Con la cabeza en otro lugar, Abel caminó con lentitud por el camino del cementerio hasta dirigirse a la salida. En la salida se cruzó con el guardia que lo despidió con una sonrisa, Abel le devolvió una sonrisa forzada y salió del cementerio rumbo a la entrada del subte.
Mientras caminaba entre los árboles y la muralla del cementerio, Abel reflexionaba sobre la carta y sobre todo meditaba sobre el lugar mencionado en la carta: Golden Valley.
Sin darse cuenta, Abel cruzó la calle y entró en el subte. Ya cuando cobró conciencia sobre qué estaba haciendo, el hombre se encontraba sentado en el subte, escuchando los murmullos incesantes de las otras personas viajando y el ruido molesto del subte avanzando sobre la vía.
—Próxima estación: Museo de Ciencias Naturales.
Al escuchar la voz robótica del subte, el hombre de forma aturdida miró al cartel iluminado en la puerta del subte indicando su destino y se quedó mirando el cartel unos cuantos minutos, hasta que Abel se dio cuenta de que alguien había interrumpido su visión.
Se trataba de una anciana de unos 70-75 años, con el pelo blanco y vestida de manera muy elegante y coqueta. La anciana tenía unos aretes de diamantes y un collar de perlas, muchos anillos con piedras preciosas se encontraban en sus dedos y tenía unos anteojos circulares bastante llamativos y exagerados. Por la gran cantidad de decoraciones y su atención en el detalle, parecía que el pasado de la anciana estaba vinculado al mundo de la moda.
La anciana miraba a Abel a los ojos como indicando que le diera el asiento, pero Abel estaba demasiado aturdido como para reconocer la mirada de la anciana.
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Por lo que la anciana terminó diciendo con voz amable:
—Disculpe, caballero, ¿podría prestarme el asiento?
—Sí, siéntese, por favor...—Murmuró Abel, aún aturdido, parándose y dejando el asiento libre para la anciana.
La anciana se sentó y desde el asiento miro la cara aturdida de Abel, que miraba a la nada misma. Acto seguido, con algo de preocupación, la anciana preguntó:
—¿Está bien, señor?, lo notó algo perdido.
—No estoy perdido, pero hace mucho que no voy por este camino a casa...—Comentó Abel mirando a la anciana, mientras se sostenía de la barra del subte para no caerse.
—Ya veo...—Comentó la anciana con ganas de conversar con alguien—Nunca está mal ir por un viejo camino, uno suele recordar historias bonitas cuando lo hace.
—Sí, uno recuerda muchas cosas...—Comentó Abel de forma aturdida—Tal vez debería tomarme la molestia de caminar más por estos caminos que hace mucho no frecuento.
—Notará que es agradable...—Comentó la anciana con una sonrisa alegre— Cuanto más pasa el tiempo, más nos olvidamos de nuestro pasado y al final solo recordamos las cosas de manera distorsionada. Pero cuando volvemos al lugar en donde vivimos ese pasado, logramos recordar el pasado como realmente fue y no como creemos que fue.
—Sí, lo estoy notando ahora mismo...—Comentó Abel pensando en el sitio mencionado en la carta que guardaba en su bolsillo.
—Cuando tengas mi edad notarás que todo te recuerda a algo...—Comentó la anciana entre risas con una sonrisa alegre y encantadora—Deberías aprovechar ahora que eres joven, cuando tengas mi edad tendrás las ganas de ir a esos sitios; sin embargo, ya no tendrás la energía necesaria para recorrer esos lugares.
—Estación: Museo de Ciencias Naturales.
Cuando Abel quiso responder a la anciana, se escuchó la voz mecánica del subte; indicando que había llegado a la siguiente estación.
—Esta es mi parada, suerte en su viaje, señora—Se despidió Abel mientras se daba la vuelta y luchaba con los otros pasajeros para poder abrirse un camino hacia la puerta del subte.
—Suerte en tu viaje, muchacho…—Comentó la señora mirando la espalda de Abel con una sonrisa.
Abel logró abrirse camino entre la multitud y salió del subte. Con pasos lentos y pocos decididos, Abel camino hacia la salida del subte para dirigirse a su casa.