Al ver cómo Abel seguía mirando la ventana de reojo, Martín no pudo evitar comentar con un tono de frustración apenas contenido:
—Mira, sé que es imposible que me creas ahora mismo, pero al menos podrías escucharme antes de salir corriendo por esa ventana. Puede que pienses que estoy loco, pero créeme, el tiempo tiene una forma curiosa de hacer que las personas entren en razón, especialmente aquellas que se aferran a sus propias ideas y creencias, ignorando la realidad que tienen delante.
Martín se tomó un momento para observar la expresión de Abel, notando la mezcla de miedo y escepticismo en su rostro. Decidió continuar, esperando que sus palabras lograran penetrar la coraza de desconfianza que rodeaba al viudo:
—Sé que todo esto parece una locura, pero hay más en juego aquí de lo que puedes ver a simple vista. Estás en un lugar donde las reglas que conoces no se aplican del todo. Antes de que decidas saltar por esa ventana y enfrentarte a lo desconocido afuera, deberías al menos considerar lo que tengo que decir. No tienes nada que perder y, quién sabe, tal vez algo de lo que diga te tranquilicé.
La intensidad en los ojos de Martín contrastaba con su tono calmado, creando un aura de urgencia que Abel no pudo ignorar. El joven, consciente de que nadie cuerdo creería sus palabras sin mostrar prueba alguna, hizo una pausa estratégica, permitiendo que sus palabras calaran en la mente de Abel.
—Piensa un poco por ti mismo. No te pido que me creas lo que tengo que decirte, pero, ¿acaso desde que viniste a este pueblo no han comenzado a ocurrir eventos sobrenaturales? ¿O particularmente extraños? ¿Exóticos? ¿Anormales? Cosas que nunca verías en tu día a día, pero acá son tan frecuentes que no dejan de aparecer.
Abel, sintiendo una punzada de duda, intentó racionalizar lo que estaba experimentando:
—Sí, pero todo es explicable. Por ejemplo, tal vez estemos en temporada de niebla, por otro lado…
Por primera vez la paciencia de Martín se agotó de repente:
—¡Cállate! No me digas nada, ¡no me interesa saberlo! A nadie le interesa saberlo. ¿Comprendes? No todos tenemos la cabeza igual quemada, ni compartimos los mismos fetiches. Lo que para vos es normal, suele no serlo para otros y mucho menos lo que viste en este pueblo fantasma.
Aunque su tono era áspero, no parecía enojado. Solo había levantado la voz, su posición relajada y la falta de agresividad física indicaban que estaba más interesado en redirigir la conversación que en comenzar una pelea. Abel se quedó callado, sus ojos buscando desesperadamente alguna señal de cordura en la situación. Observó de nuevo la ventana, sopesando sus opciones mientras las palabras de Martín resonaban en su mente. La niebla espesa en el exterior parecía aún más amenazante bajo la nueva luz de la conversación. Martín, notando la lucha interna de Abel, suavizó su tono ligeramente:
—Escucha y no te olvides de esto: no me cuentes cómo es tu mundo y no se lo cuentes a nadie. Todos aquí estamos hechos mierda. Eso me incluye y, por supuesto, te incluye a ti también. Nadie llega a este lugar y ocupa el lugar de uno de los protagonistas teniendo la templanza de un monje, el corazón de un santo y la inocencia de una virgen. Y como no eres una buena persona, me gustaría enterarme lo menos posible acerca de cómo es tu vida en el mundo real, para así evitarme el disgusto de saber a qué clase de enfermo mental estoy ayudando. Al menos así podré dormir tranquilo, inventando mi propia historia acerca de la fantástica aventura que te llevó a esta mansión.
Abel tragó saliva, su mirada dividida entre la ventana y el rostro de Martín. A pesar de la tensión, algo en las palabras del joven resonaba con una verdad incómoda. Decidió ceder un poco, al menos por el momento.
—Está bien, supongamos que te escucho… —Dijo finalmente Abel, su voz apenas un susurro— ¿Qué se supone que debo hacer para escapar?
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Martín exhaló lentamente, aliviado de que Abel finalmente estuviera dispuesto a prestar atención.
—Primero, necesito que dejes de pensar que puedes escapar de aquí por esa ventana. No estoy diciendo que te quedaras aquí para siempre, pero así no funcionan las cosas por acá. Segundo, tienes que entender que nada de lo que te pasa aquí es casualidad. Todo tiene un propósito, incluso si no puedes verlo todavía. Tercero, debes mantener la mente abierta. La realidad aquí es mucho más flexible de lo que crees. Y cuarto, y esto es crucial, necesitas confiar en tus instintos. No en lo que te han enseñado, sino en lo que sientes en el aquí y ahora.
