Al igual que el primero, el último baúl era un mueble de madera en decadencia. Su tamaño era más modesto y lo hacía semejante a una maleta de mano. Estaba envuelto en una densa capa de hongos coloridos que parecían haber encontrado un hogar confortable en su superficie. La madera estaba desgastada por el tiempo, pero esta aparente fragilidad no le restaba encanto, sino que añadía a un aura de misterio y antigüedad.
El baúl parecía estar arraigado al suelo, como si hubiera sido plantado allí deliberadamente hace siglos. El musgo que trepaba por sus paredes contribuía a esta ilusión, extendiéndose en ondas sinuosas que sugerían una expansión más allá de lo físico. Era como si el baúl estuviera vivo y fuera parte de la tierra misma que lo sostenía.
Este baúl presentaba un inconveniente desagradable, razón por la cual Abel lo había dejado para el final de su búsqueda. Aunque el mecanismo de apertura parecía estar en perfectas condiciones y la tapa mostraba signos de ceder, una cerradura antigua frustraba todos sus intentos de abrirlo por completo. Por lo que para acceder al contenido del baúl, era obligatorio encontrar la llave que abre la cerradura.
El viudo no se dejó abatir por el problema. Recientemente, había descubierto un llavero repleto de llaves tan antiguas como el propio baúl. Tomó un par de hojas en blanco del escritorio y las utilizó como cobertura para evitar que los restos de carne podrida contaminaran sus manos mientras manipulaba las llaves. Con cada intento, experimentaba una mezcla de ansiedad y anticipación, preguntándose si alguna de las llaves encajaría en la cerradura.
Después de varios intentos fallidos, Abel comenzó a sentirse frustrado. Cada clic de la llave al girar en la cerradura era una promesa rota, una señal de que aún no había encontrado la llave correcta. Sin embargo, se negó a rendirse, sabiendo que la caja de plata estaba al alcance de sus manos si persistía lo suficiente. Finalmente, cuando la paciencia de Abel estaba a punto de agotarse, una de las llaves encajó con un suave crujido, moviéndose en la cerradura con un giro suave y satisfactorio. Un sentimiento de triunfo lo invadió, pero su alegría fue efímera. Al intentar abrir la tapa del baúl, esta no cedió en absoluto; la llave que creía ser la correcta resultó ser una falsa promesa. Abel se sintió engañado y frustrado, probando el resto de las llaves con desesperación hasta que ninguna quedó por probar. La verdadera llave no se encontraba en este llavero, lo que significaba que su búsqueda aún estaba lejos de llegar a su fin.
Abel frunció el ceño, sintiendo cómo la impaciencia crecía en su interior. Desde la pequeña abertura que se formaba al intentar levantar la tapa, pudo atisbar lo que parecía ser la dichosa caja de plata en el interior del baúl, o al menos había algo que brillaba como la plata al ser iluminado por la luz de su celular. La proximidad de su objetivo solo aumentaba su desesperación por encontrar una manera de abrir el baúl.
Sin éxito en su búsqueda de otra llave en los cajones del escritorio, Abel se vio obligado a enfrentar la realidad de que la solución a su dilema no se encontraba en el sótano. Con un suspiro resignado, volvió su atención una vez más al baúl.
“Ya causé un gran alboroto, si hubiera alguien cerca hace tiempo se hubiera presentado. Con lo deteriorados que están los tablones, podría intentar romperlos con las manos y abrir un hueco lo suficientemente grande como para alcanzar la caja…” Reflexionó Abel, consciente de lo absurdo que resultaba que el asesino dejará la caja de plata encerrada bajo una llave imposible de obtener. Desde su perspectiva, ¿qué tipo de persona lo incitaría a obtener un objeto y no le proporcionaría las herramientas necesarias para acceder a él? Quizás la frustración que sentía en este momento formaba parte de los retorcidos planes del malvado criminal.
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Después de meditar la idea varias veces, más para convencerse de llevarla a cabo que para evaluar su viabilidad, Abel finalmente se decidió a actuar. Se inclinó para inspeccionar los tablones cubiertos de hongos y musgos en busca de uno que pareciera más débil que los demás. No tardó mucho en encontrarlo, y con determinación, tiró con fuerza del tablón seleccionado.
*Cluuunk*… Con un estruendo estridente, la mitad del tablón cedió ante la fuerza de Abel, revelando un agujero lo suficientemente grande como para introducir la mano. Alterado por el ruido que había provocado, Abel se quedó inmóvil, observando con cautela la trampilla en el techo. Todo permaneció en silencio, como si el mundo entero aguardara expectante las decisiones de un hombre perdido en su propia imaginación.
Sintiéndose un tanto idiota por lo nervioso y paranoico que se encontraba, Abel contempló el trozo de tablón que tenía en su mano con una mezcla de ironía y autocrítica.
—Quizás, solo quizás, sería una buena idea dejar de destrozar las cosas en este pueblo, ¿no te parece, amigo? —Murmuró el viudo para sí mismo, reconociendo su propia imprudencia. Aunque sabía que el sótano estaba abandonado y era desconocido incluso para los guías de Golden Valley, era evidente que seguía cometiendo los mismos errores una y otra vez sin detenerse a pensar dos veces en las consecuencias.
Abel se agachó y trató de introducir la mano por el agujero que había creado. La tarea resultó ser más ardua de lo anticipado; los hongos y la madera podrida obstaculizaban su camino. Sin embargo, después de varios intentos y algunos forcejeos, logró sentir el frío metal de la caja. Su corazón dio un salto de emoción, pero pronto se vio enfrentado a un obstáculo insuperable: la caja era demasiado grande para pasar por el estrecho agujero.
Con resignación, Abel retiró la mano del baúl y observó el agujero con una mezcla de tristeza y frustración. Una sonrisa irónica se formó en sus labios al darse cuenta de cómo su destino lo empujaba a destruir todo a su paso en este día. Y ya que el destino lo llamaba a hacerlo, ¿quién era él para negarse?
Decidido a no dejarse vencer por el obstáculo, Abel tomó el tablón de madera adyacente al que había roto y lo arrancó con fuerza.
*Clunk*… El tablón se partió en dos, ampliando el espacio disponible, pero aún no lo suficiente para sus propósitos. Sin detenerse, se lanzó hacia el siguiente tablón cercano.
*Clunk*… Una vez más, el tablón cedió ante su fuerza, pero la apertura seguía siendo demasiado estrecha.
*Clunk*…*Clunk*…*Clunk*… Los trozos de madera fueron arrancados del baúl uno tras otro, hasta que finalmente Abel pudo meter la mano por el agujero y extraer una hermosa caja de plata. Una sonrisa triunfante se dibujó en el rostro de Abel, iluminando su expresión con el brillo del éxito. Después de una búsqueda llena de obstáculos y desafíos, finalmente había alcanzado su objetivo. Ante él yacía la codiciada caja de plata, reluciendo en la tenue luz del sótano abandonado.
Sin embargo, la sonrisa de Abel se desvaneció rápidamente, reemplazada por una expresión de puro terror. Sus oídos captaron el inconfundible crujido de ramas siendo apartadas en la superficie. Un escalofrío recorrió su espalda mientras la realidad de la situación se hacía evidente: ¡habían sido descubiertos, alguien estaba atravesando los arbustos! El corazón de Abel comenzó a latir con fuerza, el sonido retumbando en sus oídos como un tambor de guerra, mientras su mente se aceleraba tratando de encontrar una salida ante la inminente amenaza.