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40 - Los 10 dibujos (3)

Hacía ya un buen rato que Abel había terminado de hojear el cuaderno de 100 páginas, pero la densa niebla que envolvía la mansión se resistía a desaparecer. Con la espera prolongándose, decidió matar el aburrimiento sumergiéndose en otro de los cuadernos que reposaban en los cajones del escritorio. El patrón repetitivo de las historias se desplegaba ante sus ojos de forma obsesiva, pero para su sorpresa, el artista detrás de estos dibujos demostraba una creatividad inmensa. Siempre encontraba la manera de dibujar una historia única y sin repetición para cada uno de los personajes que protagonizaban las desdichas.

El tiempo pasaba lentamente en el sótano de los Fischer, lo cual no sería un problema si la iluminación fuera adecuada. Sin embargo, la escasa luz que se colocaba por la trampilla obligaba a Abel a depender de la linterna de su celular para ver cada detalle de los dibujos. Como era de esperar, la batería de su teléfono se consumía rápidamente a medida que los dibujos iban pasando.

Abel se encontraba sumido en la tarea de revisar los cuadernos apilados. Deslizaba sus dedos sobre las páginas desgastadas, sintiendo el roce de las hojas amarillentas bajo la luz blanca de su celular. Fue entonces cuando se percató de que la batería de su celular estaba por la mitad. Una sensación de inquietud se apoderó de él al darse cuenta de que su celular no podía aguantar mucho más con este ritmo de consumo. Decidió detener su inspección momentáneamente y buscar una fuente de luz más confiable.

Con el corazón latiendo con fuerza, Abel comenzó a explorar la habitación en busca de una linterna de mano o lo que fuera que usará la persona que dibujaba en este escritorio. La ansiedad se apoderaba de él mientras imaginaba como su batería se acababa antes de tiempo, dejándolo sin más opción que abandonar el sótano. Sus ojos escudriñaban cada rincón, cada caja y mueble en busca de algún indicio de luz, mientras sus pensamientos se veían interrumpidos por el sonido de sus manos buscando entre las cajas polvorientas.

No tuvo que buscar mucho para encontrar una pequeña caja de madera colocada discretamente entre dos cajas más grandes. Aunque pasaba un tanto desapercibida debido a la falta de luz, resaltaba entre las demás por su tamaño más compacto. Además, estaba ubicada a pocos pasos del escritorio, lo que sugería que el artista no tendría que moverse mucho para alcanzarla.

Tomando la caja de madera entre sus manos, Abel la llevó consigo hacia el escritorio, intrigado por lo que podría contener. Lo que a primera vista parecía ser una simple caja reveló ser en realidad un estuche de madera antiguo y encantador. Era uno de esos estuches que emanaba un aura vintage, capaz de atraer la atención de cualquiera que los contemplara. Al abrir el estuche, Abel se encontró con el tesoro buscado: unas velas antiguas.

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“En el sótano oculto de una mansión abandonada, iluminado por la suave luz de las velas... Todo un romántico era este guía… Realmente es un lugar perfecto para inspirarse y dibujar estos macabros dibujos…” Pensó Abel, dejando que sus pensamientos fluyeran mientras sus ojos recorrían el estuche entre sus manos. Las velas estaban dispuestas con meticulosidad, alineadas de mayor a menor sobre el fondo de madera del estuche. Cada una parecía ser cuidadosamente seleccionada y colocada, como si estuvieran esperando pacientemente su turno para iluminar el lugar de trabajo.

El viudo decidió iluminar el sótano con una de las velas aún intactas, utilizando el encendedor de plata que descubrió discretamente escondido en una de las esquinas del estuche. Junto a él, reposaba un pequeño candelabro de una sola vela.

La llama parpadeante danzaba en el aire, proyectando sombras fantasmagóricas en las paredes descascaradas del sótano, creando un ambiente aún más románticamente siniestro. Sin embargo, a pesar de la atmósfera inquietante que lo rodeaba, Abel se sintió reconfortado por la luz que ahora inundaba el lugar, sabiendo que le proporcionaría la claridad necesaria para continuar perdiendo el tiempo sin agotar la batería de su celular.

Con un suspiro de alivio, Abel apagó la linterna de su teléfono móvil, consciente de que había agotado considerablemente la batería. Se maldijo por no haber considerado antes la posibilidad de encontrar una fuente de luz alternativa, pero se consoló al saber que aún quedaba la suficiente batería para hacer algunas llamadas de emergencias si fuera necesario.

Una vez más, se sumergió en el mundo de los cuadernillos, examinando cada dibujo con atención mientras las llamas de las velas bailaban a su alrededor. Los personajes parecían cobrar vida bajo su mirada, susurrando sus historias dramáticas y sus secretos oscuros que paralizaban el alma de cualquier observador. Abel se encontraba fascinado por la habilidad del artista para captar la esencia de cada una de estas “personas”, preguntándose de dónde provenía la inspiración de este hombre. ¿Se habría inventado una historia para cada turista que visitó esta mansión?

A medida que avanzaba en su exploración, una sensación de inquietud comenzó a apoderarse de Abel. No era por los dibujos, sino por el tiempo. Una cuarta parte de la vela se había consumido lentamente, pero la niebla que cubría el suelo del sótano no mostraba signos de despejarse. Abel frunció el ceño, sintiendo un nudo formarse en el fondo de su estómago mientras observaba el espeso manto que envolvía la habitación. Parecería que la niebla había venido para quedarse.