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46 - El libro (3)

Tras terminar de comprender la primera historia, Abel se inclinó hacia la segunda hoja que componía la sección media, ansioso por desentrañar sus secretos. Sin embargo, lo que comenzó como una lectura aparentemente sencilla pronto se convirtió en una odisea. Las palabras parecían retorcerse y entrelazarse en un laberinto de significados ocultos, desafiando su comprensión. Con cada intento de descifrar el mensaje, Abel se sumergía más en la maraña de errores ortográficos e interpretaciones personales, perdiendo la noción del tiempo a medida que luchaba por encontrar el verdadero significado del texto.

Horas se deslizaron en un silencio tenso mientras Abel se sumergía en la tarea, su mente zambulléndose en el desafío que tenía entre sus manos. Cada palabra, cada renglón, parecía contener un significado más profundo de lo que se leía a simple vista. Con cada intento fallido, la frustración amenazaba con abrumarlo, pero él persistía, decidido a alcanzar una verdadera comprensión de las acciones del asesino. Con cada descubrimiento, la emoción crecía en su pecho, alimentando su determinación de resolver el enigma ante él.

El silencio envolvía la habitación, roto solo por el suave crujido del papel bajo los dedos de Abel y el ocasional suspiro de frustración o triunfo. El tiempo parecía perder todo significado, su mente totalmente absorbida por las palabras vulgares pero a su vez enigmáticas del asesino. Ninguna distracción podía apartarlo de su objetivo, pues estaba decidido a descifrar el misterio, sin importar cuánto tiempo o esfuerzo le llevara.

Finalmente, después de innumerables interpretaciones y lecturas y relecturas, Abel logró vislumbrar una pizca de claridad en el caos. Con manos temblorosas, trazó las últimas líneas de su deducción en el papel, y con un suspiro de alivio mixto con satisfacción, anunció en voz alta:

—¡Lo logré, finalmente entendí la letra de este bastardo!

La estructura de la historia en esta página era notablemente similar a la primera de la sección media. Ambas comenzaban con una serie de palabras aparentemente aleatorias, pero que parecían ser un resumen ordenado, hermético y minucioso de la cadena de eventos que conducían al desenlace narrado en las palabras posteriores.

Esta vez, las palabras que tenían el honor de titular la historia eran las siguientes:

> “Refugio y sendero, pozo principal, escalera de piedra, agua, cueva y cadáveres, viejo minero, túnel de tierra, cueva grande, perro, niño sucio, entrada del pueblo, anciana, tarta de frutas, pueblo, casa del intendente, intendente, llave de las minas, pueblo, minas, capataz, látigo, esclavo, pepita de oro, capataz, llave oxidada, minas, pueblo, sendero y refugio”

Abel sacó de su bolsillo un papel tan finamente doblado que parecía haber sido planchado. Lo desplegó y lo colocó sobre el escritorio, revelando el mapa de Golden Valley. Su corazonada anterior se confirmó al descubrir que las palabras codificadas incluían ubicaciones reales dentro del pueblo minero. Su intuición le decía que el refugio mencionado era el lugar de trabajo del asesino, probablemente el sótano donde se encontraba. Con esta premisa, podía trazar en el mapa del pueblo el posible recorrido del criminal. Por ejemplo, el sendero que iba desde la mansión de los Fischer hasta el pueblo terminaba justamente en el pozo de agua, un lugar simbólicamente importante que estaba representado en el mapa. La mención de una escalera de piedra añadía un elemento confuso, pero Abel especulaba que podría referirse a ingresar al pozo de agua, donde el asesino se había encontrado con la cueva que ocultaba los cadáveres recientemente descubiertos por los policías. La siguiente ubicación destacada era la entrada al pueblo, desde donde uno podría llegar a la casa del intendente si se adentraba profundamente por las calles de Golden Valley y luego uno debía atravesar nuevamente el pueblo para dirigirse hacia las minas. Toda la secuencia marcada en el título parecía lógica y coherente con los puntos de interés identificados en el mapa.

