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55 - La mansión de los Fischer

La ausencia de decoraciones extravagantes, como cuadros y esculturas, indicaban que esta área de la mansión probablemente era donde vivían los antiguos criados de la mansión, y no sus antiguos dueños. El pasillo era sencillo y funcional y a lo largo del mismo había varias puertas cerradas que presumiblemente llevaban a otras habitaciones. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Abel fue el extremo derecho del pasillo, donde este giraba abruptamente. Allí se encontraba una gran ventana, pero había un detalle de no menor importancia, la misma estaba completamente abierta. El aire fresco de la madrugada entraba por ella, trayendo consigo una brisa que arrastraba algo de niebla al interior de la mansión. La niebla se extendía lentamente sobre la alfombra roja en el suelo, otorgando al pasillo un toque misterioso y casi encantador.

“¿Quién abrió la ventana? ¿O estuvo abierta todo el tiempo y no me di cuenta? No, eso es imposible. Estoy nervioso, agotado mentalmente y algo asustado, pero definitivamente no estoy tan ciego como para pasar por alto semejante detalle” Reflexionó Abel mientras miraba por el pasillo con histeria, tratando de encontrar al guía que podría haber abierto la ventana mientras él permanecía en el dormitorio.

No había nadie además de él.

El pasillo permanecía en un inquietante silencio, solo roto por el melancólico aullido del viento que se filtraba por la ventana abierta. La niebla que se colaba con el aire fresco le daba al lugar un aura fantasmal, acentuando su sensación de vulnerabilidad. Abel respiró profundamente, tratando de calmar su corazón desbocado, pero la incertidumbre seguía oprimiendo su pecho. La sensación de que algo no cuadraba en esta mansión se intensificaba con cada segundo que pasaba en la misma.

Miró cada una de las puertas del pasillo con desconfianza. “Debe estar cerca”, pensó. Sabía que debía moverse con rapidez hacia la ventana abierta, pero también con la máxima cautela. Un solo paso en falso podría delatar su presencia.

El viento helado que entraba por la ventana abierta parecía morderle la piel, recordándole la urgencia de su situación. No podía permitirse el lujo de quedarse inmóvil, pero el miedo lo estaba paralizando. Con un esfuerzo titánico, Abel comenzó a moverse nuevamente, sus pasos eran tan ligeros como los de un gato tratando de cazar a su presa. Se acercó lentamente a la ventana, sus ojos no dejaban de escanear el pasillo en busca de cualquier señal de peligro.

“¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué estoy exagerando tanto en este asunto? Estoy actuando como un niño con miedo a la oscuridad y a las sombras. No es como si los guías fueran a atraparme para matarme, solo me pondrían una multa. Tendría que hacer un trámite engorroso en la comisaría y unas cuantas semanas de trabajo comunitario… sí, solo es eso” Pensó Abel, intentando convencerse de que sus temores eran irracionales.

No lo logró.

Su mente estaba atrapada en el miedo de lo que había descubierto en el sótano, en la inquietante posibilidad de que hubiera un cómplice del asesino aún merodeando por estos pasillos. Lo que inicialmente era una aventura de exploración se estaba convirtiendo en un juego peligroso de gato y ratón, donde los ratones no sobrevivían si no eran lo suficientemente astutos para burlar la mirada del gato.

El eco de sus propios pasos resonando en la alfombra le hacía imaginar que alguien más lo seguía, alguien que conocía cada rincón de esta mansión mejor que él. Sentía que el aire se volvía más denso, que el frío de la mañana no era solo el resultado de la ventana abierta, sino una señal de algo más peligroso que lo estaba observando desde la espalda.

“¿Y si realmente hay alguien más aquí?” Pensó el viudo, pero no había nadie, solo su sombra.

Finalmente, llegó a la ventana. El viento frío le golpeó el rostro con fuerza. Miró hacia atrás una vez más, asegurándose de que el guía no estuviera a la vista. La ventana abierta era su única esperanza, pero también un riesgo enorme. Si saltaba, podría hacer ruido y alertar al guía. Si no lo hacía…

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Sin embargo, cuando finalmente se propuso tomar una decisión, Abel se detuvo abruptamente. No saltó por ella como había planeado, sino que se quedó inmóvil, mirando hacia la esquina donde terminaba el pasillo. Desde esta posición, pudo ver a una figura vestida con ropa arcaica, similar a la que usaría un antiguo criado de la mansión. Al instante, Abel supo que esta persona era el guía que había abierto la ventana, la única persona con la que no quería encontrarse en este lugar.

