pero debo decir que el nombre me suena bastante familiar. Juraría que lo había escuchado antes en algún lugar, aunque no fue la víctima quien lo mencionó.

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El comisario guardó silencio unos segundos, como si procesara lo que acababa de escuchar. Abel aprovechó para avanzar un poco más, ahora con un paso cada vez más apresurado, mientras mantenía la llamada activa.

—Saul Schulz es un familiar mío —Confesó finalmente el comisario, con un tono de voz más contenido, pero cargado de emoción— Desapareció hace unos años. Toda mi familia lo daba por muerto o como víctima de trata infantil. Sin embargo, hace unos días recibimos una carta firmada por él, invitándonos a Golden Valley. Desde entonces, hemos estado desesperados buscándolo.

Abel sintió un nudo en el estómago. Esa historia era idéntica a lo que le había pasado con Sofía. La situación se volvía cada vez más surrealista y siniestra. Miró hacia el suelo, tratando de mantener la calma.

—Lo siento mucho, comisario. Pero no tengo ninguna noticia sobre el niño, y la víctima con la que estuve en contacto no mencionó su nombre.

El comisario respiró hondo, y aunque trataba de mantener la compostura, Abel podía notar la desesperación en su voz.

—Saul se había obsesionado con explorar cuevas, bosques y minas los últimos años antes de desaparecer sin dejar rastro. Tenía una curiosidad insaciable por lo desconocido. Ahora temo que esa curiosidad lo haya llevado a ese infierno.

—Lo entiendo, comisario —Dijo Abel, sintiendo una mezcla de empatía y apuro— Pero, de verdad, la víctima con la que hablé no mencionó nada sobre él. Si bien yo estaba demasiado aterrorizado y desorientado, juraría que podría recordar ese nombre si lo hubiera escuchado.

El comisario pareció debatirse internamente antes de hablar de nuevo, su voz temblando ligeramente.

—Saul era un niño curioso, siempre vivía aventuras infantiles. Pero nunca pensé que algo así pudiera sucederle. He estado viviendo una pesadilla desde que desapareció. Cada día, cada noche, me pregunto dónde está, si está vivo… si sufre.

Abel sintió una puñalada en el estómago. La desesperación en la voz del comisario era asfixiante.

—Comisario, haré todo lo que pueda para ayudar. Pero ahora mismo, estoy tratando de mantenerme a salvo y esperar a que lleguen.

El silencio se hizo presente de nuevo, roto solo por el crujir de las ramas bajo los pies de Abel y el susurro de la brisa que movía la niebla.

—Entiendo. No se preocupe, cuando lleguemos al pueblo investigaremos todo a fondo para rescatar a todas las víctimas. Usted ha cumplido con su deber. Ahora debe ponerse a salvo y evitar que el secuestrador lo encuentre. La ayuda está en camino, pero aún tardará varias horas en llegar—Contestó el comisario.

—¿Alguna recomendación para no ser encontrado?—Preguntó Abel, más nervioso que nunca.

—Aléjese lo máximo posible de la mansión y haga lo que haga, no vaya a…—Respondió el comisario, pero sus palabras se cortaron abruptamente.

—¿A dónde debo evitar ir?—Preguntó Abel, preocupado.

Solo el silencio respondió. Abel, intranquilo, deslizó la pantalla del celular para comprobar si la llamada había finalizado por error, pero la pantalla estaba completamente negra.

—Mierda…—Maldijo Abel, intentando encender el celular sin éxito. La batería se había agotado en el peor momento posible— Solo necesitaba unos segundos más…

La llamada se cortó, dejando a Abel solo en medio de la niebla, con el eco de las palabras del comisario resonando en su mente. Miró a su alrededor, tratando de vislumbrar algo a través del manto blanco que lo envolvía, pero solo podía ver sombras y formas indistintas. La niebla no sólo ocultaba el paisaje, sino que también parecía sofocar cualquier sonido, creando una atmósfera de aislamiento total.

—¿Saul?… ¿Sofia?… Pobres niños —Murmuró el viudo para sí mismo, sintiendo la presión del tiempo y el peligro creciente.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un ruido distante: un crujido sutil, como si alguien o algo se moviera entre los árboles. Abel se tensó al instante, su corazón empezó a latir con fuerza. Giró la cabeza con rapidez, tratando de identificar la fuente del sonido. Sin embargo, al enfocar su atención, se dio cuenta de que solo había sido una rama que había caído de un árbol cercano, arrastrada por el viento que parecía jugar entre las sombras del valle.

Con la mente aún agitada, Abel reanudó su camino. A medida que avanzaba, el vuelo de un pájaro solitario cortó la monotonía del paisaje. Era un pájaro carpintero, muy bonito, pero oculto entre la niebla, su silueta destacándose brevemente antes de desaparecer nuevamente en la niebla.

—¿Saul? —Murmuró nuevamente, como si al decir ese nombre pudiera invocar algún tipo de señal o guía. Pero solo el silencio respondió a sus palabras. La caminata se hacía interminable, y cada minuto que pasaba sentía que el pueblo estaba más lejos de lo que hubiera imaginado.

Fue entonces cuando de repente Abel recordó lo que quería recordar. Una conexión que había estado evadiendo, un eco de un pasado olvidado. Se detuvo en seco, la niebla envolviendo todo por completo. El nombre Saul había estado en su cabeza, casi olvidado, hasta que ahora, en la penumbra de ese valle inquietante, encajó como una pieza de un rompecabezas.

—¿Sabes, comisario? —Murmuró en voz alta, aunque la llamada ya se había cortado— Si mi hija hubiera sido un hombre, le habría puesto el nombre de Saul. Era un nombre especial para mí, porque era el nombre de uno de mis mejores amigos de la infancia. Si ahora lo recuerdo, nos separamos en el verano antes de iniciar la primaria, su familia se mudó a otra ciudad y nunca lo volví a ver.

La revelación le trajo una ola de nostalgia y dolor, que mezcló con su angustia actual. Era un nombre que le había parecido bonito y significativo, y ahora se encontraba en medio de una pesadilla con ese mismo nombre en juego.

—No puedo creer que haya hecho esa conexión ahora —Se dijo a sí mismo, mientras continuaba su marcha— Es imposible que me haya olvidado ese nombre, es un nombre que me resulta tan familiar…