La realidad era que el nombre de Ortega no sorprendió a Gómez, pero hacer preguntas redundantes era el trabajo de todo buen agente. De las respuestas a las preguntas redundantes a veces se extraía información para nada redundante. Gómez sabía que si alguien tenía información privilegiada, sería Ortega. Buscó al agente con la mirada y lo vio en una de las estaciones de control, hablando con un nuevo recluta. Se despidió brevemente de Rivas y se acercó a Ortega, quien al verlo se levantó y lo saludó con una sonrisa amarga.
Ortega, cerca de los cincuenta años, había logrado mantener su energía a lo largo de los años, pero las tensiones recientes habían comenzado a cobrarle factura. De estatura alta y con el cabello oscuro salpicado de algunas canas en las sienes, Ortega siempre había tenido una presencia tranquila y metódica. Aunque su rostro tenía líneas de preocupación, era más accesible que otros veteranos. Su postura y mirada lo habían convertido en una especie de mediador entre los viejos de la fundación y los jóvenes reclutas. Había visto su buena parte de acción, pero también sabía cuándo era momento de ser diplomático. A diferencia de Rivas, Ortega entendía que la fundación estaba cambiando, aunque compartía la preocupación de muchos sobre el rumbo que estaba tomando.
Tarjeta del personal
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Nombre Alexander Ortega Código de Identificación 834449 Ocupación Agente de Campo Especialización Tráfico ilegal de objetos paranormales Ubicación Piso 3, Sala de control Rango Eventos de clase D
—Gómez… me imaginaba que vendrías a despedirte —Dijo Ortega, su voz apagada, como si la tragedia reciente hubiera drenado su energía.
—Sí, bueno, supongo que este es el final para mí —Contestó Gómez con una calma fingida, intentando sonar casual mientras avanzaba un poco más hacia el veterano— La suspensión es de ocho meses, demasiado tiempo para pensar algo que no debería pensar tanto. Quizás es hora de colgar el uniforme, aceptar la jubilación, retirarme de todo esto y rearmar mi vida de otra forma.
Ortega asintió con una leve inclinación de cabeza, pero su mirada parecía distante. No había consuelo en sus ojos, solo una resignación callada que se había instalado desde la tragedia.
—No es fácil, Gómez —Respondió después de unos momentos— La vida se va volviendo más pesada con los años. El cuerpo envejece, pero el alma lo siente más. Tal vez jubilarte sea lo mejor. Yo mismo he pensado en hacerlo. Cada vez es más difícil seguir adelante, ¿sabes?
Gómez se acercó un poco más, mirando a Ortega con empatía. Sabía que ambos estaban luchando con los mismos demonios, las mismas dudas. Pero no estaba allí solo para hablar de ese asunto.
—Sí, el retiro suena cada vez mejor—Dijo, con una risa ligera que no alcanzó a sus ojos— Pero no quiero irme sin antes entender algunas cosas.
Ortega lo miró, levantando ligeramente una ceja, y Gómez supo que era el momento de dirigir la conversación hacia lo que realmente le preocupaba.
—Sobre Jonathan… —Gómez dejó caer el nombre con cuidado, como si no quisiera perturbar algo frágil— No he podido dejar de pensar en él desde que me enteré de lo que pasó.
Ortega apartó la mirada, incómodo, como si el nombre de su amigo lo hiriera de alguna manera. Por un instante, el silencio se hizo pesado, casi insoportable.
—Jonathan… —Repitió Ortega, frotándose las sienes como si tratar de procesar la idea lo cansara aún más— Todavía no puedo creerlo. Fue todo muy repentino, de una semana para la otra. Sabía que cargaba con mucho, su infancia fue muy dura, pero nunca pensé que llegaría a este punto.
Gómez notó el dolor en la voz de Ortega, pero también percibió algo más: una evasión, una resistencia a hablar del tema. Lo conocía lo suficiente como para saber cuándo estaba ocultando algo.