Sin embargo, esta revelación también planteaba nuevas preguntas: ¿Quiénes eran el niño, el minero, la anciana, el intendente, el esclavo y el capataz mencionados en el título? ¿Eran cómplices del asesino o simplemente eran los otros guías que trabajaban en el pueblo?

Los guías del pueblo tenían la peculiar costumbre de adoptar roles históricos mientras trabajaban, por lo que no resultaba extraño que el asesino los mencionara por el papel que representaban. Sin embargo, lo que sí resultaba inusual era la manera en que el asesino interactuaba con estas personas y cómo los describía en sus relatos. Por ejemplo, el viejo minero que supuestamente venía de Canadá debía ser simplemente otro guía disfrazado, ¿o acaso este guía realmente era un minero que se encontraba perdido? Suponiendo que lo fuera, ¿de verdad este viejo había participado en una competencia de patear las cabezas de los cadáveres con el asesino? Abel no podía concebir que algo así fuera posible, incluso si se mencionaba el asunto en la anécdota del criminal.

¿Acaso estos relatos eran simplemente invenciones del asesino para sembrar el caos y la confusión? O peor aún, ¿podría haber algún tipo de complicidad entre el asesino y estos guías, llevando a cabo actos horribles bajo el disfraz de la ficción histórica que envolvía Golden Valley? Abel se encontraba en un dilema, la línea entre la verdad y la ficción se desdibujaba ante sus ojos, y se veía obligado a cuestionar cada detalle, cada palabra escrita y cada gesto de aquellos que habitaban en este oscuro y enigmático pueblo.

Mientras repasaba mentalmente las posibilidades, Abel consideraba cada uno de los personajes mencionados. El niño podría ser un testigo inocente, o tal vez un cómplice involuntario arrastrado a la situación por circunstancias más allá de su control. El minero, por otro lado, podría tener motivos ocultos que lo vincularan al crimen, como disputas laborales con la compañía mencionada o una amistad personal con el asesino. La anciana, con su presencia aparentemente inofensiva, también podría estar involucrada de alguna manera en los acontecimientos que tenían lugar en Golden Valley. Tal vez ella fuera la vieja guía que solía vivir en la entrada del pueblo. Tenía sentido. El asesino había mencionado en el título que se dirigía hacia la entrada del pueblo, donde su siguiente punto de interés era precisamente una anciana y luego una “tarta de frutas”. ¿El asesino la conocía? ¿Comían juntos? ¿En la misma casa?

La anciana le había advertido a Abel que cosas extrañas ocurrían en el pueblo minero. ¡Ella lo sabía todo! Y a pesar de sus advertencias, la anciana no había hecho absolutamente nada para evitar los crímenes del asesino.

Si él supiera que había gente desapareciendo, personas secuestradas y un asesino suelto que esconde cadáveres por el pueblo, ¿acaso se quedaría callado? Por supuesto que no. ¡Sería inaceptable! Había algo extraño en el comportamiento de la anciana, algo que iba más allá de las palabras, algo que era increíblemente preocupante, increíblemente sospechoso.

“¿Cómo era posible que sabiendo lo que estaba sucediendo la anciana no hubiera tomado medidas más enérgicas para detener al responsable?” Pensó Abel, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza, como si estuviera corriendo una carrera por descubrir la verdadera trama que se escondía entre las sombras de Golden Valley.

La sensación de frustración y confusión lo invadía mientras se preguntaba una y otra vez qué motivos podrían llevar a la anciana a guardar silencio frente a los horrores que acechaban el pueblo. ¿Acaso tenía miedo? ¿O tal vez estaba involucrada de alguna manera en los oscuros acontecimientos que estaban teniendo lugar? Abel trató de recordar su encuentro con la anciana, sus palabras. Pero había pasado más de una década desde que eso había ocurrido. A estas alturas, el recuerdo de las palabras de la anciana se mezclaba de forma tal que era imposible distinguir si sus advertencias habían sido por impotencia ante una situación que se le escapaba de las manos, o si habían sido producto de la ironía macabra de saber que nadie escapaba a los retorcidos fetiches de su amigo, el asesino.

