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Jonathan Parker (5)

Gómez se inclinó hacia adelante, interesado en la “verdadera” historia de Jonathan, que hasta ahora había sido un misterio.

—¿Crees que esa necesidad de no estar solo fue lo que lo llevó a tener problemas económicos? —Preguntó con sinceridad— Su falta de dinero siempre fue algo de lo que se hablaba, pero nunca imaginé que fuera tan grave. Yo lo ayudé en varios casos no muy legales que digamos y ciertamente se lo notaba un poco desesperado por el dinero. Pero recién ahora me entero de que estaba prácticamente en bancarrota cuando murió.

Ortega suspiró, como si la pregunta lo hubiera transportado a un lugar incómodo en su memoria.

—Sí, probablemente esa fue una de las principales razones. A Jonathan le gustaba que todos a su alrededor estuvieran “felices”. No podía soportar ver a alguien en su círculo infeliz o insatisfecho. Disfrutaba satisfaciendo los caprichos de la gente con la que convivía. Y claro, eso tenía un costo. Compartimos ese mismo gusto, pero mientras yo siempre he podido costear mis propios caprichos, Jonathan siempre estaba al borde de la quiebra.

Gómez observó a Ortega, quien parecía reflexionar sobre las diferencias entre su estilo de vida y el de Jonathan.

—¿Entonces él gastaba su dinero en mantener contentos a otros? —Propuso Gómez en un tono neutral, pero la sorpresa era evidente en su mirada. Los rumores decían todo lo contrario, aunque no mencionaría ese asunto con Ortega. Si el veterano lo quería engañar, debía tragarse la mentira o no obtendría más información de su parte.

Ortega sonrió con amargura, como si la pregunta lo golpeara en lo más profundo.

—Así es. Le gustaba rodearse de gente, de cosas, de cualquier cosa que lo hiciera sentir que no estaba solo en este mundo. Y para mantener esa ilusión, estaba dispuesto a gastar lo que fuera necesario. Cuando la herencia se fue, empezó a aceptar cualquier trabajo que le ofrecieran. De hecho, uno de los motivos por los que se convirtió en agente fue porque la paga era muy buena.

Ortega suspiró y se acomodó en su silla, su mirada se perdió en el vacío mientras recordaba tiempos pasados. La luz de la sala de control proyectaba un brillo tenue en sus facciones envejecidas, resaltando la preocupación y la nostalgia que cargaba consigo.

—Cuando Jonathan y yo éramos jóvenes, la fundación no era como es ahora. En aquel entonces, entrar en la fundación era casi un privilegio reservado para unos pocos selectos. No era cuestión de mérito o de trabajo duro únicamente; era una cuestión de contactos y de riqueza. Las puertas estaban cerradas para la mayoría, y era una lucha constante para aquellos que intentaban entrar sin los recursos adecuados.

Gómez asintió, él consiguió este trabajo por su madre, por lo que le fue muy fácil hacerlo. Pero antiguamente esta era una organización secreta y uno debía ser muy rico para entrar sin los contactos adecuados.

—Jonathan no tenía los contactos ni la fortuna necesaria para abrirse camino en aquel entonces —Prosiguió Ortega— Era un joven brillante y con una pasión genuina por la investigación, pero eso no siempre era suficiente. La fundación era un mundo elitista, y para alguien como Jonathan, que no contaba con ese nacimiento, el camino era aún más arduo.

Ortega se inclinó hacia adelante, como si quisiera enfatizar la importancia de sus palabras.

—Sin embargo, Jonathan y yo teníamos una historia juntos. Ambos fuimos compañeros de colegio en la escuela secundaria St. Patrick. Fue allí donde nuestra amistad comenzó, y también donde Jonathan demostró su excepcional talento y su dedicación por resolver misterios.

Gómez escuchaba atentamente, notando el cambio en el tono de Ortega. La historia personal que estaba compartiendo parecía teñida de una mezcla de orgullo y melancolía.

—Cuando comencé a trabajar en la fundación, ya estaba bien posicionado para ayudar a personas con potencial. Así que cuando me enteré de que Jonathan estaba luchando para encontrar su lugar en el mundo, decidí hacer algo al respecto. A pesar de que mi posición en la fundación no era la de un alto ejecutivo, tenía algo de influencia y contactos que podía utilizar para abrir algunas puertas.

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Ortega se quedó en silencio por un momento, recordando esos días de esfuerzo y dedicación.

—Lo que hice fue utilizar mis conexiones para recomendar a Jonathan. No era un camino fácil, pero logré que lo consideraran como un recluta con buen potencial. Al final, pude hacer que lo aceptaran. Recuerdo que estaba ansioso mientras esperábamos la respuesta, pero cuando finalmente le dieron la oportunidad, fue un gran alivio para ambos.

Ortega sonrió débilmente al recordar el momento, pero su expresión pronto se tornó más seria. El peso de los últimos meses que Jonathan había vivido parecía presionar sobre él.

