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62 - Despensa (5)

Ante la pregunta, Martín se quedó unos minutos en silencio, pensando y reflexionando, lo cual parecieron horas para el nervioso Abel, quien creía que había terminado de ofender al demente. Finalmente, Martín rompió su silencio y comentó:

—No sé cómo Klein lo hacía, pero recuerdo haberlo visto muchas veces salvando a los animales que traía para jugar. Siempre aparecía y desaparecía cuando menos te lo esperabas, nunca dejando alguna pista de por donde se estaba escapando, era muy escurridizo. Pero tienes razón, no lo había pensado. Yo interferí en tu mundo al abrir la puerta, no obstante, eso solo fue así porque ya estaba dentro de esta habitación pensando que te encontraría aquí dentro. Cuando comencé a preguntarme si me había confundido tus instrucciones, escuché la puerta siendo golpeada. Con bastante miedo, esperé un rato, hasta que reconocí tu voz gritando desde el pasillo.

—¿Por qué tardaste tanto en abrir la puerta si reconociste mi voz? ¡Casi me matan! —Se quejó Abel.

—Hazte un favor y ponte en mi lugar por un momento, Abel. Entro a esta despensa buscando secretos y me encuentro con un hombre misterioso que aparentemente sabe mucho sobre este lugar. Me asegura que responderá todas mis preguntas y matará a Klein, pero a cambio, me pide que cuando compruebe que Klein esté muerto, regrese aquí para contárselo y de paso le entregué el dibujo raro que acabo de darte. Acepto la propuesta, tomó el dibujo y el hombre me cuenta secretos más que sorprendentes. Luego salgo de este cuarto, lleno de dudas, verificó que Klein no arruinaría más mis planes nuevamente, con felicidad, regresó a esta habitación para encontrarla completamente vacía. Entonces escuchó la puerta siendo golpeada, seguido de unos gritos desesperados pidiendo ayuda. La gran pregunta que cualquiera tendría es por qué la persona que me acaba de ayudar necesitaría ahora mi ayuda para algo tan sencillo como entrar en este cuarto. Dada tu falta de recuerdos, la respuesta ahora es obvia, pero antes no comprendía por qué me dijiste que tendría que contarte todo lo que tú acababas de contarme. Al parecer perdiste una buena parte de tus recuerdos para lograr matar a Klein.

—Pero incluso si yo te dije eso, ¿cómo sabría la fecha exacta cuando requeriría tu ayuda? ¿Y qué gano yo con todo esto? ¿Realmente quería matar a Klein? Probablemente, sería el caso si hubiera descubierto que él mató a mi hija, pero según tu descripción distorsionada de esta historia, ese viejo es el héroe de la novela y yo el villano… —Cuestionó Abel.

Martín puso las dos manos atrás de su cuello y, acomodándose contra la pared, explicó con detalle lo que creía que había pasado:

—Klein era una molestia para todos, motivos no te faltarían. Tarde o temprano, su idea de creerse un héroe capaz de salvar a todos los condenados terminaría provocando que molestara a alguien que no debía molestar, y esa persona fuiste tú. La razón exacta de tu odio hacia él la desconozco. Por lo demás, el motivo por el cual nos cruzamos en esta habitación en el momento oportuno ya te lo había explicado. En la paradoja temporal en donde vivimos, el tiempo es redundante; somos protagonistas de una historia. Los años que pasaron en tu historia son segundos en la mía, y lo contrario también pasa. Por lo tanto, no es una cuestión de tiempo, sino de que nuestras dos historias deban conectarse para progresar. Al entrar a esta habitación, nuestras historias debían combinarse en una sola por unas cuantas páginas. Lo interesante es que es un deber y no una opción. Esto dio lugar a que pasaran años desde la última vez que nos vimos en tu historia, y en la mía, esos años fueron unas cuantas horas. La primera vez que me contaste esta tontería, tenía la misma cara de incredulidad que tú tienes ahora al escucharla desde mi boca, por lo que no me molesta si me miras como si fuera un demente o un idiota… El tiempo me va a dar la razón.