Abel escuchó lo que el joven decía a la distancia, pero notando a donde apuntaba la charla, se vio forzado a responder lo que pensaba.
—Mira, Martín, mi vida tiene muchísimos problemas…
—No me interesan —Interrumpió Martín bruscamente.
Abel miró a Martín con una mezcla de gratitud y frustración, recordándose a sí mismo que debía llevarle casi veinte años a este peligroso mocoso armado con un cuchillo militar.
—Gracias por salvarme la vida, Martín, pero me molesta bastante que me interrumpas de esta forma. Te prometo que no te diré nada de mi vida que pueda arruinarte el sueño, te lo garantizo —Comentó Abel de manera madura y calmada— Como te decía, en mi vida hay muchísimos problemas, pero estoy bastante seguro de que ninguno de esos problemas me pesa en mi moral. Soy un buen hombre, cumplidor, respetable, buen católico, hijo responsable, esposo fiel y padre cariñoso, por lo que no creo que sea justo que Dios me mande a sufrir tantas desgracias en este pueblo. ¿No crees que podría ser que los lunáticos que me sedujeron a venir aquí se hayan equivocado? ¿No piensas que una persona como yo merece escapar de su injusta condena?
Martín lo miró con una expresión inescrutable, pero Abel siguió adelante, aprovechando el momento:
—Somos amigos, Martín. Yo te ayudé en una ocasión a librarte del viejo Klein y es por eso que necesito que ahora me ayudes a escapar. Para ello solo necesito que ocultes de los demás guías el hecho de que me voy a escapar por esta ventana. Si me permites regresar a casa, te garantizo que no le contaré a nadie acerca de ustedes y su manía por secuestrar “gente malvada” para hacerle pagar por sus pecados. Como ves, se han equivocado. Yo, Abel Neumann, no merezco sufrir su “condena”.
Martín suspiró, sus ojos revelando una mezcla de compasión y resignación. Sabía que Abel estaba desesperado, y su historia resonaba con una sinceridad que era difícil de ignorar.
—Abel, entiendo tu punto de vista. Y créeme, si fuera tan simple como dejarte escapar y olvidar todo esto, lo haría sin dudarlo. Pero las cosas no son tan fáciles aquí. Este lugar tiene sus propias reglas —Dijo Martín, suavizando su tono. Comprendiendo que Abel seguía sin creerle una sola palabra de lo que le había dicho, y en su mente él era otro “demente” que estaba jugando con su cordura.
—No hay necesidad de ponerse a la defensiva. Probablemente, seas una buena persona, Abel; yo también me considero un buen tipo, aunque tengo algunos problemas menores que me trajeron a este lugar. De todas formas no deberías estar tan impaciente por escapar, créeme, Golden Valley no es tan malo como parece.
Abel, claramente agitado y sin poder contener su frustración, disparó:
—¿Qué quieres decir con que no es tan malo como parece? ¿Acaso te parece una maravilla encontrarte con un asesino? ¿Te haría feliz estar al borde de la muerte, con los nervios en el filo y el pánico apoderándose de ti? ¿Te sentirías a gusto escondido como una rata en un baúl lleno de ropas que huelen a cadáveres recién desenterrados? ¿Estás bromeando conmigo, o realmente encuentras esto agradable?
Martín, con un leve desdén en su mirada, respondió con calma:
—No, no estoy bromeando. Y deja de mencionar lo que encuentras en este lugar. Vamos, viejo, me acabas de prometer que no lo harías.
—¿Pero por qué te enojas cuando te menciono lo que acaba de pasar hace unos minutos? ¿Acaso no escuchaste como un loco que me perseguía por el pasillo? —Demandó Abel, frustrado.
—No, no escuche nada de lo que describes. Y ese es el problema que intentaba señalar antes. Es difícil tener una conversación si no entiendes dónde carajo estás o si no recuerdas que ya hemos hablado de este asunto en el pasado —Respondió Martín— Déjame explicarte lo básico. Aunque te parezca increíble, lo que te estoy diciendo es real para mí.
—Está bien, está bien. Cuéntame sobre este misterioso mundo. Te prometo que te escucharé, muchacho. Pero te pido un favor: si ese gordo vuelve a aparecer por esa puerta, dile que soy tu amigo y que me deje llegar al estacionamiento sano y salvo —Dijo Abel, su tono era práctico y calculador. Había decidido que era prudente convencer al joven con el cuchillo de que no lo persiguiera cuando escapara por la ventana, o al menos que no lo delatara. De esa forma, tendría una oportunidad de llegar al estacionamiento sin problemas adicionales.