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10-Bienvenido a Golden Valley.

Abel caminó por el sendero con bastante lentitud, buscando apreciar el paisaje que lo estaba llenando de recuerdos bonitos. El sendero era bastante irregular: a veces subía, otras veces bajaba, lo clásico que uno podría esperarse de caminar por la montaña, pero esas cosas no molestaron mucho al hombre que estaba más perdido en sus recuerdos que enfocado en la realidad.

El objetivo de Abel con esta caminata era llegar a la primera casa del pueblo. Según los recuerdos de Abel, en dicha casa vivía una pareja sin hijos que trabajaban de guías; ambos eran descendientes de los aborígenes que habitaron estas tierras y el estado le había concedido la propiedad hace mucho tiempo.

Aunque ser propietarios de una porción de reserva natural era más una cuestión simbólica que una cuestión monetaria, ya que no se permitía la explotación de la tierra o su venta a terceros. No obstante, el estado contrataba a la pareja para que sean guías y expliquen a los otros la historia de este pueblo.

Tras caminar unos cuantos minutos, Abel pudo ver en la distancia una casa bastante antigua hecha de piedras irregulares y techo de losas disparejas. Al lado de la casa y siguiendo el sendero había un cartel de madera que decía: 'Bienvenido a Golden Valley' . Abajo del saludo, en el cartel había un pico minero envuelto en rosas y el nombre de la antigua compañía que explotaba el yacimiento, el cual era: 'Schmidt'

Abel llegó a la casa de piedras, tocó la puerta y esperó unos cuantos minutos hasta que una viejita se acercó a recibirlo. La mujer tenía el pelo blanco y la cara arrugada como una pasa, sus ojos eran verdes y tenían muy poco brillo. La anciana estaba vestida con una bata azul y un camisón floreado, llevaba puestas pantuflas blancas y usaba un andador de madera para caminar.

—Hace tiempo, no veo un turista, hace bastante frío para ser verano—Comentó la anciana con calma y una sonrisa debido a que tenía cierta alegría por la visita inesperada.

—Es primavera todavía...—Corrigió Abel—Hace mucho, no venía a este pueblo y quería venir a recordar cómo era el lugar.

—¡¿Ya viniste a este sitio antes?!—preguntó la anciana con cierta preocupación—No es muy normal ver a alguien venir dos veces a Golden Valley, ¿Hay algún motivo en especial por el cual hayas decidido volver a este pueblo, muchacho?

—Mi esposa falleció y en este pueblo tuvimos nuestra luna de miel—Respondió Abel con calma—Es por eso que...

—Entra—Interrumpió la anciana de forma contundente, mirando a las casas en la distancia con desconfianza—Mejor hablemos sentados, hace frío para estar afuera.

Acto seguido, la anciana se dio la vuelta y comenzó a caminar con lentitud ayudándose de su andador. Abel vio como la vieja le daba la espalda y entraba a su casa; parecía que a la anciana realmente le molestaba el frío de afuera. Abel entró la casa, cerró la puerta y siguió a la anfitriona que caminaba en silencio.

Si bien el exterior de la casa lucía bastante viejo, el interior de la casa tenía los muebles bastantes modernos; no obstante, no había lámparas en el techo, ni ningún instrumento eléctrico y en su lugar las ventanas de la casa estaban abiertas iluminando la habitación.

Con las ventanas abiertas, dentro de la casa hacía exactamente el mismo frío que afuera, pero Abel no se quejó al respecto y entendió que la anciana ya estaba demasiado vieja para andar parada mucho tiempo.

La anciana lo condujo hasta un living con varios sillones y lo invitó a sentarse.

—¿Quieres un café o un té?—preguntó la anciana con una sonrisa.

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—La verdad es que estoy bien sin tomar nada—Respondió Abel con tono amable—Pero gracias por el ofrecimiento.

Al escuchar la respuesta, la anciana se sentó con comodidad en uno de los sillones y se cubrió las piernas con una frazada que parecía haber sido tejida a mano, acto seguido la vieja preguntó:

—¿Entonces vienes a visitar este pueblo porque te recuerda a tu esposa?

—La verdad, este lugar me llena de recuerdos…—Contestó Abel con una sonrisa—Recuerdo que el lugar favorito de mi esposa era la mansión de los Fischer, pero ya no recuerdo cómo llegar por desgracia. ¿Podría guiarme hacia ese sitio?

