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33 - Pausa

El viento soplaba débilmente, agitando la niebla que se aferraba al paisaje con su misteriosa presencia. A pesar del infernal silencio que reinaba en el sendero, el tiempo seguía avanzando implacablemente, extendiendo la caminata del viudo hasta convertirla en una travesía interminable. Segundos se convirtieron en minutos, y pronto el temor de que horas enteras se perdieran en aquel laberinto de neblina se apoderó de la mente de Abel.

Cada paso que daba lo alejaba más del pueblo abandonado, pero también lo adentraba más en la incertidumbre de su destino. La tentación de regresar por donde había venido, lo asaltaba en cada esquina de su mente. Tenía la corazonada de que se había pasado de largo el estacionamiento en medio de la espesura de la niebla. No obstante, regresar significaba enfrentarse a las consecuencias de su estupidez.

“¿Dónde está la ruta?” Pensó Abel para sí mismo. Había pasado más de una hora caminando, y aún no había encontrado ni rastro del estacionamiento. La lógica dictaba que lo había pasado por alto y había continuado de largo. Pero si ese fuera el caso, debería haberse topado con la ruta por la que había venido. Sin embargo, la carretera brillaba por su ausencia. Y no era que fuera fácil perderse una ruta con lo larga que era.

“¿Qué hago?” Se preguntó Abel en un pensamiento desesperado, girando sobre sí mismo en un intento inútil por traspasar la densa cortina de niebla que lo rodeaba. Sus ojos escudriñaron el suelo a su alrededor con cuidado, buscando cualquier indicio que pudiera guiarlo en la dirección correcta.

“Estoy siguiendo un sendero, eso es seguro” Pensó, observando cómo la vegetación parecía evitar crecer sobre el camino que transitaba. “Pero este sendero está descuidado, abandonado” Continuó en su mente, notando cómo los arbustos parecían luchar por ganar terreno invadiendo el camino. “El sendero al estacionamiento estaba cuidado, ordenado, se notaba que era transitado periódicamente” Concluyó, comprendiendo que había sido traicionado por sus propios instintos y ahora se encontraba perdido en un sendero distinto al que pensaba.

Tras meditar su situación, Abel se sumió en un silencio reflexivo, tratando de sopesar las opciones que se le presentaban. Se sentía como un náufrago en medio del océano, sin rumbo, sin dirección. Pero a pesar del miedo que lo embargaba, se negaba a abandonar la racionalidad. El temor a la multa pendiendo sobre su cabeza lo incomodaba, por otro lado, la idea de perderse en medio de la naturaleza, expuesto a los peligros que acechaban en el valle, lo llenaba de un temor aún mayor. Entre arriesgar su vida o pagar un puñado de papeles coloridos y enfrentar un trámite engorroso con la policía, la elección era clara para un hombre sensato como él.

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—Ah… Golden Valley, en qué gran lío me has metido…—Suspiró Abel, observando con resignación cómo el sendero se perdía entre la espesura de la niebla. Con madurez y aceptación, decidió dar media vuelta y emprender el camino de regreso al pueblo.

“Si Dios está de mi lado, el guía estará perdiendo el tiempo buscándome por el estacionamiento cuando regrese al pueblo” Pensó Abel con resignación, tratando de infundirse valor mientras observaba con atención el sendero que se extendía ante él. Sus pensamientos eran un intento de calmar el miedo oculto en lo más profundo de su corazón, el temor de perderse en el sendero de regreso al pueblo.

Los segundos se convirtieron en minutos, y los minutos rozaron las horas mientras Abel seguía caminando, perdido en sus pensamientos y en el laberinto de neblina que se negaba a desaparecer. El fenómeno natural empezaba a intrigarlo, aunque como hombre de ciudad, Abel no sabía hasta qué punto era común encontrarse con una neblina tan densa en estas latitudes del país.

El viudo recordaba haber visto niebla durante su luna de miel, pero nunca había sido tan densa y persistente como en este momento. Recordaba cómo Ana se había maravillado con la atmósfera misteriosa y hermosa que la niebla confería al pueblo, pero, como era de esperar, esta siempre se disipaba antes de que el sol se alzara completamente en el cielo.

—Mmm, ¿qué diablos es eso?…—Se preguntó Abel en voz alta, saliendo de su ensimismamiento provocado por los dulces recuerdos de su luna de miel. La extrañeza se debía a una silueta familiar que se escondía entre la niebla. Sin embargo, a diferencia de la silueta del guía que lo perseguía, esta parecía ser la de un objeto inanimado. El único problema era que, si el sendero que seguía era realmente el camino de regreso al pueblo, entonces la presencia de ese objeto era una anomalía que no tenía sentido en su camino de regreso.

Abel frunció el ceño, tratando de discernir con claridad la forma que se dibujaba entre la niebla densa. No podía estar seguro, pero la figura parecía ser una especie de estructura sólida y rectangular que se alzaba en medio de la neblina. La incertidumbre lo invadió mientras se acercaba lentamente. Con cada paso, la forma se hacía más definida, revelando contornos que sugerían una estructura hecha por el hombre. ¿Qué podría ser?