Un tanto sorprendido por el cambio de actitud de Marcus, Gómez aceptó la oferta. Se sentó en el gastado sillón de cuero frente a la mesa desordenada del científico. Marcus apoyó las manos en la mesa, como si estuviera tratando de reunir sus pensamientos antes de hablar.
—No te voy a mentir, Gómez. Lo de Jonathan me tomó por sorpresa, aunque no tanto como debería haberme tomado. Ya los últimos días se le veía raro; era como si no le importara el trabajo. Hasta inventaba excusas para pasearse por el laboratorio, como si buscara cualquier pretexto para no seguir trabajando en lo que estábamos investigando.
—¿Excusas? —Investigó Gómez — ¿A qué te refieres?
—Tonterías, cosas sin sentido. Se quejaba de dolores, de problemas que no tenían ni pies ni cabeza. Un día me dijo que la luz en la oficina estaba demasiado fuerte y no podía concentrarse. Otro, que el café de la máquina sabía a metal. Bobadas. Pequeñas cosas que claramente no eran el problema real, pero que servían como excusas para alejarse de este piso.
—¿Qué crees que le pasaba? —Inquirió Gómez, esperando que Marcus tuviera alguna teoría.
El científico soltó un suspiro profundo, como si estuviera cansado solo de pensar en ello.
—No lo sé. Al principio pensé que estaba agotado de no encontrar nada interesante. En ese caso siempre estábamos cerca de encontrar algo, pero al mismo tiempo muy lejos de la verdad. Era frustrante. Trabajar aquí no es fácil, lo sabes. Pero con el tiempo, me di cuenta de que no era solo el cansancio. Era como si Jonathan hubiera perdido algo más, algo que no podía recuperar. Su sentido del propósito, tal vez. Ya no veía el punto en lo que estábamos investigando. Incluso me llegó a decir que todo esto… —Marcus señaló el equipo, las pantallas, la oficina a su alrededor—... no valía la pena. Que no estábamos logrando nada.
Gómez se recostó en el sillón, procesando lo que Marcus le estaba diciendo. Había conocido a Jonathan, lo había visto trabajar incansablemente por la fundación, siempre creyendo en lo que hacían. Escuchar que había perdido la fe en todo ello le resultaba devastador.
—¿Crees que esa repentina falta de esperanza tenía algo que ver con el caso de los historiadores? —Rebuscó Gómez — Antes de perder las ganas de vivir, él estaba investigando ese caso de desapariciones, ¿no es así?
Marcus asintió con gravedad, pero su mirada endurecida dejaba claro que no iba a revelar todo de inmediato. Se inclinó hacia Gómez, como si la conversación que iban a tener fuera un secreto demasiado peligroso para ser escuchado por cualquiera.
—Sí —Murmuró— Jonathan Parker estaba investigando a esos malditos historiadores. Todo apuntaba a una banda de fanáticos que creían que podían descubrir secretos del pasado que nunca debieron ser revelados. Jonathan, al principio, se lo tomó muy en serio. Pero algo cambió en los últimos días —Hizo una pausa, sus ojos se oscurecieron como si estuviera recordando algo particularmente perturbador— No sé qué pasó exactamente, pero dejó de importarle. Ya no buscaba respuestas, solo quería escapar de ese caso como si él mismo fuera una plaga.
—¿Llegaron a descubrir qué secretos buscaban entender estos historiadores? —Investigó Gómez.
—Información secreta y peligrosa sobre la dictadura militar. Para ser exactos, la relación entre ese fenómeno político con el “destape” del otro mundo. Un tema muy delicado que fácilmente puede costarte la vida si no la manejas con cuidado, y estos idiotas buscaban dejar escrito toda la verdad en sus libros de historia—Respondió Marcus con tono seco, como si fuera una obviedad, pero su expresión se tensó más, como si hablara de algo prohibido.
—¿Hasta qué punto crees que estos historiadores sabían lo que ocurrió en realidad durante la dictadura? — Indagó Gómez, inclinándose hacia adelante, queriendo ahondar más en el tema.
Marcus se removió en su asiento, su expresión cada vez más endurecida mientras hablaba. La paranoia se filtraba en su tono, como si todo lo que estaba a punto de decirle a Gómez pudiera costarle la vida. Aunque se mantenía erguido, su cuerpo denotaba una extraña mezcla de orgullo y cautela, como si manejar esa información privilegiada fuera tanto una bendición como una maldición.
—Sabían mucho, Gómez, mucho más de lo que crees —Empezó, inclinándose hacia adelante y bajando la voz— Mucho antes del “destape”, el círculo de intelectuales ya estaba al tanto de la existencia del otro mundo. Sabían sobre las criaturas aberrantes, los rituales oscuros, los objetos malditos, los portales extraños. Estaban informados de las constantes desapariciones, las torturas inimaginables, los asesinatos trágicos y los burdos encubrimientos.
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—Y lo peor de todo —Agregó, mirando a Gómez directamente a los ojos—Sabían quiénes estaban detrás de todo ese silencio. Sabían demasiado, lo suficiente para darse cuenta de que “alguien”, desde muy arriba, estaba intentando monopolizar el acceso a este nuevo poder. Lo paranormal, Gómez, estaba a punto de convertirse en la nueva normalidad, algo que la humanidad podría controlar.
