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02-El Cementerio Santa María

Saliendo de la estación, Abel subió las escaleras que daban entrada al subte hasta llegar a la calle. Tras lo cual el hombre pudo admirar las murallas que rodeaban el cementerio que se encontraba cruzando la avenida.

El cementerio Santa María estaba rodeado por unas largas e imponentes paredes que evitaban que las personas en el exterior pudieran curiosear lo que ocurría en el interior del mismo. Por lo demás, este cementerio no solo era antiguo, sino que era uno de los cementerios más grandes de toda la ciudad y su muralla se extendía por varias cuadras enteras.

La muralla del cementerio tenía más de 200 años de antigüedad y sus paredes estaban llenas de plantas, mientras que los pocos espacios que no tenían vegetación revelaban un hormigón lleno de grietas y grafitis, lo cual mostraba tanto la antigüedad del lugar como también el poco cuidado que se le daba a este cementerio.

En los alrededores de la muralla del cementerio se encontraba un camino rodeado de árboles tan viejos como el sitio. Lamentablemente, los antiguos árboles eran bastante grandes y sus raíces habían roto gran parte de las baldosas de este camino, por lo que las personas que buscaban ir al cementerio tenían que prestar cuidadosa atención al suelo para no tropezarse. Y para hacer las cosas más complicadas para los transeúntes, los paseadores de perros que usaban este lugar como ruta para desarrollar sus actividades solían no molestarse en recoger los excrementos de los animales, por lo que ciertamente este camino era un campo minado para aquel hombre que tuviera la tendencia de caminar sin prestar cuidado alguno.

No obstante, la belleza natural y tradicional del lugar aún atraía a una gran cantidad de personas deseosas de escapar de la ajetreada vida de ciudad, por lo que por todos lados podía verse una gran cantidad de gente haciendo ejercicio por este lugar o paseando a sus mascotas. En el camino a las puertas del cementerio, Abel se cruzó con muchas de estas personas que se encontraban corriendo por el pasto cercano a los árboles o andaban en bicicleta por la calle alrededor del cementerio, dándole vida al lugar y también en parte arruinando la atmósfera impuesta por un lugar en donde los difuntos descansan.

Tras caminar unos cuantos minutos, Abel finalmente pudo ver el gran portón del cementerio, el cual tenía la apariencia de un panteón romano: con sus grandes columnas cilíndricas y su particular techo triangular.

Al pasar por las columnas que daban entrada al cementerio, un guardia se acercó y le preguntó a Abel:

—¿Mucho gusto a qué persona desea visitar?

—Ana Weber—Respondió Abel.

El guardia sacó su celular y escribió el nombre comentado por Abel en su teléfono. Al ver que la mujer estaba en la base de datos del cementerio, el guardia comentó:

—Perfecto, ¿Podría pasarme su carnet de identificación?

Abel le dio sus documentos al guardia y por su parte, el guardia anotó la fecha de ingreso y el número de identificación del carnet de Abel en una aplicación que tenía en su celular.

Acto seguido, el guardia le devolvió el documento a Abel y con una sonrisa, comentó:

—Puede pasar, señor Neumann.

Abel tomó el documento y continuó caminando por el camino del cementerio, sin prestarle mucha atención al procedimiento de rutina para entrar al cementerio.

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Al igual que el camino que daba entrada a este lugar, el sendero interno del cementerio estaba en bastante mal estado y la mayoría de tumbas habían sido abandonadas por el paso del tiempo encontrándose con las cruces rotas y torcidas.

Mientras que por otro lado, el pasto del cementerio parecía no ser cortado nunca, por lo que era complicado identificar las tumbas ocultas en los jardines. Y de las pocas tumbas aún visibles que había entre el pasto, sé notaba la desagradable verdad de que muchas de las placas de bronce que identificaban a las tumbas fueron robadas hace un buen tiempo. Otras tumbas fueron incluso más desafortunadas y habían sido destruidas por personas con mucho tiempo y poco respeto hacia los muertos.

