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27 - La casa de la guía

Perplejo por la situación inusual, Abel tocó la puerta entreabierta un par de veces, buscando captar la atención de la anciana que habitaba la casa. No sería de buena educación entrar en la casa de otra persona sin avisar.

*Tock*… *Tock*…

Abel se sentía extrañamente inquieto mientras tocaba la puerta entreabierta. Cada “tock” resonaba en el silencio de la tarde, pero ninguna respuesta llegaba. El corazón del hombre latía con fuerza, y una sensación de impaciencia se apoderaba lentamente de él mientras esperaba en vano.

Los minutos se estiraban como si fueran horas, y la ausencia de cualquier sonido dentro de la casa lo dejaba aún más molesto. Pero al mismo tiempo no quería estar interrumpiendo un momento crucial para la habitante de la casa. Esperó y esperó hasta que finalmente su paciencia se rompió. Una vez más, Abel golpeó la puerta, esta vez con más fuerza, buscando algún indicio de vida que pudiera atender su llamado.

*¡Tock!*… *¡Tock!*…*¡Tock!*…

Notando la ausencia de cualquier indicio de actividad dentro de la casa, Abel optó por guardar silencio y aguzar el oído, esperando captar algún sonido proveniente del interior. Sin embargo, aparte del susurro del viento filtrándose por las grietas de las paredes de piedra, no pudo distinguir ningún otro ruido.

—¡Hola! ¿Hay alguien adentro?—Exclamó Abel, elevando la voz en un intento por llamar la atención. Pero sus palabras parecían perderse en el vacío, devoradas por la quietud de la casa.

—*Tock*… *Tock*… ¿Hay alguien viviendo aquí? —Preguntó Abel, tocando la puerta nuevamente, esta vez con más incertidumbre. Dudaba si debería aventurarse a entrar para verificar por sí mismo si alguien estaba en la casa y el silencio que siguió a su pregunta pareció ser una invitación implícita para hacerlo.

La desesperación empezaba a apoderarse de él. ¿Qué debía hacer? ¿Seguir esperando a que los vampiros que vivían en el pueblo aparecieran a atenderlo o tomar acción por su cuenta? Abel miró alrededor, buscando algún rastro de vida, algún indicio de que la vieja guía siguiera viviendo en esta casa. Nada, no encontró nada.

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—¡Voy a entrar! ¡Estoy buscando a la guía! —Anunció Abel, utilizando como excusa su búsqueda para justificar su entrada sin permiso. Necesitaba un lugar para dormir, y si nadie iba a dárselo, él mismo se encargaría de encontrarlo. Con cuidado de hacer suficiente ruido para anunciar su llegada, giró el picaporte de madera y abrió la puerta por completo. El chirrido de las bisagras resonó en el aire, rompiendo la quietud como un estruendo molesto.

Una vez dentro, Abel confirmó que no había nadie a la vista. Sin embargo, no se sintió aliviado por la falta de presencia humana; más bien, una sensación de inquietud comenzó a apoderarse de él. Observó que el interior de la casa había experimentado una notable transformación desde su última visita. Los muebles modernos habían sido reemplazados por piezas antiguas, más acordes con la atmósfera histórica del pueblo.

Abel avanzó por el pasillo de la casa, cada paso resonando en el vacío como un eco de su propia incertidumbre. La luz de la tarde se filtraba débilmente a través de las ventanas, proyectando sombras fantasmales en las paredes de piedras. Observando la falta de vida en el ambiente, Abel recorrió la casa hasta llegar al salón principal, donde yacían unos antiguos sillones de madera, más parecidos a bancos que a cómodos asientos.

—¿Hay alguien aquí? —Preguntó Abel nuevamente, pese a ello su corazonada poco a poco se iba transformando en una realidad indiscutible dado la gran cantidad de evidencias que tenía al frente.

Abel se acercó a la banca de madera y roso sus manos en los tablones de madera, deslizando sus dedos por el tablón perfectamente pulido, sin encontrar una sola ralladura, sin encontrar ni una sola imperfección. No había polvo, la casa estaba limpia, casi nueva. Como si nadie la hubiera usado en mucho tiempo, pero de todas formas se contratara al servicio de limpieza.

A simple vista, los muebles parecían auténticos, pero al prestar atención a los detalles, Abel notó que todos los muebles estaban en un estado tan impecable que era imposible pensar que fueran auténticos. Debían ser réplicas, o en el mejor de los casos debían haber sido restaurados recientemente con herramientas modernas.

Concluyendo lo que posiblemente había ocurrido en la casa durante los diez años desde su última visita, Abel formuló una teoría:

—Supongo que la vieja murió…—Murmuró Abel en voz baja, como si temiera romper el frágil equilibrio del silencio que envolvía la casa—O tal vez… tal vez ya no pudo soportar la soledad de este lugar y decidió buscar refugio en otro pueblo cercano. Sí, quizás envejeció tanto que ya no pudo permanecer en Golden Valley, y como ya no había un guía que ocupara la casa, las autoridades se encargaron de restaurarla para recrear la atmósfera original del pueblo minero.

Satisfecho con su conjetura, Abel observó el pueblo a través de las ventanas, notando que nada parecía haber cambiado en los pocos minutos que llevaba dentro de la casa. El pueblo yacía en un silencio sepulcral, tan tranquilo como un acuario sin peces. Al mismo tiempo, el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, confirmando la llegada del anochecer.

Decidido a seguir su plan inicial, Abel optó por pasar la noche en la casa de la antigua guía, esperando continuar su viaje espiritual al día siguiente.