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37 - El sótano

El sótano de la mansión de los Fischer se sumía en una oscuridad sofocante, envolviendo cada rincón en un manto de misterio. A medida que Abel descendía por las escaleras, el aire se volvía más espeso, impregnado con el olor desagradable de la humedad entremezclada con madera podrida. El crujido de los escalones resonaba en las paredes carcomidas, creando una atmósfera ominosa que enfriaba hasta el corazón del hombre más valiente. Con cada paso que daba, Abel se sumergía más en la oscuridad del sótano. La niebla lo acompañaba como una mascota fiel, filtrándose a través de la trampilla abierta mientras envolvía los escalones de madera con su presencia fantasmagórica.

Finalmente el viudo alcanzó el sólido suelo del sótano, dejando atrás los peligrosos escalones que parecían a punto de desmoronarse bajo sus pies. Una sensación de alivio lo invadió al sentir tierra firme bajo sus botas, alejándose de la incertidumbre que habían representado los escalones desgastados.

Una vez en el interior de la habitación, Abel pudo distinguir los detalles de la escalofriante habitación donde se había adentrado. La penumbra se aferraba obstinadamente al sótano, apenas disipada por la débil luz que se filtraba desde la trampilla entreabierta sobre la que Abel había descendido. Si no fuera por la poderosa luz de su celular, realmente no se podrían distinguir entre cajas y monstruos acechando entre las sombras. La niebla se había adelantado, abriéndose paso a medida que se deslizaba por el suelo en espirales serpenteantes, envolviendo los muebles en una bruma etérea y distorsionando las formas de sus sombras.

Las paredes estaban cubiertas de hongos y humedad, sus vetas retorcidas contaban cada detalle de la historia del abandono que habían sufrido este sótano. El aspecto deteriorado de las paredes revelaba años de descuido, en marcado contraste con las paredes exteriores de la mansión que habían tenido que ser restauradas en algún momento de la historia del pueblo. El suelo del sótano presentaba un estado aún más lamentable. La mayoría de las tablas de madera habían sido devoradas por insectos, dejando la tierra desnuda y expuesta a la vista. Mientras que los pocos tablones restantes emitían un crujido inquietante que parecía llenar la habitación con un eco siniestro.

El entorno del sótano parecía sacado de una película de terror. Sin embargo, la mente racional de Abel se negaba a sucumbir al dramatismo, disipando cualquier fantasía de presenciar fantasmas y vampiros que pudieran estar escondiéndose entre las cajas dispersas por la habitación. Por el contrario, experimentaba una grata emoción al contemplar el estado deteriorado del lugar. Sentía que había tropezado con un secreto oculto de la mansión de los Fischer, uno que pocos conocían.

La habitación era bastante chica y apenas superaba el tamaño de un dormitorio convencional. En su interior solo había unos pocos muebles: un escritorio con su respectiva silla, algunas cajas de madera y un par de baúles viejos y desgastados.

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“¿Cuál será el propósito de este cuarto?” Pensó Abel, desconcertado por los objetos que había descubierto. Si solo hubieran sido cajas, podría haber pensado que se trataba de un almacén secreto, quizás utilizado para el tráfico de bienes ilegales o para proteger objetos de valor. Sin embargo, la presencia de un escritorio en medio del sótano añadía una capa de misterio que no encajaba con esa explicación. Además, dadas las condiciones del lugar y la época en que se construyó el pueblo minero, era poco probable que alguien hubiera decidido instalar un espacio de trabajo en un sótano sin apenas iluminación.

Abel se acercó al escritorio y deslizó la palma de su mano sobre la superficie de la madera. Mientras el polvo se desplazaba bajo sus dedos, notó que la madera del escritorio estaba bien conservada a pesar de su suciedad, sin rastro de humedad ni el deterioro causado por los hongos que habían invadido el resto de la habitación. Esta observación solo fortaleció su sospecha inicial: alguien había colocado este escritorio aquí recientemente.

Decidido a desentrañar el misterio, Abel se dirigió hacia las cajas y baúles dispersas por el sótano, sintiendo la intriga crecer dentro de él a medida que examinaba las diferencias en su aspecto y construcción.

Al examinar las cajas, Abel observó la simetría de los clavos y el buen estado de la madera, lo que le indicó que eran de fabricación más moderna que los baúles. Estos últimos mostraban signos evidentes de desgaste y deterioro, al igual que las paredes, el suelo y la escalera del sótano.

“Uno de los guías que trabaja en esta mansión colocó estos muebles aquí, pero ¿por qué razón lo habrá hecho? Es incómodo trabajar en este lugar…” Pensó Abel, dejando que sus pensamientos llenaran el silencio opresivo que envolvía la habitación.

Decidido a desentrañar el misterio que rodeaba el escritorio de madera, Abel desvió su atención hacia él. Sus ojos escudriñaron cada centímetro de la superficie, absorbidos por los detalles que lo conformaban. La madera de tono oscuro y pulida con esmero sugería una relativa modernidad. Aunque de dimensiones compactas, el mueble albergaba dos cajones, ofreciendo un espacio potencial para el almacenamiento de diversos objetos. Sin embargo, la superficie del escritorio permanecía desnuda, desprovista de cualquier indicio de actividad reciente. No había rastro de libros apilados, papeles dispersos, ni siquiera había un simple lápiz descansando sobre su superficie.

Abel prefirió explorar primero el cajón derecho del escritorio, confiando en que podría hallar alguna pista que arrojara luz sobre su propósito o sobre quién lo había utilizado por última vez. Extrajo el cajón, y quedó sorprendido por lo que encontró en su interior. Una organización meticulosa se desplegaba ante sus ojos, cada objeto colocado con precisión y cuidado, como si cada elemento tuviera su lugar predeterminado en este pequeño rincón del mundo.

—Parece que el dueño de este escritorio tiene una obsesión con el orden… —Murmuró Abel para sí mismo, mientras admiraba la meticulosa disposición de los objetos dentro del cajón.