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31 - El protagonista

Intrigado y un tanto nervioso, Abel examinó con detenimiento el mensaje tallado en la madera. Las palabras estaban marcadas con trazos toscos, pero legibles, como si alguien las hubiera inscrito rápidamente con un cuchillo de cocina.

“¿Quién pudo haber hecho esto?” Pensó Abel, sintiendo un nudo en el estómago mientras intentaba procesar lo que veía. La atmósfera del lugar parecía cargada de un aura inquietante, como si el mismo pueblo estuviera tratando de comunicar algún mensaje oculto a través de aquel extraño grabado en la madera.

Lo que estaba escrito en la tabla de madera no era un mensaje convencional ni un dibujo común. Más bien, se trataba de lo que parecía ser un poema. La idea de que alguien se hubiera tomado el tiempo y el esfuerzo de tallar un poema en aquel lugar oculto solo aumentaba su desconcierto.

Abel se quedó leyendo el poema durante un buen rato. No porque su significado fuera particularmente complicado de entender, sino más bien porque estaba escrito con una extraña torpeza. Se notaba que quien lo había tallado había puesto bastante empeño en el trabajo, pero carecía de habilidad en el arte de tallar madera. Muchas palabras estaban mal escritas o desordenadas, como si el autor hubiera perdido el hilo de sus pensamientos al grabarlas. Parecía el poema de un preso que nunca pisó un colegio, o el de un adolescente borracho con ganas de expresar al mundo lo que sentía por la eternidad, o incluso el mensaje de alguien tan agotado mentalmente que apenas recordaba cómo escribir.

El viudo intentó reconstruir el posible mensaje que alguien quiso transmitir tallando aquel poema en el cartel de bienvenida. Con cada palabra mal escrita y cada línea desordenada, la sensación de misterio y desconcierto crecía en su interior. Las letras torpes y los errores gramaticales parecían contar una historia de desesperación y confusión, como si el autor estuviera luchando por plasmar sus pensamientos en la madera, pero su mente estuviera demasiado atormentada para hacerlo correctamente. ¿Qué mensaje quería transmitir este misterioso poeta frustrado? ¿Se trataba de una advertencia, un lamento, o tal vez una confesión de los pecados del pasado? La incertidumbre lo envolvía mientras intentaba desentrañar el enigma que aquel poema representaba.

Notando lo silenciosas que estaban las calles de Golden Valley, Abel se sintió más seguro de que los guías del pueblo no vendrían a molestarlo, por lo que decidió recitar en voz baja el poema, tratando de capturar la esencia original que el autor había intentado transmitir, a pesar de los errores y la confusión en la escritura:

> No olvidemos, si del infierno queremos escapar,

>

> antes, nuestra condena deberemos afrontar,

>

> me temo que nuestros actos nos llevaron al gran final.

>

> Más no temas la sentencia,

>

> pues la muerte no es lo que nos espera,

>

> aunque evitarla signifique una tragedia.

>

> Golden Valley oculta cruelmente nuestra verdad,

>

> que tú ansías descubrir y desentrañar.

>

> Y yo deseo olvidar

Las palabras resonaron en el aire, envolviendo a Abel en un aura de misterio y melancolía. Aunque la estructura del poema era imperfecta y las frases estaban deformadas por la mano torpe de su autor, la profundidad de su significado no pasaba desapercibida.

Abel reflexionó sobre cada línea, tratando de discernir el mensaje oculto detrás de aquellas palabras entrelazadas. ¿Qué significaba realmente la advertencia sobre enfrentar nuestra condena antes de escapar del infierno? ¿Y qué secretos guardaba el pueblo minero, esa entidad cruel que escondía la verdad que tanto ansiaba descubrir y desentrañar?

Abel sintió un escalofrío recorrer su espalda al tocar la talladura en la madera. La confirmación de que su sospecha era correcta le golpeó como un puñetazo en el estómago. La sensación bajo sus dedos confirmaba lo que había temido desde el primer momento: aquel mensaje había sido grabado hacía muchísimo tiempo. No había ni una sola astilla en las zanjas de las letras, la coloración de la entalladura coincidía con la de la madera, y la entalladura parecía haber sido suavizada por el paso del tiempo en la intemperie.

