Gómez sintió que esas palabras golpeaban más fuerte que cualquier reprimenda o castigo. Adaptarse o apartarse. Era una elección que jamás había pensado tener que hacer. Para él, la fundación siempre había sido su hogar, su vida. No se veía en otro lugar, y mucho menos siguiendo otro camino.
—Y sé que te sientes traicionado, viejo amigo —Añadió Mendelson, casi como si leyera los pensamientos del agente— Sé que piensas que te estoy abandonando. Pero créeme cuando te digo que esto no es algo que desee hacer. He luchado por mantener a cada uno de los veteranos aquí el mayor tiempo posible, pero hay presiones más grandes de las que yo pueda contener. La fundación está bajo una nueva dirección, y ellos ven el futuro de una manera muy distinta a como lo veíamos nosotros.
Gómez miró al suelo, sus pensamientos enredados en la maraña de emociones que sentía. ¿Qué significaba todo esto? ¿Ya no había lugar para él en la Fundación? ¿Los años que había dedicado, las veces que había puesto su vida en la línea, ya no importaban? Se sentía como un soldado al que se le había quitado su espada y se le había pedido que tomara una pala en su lugar.
—Los nuevos reclutas… —Murmuró Gómez, su tono cargado de desdén— No saben lo que hacen. Siguen las reglas, claro, pero no tienen idea de lo que realmente está en juego.
Mendelson asintió, pero no compartía el resentimiento de Gómez.
—Tal vez no lo sepan aún. Pero lo aprenderán. Como nosotros lo hicimos. Cada generación tiene su forma de enfrentar las cosas, y ellos encontrarán la suya. Y no me malinterpretes, no estoy diciendo que sus métodos sean mejores o peores que los nuestros, solo son diferentes.
—Entonces, ¿por qué me llamaste a tu oficina? ¿Para darme este discurso? —Preguntó Gómez secamente, su voz apagada por todo lo que había tenido que escuchar.
Mendelson se recostó en su asiento, como si el peso de la conversación también le afectara.
—Quería invitarte a que pienses, Gómez. Que uses estos ocho meses de suspensión para reflexionar sobre lo que realmente quieres hacer con tu vida. Si decides volver, tendrás que adaptarte a los nuevos tiempos. A las nuevas reglas. Pero si decides que no es para ti, entonces tal vez sea hora de buscar otro camino.
Gómez sintió que las palabras se quedaban flotando en el aire, como una sentencia.
—No es una decisión que debas tomar hoy —Dijo Mendelson suavemente— Pero es una decisión que tendrás que tomar en estos ocho meses.
Gómez se quedó en silencio, dejando que las palabras de Mendelson se perdieran en la sala como un eco lejano. La realidad de su situación, tan dura como inevitable, seguía retumbando en su mente. El sentimiento de derrota se estaba transformando en una amarga aceptación.
—Arthur…—Comenzó Gómez con un tono medido, intentando ocultar la tensión que sentía— Acepto que esto es parte de un proceso inevitable. La fundación está evolucionando, y yo no encajo en su lucha por adaptarse a los nuevos tiempos.
Se detuvo un momento, buscando las palabras correctas para hacer el siguiente giro en la conversación, sin delatar la obviedad de sus intenciones.
—Pero antes de irme, me gustaría despedirme de todos los veteranos. Al menos de los que pasen por el laboratorio hoy. No vi a Parker ni a Krüger en la sala de control, y dado que no los veré en muchos meses, me gustaría hablar con ellos un momento. Ellos han sido buenos compañeros y creo que merezco una buena despedida por parte del equipo.
Mendelson, que había estado observando a Silarus con la misma atención distraída que uno pone en una mascota para evitar miradas incómodas, de repente endureció el rostro. Los movimientos lentos y rítmicos de la criatura contrastaban con la súbita tensión que invadió a su dueño. Mendelson apartó la vista de su mascota y cruzó los brazos sobre el pecho, como si buscara una forma de protegerse de la conversación que se avecinaba.
—Lamentablemente, Krüger está de vacaciones, por lo que no podrás despedirte personalmente. Se fue a Marte con su familia para celebrar el cumpleaños de su tatarabuelo. No volverá hasta dentro de unas semanas. Mientras que Parker…
Gómez notó el cambio. La leve incomodidad en el ambiente que había sentido cuando entró en la oficina, ahora parecía haberse transformado en una pared de hielo invisible entre ellos. Su intuición, afilada por años de trabajo, le decía que algo no estaba bien.
—¿Qué pasa? —Preguntó Gómez, frunciendo el ceño— ¿Dónde está Jonathan?
Mendelson suspiró, un suspiro largo y pesado, como si llevara horas preparándose para este momento. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, ahora mostraban una mezcla de pena y cansancio. Se tomó un segundo antes de hablar, como si estuviera buscando las palabras adecuadas, pero la verdad era que no había una forma suave de decir lo que venía a continuación.
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—Jonathan… —Empezó Mendelson, su voz quebrándose ligeramente al pronunciar el nombre— Ya no está con nosotros, Gómez.
La declaración cayó como un balde de agua fría. Por un momento, Gómez no comprendió lo que acababa de escuchar.
—¿Qué quieres decir con eso? —Gómez lo miró con incredulidad, tratando de procesar lo que acababa de oír. Su corazón latía más rápido ahora, y podía sentir una presión creciente en el pecho— ¿Se fue de vacaciones? ¿Se jubiló? ¿Qué estás tratando de decir, Mendelson?
Mendelson se frotó las sienes, visiblemente incómodo, y finalmente dejó caer la bomba.
