Gómez miró el documento de nuevo. Sentía que aún quedaban muchas cosas por decir, pero al mismo tiempo, sabía que prolongar la conversación no cambiaría nada. Era su momento de partir, y lo sabía. Firmar el contrato significaba cerrar un capítulo inmenso de su vida. Había peleado contra sí mismo para aceptar que el tiempo de retirarse había llegado. Pero eso no hacía que el proceso fuera menos doloroso.
—Sí, el contrato…—Replicó, finalmente, con un tono más neutro— Solo me gustaría asegurarme de no encontrarme sorpresas desagradables en el futuro.
Shepherd asintió con comprensión.
—Nada fuera de lo común, te lo aseguro —Aseguró con firmeza— Todos tus méritos han sido considerados. Estás obteniendo lo que mereces y mucho más. Solo tienes que firmar y vas a vivir una vida que muchos desean y pocos logran, agente Gómez.
Gómez se tomó un momento para leer las condiciones nuevamente. No podía creer lo que veía. Eran ridículamente buenas. Claramente, alguien quería que se fuera con la mayor satisfacción posible. Su indemnización era considerablemente más alta de lo que merecía, su pensión vitalicia más que generosa, la otra pensión por trabajo “forzado” durante la dictadura era una torta que no se podía rechazar y el bono por su servicio excepcional casi parecía una broma de tan alto que era.
Mientras revisaba el contrato, pensó en que esto no era solo un despido o una renuncia forzada. Era una especie de soborno encubierto. Querían que se fuera para siempre, pero con una sonrisa en la cara. Con dinero suficiente para no tener que volver a trabajar jamás en su vida y mucho menos como agente privado. Había algo extraño en todo eso, pero no podía quejarse. Aceptarlo era una victoria personal, aunque tuviera que sacrificar su carrera como pago de tal buen acuerdo.
—Las condiciones son “algo” favorables —Comentó, sin levantar la vista del documento— Aunque me gustaría sumar algunos puntos.
Shepherd lo miró con una expresión casi imperceptible de sorpresa. Aparentemente no esperaba que Gómez pidiera más, pero tampoco le importaba.
—Adelante —Opinó, recostándose en su silla con profesionalismo.
—Primero, quiero quedarme con “mi” auto —Propuso Gómez— Después de todo, es mi único medio de transporte y sería humillante irse en el auto de alguien más.
Shepherd no dudó ni un segundo.
—Hecho.
—También me gustaría un bono adicional por los daños psicológicos sufridos—Añadió Gómez, midiendo las palabras— Creo que he demostrado ser un activo valioso para la fundación durante estos años y he sufrido mucho más de lo que te puedes imaginar. Imagínate, apenas me desperté de la enfermería, me enteré de que uno de mis mejores amigos…
—Eso también está aprobado —Interrumpió Shepherd bruscamente.
—Bueno… Gracias… Supongo…— Agradeció Gomez con cierta incredulidad— Por último… Me gustaría que se aumentara mi indemnización. Creo que sería justo que se reconsiderara los riesgos que asumí en nombre de la fundación durante la clandestinidad.
Shepherd lo observó por un instante, como si estuviera midiendo la situación. Luego, simplemente asintió.
—Está bien, lo sumaremos. Ahora, firma aquí y disfruta tu jubilación, Agente Gómez.
Gómez miró el contrato una vez más, sintiendo que, a pesar de lo favorable de las condiciones, había algo detrás de todo esto que no encajaba. Shepherd había accedido a todo sin vacilar, como si no hubiera límite en lo que la fundación estaba dispuesta a ofrecer para que él firmara. ¿Un coche? Sin problema. ¿Un bono extra por los daños psicológicos? Listo. ¿Una indemnización más alta? Aprobada sin pensarlo dos veces. Era demasiado fácil.
La mirada de Gómez se endureció, y sin apartar los ojos del holograma que flotaba sobre la mesa, lanzó la pregunta que realmente quería hacer:
—¿Quién está pagando todo esto, Sahara?
Shepherd, que hasta ese momento había mantenido una calma profesional y serena, frunció el ceño por primera vez. No era una reacción de enfado, sino más bien de ligera incomodidad, como si no hubiera esperado esa interrogante. Su postura se tensó, y durante unos segundos, el silencio en la sala se volvió incómodo.
—Eso no es relevante para su situación, Agente Gómez —Contestó, finalmente, su tono firme, aunque con un leve matiz evasivo.
Pero Gómez no se dejó intimidar. Sabía que Shepherd escondía algo. Esa rapidez con la que había aceptado sus condiciones solo confirmaba sus sospechas. Nadie regalaba tanto dinero sin esperar algo a cambio, y él no era un idiota que firmaba contratos a ciegas.
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—A mí me parece bastante relevante —Replicó, sin perder la calma— Es decir, alguien está muy interesado en que yo me jubile sin hacer ruido, y francamente, me gustaría saber por qué.
Shepherd lo observó en silencio por unos segundos más, como si estuviera evaluando si debía o no responder. Finalmente, soltó un suspiro leve, resignada. Cruzó las piernas y dejó caer sus manos sobre la mesa con un ligero golpe, una señal clara de que estaba a punto de cambiar de táctica.
—Mire, Gómez —Empezó, inclinándose un poco hacia él— Le diré la verdad, pero hay una condición. Solo lo haré si usted firma el contrato ahora mismo y se compromete a no revelar lo que voy a contarle a nadie más. Esto es estrictamente confidencial, y no quiero ver filtraciones o que otros empleados comiencen a hacer preguntas incómodas. ¿Está dispuesto a aceptar?
