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23 -El papel doblado

Afortunadamente, el viaje transcurrió sin mayores contratiempos. A pesar de la extenuación que implica recorrer una distancia tan larga en moto, Abel logró llegar a su destino tal como lo había hecho en viajes anteriores. El paisaje había pasado lentamente ante sus ojos, una mezcla de carreteras interminables y cultivos cambiantes que dejaban tiempo para la reflexión.

Al llegar al estacionamiento justo antes del cartel que indicaba el límite para el paso de los vehículos, Abel notó de inmediato una diferencia con respecto a su anterior visita: había turistas presentes en el pueblo en esta ocasión. Un grupo de cuatro vehículos estaban estacionados en las cercanías del cartel, una señal inequívoca de que el pueblo abandonado no estaba tan desierto como recordaba.

Aunque no era común que la gente visitara Golden Valley en estas fechas, Abel no se sorprendió demasiado. El revuelo y la publicidad generados por el caso del asesino serial habían despertado un interés considerable en el país, y era de esperar que muchas personas encontrarán una excusa para explorar el pueblo minero abandonado.

Después de unos momentos de reflexión sobre dónde estacionar, Abel optó por dejar su moto bajo la sombra de un árbol cercano, un poco apartado de los otros vehículos. Tras asegurar su moto con un candado y dejar su casco guardado, se dispuso a buscar la pequeña maleta de plástico donde guardaba la pistola que le habían regalado. Sabía que llevar la caja original al pueblo sería imprudente, ya que era demasiado reconocible a simple vista y podría llamar la atención de manera no deseada. Además, sacar el arma de la maleta en caso de emergencia sería un inconveniente. Por lo que la caja se quedaría escondida en la moto.

Antes de abrir la caja, Abel ojeó por última vez el estacionamiento. No había una sola alma en este lugar, por lo que era una buena oportunidad para guardar el arma entre sus ropas, sin alterar a ningún observador curioso.

*Cliiik*… Abel abrió la maleta de plástico, pero su expresión cambió rápidamente a una de preocupación marcada, mientras una oleada de desesperación recorría su cuerpo de pies a cabeza. ¡La pistola no estaba donde debía estar!

Sus manos revolvieron frenéticamente el contenido de la maleta, pero el arma seguía sin aparecer. Solo encontró el colchón de polietileno que protegía el arma, los accesorios y las cajas de munición en su lugar designado. Sin embargo, la pistola brillaba por su ausencia.

El rostro de Abel se tornó sombrío, marcado por la preocupación y una creciente sensación de vergüenza. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido de haber perdido algo tan importante como una pistola? No solo había sido un regalo de alguien que se preocupaba por él, sino que si esa pistola terminaba en manos de algún desquiciado, el pobre anciano que se la había regalado terminaría en serios problemas.

La mente de Abel trabajó frenéticamente, tratando de recordar si había cometido algún error al empacar o al inspeccionar la maleta durante su estadía en la casa de campo. No encontró respuestas claras, solo el eco ensordecedor de su propia estupidez. Aunque intentó mantener la compostura, en su interior sabía que esta vez la había cagado de verdad.

“¿Qué pasaría si los que encontraban la pistola eran un grupo de niños traviesos que exploraban la casa abandonada, y uno se pegaba un tiro por error? ¡Sería una tragedia, Abel!” Se repetía el viudo en su mente, mientras una sensación de desamparo se apoderaba lentamente de él, mucho más profunda que cualquier miedo a los supuestos fantasmas o vampiros que habitaban el pueblo maldito de Golden Valley.

La imagen de niños traviesos, jugueteando con un objeto tan peligroso, se dibujaba vívidamente en su mente, alimentando su sensación de impotencia. Abel supuso que había cometido el error de no guardar el arma en la maleta después de practicar con ella durante su estadía en la casa de campo. Pero tampoco podía regresar a buscar la pistola: ¡Eran 12 horas de viaje en moto!

Abel revisó el área donde había estacionado en un intento desesperado de comprobar si la pistola se le había caído al piso mientras se atormentaba buscándola. Pero fue inútil. La cruel realidad golpeó con fuerza: Se había olvidado la maldita pistola.

En primer lugar, a Abel nunca se le había cruzado seriamente por la mente que necesitaría usar el arma; por lo tanto, la valoraba más como un gesto de generosidad que como un salvavidas. En segundo lugar, la mente del viudo estaba completamente absorbida por otros pensamientos, inmerso en la espiral de pequeñas alegrías y grandes tristezas de su vida. Era comprensible que, en medio de esa confusión mental, Abel hubiera olvidado guardar la pistola.

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Desafortunadamente, el viaje de regreso a la casa de campo era un trayecto largo. La única manera de que Abel pudiera recuperar el regalo sería revisitar la casa de campo en su viaje de regreso.

