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40 - Los 10 dibujos (2)

La serie de dibujos alcanzaba su quinta página, marcando también la mitad exacta de la serie. Dado el meticuloso nivel de orden del autor que elaboraba estos dibujos, la importancia geométrica del número 5 sobre 10 era evidente. Y efectivamente, esa hipótesis se constataba con la realidad. En el quinto dibujo, el protagonista volvía a visitar Golden Valley y era similar al primer dibujo de cada protagonista en el pueblo minero, aunque contaba con algunas sutiles diferencias que añadían un toque más siniestro al ambiente.

Por ejemplo, en la primera representación del hombre pelirrojo visitando Golden Valley, el día era soleado y el hombre se encontraba en el centro del pueblo, sacando del pozo de agua un balde cargado para preparar su cena, mientras una rana observaba curiosamente su trabajo desde uno de los bordes del pozo.

Sin embargo, en el quinto dibujo, el ambiente había cambiado drásticamente en el pueblo minero. La ausencia de la rana curiosa que solía acompañar al hombre añadía un aire de soledad y desolación a la escena. La noche reinaba en el pueblo, mientras una luna roja y ominosa iluminaba el cielo nocturno con su luz macabra y perturbadora. El hombre se encontraba elevando un balde de agua, pero lo que contenía en su interior no era el líquido claro y transparente que uno esperaría encontrar en un pozo de agua dulce. No, este líquido era de un tono rojo, oscuro y espeso, similar a la sangre. Gotas de sangre goteaban lentamente del balde, formando un rastro siniestro que se deslizaba hacia el fondo del pozo, invitando al protagonista a su interior. Representado con unos ojos ampliamente abiertos y cargados de horror, el pelirrojo sujetaba las cuerdas del pozo con manos temblorosas, como si fuera consciente de la naturaleza macabra del líquido que estaba levantando, pero al mismo tiempo fuera incapaz de reaccionar a lo que estaba ocurriendo.

Este patrón se repetía de manera similar con la gorda que cenaba sin modales. En su primera visita a Golden Valley, se la veía felizmente paseando a un perro por las adoquinadas calles del pueblo. El día era hermoso y no se veía una sola nube en el cielo, el perro paseaba felizmente y la calma reinaba en la composición. Sin embargo, en la quinta página, el clima había cambiado drásticamente. El cielo estaba nublado y la lluvia caía torrencialmente, dejando las antiguas calles del pueblo llenas de charcos fangosos. En esta ocasión, la mujer buscaba desesperadamente entre las calles inundadas. La correa vacía que sostenía con rabia indicaba que su mascota se había escapado en medio de la tormenta y su ropa manchada de barro sugería que por más que buscara el perro no se dignaba en aparecer.

Al revisar las primeras composiciones, Abel dedujo que el patrón consistía, en primer lugar, en el cambio de clima; luego, en la ausencia del animal dibujado; y finalmente, en la irónica tragedia que se desarrollaba en función de los dibujos previamente vistos. Véase la mujer perdiendo a su “mascota” y el hombre recuperando su “sangre”.

Finalmente, llegamos a las últimas cuatro páginas de la serie, que van desde la sexta hasta la novena. Estas páginas eran notablemente abstractas y lo retratado variaba mucho entre los diferentes sujetos, lo que dificultaba identificar patrones llamativos que pudieran revelar algún mensaje oculto. Sin embargo, en todas las carillas, un elemento común se imponía de manera evidente: el sufrimiento del protagonista.

Abel pensó que este sufrimiento seguiría el patrón “irónico” de ser una manifestación no tan sutil del problema, trauma o pecado que llevó al protagonista a ser “castigado”. Sin embargo, la realidad era más compleja y comprender el mensaje oculto dejado por el artista no era tan sencillo.

En el caso del pelirrojo con tendencias a cortarse, la sexta representación mostraba al pelirrojo corriendo descalzo sobre un pasillo cubierto de vidrios rotos mientras trataba de escapar de una gigantesca bestia que se asemejaba a un “slime” hecho con sangre y carne; el juego irónico se mantenía y la sangre seguía protagonizando la serie. Sin embargo, en los otros tres dibujos, el personaje sufría de formas diferentes que no guardaban una relación directa con su problema mental.