—Sería interesante saber quién dejó esto aquí…—Murmuró Abel para sí mismo mientras inspeccionaba el poema tallado en la madera. La pobre calidad de la escritura sugería que podría haber sido tallado por alguien con escasos conocimientos, quizás un legado dejado por un prisionero que había cumplido su condena picando piedras de la mina hasta la muerte.

Pero mientras releía el poema una vez más, un pensamiento fugaz cruzó su mente, llenándolo de náuseas y odio: “Tal vez fue escrito por ese desgraciado”. La idea cobraba fuerza en su mente, como una sombra oscura que se alzaba desde las profundidades de su conciencia. Era más que probable que así fuera. El poema no solo emanaba un aire de condena, sino también una presunción de superioridad. Era una sentencia impuesta por un juez invisible, como si su autor se considerará el gran protagonista de una historia no contada, mientras que el resto de las personas eran simplemente actores secundarios, destinados a satisfacer sus caprichos y cumplir sus roles predefinidos. Era como si aquel individuo se viera a sí mismo como el centro de un universo donde los demás eran meros instrumentos para enriquecer su propia historia, sin importar el dolor o el sufrimiento que causara en el camino. Era la manifestación de un ego desmedido, de una egolatría que trascendía los límites de la cordura y la empatía.

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El autor te habla de un infierno, que no es más que la manifestación de la crueldad de sus caprichos. Luego, te presenta una condena, la cual él imparte creyéndose poseedor de una superioridad moral que justifica todas sus acciones. Finalmente, te revela que son tus propios actos los culpables de haberte conducido al infierno donde serás condenado. Él se desentiende de cualquier responsabilidad; no son sus caprichos los que te torturan, sino tus propias acciones las que te han llevado a este estado desesperado.

La mente de Abel se sumergió en un mar de recuerdos turbios, recordando los crímenes, los caprichos y los fetiches de mierda que habían llevado a aquel desgraciado a cagarle la vida a tantas familias inocentes. Cada palabra del poema resonaba como un eco de las víctimas, clamando por justicia desde las sombras del olvido.

El autor te asegura con una alegría casi burlona que no temas la condena, pues desde su trono se cree poseedor de una voz tan poderosa que puede aliviarte del sufrimiento que te atormenta. Luego, te ofrece una chispa de esperanza, narrándote que la muerte no espera, que aún tienes posibilidades de escapar, que la vida podría volver a sonreírte y quizás puedas reencontrarte con tu familia, quienes te buscan desesperadamente desde fuera del infierno en el que te encuentras. Pero con una malevolencia absoluta, el autor te seduce indirectamente a buscar la muerte como una vía de escape de la tortura. Evitar la muerte se convierte en un desafío adictivo, doloroso, una rebelión contra sus caprichos. Y un mero personaje secundario no puede ir en contra de los deseos del protagonista de esta gran historia. Por eso, te advierte sobre la tragedia que enfrentarás si intentas evitar el destino final de tu condena.

Abel frunció el ceño, su mente conectando los puntos con una claridad dolorosa. El enfermo mental probablemente había incluido esas frases debido a sus sádicas torturas, su retorcida obsesión por arrancar la última chispa de esperanza de sus víctimas antes de extinguirla para siempre. Era un pensamiento nauseabundo, pero no podía apartarlo de su mente.

Finalmente, llegamos al gran final. El poema narra la desesperación de todas las víctimas de este macabro autor. Es la imagen de ver a aquel que te sedujo en tu viaje a Golem Valley riéndose desde lo más alto, observándote desde su pedestal mientras te cuenta burlonamente cómo este pueblo es capaz de borrar cualquier rastro de búsqueda. No importa cuánto se desesperen tus familiares, cuánto lloren tus seres queridos; nunca podrán encontrarte en este infierno. Toda verdad queda sepultada entre las calles adoquinadas del pueblo minero. Cada piedra se transforma en una lápida esperando una víctima a la cual honrar.

