La primera impresión de Abel al abrir el librito negro fue desconcertante. No se encontraban dibujos entre sus páginas y tampoco se trataba de un libro de texto. Era una agenda, pero mutilada, como si alguien hubiera intentado borrar parte de su historia. Las páginas desaparecidas evocaban secretos perdidos, mientras que las que permanecían proporcionaban únicamente un fragmento de lo que previamente había sido.
Si bien la agenda había sido sometida a un acto de censura deliberada, algunas de sus páginas permanecían intactas. Era en esas páginas donde Abel buscaba las respuestas, ansioso por descubrir los secretos más íntimos y la verdadera personalidad del hombre que había arruinado su vida.
Las primeras 27 páginas de la agenda mostraban una extraña regularidad y monotonía en su contenido. Escritas con una caligrafía prolija y ordenada, estas páginas parecían narrar una historia repetitiva, donde cada reglón detallaba las deudas de clientes. La lista se desplegaba ante los ojos de Abel como una sombra del pasado, un registro meticuloso de transacciones que había perdido su sentido hace mucho tiempo atrás:
> — Don Carlos, 10 centavos, botella de vino, pagado
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> — Angélica, 5 centavos, bolsa de caramelos, pagado
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> — Don Carlos, 1 dólar, varias compras, pagado
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> — Juan, 10 centavos, barra de jabón, pagado
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> — Juan, 50 centavos, paquete de galletas, pagado
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> — Angélica, 50 centavos, revista y lápiz, pagado
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> — Don Carlos, 20 centavos, caja de fósforos, pagado
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> — María, 1 dólar, frutas y verduras, pagado
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> — Rosa, 2 dólares, revista semanal, pagado
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> — Marta, 50 centavos, pan, pagado
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> — Pedro, 2 dólares, caja de herramientas, pendiente de pago
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> — María, 15 centavos, periódico, pagado
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> — Don Carlos,... (Seguía) …
Cada nombre, precio, producto y estado habían sido escritos en el mismo orden a lo largo de los innumerables renglones que llenaban las 27 primeras páginas. En primera instancia, era información inútil. Sin embargo, entre las líneas desdibujadas y los números borrosos, Abel detectaba un atisbo de significado oculto, una pista que lo llevaría un paso más cerca de la verdad que tanto ansiaba descubrir.
Había algo inquietante en esa aparente banalidad. La caligrafía, impecable y ordenada, contrastaba notablemente con el caos que reinaba en las páginas posteriores. Abel notó de inmediato esta discrepancia, y su mente comenzó a tejer teorías sobre el origen de la agenda y su propietario anterior. ¿Qué tipo de persona llevaría un registro tan meticuloso de transacciones triviales? Un almacenero. ¿Y por qué alguien se molestaría en arrancar las páginas de una agenda llena de transacciones? Porque esas páginas ocultaban algo más que simples transacciones.
La respuesta comenzó a tomar forma cuando Abel examinó las páginas subsiguientes. Después de las primeras 27 hojas, el caos se apoderaba de la agenda. Había páginas arrancadas, manchones de tinta censurando información y apenas unas pocas hojas sobrevivientes. Por otra parte, la caligrafía que rellenaba las últimas páginas eran un reflejo de la mente perturbada que las había escrito. Las letras se retorcían y se curvaban, como si intentaran escapar del papel que las aprisionaba. Cada párrafo era un fideo largo e inquietante, una sombra de lo que una vez había sido un mensaje claro y coherente. Sin embargo, entre el caos de la escritura, Abel vislumbraba destellos de significado, pistas que lo llevaban más cerca de la verdad que buscaba.
Tras revisar la totalidad de la agenda, Abel pudo entrever una posible explicación al misterio que envolvía el cambio repentino en el estilo de escritura: el asesino había encontrado la agenda entre los muebles de la mansión y había decidido robarla. Este descubrimiento arrojaba luz sobre el abrupto cambio en la caligrafía, ya que indicaba que las páginas iniciales probablemente pertenecían al propietario original de la agenda. Además, al observar los precios registrados en la lista, Abel notó que estaban totalmente desactualizados por la inflación, lo que sugería que la agenda tenía una antigüedad considerable, siendo tan vieja como Golden Valley.
Sin embargo, la situación no era tan simple como parecía a simple vista. Más allá de las palabras escritas en las páginas de esta antigua agenda, había otro secreto oculto, uno que no se revelaba a través de narraciones o relatos, sino que residía en la agenda en sí misma.
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La disposición de las páginas de la agenda revelaba una estructura meticulosamente armada, donde cada página parecía ser el eslabón en una cadena arreglada de antemano para que el lector lograra descifrar su significado de forma más sencilla. Eso quería decir que las páginas arrancadas no eran un simple acto de vandalismo o censura; formaban parte integral de un rompecabezas más grande. Eran una señal de que el misterio que rodeaba al librito negro era más profundo de lo que parecía a simple vista.
Al examinar las páginas arrancadas con más detenimiento, Abel descubrió que funcionaban como separadores, sugiriendo una división deliberada entre el principio, el medio y el final de la agenda. Tres secciones. Tres tipos de caligrafía diferente. Tres personas. Pero solo había un asesino. Esta revelación lo dejó perplejo. Se preguntó por qué el asesino haría esto. La respuesta era aún más perturbadora, ya que la única explicación posible era que el asesino hubiera dejado estas pistas atrás para que la policía o quienquiera que encontrará su agenda encontrara un mensaje oculto. ¿Por qué el asesino dejaría estas pistas atrás? ¿Por qué no escribir el mensaje directamente?
