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17 - El culpable

Un mes entero se deslizó por los dedos de Abel, sin dejar rastro de su preciada hija. Con el corazón destrozado y la esperanza tambaleándose en la penumbra de la incertidumbre, Abel se sumergió en la angustia y desesperación. ¿Su hija seguía viva? ¿O las palabras que escuchó por teléfono hace un mes fueron las últimas que escucharía?

Día tras día, mientras el sol ardiente se elevaba sobre el horizonte y se sumergía en las profundidades de la noche, Abel se unía a la implacable búsqueda liderada por la policía en Golden Valley. Pero, a pesar de cada esfuerzo, cada rincón examinado y cada sombra iluminada por la luz de las linternas, su hija seguía siendo esquiva, escurriéndose entre los misterios del pueblo fantasma.

Aunque eso no significó que la policía no haya encontrado nada en Golden Valley, y de hecho, muchos de los oscuros secretos que escondía el pueblo fantasmas fueron revelados durante este mes.

En medio de la minuciosa exploración, un descubrimiento macabro trajo un giro inesperado a la investigación. Todo comenzó cuando las autoridades desentrañaron una verdad escondida, oculta bajo las capas de tiempo y silencio. En los confines sombríos de la mansión de los Fischer, una habitación secreta guardaba diez cuerpos inertes, silenciosos testigos de la tragedia que había asolado Golden Valley. Esta escalofriante revelación arrojó luz sobre una oscura verdad que yacía sepultada en las sombras del pueblo fantasma.

Con el corazón encogido por el temor, Abel se aventuró a la morgue en busca de respuestas, rezando para que ninguno de los cadáveres albergara el alma de su amada hija. Sus ojos recorrieron los rostros demacrados y fríos, encontrando la mirada perdida de hombres y mujeres, niños y viejos, pero ninguno que tuviera los hermosos ojos de su hija.

La investigación de los peritos forenses reveló una tragedia tejida con los hilos del tiempo. Algunos cadáveres fueron despojados de su aliento hace más de un siglo, mientras que otros pertenecían a personas que habían desaparecido durante los últimos años. La sombra de la existencia de un posible asesino se cernía sobre el pueblo fantasma, una presencia siniestra que había reclamado vidas a lo largo de generaciones.

Aunque eternamente tardía, la justicia finalmente alzó su voz por encima de la tragedia. El hallazgo más impactante surgió del análisis forense del ADN. Los investigadores descubrieron que el perfil genético del asesino coincidía con el de uno de los guías locales de Golden Valley. Este descubrimiento desató una cascada de revelaciones, sacando a la luz una red de desapariciones vinculadas al pueblo fantasma.

Siguiendo las confesiones del asesino, la policía desenterró una escalofriante realidad. Bajo la superficie aparentemente tranquila de Golden Valley yacían los restos de 67 personas en el fondo de un pozo de agua, mientras que otros 112 cadáveres fueron descubiertos en escondites dispersos por los túneles de la mina abandonada.

Estos hallazgos resonaron más allá de las fronteras de Golden Valley, sacudiendo los cimientos de la nación y reverberando en los corazones de personas de todo el mundo. Ciento ochenta y nueve almas perdidas en un pueblo fantasma, una cifra que trascendía los límites de la comprensión humana, llenaban los titulares y las conversaciones en todas las calles del país. El pueblo fantasma se convirtió en un imán para los que buscaban respuestas a las desapariciones de sus seres queridos.

Sin mucha presión por parte de las autoridades, el asesino se jactó de la brutalidad de sus actos, confesando ser responsable de la muerte de 86 personas, de los 189 cadáveres encontrados. El eco de la confesión del asesino resonó como un trueno en la oscuridad, desentrañando una verdad más retorcida de lo que nadie se atrevía a imaginar. Ochenta y seis vidas, arrebatadas por la mano fría del mal, fueron marcadas como las piezas de un rompecabezas macabro que había aterrorizado al pueblo y estremecido al mundo entero.

La autopsia de los cadáveres confirmó las palabras del monstruo: los 86 cadáveres descritos habían muerto en estas últimas décadas, mientras que los otros habían muerto hace mucho tiempo atrás, trazando una serie de asesinatos que se extendieron a lo largo de los siglos.

El caos que envolvió a Golden Valley se extendió como un incendio, alcanzando las más altas esferas del poder. El presidente, con la sombra de los medios de comunicación acechando su campaña electoral, desplegó miles de policías en una carrera desesperada para investigar cada rincón del pueblo fantasma.

Pero la oscuridad aún guardaba secretos más profundos, más antiguos, esperando ser desenterrados por los ojos implacables de los policías. El rastrillaje emprendido reveló un macabro secreto escondido en el pueblo fantasma: Se descubrieron 334 cadáveres más, una legión de almas perdidas cuyos gritos silenciosos finalmente encontraron a alguien que los escuchara. Los forenses determinaron por la antigüedad de los cuerpos que no había una conexión directa con el asesino. En su lugar, 125 de los muertos fueron atribuidos a un antiguo derrumbe en la mina, mientras que los demás cuerpos aún desconcertaban a los investigadores.

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En medio de estas revelaciones que sacudieron al mundo entero, Abel se encontró en el epicentro de una tormenta mediática que amenazaba con arrastrarlo hacia las profundidades de la fama de los desafortunados. El viudo aprovechó la oportunidad para mostrar fotos de su hija ante el mundo entero, un intento desesperado que no cosechó fruto alguno más que la compasión de muchas personas.