Gómez apenas se movió, pero sus ojos reflejaban el impacto de lo que estaba oyendo.
—Estos intelectuales entendían lo que eso significaba —Continuó Marcus, como si estuviera desenterrando un secreto largamente guardado— Sabían lo que ocurre cuando la humanidad se da cuenta de que puede controlar una nueva forma de poder. Porque al final, Gómez, no se trata de descubrir algo nuevo. Se trata de dominarlo. De usarlo. Y el problema es que, en ese proceso, lo más probable es que terminemos devorándonos los unos a los otros antes de que podamos siquiera terminar de comprenderlo.
Gómez lo miraba fijamente, notando la tensión creciente en el rostro de Marcus. Este último se pasó la mano por el mentón, con una sonrisa amarga, casi despectiva.
—Para los intelectuales de la época —Continuó Marcus, con un aire de suficiencia— Todo el circo que se estaba montando la dictadura era una obviedad. Toda esa gente poderosa que se presentaba como defensores de la humanidad, en realidad ocultaba estos secretos para su propio beneficio. Era evidente. Pero claro, nadie podía decirlo en voz alta.
—¿Cómo sabes eso? —Gómez no podía ocultar su incredulidad.
—Yo mismo fui parte de ese círculo de intelectuales, imbécil —Replicó Marcus con una sonrisa torcida y un brillo malicioso en sus ojos— En aquellos tiempos, más que científicos e investigadores, una buena parte de los trabajadores de esta fundación éramos informadores, espías al servicio de una élite silenciosa que siempre veló por mantener el “orden y progreso” de la humanidad. La dictadura era un caos para aquellos que realmente tenían poder, especialmente los magnates industriales y los líderes de las megacorporaciones. La corrupción militar y política asfixiaba todo. Cada negocio requería su coima; tu vida no valía nada si te metías en los negocios del político equivocado, y la industria del ocio, por ejemplo, estaba en ruinas. Eran tiempos nefastos para los negocios y peores aún para la humanidad.
Marcus hizo una pausa, como si saboreara haber vivido esos tiempos. Gómez permaneció en silencio, sin apartar los ojos de él, intentando asimilar la gravedad de lo que decía.
—Como te imaginarás, enemigos no les faltaban a esos políticos y militares corruptos que se creían intocables —Afirmó Marcus, casi con desprecio— Y puedo confirmar todo lo que te estoy diciendo porque yo mismo filtré una buena parte de la base de datos de este laboratorio. Todo era parte de un plan más grande, uno que, en su momento, no podía ver con claridad. Pero ahora está más claro que el agua: era la única forma de derrumbar esa dictadura de mierda.
Marcus se inclinó hacia adelante, como si estuviera revelando un oscuro secreto que le había pesado por años. La intensidad en su mirada era arrolladora, y Gómez empezó a comprender que lo que Marcus tenía era un orgullo retorcido por haber sido parte de ese complot.
—Se tardaron décadas —Continuó Marcus — Pero tras años de filtrar información, la alta sociedad comprendió que había un pequeño grupo de imbéciles que intentaban monopolizar el acceso a esas realidades paralelas. Una vez que lo entendieron, les hicieron pedazos. Fue como ver caer una torre de cartas. En un solo año, todo ese sistema que parecía inquebrantable se desmoronó.
El orgullo en la voz de Marcus era contagioso, como si fuera el héroe oculto de una historia que nadie recordaba. Hizo una pausa dramática, observando la expresión de Gómez, evaluando si captaba la magnitud de lo que estaba revelando.
— Se decapitaron a las familias de los que se pasaron de listos y se les confiscaron todos los bienes —Continuó Marcus, con una risa seca— Era tan obvio que ese iba a ser su final, esos idiotas nunca leyeron un maldito libro de historia en sus vidas. ¿Cómo podían pensar que algo tan inestable puede durar para siempre? Nadie puede imponerse a la alta sociedad y pensar que no habrá consecuencias. Era solo cuestión de tiempo para que los mataran todos.
—A estas alturas de la historia comprenderás que los historiadores desaparecidos no eran unos simples académicos que mantenían charlas sobre teorías conspiranoicas en los pasillos de la universidad. No, algunos de esos intelectuales sabían tanto como la fundación sabe hoy en día sobre el otro mundo.
—¿Tienes algún indicio sobre qué descubrieron exactamente?—Investigó Gómez, buscando llenar el incómodo silencio que se había formado.
Marcus asintió lentamente, pero su rostro se oscureció aún más. Se inclinó hacia adelante, como si las paredes mismas pudieran tener oídos.
—Solo tengo algunas teorías, Gómez —Susurró, con una sonrisa torcida— Probablemente estos historiadores querían revelar la gran “verdad”. Aunque la dictadura ha caído, algunos miembros de la élite que se beneficiaron de ella siguen entre nosotros. Muchos de ellos aún están metidos en la política. Los más discretos se mantienen en las sombras, moviendo los hilos de los influencers de turno.