—Algo no me cuadra, Ortega —Dijo Gómez, su tono sereno, pero firme— Jonathan era muchas cosas, pero no era alguien con ese perfil. Sé que algo más está pasando aquí. Tú lo conocías bien, mejor que yo. ¿Qué me puedes contar sobre los últimos días?
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Ortega guardó silencio durante unos segundos, mirando hacia la nada misma, como si estuviera buscando las palabras correctas en algún lugar lejano.
—Jonathan estaba en un estado delicado, Gómez… —Dijo finalmente, su voz cansada— Algo en él había comenzado a desmoronarse antes de su muerte. Siempre fue un tipo introspectivo, ya sabes, alguien que pensaba demasiado en todo. Pero estos últimos meses, parecía diferente, más ¿cómo decirlo? Más desesperado por encontrar respuestas y salir de la monotonía de la rutina. Estaba insatisfecho con su vida y su situación actual.
—¿Últimos meses? —Preguntó Gómez, sus cejas levantadas reflejando la incredulidad— Yo… yo pensaba que Jonathan había estado mal solo en la última semana. Siempre lo vi estable, quizás un poco más “activo” de lo habitual, pero nada que me hiciera pensar que estaba… que estaba… así de mal.
Ortega suspiró profundamente y se giró hacia Gómez, sus ojos reflejando una tristeza que parecía más allá de las palabras.
—Jonathan ocultaba muy bien su vida privada, Gómez. Como todo buen agente lo hace. Estaba en una especie de descenso gradual que empezó hace años, pero en los últimos meses, todo empeoró significativamente. La última semana fue terrible. Los últimos días de su vida fueron los más extraños, probablemente porque aceptó su muerte.
Gómez sintió un nudo en el estómago. La revelación le impactó de manera brutal, como si una cortina se hubiera levantado de golpe, mostrando un panorama oscuro que había estado escondido tras la apariencia de normalidad que había percibido durante décadas.
—¿Cómo es posible? —Murmuró, casi para sí mismo— Nunca lo noté. Pensé que había estado lidiando con todo esto solo en el último momento.
Ortega se acercó un poco más, su mirada se endureció, pero mantenía la empatía en su tono.
—No solo en las últimas semanas, Gómez. Jonathan llevaba años luchando con una soledad que lo carcomía por dentro. Desde su infancia diría yo. Era experto en esconder sus problemas, siempre daba la impresión de tener la situación bajo control. Su perpetua sonrisa estúpida era una excelente máscara. Desde joven la venía usando para esconder lo triste que era su vida. Pero a medida que el tiempo pasó, esa fachada comenzó a agrietarse. La presión de este trabajo, el peso de las cosas que había visto, el creciente aumento de problemas financieros y el hecho de que no podía rearmar la familia que había perdido, todo eso lo consumió. Los últimos meses fueron un reflejo de ese deterioro. Cuanto más sonreía, más estaba sufriendo por dentro, aunque muy pocos sabían eso.
Gómez se hundió en una silla cercana, tratando de asimilar la triste realidad planteada por Ortega. Sus pensamientos se entrelazaban con recuerdos de Jonathan, tratando de reconciliar la imagen del hombre sólido y confiable con la de alguien que estaba al borde del colapso. Le era imposible.
—Siempre pensé que era feliz, que llevaba una vida mucho más alegre que la mía. Hasta te admitiría que, en varios momentos, envidiaba su vida. Siempre rodeado de personas, compartiendo anécdotas fascinantes. Mi vida, en comparación, se reduce a este trabajo. Te lo juro, Ortega, lo veía en las reuniones, escuchaba sus ideas. No había indicios de que estuviera tan mal.
Ortega asintió lentamente, entendiendo la confusión de Gómez.
—Y esa era la idea, ¿no? Que no se notara. Para él, admitir que estaba en problemas era como una derrota, algo que no podía permitir. Pero con el tiempo, la presión lo superó. La última semana, especialmente, fue un caos total para él. Estaba irritable, parecía estar en constante estado de alerta, y sus pensamientos estaban desordenados. De alguna manera, en esos días finales, la realidad de su vida y la obsesión por encontrar una respuesta que resolviera el misterio del último caso en el cual estaba trabajando se entrelazaron peligrosamente. Era una excusa, usaba ese caso para no pensar en otras cosas. Jonathan necesitaba respuestas y yo lo noté.