En cuanto al resto de roles, seguían siendo igual de enigmáticos. El intendente podía simbolizar una posición de autoridad en el grupo de dementes, lo que lo convertía en un personaje intrigante capaz de ocultar secretos bajo la fachada de ser un simple guía. El esclavo y el capataz añadían una capa de oscuridad a la historia, sugiriendo relaciones de poder y subordinación dentro del grupo. Nada era seguro, no había respuestas correctas ante la escasa información que se le presentaba.

Unauthorized duplication: this tale has been taken without consent. Report sightings.

Abel se preguntaba si alguno de estos guías había sido interrogado por la policía en relación con los crímenes recientes. Si no, ¿por qué? ¿Estaban protegidos por alguien o por alguna influencia más siniestra? Una cosa era segura: No había cómplices, y un hombre de más de 80 años había logrado acabar con la vida de más de 50 personas. Era difícil de creer, incluso para alguien como él, que había estado siguiendo el caso desde que comenzó.

La paranoia se apoderaba de Abel mientras reflexionaba sobre la posibilidad de que los guías del pueblo estuvieran involucrados en los crímenes que habían sacudido Golden Valley. ¿Cómo era posible que nadie hubiera levantado sospechas sobre los otros guías del pueblo? Volviendo al mapa, Abel se concentró en las rutas trazadas y las conexiones entre las ubicaciones señaladas. Cada destino marcado en el título parecía tener un propósito específico para el asesino, pero imposible comprenderlo con una anécdota tan corta.

Su teoría comenzó a cobrar forma mientras examinaba nuevamente los detalles del mapa. El trayecto entre la mansión de los Fischer y el pozo no era precisamente un paseo. ¿Cómo era posible que un anciano de casi 80 años transportara los cadáveres durante semejante trayecto sin ser descubierto? Y aunque lo hiciera, había cientos de lugares en la naturaleza que serían más adecuados para esconder los cuerpos. A menos que las miradas curiosas de los otros guías no fueran un problema, a menos que el asesino tuviera ayuda para llevar los cadáveres al pozo.

Quizás el asesino no actuaba solo. Tal vez tenía cómplices, personas dispuestas a ayudarlo a cambio de algo: dinero, poder, o la promesa de mantener sus propios secretos ocultos. Esta idea no solo explicaría la complejidad de atraer a las numerosas víctimas, sino también la aparente facilidad con la que el asesino había eludido la captura hasta el momento. La idea de que un solo hombre había planeado meticulosamente cada movimiento a lo largo de tantos crímenes para lograr evadir su captura era posible. Lo inconcebible había sido el éxito de sus planes. ¿Podía alguien ser tan calculador y frío para cometer tales actos de violencia y no ser descubierto hasta el final de sus días? ¡Por supuesto que no! ¡Fue descubierto! ¡Pero todos los guías que conocían los horrores que realizaba este hombre se quedaron callados! ¡Todos eran cómplices!

“Para. Son puras suposiciones. Las palabras escritas en el título no implican ninguna complicidad. Solo estoy pensando el asunto más de la cuenta. La paranoia de estar encerrado en este sótano me está consumiendo. No puedo ponerme a imaginar enemigos en todos lados o la voy a pasar muy mal.” Pensó Abel, pasando su mano por el rostro en señal de frustración y cansancio. No había pistas concretas, y afirmar que todos eran culpables era un paso demasiado grande. No quería creer que en este pueblo todos los guías lo tuvieran en la mira por haber mandado a su amigo a la guillotina. Tal realidad sería inaceptable de soportar, y era mejor ni siquiera pensarla.