Abel no se sorprendió por el mal estado de este lugar, sabía que el gobierno de la ciudad había expropiado este cementerio a la iglesia hace medio siglo solo para terminar abandonándolo a su suerte al no darle un solo centavo de presupuesto a este sitio histórico de la ciudad, por lo que realmente era bastante complicado para las personas que trabajaban en este sitio mantener un lugar tan grande en buenas condiciones sin el suficiente dinero. Esa actitud de abandono por parte del estado terminó provocando que lo que debía ser un lugar de descanso para los muertos y de consuelo para los vivos, se terminara convirtiendo en un basurero y en un paraíso para adolescentes con ganas de romper cosas.

Sin embargo, esta parte del cementerio era la más antigua, por lo que Abel no se molestó en meterse en el pasto alto para buscar entre estas tumbas desprolijas, sino que fue a la parte más moderna del cementerio donde se colocaban los cadáveres de su época. Para lograr eso, Abel se dirigió al subsuelo del cementerio utilizando unas escaleras bastante grandes.

Bajando las escaleras llenas de grafitis, Abel pudo observar varios pasillos estrechos. El piso y techo de los pasillos eran de cemento y se apreciaba que hace mucho habían perdido su pintura, mientras que las paredes del pasillo estaban compuestas por las tumbas que las personas venían a visitar.

Las tumbas modernas de la ciudad, lejos de lo que uno podría imaginarse, eran parecidas a un casillero: con una sola tapa de metal en su frente y una placa de identificación en el medio; siendo muy similar a lo que uno puede encontrarse en una morgue, pero el espacio de estas casillas era mucho más reducido y optimizado. En consecuencia, miles de tumbas podían hallarse en cada una de las paredes de estos estrechos pasillos.

Por lo que la cruel realidad era que el lugar de descanso para los muertos de este siglo se parecía más a una caja de sardinas que a una tumba tradicional; lo cual irónicamente era un lugar de entierro bastante correcto para las personas de este siglo, las cuales solían vivir como dichos pescados; todos en cardumen y nadando con velocidad hasta la muerte, sin frenar nunca a preguntarse por qué se encuentran nadando.

Como todo en el lugar, los pasillos estaban en pésimas condiciones: los techos estaban rotos, gotas de agua caían constantemente de las paredes y la gran mayoría de lámparas no funcionaban o funcionaban parpadeando constantemente.

No cabe duda que esta atmósfera era propia de una película de terror y lo cierto es que los pasillos llenos de tumbas darían bastante miedo si no fuera porque muchas personas venían a este sitio a visitar a sus familiares fallecidos.

Abel caminó por los pasillos mientras miraba con precaución el piso del suelo, tratando de no pisar los numerosos charcos de agua o los excrementos de animales que podían hallarse por todo el lugar.

Tras caminar un rato en silencio tratando de no hacer ruido para evitar perturbar a las demás personas visitando el lugar, Abel llegó a la tumba que buscaba.

—Qué desastre...—Comentó Abel con amargura al ver la escena que tenía al frente.

Las cuatro tumbas que rodeaban a la tumba de Ana Weber, habían sido profanadas por alguien: a las tumbas le faltaban las chapas con el número de identificación y sus puertas estaban rotas, por lo que podía verse el cadáver en el interior.

Para colmo, al mirar al interior de las tumbas con curiosidad, Abel notó que alguien había introducido varias palomas muertas y excremento en el interior de los casilleros.

—Menos mal que el idiota que hizo esto no tocó tu tumba, Ana...—Comento Abel con pena mirando el número 2000443 escrito en la placa de metal.

Acto seguido, Abel ordenó con cuidado las flores que había traído y las colocó en el suelo debajo de la tumba de Ana; no obstante, antes de que el hombre levantara nuevamente la mirada, notó que había una carta tirada en el piso.