A pesar de la naturaleza inquietante de dormir en un pueblo abandonado, especialmente en uno donde un asesino serial solía acechar y depositar a sus víctimas, la noche transcurrió de manera sorprendentemente tranquila. La ausencia de ruido y luces artificiales que contaminaran el cielo nocturno contribuyó a que Abel pudiera conciliar el sueño sin problemas. Afortunadamente, el colchón en el que dormía era moderno, una comodidad inesperada en un lugar como este. Agradeció internamente no tener que lidiar con los colchones antiguos hechos de paja, pieles y plumas, que seguramente habrían sido incómodos e insalubres.
Cuando el primer rayo de sol se filtró por la ventana, Abel ya estaba despierto. Dada la época del año, estimó que debían ser aproximadamente las seis de la mañana, una hora inusualmente temprana para despertarse. Sin embargo, el anhelo de explorar Golden Valley y sacar el máximo provecho de su viaje impulsaron al hombre a levantarse en cuanto sintió los rayos del sol acariciando su rostro.
Después de vestirse con su abrigada ropa de motociclista, Abel desayunó un poco de comida en el salón de la casa, abriendo algunas latas que encontró en el almacén de la cocina. Con energías renovadas y entusiasmo por descubrir los atractivos turísticos de Golden Valley, salió de la casa decidido a aprovechar el día explorando la mansión de los Fischer.
—Qué emocionante, hay niebla…— Comentó Abel con una alegre sonrisa, mientras contemplaba el exótico y encantador efecto de la niebla envolviendo las adoquinadas calles del pueblo, apenas visibles parecían serpentear hacia ninguna parte.
Era comprensible que a esta hora de la mañana el pueblo estuviera envuelto en una neblina matutina, lo cual agregaba un aura misteriosa al ambiente. Abel no podía contener su entusiasmo por explorar cada casa escondida tras la neblina. Las supersticiosas historias de los mineros desaparecidos y las leyendas de maldiciones ancestrales solo servían para avivar su curiosidad.
El hombre se dispuso a adentrarse en las calles de Golem Valley, pero se detuvo frente al cartel que daba la bienvenida al pueblo y lo examinó detenidamente. El cartel había sufrido un cambio notable durante la noche: todo indicaba que el pájaro carpintero había picoteado tanto uno de los postes de madera que el cartel terminó desprendiéndose, quedando colgando de un solo lado.
“¿Cuántos jugosos gusanos habrían llevado al pájaro a atacar el cartel de esta manera?” Se preguntó Abel, mientras examinaba los restos del poste desgastado por los picotazos. La madera astillada y el cartel torcido le daban al lugar un aspecto más decadente de lo habitual.
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A medida que se adentraba más en sus pensamientos, una pregunta incómoda comenzó a crecer en su pecho: ¿Los guías no le echarán la culpa cuando se encontrarán con que el histórico cartel de bienvenida estaba roto? Después de todo, él era el único durmiendo en la zona; el silencio de ayer le había dejado claro que no había nadie más en quien sospechar. Y para empeorar las cosas, las marcas dejadas por el pájaro carpintero parecían más como cuchilladas que simples picotazos.
Se obligó a apartar esos pensamientos de su mente y se recordó a sí mismo que no tenía razón para sentirse culpable. No había hecho nada malo; simplemente había pasado la noche en la casa de la antigua guía como cualquier turista lo haría. Además, las marcas en el cartel eran obra del pájaro carpintero, no suyas.
¿Acaso los guías del pueblo lo culparían por la avaricia de un pequeño pajarito?
“Sí, eso harán. Seguro les es más fácil contratar a otra persona que repare el cartel con un culpable pagando una multa” Estimó Abel mirando a su alrededor con nerviosismo.
Preocupado por la posibilidad de enfrentar una multa por vandalismo debido a los estragos causados por el pájaro, Abel dejó de contemplar el cartel y se dispuso a restaurarlo a su posición original para disimular el evidente problema. Con cuidado, trató de enderezar el poste y asegurarlo lo mejor que pudo, aunque el daño era evidente y difícil de ocultar por completo.
Cuando el hombre levantó el cartel para intentar apoyarlo nuevamente contra el poste de madera donde solía estar clavado, este se desprendió del único soporte que le quedaba y cayó al suelo con un ruido seco.
*Crushh*…
El sonido repentino y penetrante de la madera golpeando el suelo resonó en el aire silencioso del pueblo fantasma. Alarmado, Abel giró rápidamente en busca de cualquier señal de vida en los alrededores. Su corazón latía con fuerza, lleno de preocupación por las posibles consecuencias de su accidente.
Sin embargo, la densa niebla que envolvía las calles limitaba su visión a solo unos pocos metros. Incluso si alguien estuviera despierto a estas horas de la mañana, sería difícil que se percatara de lo que había ocurrido en medio de la espesa cortina de niebla. La incertidumbre y el miedo se apoderaron de Abel mientras se enfrentaba a la posibilidad de haber sido descubierto en su intento de reparar el cartel.
Con el corazón aún martillando en su pecho, Abel se agachó rápidamente para recoger el cartel del suelo. Lo examinó con preocupación, notando los arañazos y las grietas que ahora lo marcaban, evidencias claras de su caída. Suspiró con frustración mientras intentaba evaluar si había alguna manera de escapar de esta situación.
Abel intentó levantar el cartel del suelo para colocarlo nuevamente en su lugar, al menos de manera provisional. Pero apenas agarró la tabla de madera del suelo, se detuvo abruptamente al notar algo inusual: ¡Alguien había grabado un mensaje en la madera!