Pasaron semanas desde la trágica pérdida de Clara, y Abel se encontraba regresando del crematorio. El día había sido agotador, especialmente al ver a los padres de su esposa en tan mal estado. Ahora, solo anhelaba descansar en soledad.
A pesar de todo, Abel decidió seguir viviendo en su casa. La insistencia de su padre y la necesidad de preparar las maletas para su próximo viaje a Italia lo motivaron a no irse a vivir con sus padres nuevamente. Su madre lo convenció de ir a visitar el lugar donde había pasado su luna de miel con Clara. Quizás en Italia podría asimilar su partida y encontrar fuerzas para comenzar de nuevo, como el viaje a Golden Valley lo ayudó tras la pérdida de Ana.
—Próxima estación: Museo de Ciencias Naturales.
Abel se quedó observando el cartel luminoso que anunciaba la próxima estación en un estado de aturdimiento. Perdido en sus propios pensamientos y en lo agitado que había estado su mundo estos días.
Pero su mente no tardó en reactivarse cuando su mirada se vio interrumpida por una anciana elegante y coqueta. El cabello blanco, los diamantes en los aretes y el collar de perlas la hacían destacar. Sus llamativos anteojos circulares parecían querer contar una historia que el mundo nunca se había tomado la molestia de escuchar.
La anciana, con una sonrisa amable, indicó que deseaba el asiento.
Abel la miró con aturdimiento, provocando la incomodidad de los presentes que miraban como una grave falta de respeto que no se levantara y cediera su lugar de inmediato. Pero la mente de Abel estaba en otro lado. Al mirar a la anciana, sintió un extraño déjà vu ¿La había visto antes a esta señora?
Notando la mirada de los demás pasajeros de reojo, Abel comprendió su falta y se levantó con lentitud, preguntando de forma semiautomática:—¿Quiere sentarse, señora?
—Le agradecería si me diera el asiento, señor —Respondió ella.
Abel se levantó de su asiento e intercambió lugares con la señora. Estando parado observó a la anciana de arriba a abajo, Abel juraría que había visto a esta mujer antes en este mismo subte hace unos cuantos años.
La anciana sintió la mirada del viudo y mencionó:
—¿Está bien, señor? Lo notó cansado…
—Sí, sí… —Respondió Abel, aturdido— Acabo de tener un déjà vu.
—Mire usted qué interesante —Comentó la anciana con ganas de conversar con alguien— ¿Acaso le recuerdo a alguien familiar?
—No creo que se parezca a nadie que conozca… —Respondió Abel, intrigado por los anteojos redondos de la anciana.
—Quizás esta situación te recuerda algo que habías olvidado… —Sugirió ella con una sonrisa amable— O tal vez algo que has tratado de olvidar.
—Puede ser… últimamente, quiero olvidarme de muchas cosas… —Confesó Abel, exhausto. Las tragedias lo habían agotado, y enterrar todo su pasado para empezar de cero parecía la mejor opción que tenía por delante.
—No es bueno olvidarse de las cosas por completo… —Advirtió la anciana— A veces, distorsionamos los recuerdos al intentar borrarlos y eso nos lleva a repetir los mismos errores una y otra vez.
—A estas alturas de mi vida, recordar todo como si fuera una historia de fantasía me parecería el paraíso …—Respondió Abel lanzando una sonrisa triste—Al menos en los cuentos de hadas los protagonistas siempre terminan con finales felices.
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—Pero fingir que nada ocurrió es injusto —Replicó la anciana con desaprobación— ¿Te gustaría ser recordado como alguien que nunca fuiste? No hay peor destino para el hombre triste, que ser recordado como un hombre alegre.
—Supongo que tiene razón, señora. Pero me es imposible negar que olvidar ayuda más de lo que me gustaría admitir…—Dijo Abel, no parecía estar muy convencido de las palabras de la anciana.
—¿Qué es lo que deseas olvidar, joven? —Preguntó la anciana, su voz suave pero cargada de curiosidad.
—Es… complicado —Respondió Abel, eligiendo cuidadosamente sus palabras— He perdido a muchas personas que amaba profundamente y no sé cómo seguir adelante si la vida me sigue tratando de esta manera.
La anciana asintió, como si entendiera más de lo que Abel estaba dispuesto a revelar.
