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29 - La Llegada De La Noche

En el baño de la casa, Abel encontró un baúl lleno de bidones de agua de tres litros, lo que le brindó un gran alivio. Agradeció internamente el hecho de que sus impuestos contribuyeran al presupuesto destinado a la preservación de este patrimonio histórico nacional, permitiendo a los turistas desprevenidos no tener que pegarse un viaje largo para comprar agua en los pueblos vecinos.

Con el problema del agua resuelto, Abel se dispuso a prepararse algo de comer. Decidió hacer un guiso con una lata de lentejas y porotos que había encontrado en la despensa. Utilizando la olla que había tomado de la cocina y un poco del agua del bidón, encendió la estufa de leña para calentar la comida. La experiencia de cocinar sobre el fuego de los troncos de madera evocaba un ambiente histórico que añadía un toque especial a su día. Para Abel estas pequeñas actividades cotidianas le brindaban un consuelo reconfortante.

Después de unos minutos, el guiso estuvo listo. Abel tomó un plato de metal y una cuchara de madera de la cocina, tras lo cual salió al patio para disfrutar de su comida caliente mientras contemplaba el hermoso paisaje que lo rodeaba. El aire fresco y la tranquilidad del valle contribuían a hacer de la comida una experiencia más placentera.

Al salir de la casa, observó cómo el pájaro carpintero continuaba con su diligente tarea de picotear el poste de madera, sumido en su propia rutina diaria. Abel decidió sentarse en la puerta de la casa y disfrutar de su comida en silencio, observando al pájaro y ocasionalmente echando un vistazo al pueblo fantasma. La serenidad del entorno era reconfortante, pero también empezaba a sentirse un poco inquietante.

A medida que pasaba el tiempo, Abel se dio cuenta de que la sensación de soledad se estaba tornando abrumadora. A pesar de la presencia del pájaro y los recuerdos fugaces del pueblo, la ausencia de otros seres humanos se hacía cada vez más evidente. Era extraño no escuchar ni siquiera el más mínimo murmullo humano en un pueblo que solía albergar guías dispuestos a entablar largas conversaciones con los turistas.

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La sensación de aislamiento comenzó a irritar a Abel. Observar al pájaro picoteando en silencio ya no era suficiente para distraerlo de la inquietante atmosfera que rodeaba al pueblo minero. Sacó un papel amarillento finamente doblado de su bolsillo, tratando de encontrar algo que lo distrajera, aunque fuera solo un recuerdo o una nota escrita.

Al abrir el mapa y examinarlo con mayor detenimiento, Abel quedó impresionado por el cuidado con el que estaba elaborado. Al levantar la vista hacia el pueblo en la distancia, pudo notar que la gran mayoría de los detalles del lugar estaban representados de manera precisa en el mapa. Esto lo hacía bastante conveniente como guía para explorar la zona. Sin embargo, notó con cierta molestia que el mapa estaba bastante marcado, con una gran cantidad de cruces rojas que dificultaban la identificación de ciertos detalles.

—Supongo que comenzaré esta travesía en el lugar que me es más significativo…—Murmuró Abel para sí mismo mientras observaba la mansión de los Fischer marcada con un círculo rojo en el mapa. Levantó la cabeza y trató de divisar la mansión en la distancia, pero se dio cuenta de que, según el mapa y sus recuerdos, la misma estaba un poco alejada del pueblo donde vivían los mineros. Lo cual tiene sentido, ya que a los Fischer no les gustaría convivir con los trabajadores, prisioneros y esclavos que trabajaban en este pueblo.

El viento nocturno soplaba enfriando la comida de Abel mientras él comía con lentitud. Finalmente, el sol se había puesto en el horizonte, anunciando la llegada de la noche. Con la oscuridad acechándolo, Abel terminó su comida y se levantó para aprovechar los últimos rayos de sol que se escapaban en el horizonte. Limpió su plato y dejó todo como lo había encontrado, preparándose para partir nuevamente en su aventura al día siguiente.

Dándole una última mirada al pájaro carpintero que picoteaba en el poste de madera, Abel se preguntó si seguiría molestando durante toda la noche o si se detendría una vez que llegara la oscuridad. Aunque podría asustarlo para ahuyentarlo, la belleza del pájaro hacía difícil tomar una decisión tan drástica. Con paciencia, decidió entrar en la casa, esperando que el pájaro finalmente lograra atrapar al insecto que tanto perseguía y así poder descansar tranquilamente.