—Yo no te miro como idiota, creo que estás bastante cuerdo… y que tus ideas son muy útiles para ayudarme —Comentó Abel, forzando a disimular que pensaba exactamente lo contrario a lo que estaba diciendo— Pero volviendo a lo importante, este Klein, el héroe de las historias, está muerto y por tanto, los villanos ganamos. Lo que no entiendo es cómo Klein, siendo un salvador, logró que las personas que fueron condenadas a venir a este mundo vuelvan a la realidad, ¿no estaban muertas estas personas? ¿Cómo se supone que las salvaba? Es decir, si de verdad este guía hubiera salvado a una sola alma, por ejemplo, la de una alegre niña rubia de casi siete años y de ojos celestes, entonces esa niña debería haber podido escapar de este lugar y podría haberle advertido a la policía lo que verdaderamente ocurre en este lugar maldito.

Martín negó con la cabeza, su expresión se volvió sombría y sus ojos reflejaban una ironía cruel:

—No, los protagonistas secundarios salvados por Klein no pueden escapar de este mundo. Están muertos. Lo único que hacía Klein era “salvar” sus almas de la condena impartida por los crueles protagonistas que pueblan Golden Valley. ¿Salvación? No era física; era espiritual, o al menos eso creía ese viejo idiota. Les daba una segunda oportunidad, pero no en el mundo real. Aquí, en Golden Valley, sus almas encontraban algo de paz, lejos del tormento que los protagonistas les imponían. Sus cuerpos están muertos, pero aquí, sus almas continúan, tal vez no felices, pero al menos en paz. Eso es todo lo que Klein lograba hacer. Solo te obligaba a escribir otro nombre en un papel. Eso es todo lo que ese viejo hacía. No salvó a nadie nunca.

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Abel frunció el ceño, tratando de comprender la lógica torcida de Martín.

—¿Y eso es todo? —Replicó Abel con incredulidad— Entonces, todo lo que hacía Klein era una ilusión. No salvaba a nadie en realidad, solo les daba una falsa esperanza, una paz ficticia. ¿Qué clase de salvación es esa?

Martín soltó una risa amarga:

—Exactamente. Klein se veía a sí mismo como un salvador, pero en realidad solamente prolongaba el sufrimiento de aquellos pobres desgraciados. Les daba una “paz” que no era más que una pausa antes de que el ciclo de tormento comenzara de nuevo. Se creía un héroe, pero no era más que un viejo idiota, un iluso que no entendía la verdadera naturaleza de este lugar.

—Entonces, ¿qué sentido tenía todo su esfuerzo? —Preguntó Abel, incrédulo.

—Para él tenía todo el sentido del mundo. Se creía el último baluarte de la bondad en un lugar condenado. Pero para nosotros, para los que conocemos la verdad, era solo una molestia. ¿Te das cuenta de lo absurdo que es? Creía que podía hacer una diferencia, cuando en realidad, solo complicaba más las cosas para todos. En lugar de aceptar la realidad de este mundo, Klein decidió luchar contra ella. Pero en Golden Valley, no puedes cambiar las reglas del juego. Puedes intentar, puedes luchar, pero al final, el destino de cada uno ya está sellado.

Abel frunció el ceño, intentando procesar la explicación de Martín.

—¿Entonces Klein mataba a estas almas condenadas por ustedes para evitarles una muerte peor? ¿Esa era su salvación? ¿En vez de torturarlas hasta la muerte, las mataba de un tiro?—Preguntó Abel.

—Eh… no, no creo que sea eso. Si fuera así habría visto los cadáveres de los “animales”. Lo más probable es que Klein se los llevara a “su” mundo para mantenerlos con vida, lejos del alcance de los protagonistas —Respondió Martín, igualmente dubitativo.