Para su fortuna, el guía estaba inmóvil, mirando fijamente la pared al final del pasillo, como si admirara una obra de arte invisible. Abel no podía comprender qué estaba haciendo el guía mirando bobamente los tablones de madera, pero claramente no tenía intenciones de acercarse para averiguarlo. Aprovechando que el guía le daba la espalda, Abel comenzó a retroceder con sumo cuidado, procurando hacer el menor ruido.

Un vistazo rápido por la ventana abierta le mostró que abajo se encontraba el patio, pero también un rosal lleno de espinas afiladas como navajas. Saltar por esta ventana implicaba atravesar un rosal, una tarea difícil y peligrosa, especialmente sin llamar la atención del guía que estaba a unos pocos pasos. Abel sabía que solo un personaje de un videojuego podría realizar tal hazaña sin fracasar. Y él era Abel Neumann, no Solid Snake.

La sensatez le dictaba que lo mejor era volver al oscuro túnel y esperar allí un rato hasta que el guía saliera de esta parte de la mansión. Con lo grande que era la mansión, era improbable que el guía permaneciera mucho tiempo en esta área específica. Además, considerando que nada de lo que había intentado hasta ahora había salido bien, era mejor ser paciente. Lo más prudente era ser cauto cuando la fortuna no estaba de tu lado.

Con una última mirada a la ventana, Abel se dirigió nuevamente hacia el dormitorio, preparado para regresar a su escondite. Con cada paso que daba, el ligero crujido de los tablones amortiguados por la alfombra resonaba en sus oídos como si fueran trompetas. Sin embargo, Abel no se permitió perder la compostura. Sabía que, para salir de este lugar, necesitaba mantener la mente clara y la determinación firme.

Con lentitud, Abel retrocedió paso a paso, notando en el proceso que el guía parecía estar embobado mirando la pared, como si algo se le hubiera perdido en el interior de la misma. Aprovechando esta distracción, Abel logró pasar desapercibido y se alejó de la esquina y, por tanto, del guía. Con sumo cuidado, midió cada una de sus pisadas para hacer el menor ruido posible, y finalmente llegó hasta la puerta del dormitorio en donde se encontraba el túnel oculto. Pero entonces surgió un problema…

“¿Por qué mierda fui tan idiota de cerrar la puerta? ¿La cerré yo? ¿Por qué la habría cerrado? ¡No! ¡Yo no la cerré! Pero nadie más pudo haberlo hecho. Ningún guía pasó por este pasillo, o me habría visto caminando en puntitas de pie como un idiota y se habría cagado de risa… ¿Me habré olvidado que la cerré?… Sí, estoy muy nervioso” Pensó Abel mientras colocaba su mano en el picaporte de la puerta del dormitorio y, con la destreza de un gato, la abría haciendo el menor ruido posible.

*Cliiink*…

El gato no fue tan silencioso como le hubiera gustado y la puerta rechinó ligeramente al abrirse, provocando que Abel se diera la vuelta bruscamente, temeroso de que el guía hubiera notado el ruido. Sin embargo, desde su posición solo podía ver la ventana abierta y la niebla mística que se filtraba a través de ella. Parecía que el ruido no había sido suficiente para llamar la atención del atontado guía.

Maldiciendo lo oxidadas que estaban las bisagras de la puerta, Abel entró en la habitación y, una vez dentro, cerró la puerta con aún más cuidado, evitando que el molesto ruido volviera a aparecer. Una vez dentro, y sintiéndose un poco más seguro, se dirigió lentamente hacia el armario donde se encontraba la trampilla.

Fue entonces cuando el destino pareció distorsionarse para complicar la vida del viudo. Al llegar al armario, donde se suponía que había una trampilla oculta que conducía a un túnel subterráneo, Abel se dio cuenta de que no había absolutamente nada más que una alfombra en el piso del armario.

¡La trampilla había desaparecido!

El shock lo dejó inmóvil por unos segundos. La realidad se estaba desmoronando a su alrededor, y lo que antes parecía un plan sólido ahora se desvanecía en el aire. Abel respiró hondo, intentando no dejarse llevar por el pánico. Su mente trabajaba rápidamente, buscando una nueva solución en medio de la confusión.

—Esto no puede estar pasando… —Murmuró para sí mismo, luchando por mantener la compostura. Se acercó al lugar donde recordaba que estaba la trampilla, examinando minuciosamente la alfombra y el suelo bajo ella, esperando encontrar algún rastro, algún indicio de que no todo estaba perdido.

Pero no había nada. El lugar que debía ofrecerle seguridad y un escondite había sido devorado por la mansión misma, dejándolo sin opciones evidentes. La desesperación comenzó a infiltrarse en sus pensamientos, pero Abel sabía que no podía permitirse ceder ante ella. Necesitaba encontrar otra manera de salir de este sitio sin alertar al guía.