Después de enfrentarse al desafío de interpretar cada una de las líneas serpenteadas que conformaban el título, Abel se encontró con el reto de desentrañar la historia principal. La anécdota del asesino descrita en la segunda página se desarrollaba de la siguiente manera:

> "Finalmente di con esa maldita llave. El camino fue una mierda, con tantas vueltas que los demonios no me transformaron en un caballo de feria de milagro. Para colmo los payasos que me cruce en el camino no valían ni para servir un vaso de agua y las pistas que me dieron para conseguir la llave me mandaron a atravesar senderos que eran más oscuros que el culo de un negro. A pesar de todo eso, este lugar fue mi hogar durante tanto tiempo que ya no sé si quiero volver al otro mundo. Afuera me espera mi familia y la misma rutina de mierda en el almacén. Una vida miserable donde lo mejor que me podría ocurrir es que un ladrón entre al negocio y acabe con todo de una buena vez. Sin dolor, sin sufrimiento, solo un tiro entre ceja y ceja, y a otra cosa mariposa: directo al infierno.

>

> O quizás ya hayan muerto todos y ni me enteré. ¿Cuántos años estuve encerrado en este pueblo? Décadas como mínimo. Pero ni tan mal, en ese caso al menos me ahorro el tener que volver a escuchar sus palabras vacías.

>

> Si bien aquí todo el mundo está más loco que una cabra, al menos son unos payasos interesantes de escuchar, mientras que afuera son todos aburridos y predecibles. Además, aquí uno tiene el control, es el rey de este mundo. Hago lo que quiero y nadie me puede decir nada por hacerlo. En el otro mundo las cosas no son tan fáciles. Cada decisión tiene sus consecuencias. Pero entre esa gente aburrida se encuentran mis hijos y mi esposa, lo que hace que quedarse en este sitio no sea tan sencillo.

>

> Va, ¿a quién engaño? Al final del día, fue mi familia la que me empujó a estar encerrado en este pueblo. Estando tan lejos de ellos y tan cerca del reencuentro, me doy cuenta de lo mucho que me engañaron a lo largo de mi vida. Fui un idiota. Vendí mi alma a este lugar por un poco de fortuna, y ahora me doy cuenta de que todo fue para ayudar a unos desalmados.

>

> Sigo sin comprender como fui tan tarado de haber tomado el asunto como un puto juego, un milagro disfrazado de los delirios de un viejo tan demente que ni podía recordar el rostro de sus herederos. Solo era el amigable abrazo de la fortuna, ofreciéndome una herencia más que decente y caída del cielo con la única condición de aceptar trabajar como un esclavo en la explotación minera de Golden Valley. Como olvidar las risotadas que largaba mi estúpido hermano mientras se burlaba del anciano, diciendo que él mismo firmaría la herencia si no fuera porque las jodidas instrucciones indicaban que el escribano a cargo no podía ser el heredero. Desde su perspectiva, ¿qué mierda importaba si firmabas un contrato que te condenaba a trabajar en una mina por toda la eternidad? ¿Quién carajo era ese viejo para mandarte a esa mina? Era ilegal que un hombre que nació libre se vendiera a sí mismo. Uno no podía prostituirse de esa manera. Con la ley de mi parte, solo tenía que poner la firma y la herencia era mía. Un regalo del cielo, solo digno de aquellos que tenían a un hermano que trabajaba como el único escribano del pueblo y habían nacido con el dedo de Midas metido en el culo.

>

> Maldigo el día en que acepté esa herencia de mierda, pero agradezco haberlo hecho. Al menos pude recuperar la tienda de mi padre y trabajar en ella. Mis hijos, o más bien mis hermanos a los que llamó hijos, podrán disfrutar de una vida cómoda en la cual su única preocupación será que el país caiga en las manos de algún demente, podrán disfrutar de esa famosa y tan alejada vida del que solo da órdenes para que se cumplan. Mientras tanto, mi querida esposa podrá darse el gusto de que finalmente le terminen de romper el culo los esclavos de los vecinos, mientras disfruta de las hermosas habitaciones de mi gigantesca y gloriosa mansión. ¡Oh, qué gran vida me dio esa herencia!