—Sabes —Comenzó Ortega, con un suspiro que parecía más una liberación de peso que de palabras— Jonathan no era el mismo desde hace mucho tiempo. Lo noté antes que nadie, pero al principio no le di demasiada importancia. Todos en este trabajo llegamos a ese punto en el que algo se nos rompe por dentro. Ese punto de quiebre. En donde nos invade esa sensación de que todo está mal, de que no importa lo que hagas, no puedes salvar a nadie. Pero lo de Jonathan era distinto. Era como un mal crónico que estalló de golpe.

Ortega hizo una pausa, como si las palabras pesaran más de lo que quería admitir. Gómez no lo interrumpió. Sabía que estas conversaciones no debían forzarse.

—La última semana se lo notaba muy nervioso, tenso todo el tiempo. Recuerdo cómo su mano temblaba cuando sostenía su café, o cómo evitaba el contacto visual cuando le preguntabas si todo estaba bien. Era como si estuviera viviendo una constante lucha interna, pero no tenía el valor para decirlo en voz alta. Y luego, de repente, todo cambió. Ahí es donde comienza lo raro. Lo que probablemente te llame la atención, Gómez.

Ortega movió la cabeza, tratando de recordar el momento exacto en que notó el cambio en Jonathan. Como agentes enfrentados a lo desconocido, su forma de abordar una tragedia era muy distinta a la de una persona común. En su mundo, el primer impulso era descartar cualquier posible evento paranormal, un proceso que a menudo se volvía una especie de ritual para encontrar culpables que en realidad no existían. Este tipo de duelo era una tortura. Para ellos, era necesario repasar cada conversación y cada detalle, en busca de signos de que algo extraño había ocurrido. Sin embargo, lo que solían encontrar era una mezcla entre lo vago y lo imaginario. Más que pruebas reales, encontraban excusas para convencerse de que algo había sido diferente, algo que justificara el dolor que sentían. Pero al final, las pruebas concretas las recogieron los científicos que examinaron el cadáver de Jonathan, y ellos no encontraron nada fuera de lo normal.

Gómez se inclinó hacia adelante, su curiosidad evidente en cada línea de su rostro. La historia de Jonathan y los cambios que había experimentado antes de su trágico final lo intrigaban profundamente.

—¿Qué fue lo que notaste? —Inquirió Gómez.

Ortega suspiró, su expresión reflejando una mezcla de frustración y decepción. Miró al suelo por un momento, como si buscara en su propio camino una respuesta que pudiera darle sentido a todo. Luego levantó la vista, encontrándose los ojos de Gómez.

—Lo que más me preocupa es cómo Jonathan cambió después de una misión en la que estaba investigando las desapariciones que venía siguiendo hace un tiempo —Dijo Ortega, con un tono que denotaba tanto cansancio como un toque de resignación— Algo ocurrió durante ese tiempo fuera del laboratorio, algo que no se puede explicar fácilmente. Ni siquiera yo puedo decir con certeza qué fue, pero desde su regreso, se le notaba diferente.

—Entonces, ¿qué fue lo que pasó en esa misión? —Preguntó Gómez, intentando obtener más detalles sobre la naturaleza de la misión y el impacto que tuvo en Jonathan.

—Nada, y eso es lo complicado —Respondió Ortega — Pero mi intuición profesional me dice que algo ocurrió. Cuando estás en este trabajo tantas décadas aprendes a confiar en tus instintos, y mi instinto me dice que durante esa misión ocurrió algo que no podemos ver con los equipos o las pruebas convencionales.

—¿Qué piensas que pudo haber sucedido? —Preguntó Gómez, con su voz baja, casi como si temiera que el simple hecho de preguntar pudiera invocar un fantasma.

—He hablado con Marcus sobre esto, él fue el científico a cargo de estudiar esas desapariciones—Respondió Ortega— Dado que no se encontró nada extraño, llegamos a la conclusión de que tal vez Jonathan necesitaba esa misión fuera del laboratorio para replantearse su vida. El viaje, el tiempo fuera del entorno habitual, podría haberle dado la oportunidad de reflexionar y escapar de la rutina que le estaba afectando. La misión en sí no implicaba riesgos significativos, era una tarea relativamente sencilla. Solo tenía que hacer una entrevista protocolar a una familia común y corriente. Sin embargo, parece que ese tiempo fuera del laboratorio, ese cambio de entorno, le permitió afrontar su situación interna de una manera diferente.

—Entonces, crees que la misión no fue el factor determinante en el cambio, sino más bien el tiempo de tranquilidad que tuvo —Dijo Gómez, tratando de clarificar la teoría— ¿Cómo encaja eso con el hecho de que su comportamiento se volvió más errático después de regresar?

Ortega frunció el ceño, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para expresar sus pensamientos.

—No se volvió más errático, todo lo contrario —Negó Ortega— Jonathan volvió de la misión con una calma que era contagiosa, como si el tiempo fuera del laboratorio le hubiera hecho bien. Parecía estar más relajado y sus nervios habían desaparecido. Sin embargo, esa calma fue efímera. En realidad, lo que sucedió después de su regreso fue que su comportamiento se volvió cada vez más filosófico y meditativo.