La respuesta no era la que Abel esperaba. En un arrebato de desesperación, se abalanzó sobre el joven, sacudiéndolo violentamente por los hombros.

—¿Dónde? ¿Dónde carajos está ese lugar donde Klein dejó a las víctimas? ¿Cómo encuentro el “mundo” de Klein? ¿Viste a una niña que se parezca a mí en ese lugar? ¿Viste a mi hija? —Gritó Abel, su voz cargada de desesperación y rabia.

Martín, manteniendo una calma sorprendente para la situación, empujó a Abel con un manotazo, haciéndolo rodar por el suelo.

—Tranquilízate y te darás cuenta de que ya sabes la respuesta. Como te mencioné, Klein murió. Tú lo mataste —Dijo Martín, con una serenidad que desentonaba con el caos de la situación.

Abel se levantó del suelo, tratando de recomponerse.

—Lo siento, muchacho, no quería incomodarte… Es… Es solo que la posibilidad de escuchar que mi hija está sana y salva en algún lugar de este pueblo me dio algo de esperanza… —Respondió Abel, con un tono más suave, sabiendo que necesitaba obtener información de este joven de forma urgente—¿Sabes por casualidad qué ocurre con el “mundo” de alguien cuando este muere?

Martín lo miró con cierta lástima.

—Si termina la historia, desaparece el mundo. Pero la misma se repite incansablemente siempre y cuando un lector quiera malgastarse en leerla. Es un ciclo sin fin

—¿Entonces, con la muerte de Klein, todos los personajes secundarios que “salvó” también murieron con él? ¿No hay historias con finales felices en las que todos vivan felices para siempre, lejos de los “villanos”? —Preguntó Abel con urgencia, su tono reflejaba una profunda desesperación por obtener una respuesta que le proporcionara algo de consuelo.

Martín se mantuvo imperturbable ante la súbita intensidad de Abel. Con un gesto que intentaba imponer calma y control, colocó nuevamente sus manos detrás de su cuello y, con una tranquilidad calculada, respondió:

—Quizás sí, quizás no. La verdad es que no lo sé. Nunca he estado en el mundo de otro protagonista, así que no tengo idea de cómo Klein manejaba esas cosas. No conozco a nadie que pueda explicarlo con certeza. Lo que puedo decirte es que no sabemos con certeza qué ocurre con los personajes secundarios cuando el “dueño” del mundo muere. Si esa es la pregunta crucial que buscabas responder al regresar a Golden Valley, entonces es algo que tendrás que investigar por ti mismo.

Martín continuó, su tono cargado de una serenidad que contrastaba con la desesperación de Abel:

—Al menos tienes una pista: Klein solía entrar en otros mundos para interferir en las historias de los demás. No es del todo descabellado pensar que podría haber una manera de hacer lo mismo. Entrar al “mundo” de Klein podría ser posible, si es que ese mundo aún existe, aunque la realidad es que nadie lo sabe con certeza. Klein está muerto, y es muy probable que su mundo haya desaparecido con él.

Martín hizo una pausa, sus ojos fijos en Abel, mientras la calma de su voz seguía desafiando la agitación de su interlocutor:

—Como habrás notado, la naturaleza de Golem Valley es un misterio. Nadie sabe exactamente qué es este lugar, por qué estamos aquí o cuál es nuestro propósito. Cada protagonista tiene su propia interpretación basada en sus experiencias individuales, y todos vivimos realidades distintas dentro de este mundo.

Martín esbozó una ligera sonrisa, como si quisiera transmitir un rayo de esperanza en medio de la incertidumbre:

—Así que, aunque ahora no tengas las respuestas que buscas, la posibilidad de encontrar algo que pueda llevar tu historia hacia un final feliz sigue existiendo. La clave puede estar en seguir explorando, en mantener la mente abierta y en buscar conexiones que quizás aún no has visto. La esperanza de un final feliz no está completamente perdida, la misma se esconde entre las sombras de Golden Valley.