Con su moto cuidadosamente estacionada y todos los preparativos hechos, Abel se encontraba parado en el umbral del sendero que conducía al pueblo abandonado de Golden Valley. La entrada del sendero se extendía ante él como la boca de una bestia antigua, ansiosa por devorar a quien se aventurara dentro. Abel se sentía atrapado entre el deseo de explorar y la creciente sensación de peligro que lo envolvía.
Las palabras del viejo vaquero habían dejado una marca indeleble en la mente de Abel. Aunque había intentado ignorarlas, ahora le resultaba imposible fingir que no había sido afectado por las múltiples advertencias, cada una más inquietante que la anterior.
“¿Debería seguir adelante o dar media vuelta y regresar a casa?” Se torturaba Abel, luchando por encontrar la respuesta adecuada. Su instinto le gritaba desde lo más profundo de su ser que lo que estaba a punto de hacer era una locura, pero también se aferraba a la esperanza de encontrar respuestas y cerrar el capítulo doloroso que había marcado su vida durante tanto tiempo.
Con un suspiro cargado de resignación, Abel dejó que sus ojos recorrieran el camino que se extendía hacia el horizonte. La duda y la preocupación se reflejaban en su rostro, mientras luchaba por encontrar la fuerza necesaria para enfrentar lo que fuera que aguardaba en las profundidades del pueblo abandonado.
—Incluso si suena como una tontería…—Murmuró Abel para sí mismo, tratando de disimular su creciente preocupación. Sus palabras resonaron en el silencio que envolvía el estacionamiento, añadiendo un eco sombrío a su tormento interno.
Abel contempló los autos estacionados por el lugar, buscando alguna señal de peligro entre ellos. Sin embargo, todos parecían ser vehículos comunes y corrientes, sin indicios de pertenecer a alguien que representara una amenaza para él. Todos los autos estaban en buen estado. Algunos tenían calcomanía de familias, otros de perritos. Los había con patentes nuevas y con patentes más viejas. Algunos estaban limpios, mientras otros aparentaban que habían atravesado un viaje exótico para llegar al pueblo. Autos ordinarios y no mucho más.
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Una sensación de alivio momentáneo se apoderó del viudo, pero pronto fue reemplazada por la amarga ironía de sus propias palabras:
—El gran culpable ya fue condenado…—Murmuró Abel con un tono irónico y forzado, tratando de convencerse a sí mismo de que estaba seguro— Pero aún hay que lidiar con los fantasmas y vampiros…
El viento susurraba entre los árboles cercanos, como si le instara a seguir adelante. Pero Abel no podía ignorar el nudo en su estómago, la sensación de peligro latente que lo envolvía. Solo era una corazonada, pero una muy intensa.
Con un suspiro resignado, Abel decidió posponer su decisión por un momento más. Retrocedió unos pasos y se apoyó contra su moto, dejando que la brisa fresca acariciara su rostro. Cerró los ojos por un instante, intentando encontrar la calma en medio del caos de sus pensamientos.
—La voz de Sofía era real, Abel… —Susurró el viudo para sí mismo, dejando que el rostro de su hija reemplaza la oscuridad, mientras sus palabras fluían y se mezclaban con el susurro de los árboles— ¿O fue una grabación?… No sé… Pero por eso también sé que tenía que venir a Golden Valley… —Una mezcla de dolor y determinación se reflejaba en su rostro mientras permanecía con los ojos cerrados—Eso no significa que el desgraciado haya ocultado sus restos aquí… La policía ya ha buscado por todas partes, Abel…—Lanzó una mueca amarga— Probablemente, no te encuentre, hija…. Solo te pido que si me estás mirando desde el cielo, puedas ayudar a tu padre a encontrar un poco de paz después de este viaje.
Las palabras resonaron en el aire, cargadas de anhelo y desesperación. Abel se aferraba a la esperanza de que su hija estuviera en un lugar mejor, libre del dolor y el sufrimiento que habían marcado su vida. Después de unos momentos de silencio, Abel abrió los ojos y miró hacia el sendero que se perdía en la distancia. Sabía que no podía quedarse parado en el estacionamiento para siempre.
Abel tomó una decisión. Dio el primer paso hacia el sendero, seguido de otro y otro más, hasta que se encontró adentrándose en la tranquilidad del camino. Cada paso era una lucha interna, pero Abel se aferraba a la esperanza de encontrar la paz que tanto anhelaba.
—Que pase lo que tenga que pasar…—Murmuró Abel con una determinación renovada, dejando que sus palabras se perdieran en el aire del campo—Pero que pase de una buena vez. No quiero darle más vueltas a este asunto ¡Estoy cansado de sufrir y mucho más cansado estoy de ilusionarme! Así que ocurra lo que ocurra en el futuro, esta será la última vez que te visite, Golden Valley…