Gómez inclinó la cabeza, observando con atención. Sentía que Ortega estaba a punto de decir algo importante, algo que tal vez había estado guardando para sí mismo.
—¿Respuestas? ¿Respuestas sobre su último caso? ¿Crees que su último caso fue el responsable de su muerte?
Ortega bajó la vista al suelo por un momento, como si estuviera luchando con las palabras correctas. Finalmente, se rascó la nuca y se encogió de hombros.
—No es fácil, Gómez. La verdad es que Jonathan estaba raro, sí, lo notamos todos. Pero todo el mundo actúa raro aquí, ¿no? —Dijo Ortega, con una sonrisa amarga, pero la tristeza estaba grabada en sus ojos— Se veía más nervioso de lo usual, parecía que se le había asignado un caso peligroso. No pidió mi ayuda para ese caso, así que no puedo contarte mucho sobre el mismo.
Gómez lo miró intensamente, tratando de captar cualquier señal en las palabras de Ortega.
—¿Y crees que todo eso lo llevó a suicidarse?
—Es difícil de aceptar, lo sé —Respondió Ortega— Pero te aseguro que lo investigamos bien. Jonathan estaba en una situación mental muy delicada. No era solo el trabajo o el estrés, estaba cargando con un peso que no podía compartir con nadie. Yo sabía que era su soledad, por eso fui a su casa muy seguido los últimos días y él también vino a la mía con más frecuencia de lo habitual. Ni con eso logré salvarlo. En los últimos días, antes de su muerte, comenzó a hablar de que quería dejar la fundación, de que ya no podía seguir trabajando en este lugar. Incluso me traspasó a sus hijos, como si ya supiera que no iba a estar más aquí para cuidarlos.
—No sabía que Jonathan tenía hijos —Comentó Gómez con cautela; aparentemente el tema era algo muy delicado, en caso contrario se hubiera enterado de su existencia.
Ortega soltó una leve risa irónica, como si aquella declaración hubiera sido un malentendido común.
—No en el sentido que imaginas —Dijo, reclinándose en su silla— No eran niños reales. Ninguno tiene “alma”, al menos. Pero sí, tuvo muchos “hijos”. Los tuvo con criaturas, androides, y otras máquinas. Él vivía con muchos robots, cosas, trabajadores y algunas otras “criaturas” exóticas, por así decirlo. Jonathan siempre fue alguien a quien le incomodaba profundamente la soledad. Desde muy joven. Todo comenzó después de que sus padres murieran cuando él aún estaba en la escuela primaria, tras eso empezó a rodearse de compañía para llenar ese vacío.
Gómez frunció el ceño, tratando de imaginar a un niño con mucho dinero, lidiando con la pérdida de sus padres a tan corta edad.
—¿Así que esa necesidad de compañía lo acompañó toda su vida? —Preguntó, buscando entender mejor el trasfondo de la vida de Jonathan.
Ortega asintió lentamente, sus ojos recorriendo la superficie de la mesa, como si en su mente estuviera recordando detalles que no había revivido en mucho tiempo.
—Sí. Desde muy joven empezó a rodearse de personas, o al menos, lo más cercano a ellas. Al principio eran amigos, compañeros de la escuela. Después, cuando entró a trabajar en la fundación, empezó a coleccionar más “personas”, cosas, criaturas, animales. Cuando los androides se le hicieron más accesibles, no tardó en empezar a comprar los nuevos modelos. Y finalmente llenó su casa con “hijos”. Cualquier cosa que lo ayudara a combatir esa soledad que lo carcomía desde que perdió a sus padres. Curiosamente, nunca se buscó una esposa de “verdad”, me parece que siempre tuvo el temor de morir trabajando como agente, dejando a sus hijos sin padre.