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El séptimo dibujo mostraba al hombre atrapado en un estrecho armario, mientras que el octavo dibujo lo representaba siendo abrasado en una habitación en llamas, por último, el noveno dibujo lo mostraba ahogándose en un lago mientras una cadena lo arrastraba hacia las profundidades. Solo uno de estos cuatro dibujos mostraba una relación directa con el problema del protagonista, y la conexión entre estos cuatro dibujos no era lo suficientemente clara como para identificar un patrón en común.

La historia se repetía con la gorda de corazón cruel. En las representaciones número seis y siete, se desvelaba el cruel destino que le aguardaba como consecuencia de su comportamiento despiadado. En el sexto dibujo, Abel se enfrentó a la desoladora visión de la mujer, demacrada y desnutrida, encerrada en una cárcel lúgubre ubicada en lo más profundo de las minas del pueblo. Las paredes de la prisión estaban llenas de cadáveres encadenados, mientras la sangre putrefacta se derramaba en torno a la figura desgastada de la mujer, que sin más opción se veía obligada a beberla para sobrevivir. Mientras que en la séptima representación, la mujer sufría las brutales consecuencias de sus actos siendo azotada por unos hombres lobos que la sometían a un trabajo de esclavo en las profundidades de las minas. Los látigos crujían en el aire, dejando surcos sangrientos en la piel ya castigada de la mujer, cuyos gritos de dolor parecían resonar hasta en el sótano de la mansión de los Fischer.

Pero en las otras dos páginas Abel interpretó que las situaciones representadas no guardaban una relación directa con el pecado de la mujer. En la octava representación, la mujer aparecía desnutrida y mutilada, sus piernas amputadas como castigo por sus crímenes. Arrastrándose penosamente por un paisaje desolado, intentaba desesperadamente escapar de la implacable persecución de unos perros hambrientos que acechaban entre los árboles retorcidos del valle. Mientras que en la novena página, la mujer volvía a ser representada como una gorda y se la veía nadando como una foca en las aguas putrefactas de un lago subterráneo, cuyas turbias profundidades estaban infestadas de cadáveres en descomposición. La mujer luchaba por mantenerse a flote en medio de la pestilencia y el horror, pero su cuerpo magullado y herido no parecía poder aguantar mucho más.

A pesar de los esfuerzos de Abel por descifrar el significado detrás de estas creaciones, no podía entender completamente lo que pasaba por la mente del artista al crearlas. Sin embargo, dado el nivel de obsesión y detalle mostrado en las pistas dejadas atrás, era probable que existiera algún patrón, aunque fuera difícil de detectar para el viudo en este momento.

Al final de la serie se encontraba la décima página. El dibujo que se desplegaba ante los ojos de Abel era pacífico, pero su aura de tranquilidad apenas ocultaba la profunda inquietud que inspiraba. En el centro de la página, se encontraba el retrato del rostro del protagonista de la serie. Meticulosamente delineado en la fría tinta de la pluma del artista, el rostro ocupaba toda la extensión de la página.

Cada línea y cada sombra conferían una profundidad desconcertante a la expresión serena, pero cargada de misterio que adornaba el semblante de estas personas. Los detalles anatómicos estaban representados con una precisión casi espeluznante, desde las arrugas que surcaban la frente hasta los pliegues de la piel alrededor de los ojos cerrados, como si el artista hubiera dibujado teniendo los cadáveres de los protagonistas frente a él. Pero lo más inquietante eran las miradas de los protagonistas, o más bien la ausencia de ella.

El patrón de esta última página era más evidente que nunca: siempre mostraba el rostro del protagonista de la serie mirando directamente al espectador, con los ojos cerrados en un gesto de sueño eterno. Los párpados cerrados conferían al rostro una serenidad fantasmal, como si el protagonista finalmente lograra un estado de calma eterna, habiéndose librado de las cadenas de sus pecados terrenales tras enfrentar su cruel condena.