—Las pérdidas nos marcan, ¿verdad? —Dijo ella— Pero no siempre es sabio olvidar esas marcas. A veces, los recuerdos son como hilos que nos atan al pasado. Si los cortamos, podríamos perder algo más que el dolor.
Abel frunció el ceño ¿Qué estaba insinuando la anciana? ¿Por qué esas palabras dulces le habían dolido tanto?
—¿Qué quieres decir?
—No hay duda que a lo largo de la vida uno va adquiriendo una gran cantidad de secretos que deben permanecer enterrados…—Dijo la anciana con una sonrisa irónica, como si ella misma ocultara muchas cosas que estaba planteándose llevar a la tumba—Y por supuesto, también uno adquiere una gran cantidad de verdades que preferimos no recordar. Pero escucha atentamente lo que me enseñó el tiempo: A veces, el olvido es más peligroso que la memoria, es mejor dejar las cosas escondidas dentro de uno mismo, no olvidarlas para siempre.
—¿Por qué me hablas de todo esto? No es como si yo pudiera olvidarme todo mi pasado de un día para el otro por voluntad propia —Preguntó Abel, tomándose a la ligera el amable consejo de la señora.
La anciana se inclinó hacia él, sus ojos brillando con una luz inhumana, y aunque su apariencia seguía siendo la de una simple anciana, sus palabras resonaban con un aire inquietante.
—Porque tú tienes muchos secretos enterrados, Abel… —Susurró— Y si no tienes cuidado, esos secretos que has olivado te consumirán.
Abel la miró, confundido:
—No entiendo ¿A qué te refieres?
La anciana sonrió, y se explicó:
—Hay secretos escondidos en nuestra memoria y memorias que preferimos olvidar. Pero a veces, esos secretos son la clave para entender nuestra existencia. No los olvides.
Abel sintió un escalofrío ¿Estaba hablando de Clara? ¿De Ana? ¿Qué secretos podría haber en sus recuerdos?
—¿Quién eres realmente? —Preguntó Abel, su voz apenas audible. El subte se movía con un ligero temblor, como si también estuviera atrapado en la conversación.
La anciana se inclinó hacia él, su aliento olía a tierra húmeda y carne podrida:
—Soy solo una viajera, joven —Dijo— Una que le gusta escuchar buenas historias. He escuchado a muchas personas a lo largo de las décadas. Y tú, Abel, tienes una historia peculiar.
—¿Qué historia? —Preguntó el viudo, sintiendo que el aire se volvía más denso. Mientras el murmullo del subte se enmudecía y los demás pasajeros desaparecían como si fueran personajes sin importancia.
La anciana señaló hacia la ventana del subte, donde las luces parpadeaban como estrellas distantes formando un hilo luminoso:
—Tus recuerdos están entrelazados con los de otras personas —Dijo— Y hay un hilo que conecta tus pérdidas. Un hilo que se extiende más allá de lo que está a la vista. Pero los has olvidado, Abel. Y estás a punto de repetir los mismos errores nuevamente.
—No entiendo —Murmuró Abel, hipnotizado por esas palabras.
—Estación: Museo de Ciencias Naturales.
—Recuerda, Abel, olvidar el pasado es malo, sí, sí que lo es… Pero ya habiendo cometido el error… —Sonrió la anciana con una sonrisa distorsionada que mostraba que no quedaba un solo diente en su boca — No todo el pasado deben ser desenterrado… A veces, es mejor dejar que sigan creciendo en la oscuridad. Donde no molesta a nadie.
Abel asintió hipnotizado, aunque sus dudas persistían. Sin despedirse, salió del subte. Las personas se movían como un cardumen hacia las escaleras guiándolo hacia la salida. El viudo se quedó mirando a la multitud, mientras se preguntaba si estas personas se movían pensando en sus pasos o todas estaban más preocupadas por sus propios pensamientos como a él le ocurría en estos momentos.
Luego de mirar un rato, Abel se unió al cardumen y comenzó a caminar con pasos lentos y cansados hacia las escaleras del subte. La anciana miró su espalda desde la ventanilla, hasta que el subte abandonó la estación. Pero el viudo nunca se dio la vuelta para verla nuevamente, parecía que sus palabras no habían llegado a conmover su desgastado corazón.