Ninguno de los 86 cadáveres pertenecientes a personas asesinadas en este siglo era el de Sofía. A pesar del alivio de saber que Sofía no se contaba entre las víctimas identificadas, Abel no podía hallar consuelo. Su hija seguía desaparecida, perdida en un limbo entre el mundo de los vivos y los muertos.

Su corazón destrozado encontró un destello de consuelo en el reconocimiento de otros que habían encontrado paz gracias a su incansable búsqueda; 86 familias habían encontrado a su pequeña “Sofía”.

El gobernador local, en un gesto completamente político, le otorgó una medalla de honor por su participación en el descubrimiento del asesino serial. La medalla de honor no mitigaba la angustia del viudo, ni podía aplacar el vacío que sentía en su corazón. Era un símbolo que no valía absolutamente nada, pero aún servía para mostrar nuevamente la foto de su hija ante las cámaras de televisión, por lo que no podía rechazarla y se dejó usar por este político descarado.

Cada rincón de Golden Valley fue escudriñado meticulosamente por un ejército de investigadores, cada grano de polvo examinado en busca de respuestas que se negaban a revelarse. A pesar de los esfuerzos titánicos desplegados por miles de personas, el paradero de Sofía permanecía envuelto en el misterio, escurriéndose entre las montañas de Golden Valley como un animal herido.

Incluso el asesino en serie, quien relató con escalofriante precisión los detalles de sus ochenta y seis crímenes, parecía haber sido tocado por un manto de ignorancia en lo que respecta a Sofía. No solo se negaba rotundamente a pronunciar una sola palabra sobre el paradero de la hija de Abel, sino que su silencio se convirtió en una tortura silenciosa y poderosa, un castigo brutal para el viudo que había descubierto la verdad detrás de sus horrendos actos.

Lo más desgarrador de todo era que el hombre detrás de esos crímenes atroces mostraba signos claros de haber estado involucrado en la desaparición de la hija de Abel. Cuando los policías confrontaron al asesino con las fotografías de cada uno de los 86 desaparecidos que él había asesinado, mostraba claros indicios de reconocerlos y de haber entablado conversaciones “amistosas” con ellos antes de acabar con sus vidas. Narraba cada una de las 86 historias con una sonrisa en el rostro, una sonrisa que era difícil de reconciliar con la imagen de un lunático o un demente. A simple vista, podría parecer que estaba compartiendo anécdotas sobre cómo había salido a pescar con sus nietos la semana pasada, pero de sus labios surgían las narraciones más perturbadoras y macabras.

El modus operandi del asesino era siempre el mismo: establecía contacto con la víctima, entablaba una conversación amistosa y luego, de manera “amable”, sugería que la otra persona se quitara la vida. Cada una de las 86 historias narradas por el asesino terminaba de la misma manera, con el asesinado aceptando su destino voluntariamente. Afirmaba que no los mataba, sino que simplemente los “ayudaba”, siempre y cuando hubiera un acuerdo previo con la víctima. Sin embargo, los policías reconocieron que esta versión de los hechos era una ilusión creada por el monstruo que había cometido estas atrocidades, ya que los cadáveres encontrados mostraban evidentes signos de lucha, maltrato, tortura y, en algunos casos, horrores aún mayores que era preferible no describir.

Sin embargo, toda la fachada del asesino se desmoronaba abruptamente cuando se le mostraba la fotografía de Sofía. Su perpetua sonrisa se desvanecía, su voz se quebraba y una mueca de dolor se apoderaba de su rostro. No había duda de que el asesino conocía a la niña; su reacción era una prueba irrefutable de ello. Pero por más que se le presionara, el hombre se negaba a hablar del tema, y sin su confesión, no había más pruebas que pudieran arrojar luz sobre el paradero de Sofía. La falta de pistas relevantes sólo aumentaba la frustración y el dolor de Abel, quien se encontraba en una lucha constante contra la impotencia y el desconcierto.

La teoría que rondaba en la mente de los policías sugería que la llamada recibida por Abel provenía del teléfono celular del asesino en serie, una teoría que se confirmó al revisar el dispositivo del criminal. Sin embargo, el hecho de que el celular del asesino fuera encontrado en su propio bolsillo planteaba una incógnita perturbadora: si Sofía había logrado escapar de su cautiverio, arrebatarle el celular al asesino y realizar la llamada, todo indicaba que el desenlace de su lucha había sido trágico. El hecho de que el asesino aún tuviera su celular en su posesión sugería que había encontrado a Sofía. Ante tal prueba, el asesinato de la niña también fue considerado en el juicio, siendo este uno de los aspectos más polémicos del caso y merecedor de un desenlace “positivo” en el que la justicia prevaleciera sobre el mal.

Con las implicaciones políticas que rodeaban este caso, la abrumadora cantidad de evidencia, la intensa cobertura mediática de todo lo relacionado con Golden Valley y el hecho de que este año fueran las elecciones y todos los políticos estuvieran en plena campaña electoral, era evidente que la justicia no tardaría mucho en encontrar una resolución.

El juicio se convirtió en un espectáculo que capturó la atención del país entero. En menos de un mes, el asesino fue condenado a muerte por todos sus crímenes, incluido el de Sofía. Nuevamente, la justicia prevaleció, al menos en los ojos del mundo exterior, mientras que en el corazón de Abel la historia se contaba de otra manera.