>

> Una vida repleta de lujos y caprichos satisfechos, donde el amor de mi vida se la pasaba degustando los penes de mis amigos y mis hijos se la pasaban quemando mi fortuna en prostitutas. Entre tanto, yo trabajaba como un esclavo en el almacén. Va, ¿a quién engaño? Ni que pudiera quejarme, no la pasaba tan mal en la tienducha. Aunque tampoco puedo negar que ese trabajo era más por el orgullo y la memoria de mi padre que por gusto propio.

>

> No me arrepiento de la herencia caída del cielo. Claro que no. Pero Dios mío, cómo maldigo el haber tenido que pasar por todo este infierno como precio por esa herencia. Si tan solo hubiera sido tan sencillo como había dicho mi hermano.

>

> De todas formas no quiero ser hipócrita. Te agradezco mucho, Dios, por mandarme a este purgatorio y darme la oportunidad de recorrer estas calles de piedra.

>

> Me largo de este pueblo con la cabeza alta, sabiendo que mi vida fue un engaño. Pero no por ello bajaré la cabeza con vergüenza. Orgullosamente, me voy, sabiendo qué he aprendido a tolerar el engaño de aquellos que tanto me han lastimado, pero también tanto me han querido. Al final de esta larga marcha por el infierno me di cuenta de que las grandes mentiras de mi vida son a su vez mis mayores felicidades. A lo largo de toda mi vida, no he recibido ninguna mentira que me entristeciera. Y si nadie me ha mentido para cagarme la vida, es porque nadie me ha odiado de verdad.

>

> Me fui de mi casa como un hombre recto y muy querido que desconfiaba de todo el mundo, y volveré como un auténtico hijo de puta, odiado por miles y condenado al mismísimo infierno por mis actos. Pero por lo menos seré un diablo que elija creer en todo el mundo.

>

> Si mi esposa me dice que la mancha que tiene en la cara es de crema pastelera, que sea crema pastelera, aunque se haya olvidado las tortas en los pantalones del sacerdote. Si mis hijos me dicen que se van a la iglesia en dirección del prostíbulo, pues el gobernador habrá construido otra iglesia en la ciudad. Y si mis amigos me dicen que necesitan dinero para la operación de sus hijos y sus esposas terminan con tetas nuevas, pues que sus hijos se hayan sanado. ¡Ya aprendí la lección, querido Dios! Yo elijo creer en mi propia felicidad y mandar al carajo la verdad.

>

> Por eso te vuelvo a pedir que confíes en mis palabras, Abel. Me odiarás, me insultarás y me maldecirás por haberte enviado a este pueblo, pero créeme cuando te digo que, aunque nunca nos hayamos visto cara a cara, solo yo te conozco de verdad en este mundo. Ni tus padres, ni tus hijos, ni tu esposa, saben tanto como yo sé de ti, Abel. Los dos hemos sido forzados a crecer y vivir rodeados de mentiras, por lo que sé que encontrarás la paz en Golden Valley, tal como yo lo he hecho.

>

> No tengo dudas de que buscarás venganza por haberte mandado a este infierno, y si no lo haces, te aseguro que llegará el momento en que solo querrás salir de este lugar para poder matarme con tus propias manos. Pero permíteme informarte, Abel, que si algo he aprendido de Golden Valley es ser lo suficientemente astuto como para distinguir la verdad de la mentira. Desde hace años sé lo que está escondido en la caja de plata. También sé que tú lo descubrirás pronto, porque la llave y la caja están aquí, en este sótano, ocultas entre los baúles que he acumulado a lo largo de los años.

>

> Nos encontraremos en el infierno, Abe Neumann. Seas quien seas, espero que hayas sido alguien querido por aquellos que te rodean.”