—El que guiaba a las personas hasta el sitio era mi esposo…—Comentó la anciana con tristeza—Yo solo doy indicaciones y tú tendrás que guiarte con ellas. No obstante, no te diré cómo ir hacia esa mansión.

—¿Por qué no va a indicarme la dirección?—preguntó Abel con aturdimiento.

—...—La anciana se mantuvo en silencio un buen rato y parecía no querer responder la pregunta.

—De verdad necesito ir a este sitio: ¿no podría hacerme este favor?—Comentó Abel con nervios—Ambos somos viudos, debe entender lo mucho que necesito ir a esa mansión.

—La mansión de los Fischer es una trampa, joven...—Comentó la anciana con tristeza—Los muertos no mandan cartas, pueden esperar a que mueras para hablarte. ¿Por qué los muertos se apurarían y te llamarían a un lugar para hablar?...

Abel se quedó helado con las palabras de la anciana y preguntó con preocupación:

—¿Entonces quién mandó esa carta? ¡No recuerdo haber ofendido a nadie en este lugar!

—No lo sé por desgracia...—Comentó la anciana con pena—Pero hace mucho que mi esposo y yo venimos frustrando los planes de esa mansión y evitamos que la gente entre.

—¿Hay algún peligro en la mansión?—Comentó Abel con preocupación

—En la mansión, en la mina y en el pueblo…—Comentó la anciana con cansancio—Pero estás a tiempo de irte, por lo que no debes preocuparte por el asunto.

Abel no sabía qué hacer, había realizado un viaje muy largo para venir a este sitio y ahora esta anciana le estaba recomendando volver sin nada.

—No lo pienses tanto y asume que son secuestradores tratando de emboscarte—Comentó la anciana con bastante experiencia, notando que el joven estaba dudando acerca de ir o no ir a explorar por su cuenta—¿Acaso de verdad crees que los muertos mandan cartas?

—No...no lo creo—Respondió Abel con preocupación. Lo que decía la vieja tenía sentido y el viudo realmente se sentía como un idiota por seguir las indicaciones de esa carta, sin dudar.

—Este es un lugar muy aislado...— Comentó la anciana buscando enfatizar su idea—y no es tan complicado reunir información de los demás en este siglo. No sé quién busca secuestrarte, pero será mejor que regreses a casa, muchacho.

—Supongo que tiene razón...—Dijo Abel con vergüenza—Realmente fue idiota de mi parte pensar que Ana me había mandado esa carta...

Acto seguido, Abel buscó en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó de su bolsillo un papel arrugado de color amarillento: era la carta que supuestamente le había mandado Ana. Luego de verla reflexivamente, Abel se la entregó a la anciana, esperando que la vieja le aclarase sus dudas.

La vieja con curiosidad tomó la carta y la leyó con una sonrisa irónica, después de leerla la vieja comentó con ironía:

—Siempre el mismo truco cazabobos. No sientas vergüenza, muchacho, te sorprendería saber la cantidad de personas que advierto por año.

Luego de decir eso, la anciana comenzó a romper la carta en pedacitos al frente del hombre.

—...—Abel miró como la carta era destruida y no respondió por la vergüenza de casi dejarse estafar por unos secuestradores y en su lugar se retiró de la casa con lentitud—Bueno, de verdad gracias por la ayuda, supongo que me salvaste.

Al decir esas palabras, Abel comenzó a retirarse, pero antes de salir del living, la anciana lo detuvo diciendo:

—No te salvé la vida, joven. Solo te di más tiempo: tarde o temprano, volverás a Golden Valley y yo ya habré muerto, por lo que no podré ayudarte. Todos vuelven... siempre hay una excusa para volver a este pueblo.

—Bueno, recordaré la advertencia y trataré de que no me engañen otra vez…—Comentó Abel de forma aturdida, sin comprender como alguien caería en el mismo truco dos veces—Adiós, anciana.

Antes Abel estaba desesperado y no pensaba con claridad. Pero ahora que otra persona le remarcaba al viudo la idiotez que estaba haciendo, era más que obvio que algo andaba mal con esa carta; no obstante, lo que es obvio para una persona puede no serlo si su corazón está sufriendo una gran agonía.

—Adiós, muchacho…—Comentó la anciana mientras sacaba algunas agujas e hilo para tejer.

Abel con aturdimiento salió de la casa y miro con sospechas el cartel que daba bienvenida al pueblo. Sin reflexionar mucho y sintiéndose algo avergonzado, el viudo se dio la vuelta y volvió por el sendero para buscar su moto.