Gómez se quedó pensativo por un momento. Sabía que estaba a punto de obtener la información que buscaba, pero también era consciente de que si firmaba el contrato, estaría atado a no seguir investigando lo que fuera que ella le revelara. Pero la curiosidad, ese instinto que lo había llevado a hacer carrera en investigaciones paranormales, lo superaba.
Finalmente, asintió.
—De acuerdo —Respondió, apoyando sus 5 dedos sobre el holograma y firmando el contrato— Ahora habla, Sahara.
Shepherd observó el contrato firmado con satisfacción, su rostro por un momento iluminado por una expresión de triunfo. Guardó un breve silencio antes de hablar, asegurándose de que Gómez había hecho lo que se esperaba de él. Una vez confirmado, se relajó y su tono cambió, volviéndose más informal, como si la presión hubiera desaparecido.
—Uno de los donantes más importantes de la fundación, un “miembro de honor” como los llamamos, es quien está detrás de todo esto —Comenzó— Este hombre ha donado una fortuna inmensa, no solo para apoyar nuestras valiosas investigaciones, sino para asegurarse de que el laboratorio de Florida haga un “recambio” en su personal.
—¿Un recambio? —Inquirió Gómez, con un tono que claramente insinuaba que no estaba satisfecho con una explicación tan vaga.
Shepherd esbozó una sonrisa tensa, claramente sabiendo que tendría que ser más específica.
—Este donante, cuya identidad no puedo revelar, considera que la fundación necesita una “nueva mentalidad”, una que sea más abierta al “otro mundo”. Según su perspectiva, algunos de los empleados más antiguos, incluyéndolo a usted, representan una forma de pensar que está… desactualizada con estos tiempos.
—¿Desactualizada? —Repitió Gómez, incrédulo— ¿Qué demonios significa eso?
Shepherd se encogió de hombros, como si ella misma no estuviera completamente de acuerdo con el término.
—Este donante cree que usted, y otros como usted, son una reliquia de tiempos en los que la fundación funcionaba de manera más discreta, más clandestina. Ahora, según él, debemos ser más abiertos, más transparentes, adaptarnos a los “nuevos tiempos”. No se preocupe, no le están echando la culpa de nada, simplemente sus ideas ya no encajan con lo que este donante tiene en mente para el futuro de la fundación.
Gómez se recostó en su silla, procesando la información. No podía creer lo que estaba escuchando. Siempre lo había supuesto, pero ahora se lo confirmaban. Toda su carrera, todas las decisiones difíciles que había tomado, todos los sacrificios, solo para que al final un tipo con dinero decidiera que ya no era lo suficientemente moderno para seguir trabajando en la institución.
—¿Entonces todo esto es un mero capricho? —Reconoció Gomez con un toque de amargura en su voz— ¿Alguien quiere “modernizar” este laboratorio y yo soy solo un daño colateral en todo eso?
Shepherd mantuvo su compostura.
—En esencia, sí —Aceptó— Pero, para ser justos, este donante ha sido extremadamente generoso con nosotros. Sin sus contribuciones, muchas de nuestras investigaciones más críticas habrían sido canceladas hace años. Lo que está haciendo ahora es asegurarse de que el laboratorio de Florida sea un ejemplo de lo que él cree que debe ser el futuro de toda la fundación.
Gómez se cruzó de brazos, sin dejar de mirarla.
—¿Y qué opina el director de todo esto? —Preguntó— Porque hasta donde sé, él siempre ha sido un tipo pragmático. No parece el tipo de persona que permitiría que alguien externo tome tantas decisiones.
Shepherd soltó una pequeña carcajada seca.
—El director… Digamos que no tiene muchas opciones en este caso. Cuando alguien dona una cantidad tan grande de dinero, incluso él debe hacer concesiones. No es que esté encantado con la situación, pero lo ha aceptado. Después de todo, este es un mundo donde el dinero manda, incluso en organizaciones como la nuestra.
Gómez sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Estaba acostumbrado a lidiar con lo sobrenatural, con horrores que desafiaban la lógica y la comprensión humana, pero esto era diferente. Esto era puro y crudo poder mundano, el tipo de poder que no se podía enfrentar con armas ni tecnología avanzada. Era el poder del dinero, y eso lo hacía mucho más peligroso.
—¿Así que este misterioso sujeto está comprando mi renuncia? —Preguntó el agente
Shepherd lo miró con una mezcla de compasión y frialdad.
—No exactamente —Respondió— Por lo que tengo entendido, la buena jubilación nunca fue parte del trato para realizar el recambio de personal. Sin embargo, el hombre detrás de todo esto ama a la fundación y evidentemente no quiere que ustedes, los veteranos, se vayan con las manos vacías. Les está ofreciendo una salida digna. Usted puede tomar su jubilación, disfrutar de su vida, y dejar que las cosas sigan su curso. No es un mal trato, si lo piensa bien.
Gómez se quedó en silencio por un momento. Sabía que, al firmar el contrato, había cerrado una puerta, pero al mismo tiempo, había obtenido una oportunidad para salir de ese mundo antes de que las cosas se pusieran aún más turbias. No sabía si este hombre era el rostro visible de “Ellos”, su intuición le decía que sí, pero tampoco ganaría nada por averiguarlo.
—Supongo que no hay mucho más que decir —Murmuró finalmente Gómez, levantándose de su asiento— Que tenga un buen día en la oficina, Sahara.