—Jonathan se suicidó hace un par de días, Gómez. Lo encontramos en su apartamento. Él activó el protocolo de suicidio asistido. Lo hizo de manera voluntaria y en calma. Los androides de su casa confirmaron que lo ayudaron a llevar a cabo el procedimiento. Las grabaciones muestran todo el proceso, desde su solicitud, su testamento, sus últimas palabras, hasta el momento en que fue asistido por el androide para asegurarse de que no hubiera errores. Todo está registrado y documento.
El estómago de Gómez se hundió, una sensación fría y densa que parecía apoderarse de cada rincón de su cuerpo. La oficina de Mendelson comenzó a girar lentamente a su alrededor. Cada palabra de Mendelson golpeaba su conciencia como una avalancha implacable, aplastando todo a su paso. Jonathan, su amigo cercano y compañero leal en innumerables casos, estaba muerto. ¿Cómo era posible? Había hablado con Jonathan la semana pasada. La imagen de Jonathan, con su sonrisa alegre y sus ojos llenos de una chispa inagotable de entusiasmo, se proyectaba como una película grabada en su memoria. En ese momento, no había indicios de tristeza o desesperación. Jonathan parecía estar tan vivo y comprometido como siempre, con planes y sueños para el futuro. ¿Cómo podía una persona que irradiaba tanta vitalidad y esperanza terminar con su vida de manera tan abrupta?
Gómez se acordó de las largas noches de trabajo en el laboratorio, de las bromas y las risas que habían intercalado entre casos. Jonathan siempre había sido el compañero que mantenía la calma y te alegraba el día incluso cuando todo alrededor parecía desmoronarse.
Se suponía que Jonathan le iba a proporcionar información crucial, las piezas que faltaban en el rompecabezas del caso más complicado que había enfrentado en su carrera. Gómez se había ilusionado con resolver el caso juntos, como en los viejos tiempos, como habían hecho tantas veces en el pasado cuando eran unos reclutas inexpertos. Otro caso privado resuelto por los dos. Dos amigos tratando de resolver el misterio más grande que había visto el laboratorio 32. Mientras estuvieran juntos, nada era imposible. Pero ahora Jonathan Parker estaba muerto y Gómez se sentía como si le hubieran arrancado una parte de su ser. ¿Cómo había podido Jonathan tomar una decisión tan drástica? ¿Cómo pudo ocultar su dolor tan bien? ¿Cómo pudo llevar a cabo una acción tan definitiva y aterradora mientras todos los que lo rodeaban ignoraban sus verdaderos pensamientos? Era imposible, Gómez no podía creerlo. Su mente no podía procesar esa verdad y se repetía una y otra vez:
> “A Jonathan Parker lo han suicidado, lo han matado. “Ellos” son los responsables”.
—No… —Susurró Gómez, más para sí mismo que para Mendelson— No puede ser. Jonathan no haría algo así. No sin decirme nada, no sin…
Gómez se quedó en silencio, observando cómo el jefe sacaba un pequeño dispositivo de su escritorio. Activó una proyección holográfica que mostraba imágenes capturadas por los sistemas de seguridad de la casa de Jonathan. A pesar de la naturaleza fría y mecánica de las imágenes, la verdad detrás de ellas era innegable: Jonathan, sentado en una silla frente a una ventana, hablando calmadamente con su androide personal mientras este le sostenía una máscara conectada a un tubo rojo. No había signos de lucha, de desesperación. Solo alegría, calma, hasta podría haber rastros de una ligera esperanza. Sus ojos brillaban como si lo peor ya hubiera pasado y ahora lo que estaba por venir era un mundo de infinitas posibilidades. Como si el dolor y la tristeza fueran terrenales, pero las alegrías y placeres lo acompañarían al más allá por toda la eternidad.
Sintió que el piso bajo sus pies se tambaleaba. Su mente se llenó de preguntas sin respuesta, pero ninguna de ellas hacía que el dolor fuera más llevadero. Como todo agente, Jonathan siempre había sido el tipo de persona que podía ocultar bien sus problemas, alguien que sabía cómo separar el trabajo de su vida personal. Pero esto era demasiado oscuro para creerse esta versión de la historia solo por un simple vídeo como prueba
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —Preguntó Gómez, tratando de mantener su voz estable, aunque estaba claro que estaba al borde del colapso— ¿Por qué nadie me lo mencionó en la sala de control?
Mendelson lo miró con una tristeza genuina en sus ojos, pero también con una frialdad que solo alguien acostumbrado a las malas noticias podía ofrecer.
—No queríamos cargarte con eso, especialmente ahora que estás lidiando con tu suspensión. Jonathan también estaba lidiando con lo suyo. Parece que después de enterarse de que te iban a suspender, no pudo soportar la presión de pensar que sería el siguiente. Se volvió cada vez más nervioso y retraído, y la situación empeoró a medida que pasaban los días.
—¿Por qué? —Murmuró Gómez, incapaz de creer lo que estaba escuchando. Jonathan no parecía un hombre al borde del colapso, no en las últimas veces que habían hablado los dos. Pero entonces recordó las palabras que Jonathan le había dejado en el mensaje. El tono de alerta, de paranoia. Algo no encajaba.
Mendelson apagó la proyección y miró a Gómez con seriedad.
—Lo que sabemos es que Jonathan había estado muy deprimido últimamente. La noticia de tu suspensión lo afectó profundamente y se proyectaba como el siguiente en la lista. Ya lo habíamos notado antes, durante la última semana estaba nervioso, preocupado, la inteligencia artificial del laboratorio dio varias señales de advertencia sobre él y catálogo su suicidio como un hecho posible. Tras la advertencia lo mantuve vigilado y seguí el protocolo estándar. Ocultaba muy bien sus emociones, pero desde las cámaras del laboratorio lo estuve observando toda la semana. Lo vi perderse en sí mismo. Intenté hablar con él, pero se cerró completamente.