“Solo estaré unos pocos días, a lo mucho un par de semanas” Pensó Abel, reflexionando sobre la situación. Considerando que era muy poco probable que alguien encontrara la pistola perdida en tan poco tiempo.

En busca de un milagro, Abel comenzó a verificar minuciosamente si la pistola realmente no estaba en la caja. Lo primero que hizo fue revisar si el arma no estaba adherida al techo de polietileno, pero como era de esperar, se dio cuenta de que eso era demasiado bueno para ser verdad. Luego, intentó retirar la parte inferior del polietileno, en caso de que por alguna extraña razón la pistola estuviera oculta allí para evitar problemas en caso de una inspección policial. Sin embargo, como Abel recordaba correctamente, nunca se había molestado en hacer eso, por lo que era imposible que el arma estuviera en ese lugar. A pesar de ello, la desesperación a menudo conduce a acciones poco lógicas, y Abel incluso consideró retirar toda la capa de polietileno en busca del arma perdida. Una ilusión vana, una esperanza vacía, la pistola indudablemente estaba perdida.

Para sorpresa de Abel, su desesperación dio sus frutos. Debajo del polietileno, descubrió un “tesoro” escondido: un papel cuidadosamente doblado. El contenido del papel seguía siendo un misterio, pero su color amarillento indicaba que tenía cierta antigüedad. Parecía haber pasado mucho tiempo dentro de la maleta, ya que los bordes doblados estaban tan pegados entre sí que uno dudaba si el papel había sido planchado antes de ser escondido.

Aunque el papel estaba doblado y su contenido seguía siendo un enigma, unas palabras estaban escritas en las hojas amarillentas, sobre un símbolo que Abel pudo reconocer de inmediato: la cruz de San Benito.

Con cuidado, Abel dejó el papel amarillento en la maleta de plástico y sacó un objeto de uno de sus bolsillos. Sin necesidad de buscar mucho, extrajo un llavero de plata con la cruz de San Benito grabada en él. Observándolo detenidamente por unos instantes, Abel acercó el llavero al papel amarillento y confirmó su sospecha: el papel tenía dibujada la cruz de San Benito.

Aunque no entendía su significado, Abel intentó recordar si había escuchado algo sobre esta cruz en particular, pero no pudo recordarlo. Recordó vagamente que el llavero de plata le fue regalado por su padre en su primera comunión hacía ya muchos años, pero nunca se había detenido a pensar en su significado. Abel nunca había prestado mucha atención al asunto y solía llevar el llavero simplemente porque era un regalo de su padre y porque era estéticamente bonito.

Maldijo el hecho de no haberle preguntado a su padre en algún momento el significado de esta cruz. Lamentablemente, en medio de una zona rural prácticamente despoblada, era obvio que no tendría cobertura de internet en su celular para buscar información.

Al intentar buscar el significado en línea, confirmó con pesar su corazonada: no tenía acceso a internet en esta área. Sin embargo, no todo era desalentador. Debajo del símbolo aún quedaba un mensaje escrito, y afortunadamente, la letra seguía siendo bastante legible a pesar de estar escrita a mano. Decía lo siguiente:

> Por caminos que anhelas, no siempre hallarás lo que deseas,

>

> Las verdades que buscas, a menudo ocultan sus sorpresas.

>

> El dolor que soportaste, teje en tu alma una sombra,

>

> Y la pérdida que te envuelve, a estas tierras se aferra.

>

>  

>

> Sea quien seas, retrocede por el camino conocido,

>

> Pues las verdades que albergas, en tu interior han florecido.

>

> En tu viaje de regreso, hallarás que el dolor te ha nutrido,

>

> Y aquello que has perdido, te será devuelto, aunque transformado haya sido.

>

>  

>

> No busques cambiar tus verdades caminando por este sendero,

>

> Abraza cada experiencia, incluso lo que consideraste un mito.

>

> Las lecciones del pasado, te guiarán hacia un futuro distinto,

>

> Donde encontrarás el tesoro de lo perdido, en un nuevo recinto.

>

>  

>

> Permite que el fluir de la rima te guíe en su compás,

>

> Acepta su melodía, con lo complejo y lo fugaz.

>

> Así, encontrarás la alegría de no encontrar un final,

>

> Y en la sinfonía de la vida, tu esencia brillará audaz.

>

> N.D.S.M.D.

Las palabras resonaban en la mente de Abel como un eco lejano de un mundo desconocido. Cada línea parecía llevar consigo un mensaje oculto. La misteriosa firma al final del mensaje, “N.D.S.M.D.” «Nón Draco Sit Mihi Dux» («El demonio no sea mi guía») , añadía un toque de misterio adicional, dejando a Abel preguntándose sobre su significado y origen.