Tras notar esta extraña separación entre el inicio, el medio y el final de la agenda, Abel se dio cuenta de que cada sección parecía llevar consigo un significado distinto. Las primeras 27 hojas permanecían intactas, ninguna parecía haber sido arrancada a pesar de que se trataban simplemente de una lista de transacciones sin importancia. ¿Por qué estas hojas sobrevivieron a la destrucción que sufrió la agenda a manos del asesino? La razón radicaba en que simbolizaban la búsqueda de orden que cautivaba al desgraciado.
En la sección media de la agenda, Abel encontró dos páginas que parecían estar relacionadas de alguna manera, aunque la conexión era difícil de discernir. Estas dos páginas podrían contener pistas cruciales que enlazaran los eventos que precedieron a los crímenes del asesino. Pero su contenido era muy enigmático.
Finalmente, las últimas 5 hojas de la agenda eran un enigma en sí mismas. Contenían un contenido completamente diferente al resto del diario, como si fueran una anomalía dentro de su estructura. Sin embargo, Abel intuyó que debía existir alguna conexión entre estas páginas finales y las primeras del libro. Tal vez, entre la aparente mundanidad de las transacciones y el enigma de las últimas páginas, se escondía la clave para desentrañar el motivo por el cual el meticuloso asesino había guardado el librito negro junto a los dibujos.
Abel se sumergió en su investigación, hoja tras hoja, buscando desesperadamente alguna pista que pudiera arrojar luz sobre el enigma que tanto lo obsesionaba. Después de revisar las primeras 27 páginas de la agenda sin encontrar nada interesante, decidió adentrarse en la sección media, donde esperaba encontrar respuestas más reveladoras.
Con manos temblorosas, pasó a la primera de las dos páginas que conforman esta sección. Lo que encontró lo dejó perplejo. La hoja estaba titulada por un conjunto de palabras aparentemente desconectadas, pero llenas de un misterio: “Refugio y sendero, pozo principal y escalera de piedra, agua, cueva y cadáveres, el viejo Raúl, agua, cueva y cadáveres, escaleras de piedra y pozo principal, sendero y refugio”. ¿Qué significan estas frases? ¿Eran pistas clave para comprender al asesino, o simplemente el producto de una mente perturbada por sus crímenes?… Cadáveres…
Abel se encontraba en un punto muerto, sin saber qué camino tomar. ¿Debería seguir adelante y rendirse ante estas palabras sin sentido, o continuar perdiendo el tiempo, buscando un significado a aquello que carecía de tal? Decidió seguir leyendo, el tiempo revelaría las respuestas.
Afortunadamente, la continuación del relato era más coherente y sin tanto hermetismo. Sin embargo, el enigma de aquellas palabras seguía rondando su cabeza, como una sombra persistente que se negaba a desaparecer:
> “Finalmente acabé de explorar el maldito pozo y no encontré ni mierda relacionada con esa jodida llave de bronce oxidada. Pero, por suerte, me topé con un viejo minero que andaba revolviendo los cadáveres en la cueva. Tras espiarlo un poco noté que su comportamiento era el de una persona común y corriente, por lo que decidí acercarme para preguntar que buscaba entre los muertos. Fue entonces que descubrí que él también estaba perdido en este puto lugar abandonado por Dios. Y lo más irónico es que, según él, ni siquiera trabajaba en Golden Valley. ¿Qué hacía entonces en este mundo de mierda?
>
> Según el viejo, él había estado trabajando en unas montañas en Canadá. La empresa que lo contrataba lo mandó a cavar un túnel, uno que salió tan largo que lo dejó tirado acá, en este lugar de mierda. Pero eso es una puta locura, ¿no? Canadá está en la loma del culo y ni en pedo se va a cavar semejante túnel con su pico de mierda. Supongo que será otro enfermo más que pierde la cabeza por este pueblo maldito. Por más que tratara de explicarle el problema de las distancias, el viejo seguía empeñado en decirme que era canadiense. Siempre pasa lo mismo con estos tarados. Solo hay que llevarles la corriente y terminaran contándote todo lo que descubrieron, ¡qué idiotas!
>
> Tras unas palabras reconfortantes, unas palmaditas en la espalda y una sana competencia de romper las cabezas de los cadáveres, el viejo terminó largando la información que buscaba. Parece ser que la llave que busco no está dentro de este jodido pozo, pero según el viejo minero, el capataz de las minas tiene un hermoso llavero lleno de llaves y todas hechas mierdas.
>
> Supongo que ha llegado el momento de adentrarme entre las rocas. Qué alegría…
>
> Solo me queda rezar a Dios para que me proteja como lo han venido haciendo, y mientras los santos me den la astucia necesaria para no creer en las mentiras que me lleven al infierno, todo marchara como tiene que marchar.”
Después de leer repetidamente las dos carillas de esta hoja, Abel aún no lograba comprender completamente el propósito de este texto. Sin embargo, su estilo desordenado y caótico sugería que podría estar malinterpretado lo que leía, ya que era difícil descifrar la letra de este sujeto. Aun así, era crucial para Abel entenderlo, puesto que estaba escrito por la misma mano del asesino. Aunque le costó trabajo descifrarlo, finalmente llegó a una interpretación que le pareció coherente.