Con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, Abel avanzó con paso vacilante. El susurro del viento entre los árboles resonaba en sus oídos, añadiendo una nota de tensión al ambiente ya cargado de misterio. Finalmente, al llegar al final del sendero, la vista que se presentó ante sus ojos lo dejó sin aliento.
Ante él se alzaba una valla de madera envejecida y gastada. Cada tablón de madera estaba en pésimas condiciones, algunos cubiertos de musgo, otros invadidos por hongos, prácticamente todos rotos. Era evidente que esta valla había sido abandonada y descuidada durante años, ya que apenas cumplía su función de delimitar la propiedad frente a él.
Observando la valla durante unos instantes, Abel comprendió la gravedad de su situación. No recordaba haber visto esta valla de madera y tampoco recordaba haber visto ninguna parte del pueblo con vallas de madera; las pocas que recordaba estaban construidas con piedras extraídas de la mina. Intentó recordar, tratando de descubrir su ubicación actual, pero los años transcurridos desde su última visita habían borrado esos detalles de su memoria.
—Algo está mal en todo esto…—Comentó Abel, escudriñando el suelo con atención. Sus sospechas se confirmaron al darse cuenta de que el sendero conducía directamente a la valla, como si fuera el camino natural a seguir. Sin embargo, no había ninguna puerta en la valla, y esta se extendía a ambos lados hasta perderse de vista en la densa niebla, planteando interrogantes: ¿Por qué había un sendero que conducía a este lugar? ¿Quién transitaba con tanta frecuencia por aquí? Ya que si no nadie lo usaba, el sendero no existiría; hace tiempo la naturaleza se hubiera encargado de borrarlo. Dado que el sendero era usado, ¿por qué nunca se molestaron en construir una puerta en la valla o al menos quitar algunos tablones para facilitar el paso?
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Con la mente llena de preguntas, Abel decidió intentar levantar alguno de los tablones para ver si podía abrir un camino a través de la valla. Sin embargo, los tablones estaban húmedos, pesados y cubiertos de musgo, lo que dificultaba cualquier intento de moverlos. Temiendo aumentar sus problemas rompiendo otro “patrimonio histórico”, desistió de la idea de abrirse paso usando la fuerza y continuó su inspección. Finalmente, descubrió dos tablones rotos lo suficientemente anchos como para permitirle pasar por debajo agachándose con cuidado.
Siguiendo su instinto de supervivencia, decidió continuar por este sendero, asumiendo que el camino lo llevaría a un lugar más seguro que estando perdido en el medio del valle. Temía quedar desamparado si sucedía algún accidente; una fractura en la pierna por resbalarse con una piedra o un encuentro con una serpiente oculta entre los arbustos podría resultar en un final trágico. La idea de quedarse solo en medio de la niebla, incapaz de pedir ayuda, lo llenaba de ansiedad y preocupación. No estaba en la ciudad y en este pueblo los accidentes eran muy caros, extremadamente caros.
El hombre se deslizó por el estrecho espacio entre los tablones, evitando lastimarse mientras cruzaba al otro lado de la valla. Una vez al otro lado, se aseguró de no perder el débil rastro del sendero en el suelo, notando cómo el pasto parecía más pisado, indicando que no estaba solo en este lugar inhóspito.
Abel reanudó su lenta caminata, esperando que tras este sendero encontrara un refugio seguro donde pudiera resguardarse hasta que la niebla finalmente se disipara.