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26 - Bienvenido Abel

El valle de Golden Valley se extendía majestuosamente ante los ojos de Abel, pintando un panorama lleno de misterio. La tierra se prolongaba en las onduladas colinas, salpicada de arbustos dispersos y matas de hierba que se mecían suavemente con la brisa. A lo lejos, el sol del atardecer se cernía sobre el horizonte, adornado con nubes esponjosas que flotaban perezosamente y aves que surcan el aire en busca de regresar a sus nidos para pasar la noche.

La vida florecía en Golden Valley, pequeños arbustos espinosos se aferraban valientemente a la tierra, sus hojas verdes contrastando con el color gris de las rocas en el suelo. Aquí y allá, flores silvestres asomaban entre las grietas de las rocas, añadiendo un color pintoresco al sendero.

Algunos árboles adornan el valle con su verdor exuberante, formando pequeñas arboledas que se extienden a lo largo de las laderas de las montañas. Robles, pinos y abetos se alzan orgullosos, ofreciendo sombra y refugio a la vida silvestre que habita en el valle. Sus hojas susurran suavemente con la brisa, creando la melodía que acompaña a Abel en su travesía.

El corazón de Abel se fue despejando mientras el aire fresco del valle lo envolvía. El sendero seguía siendo tan hermoso como siempre, serpenteaba entre colinas ondulantes, ofreciendo vistas pintorescas en cada curva. En algunos tramos, descendía suavemente, invitando a la reflexión, mientras que en otros ascendía bruscamente, tentando a lanzar una que otra maldición. Ocasionalmente, Abel tenía que sortear algún arbusto que había logrado crecer sobre el camino, pero eso solo le daba una pizca de emoción al recorrido.

Todo era pacífico, tranquilo y relajante en Golden Valley. La naturaleza permitía recordar los buenos tiempos lejos del bullicio de la ciudad y el aire puro ahuyentaba los vampiros y fantasmas imaginarios que por poco tomaban el control de Abel hace unos minutos.

No pasó mucho tiempo antes de que Abel divisara en la distancia el característico cartel que daba la bienvenida al pueblo de Golden Valley. A primera vista, el pueblo seguía siendo tan bonito y tranquilo como siempre, con sus calles desiertas y sus casas añejas que añadían a la atmósfera de un pueblo fantasma. Abel escudriñó las calles, intentando detectar a alguno de los turistas cuyos autos estaban en el estacionamiento, pero por más que prestara atención a los detalles, no logró avistar a nadie en la distancia.

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Lejos de sentirse preocupado, a Abel le pareció bastante coherente que fuera así. Después del largo viaje en moto y la corta caminata por el sendero, ya era tarde y pronto anochecería. Dado que este pueblo había quedado atrás en el tiempo, no había una sola lámpara en el lugar, y la falta de contaminación lumínica proveniente de los pueblos cercanos hacía que las noches en Golden Valley fueran verdaderamente oscuras. Por lo tanto, era comprensible que los turistas que habían venido a visitar el pueblo decidieran retirarse a descansar en alguna de las casas después de un día largo explorando los rincones ocultos del pueblo fantasma.

En Golden Valley no había hoteles; parte del atractivo turístico del pueblo fantasma residía en la posibilidad de experimentar la vida del antiguo pueblo durmiendo en las camas de las casas de piedra. Abel recordaba con cariño su estancia en la mansión de los Fischer durante su primera luna de miel, una experiencia que había sido tanto perturbadora como nostálgica.

A pesar de que los guías se encargaban de mantener las casas en condiciones aceptables, muchos turistas preferían la comodidad y la seguridad de una carpa bien equipada. Sin embargo, Abel no contaba con dicha opción. Con apenas sus prendas de vestir, su celular, las llaves de su moto y el mapa del pueblo en su posesión, su plan era solicitar alojamiento a la vieja guía con la que se había topado anteriormente. De esa manera, pasaría la noche allí y al día siguiente, con más tiempo, podría comenzar su exploración y búsqueda espiritual por el pueblo fantasma.

Siguiendo el sendero, Abel finalmente llegó a la entrada del pueblo. Divisó la casa de piedra, con su arquitectura irregular y su techo de losas desiguales, destacándose en la cercanía. Se acercó a la puerta con la intención de solicitar hospedaje. Sin embargo, al tocar la puerta, se llevó una sorpresa inesperada: Pese al frío del atardecer, la puerta estaba entreabierta, revelando una invitación silenciosa a adentrarse en el interior.