Luego, el autor vuelve a insinuarse en tu mente, recordándote que como mero personaje secundario, ni siquiera tienes derecho a pensar tus propias ideas. Cómo condenado, te insta a buscar desesperadamente una forma de escapar, a desentrañar el secreto del pueblo. Una cruel burla. En realidad, no puedes marcharte de Golden Valley; estás atrapado en el infierno que el autor ha creado para ti en este lugar.

Abel apretó los puños con rabia contenida. Era una referencia directa al modus operandi del desgraciado, la forma en que había engañado a tantas personas con sus mentiras retorcidas y sus manipulaciones viles. Era la cruel verdad de saber que habías sido engañado por un malparido, una verdad que cortaba más profundo que cualquier instrumento de tortura.

Lo más trágico de todo es el desgarrador final del poema, donde el autor revela un atisbo de conciencia sobre sus crímenes. Admite que lo único que le importa es olvidarse de los crímenes que cometió para volver a cometerlos una y otra vez. Su gran historia no puede tener un final tan abrupto, siempre es necesario que otro personaje secundario termine en el infierno para que la historia pueda repetirse, para que él pueda sentir el glorioso poder que le otorga verse a sí mismo como el gran protagonista de los eventos que ocurren en este pueblo abandonado por Dios. Es un ciclo interminable de horror y sufrimiento, donde las almas inocentes son sacrificadas una y otra vez en el altar de su egoísmo y depravación.

Abel apretó los dientes con fuerza, una ira abrasadora ardiendo en lo más profundo de su ser. Podía visualizar al desgraciado, sonriendo con su sonrisa retorcida mientras grababa estas palabras cargadas de ironía. ¿Cómo podía alguien ser tan retorcido, tan depravado? La idea de que alguien pudiera disfrutar del sufrimiento ajeno le hacía hervir la sangre en las venas.

Recordando que su hija había desaparecido y que el asesino serial era el gran culpable, Abel no pudo sacar de su mente la idea de su hija siendo torturada por este enfermo mental hasta que el infeliz lograra grabar en su infantil mente el mensaje que acabó con su inocente vida. Con ese pensamiento ardiendo en su pecho, el viudo tuvo el impulso de romper el cartel de bienvenida en pedacitos y arrojarlo a la estufa de leña para admirar cómo desaparecía la irónica advertencia dada por este desgraciado.

La cordura del hombre civilizado desaparece cuando se le toca lo que ama. Y nuestro protagonista no era la excepción a la regla. Con los ojos rojos de la rabia, el hombre sacado de sí mismo no se contuvo en darle varias patadas al cartel de madera, arrancando varios trozos en el proceso. La madera se resquebrajaba bajo el impacto de su ira, sus golpes resonando entre la niebla como truenos de venganza.

Cada patada era un grito silencioso de dolor y furia, un eco de la impotencia que lo consumía desde dentro. La imagen de su hija, indefensa y vulnerable, atrapada en las garras de aquel monstruo, alimentaba las llamas de su rabia, convirtiéndola en un incendio incontrolable que amenazaba con consumirlo todo a su paso.

*Crush*… Un crujido atronador resonó cuando el cartel se partió por la mitad. A pesar de ello, la expresión de asco y odio en el rostro del viudo no disminuyó en lo más mínimo. Sus acciones hablaban por sí solas. Con violencia, se abalanzó hacia el cartel en el suelo y agarró una de las mitades con determinación. Parecía decidido a no detenerse hasta ver con sus propios ojos cómo el cartel era reducido a cenizas por la estufa de leña en la cocina.

Cuando Abel levantó la mitad del cartel del suelo, una especie de demencia se reflejaba en sus ojos, una llama que amenazaba con consumirlo por completo si no encontraba una salida. Pero la ira que había ardido en su mirada desapareció de repente, como si le hubieran arrojado un balde de agua helada. Su cuerpo se quedó inmóvil, petrificado, como si hubiera visto un fantasma. Pero lo que contemplaba era aún más aterrador que el espíritu de un difunto: tras la espesa niebla de la mañana, se vislumbraba la silueta de una figura humana, ¡y esta persona se dirigía directamente hacia él!