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El Observador (6)

Gómez frunció el ceño. ¿Métodos aceptables? ¿Desde cuándo resolver los casos y revelar secretos había dejado de ser el objetivo principal de la fundación? Recordó todos los casos que había cerrado, todos los momentos en los que la eficiencia y la rapidez habían sido valoradas por encima de las normas burocráticas. Se había saltado reglas, sí, pero siempre había sido por el bien mayor, o al menos, así lo veía él.

—Mira, Gómez —Continuó Mendelson, notando la tensión en el rostro de su agente— Este no es el mismo lugar donde empezamos como reclutas. Antes, la fundación operaba en las sombras, luchando contra lo que el público jamás debía conocer. Teníamos carta blanca para hacer lo que fuera necesario. Pero ahora somos una institución pública. El mundo sabe que existimos, sabe lo que hacemos, sabe lo que pensamos, sabe lo que decimos y eso significa que ya no podemos operar de la misma manera. Estamos bajo un escrutinio constante por parte de una élite exigente, una ciudadanía inconsistente y una prensa morbosa. Cada acción que tomamos es analizada, evaluada, estudiada, comparada y condenada si no encaja con los estándares actuales.

—¡¿Estándares?! —Gómez casi escupió la palabra— ¿Quieres decir que ahora el criterio que define nuestro buen actuar es no molestar a los políticos o mantenerse lejos de la mirada de los medios, más que resolver lo que está realmente ocurriendo ahí fuera?

Mendelson negó con la cabeza, aunque sus ojos revelaban que parte de él compartía la frustración de Gómez.

—No se trata solamente de política, aunque sí, claro que eso juega un papel no menor en esta fundación, puesto que la misma siempre ha representado los intereses de la élite de nuestra sociedad, por tanto, una de nuestras tantas prioridades siempre fue contentar a los políticos de turno —Levantó un dedo, como si quisiera subrayar su punto— Pero estos políticos son reflejo de la sociedad y la sociedad ha cambiado. Estamos en una época donde el hedonismo, el exceso, la liberación y la transparencia son las banderas que la gente espera que levantemos. Ya no somos un puñado de veteranos duros dispuestos a hacer lo que sea necesario. Ahora somos… —Buscó la palabra adecuada— Exploradores, en lugar de soldados. Investigadores, en lugar de detectives.

Gómez permaneció en silencio, masticando las palabras de su jefe. Sabía que lo que decía tenía un punto de verdad. Durante los últimos años, la fundación había mutado. Lo había notado en los nuevos reclutas, en sus métodos, en su forma de trabajar. Ya no eran los tipos endurecidos por las luchas secretas y las operaciones clandestinas. Ahora los recién llegados eran más cautelosos, más burocráticos, preocupados por la “moralidad” de sus acciones. Mostraban resultados más acordes con lo que el mundo esperaba de una organización pública, pero para Gómez, todo eso sonaba vacío frente a los resultados.

—Los veteranos como tú, Gómez… —Mendelson hizo una pausa, como si le costara pronunciar lo que venía— Ya no encajan en esta nueva sociedad. No es solo una cuestión de tus métodos, que, aunque eficientes, nos han traído más problemas legales de los que puedo contar. También están los sobornos, chantajes, justicia por mano propia, operaciones turbias… —Sacudió la cabeza— Nos pasamos más tiempo gastando el presupuesto en lidiar con las consecuencias de tus éxitos que en celebrar los mismos. Y eso, en esta era, ya no es sostenible.

Gómez apretó los puños, sintiendo la traición arder en su interior. Sabía que había cruzado líneas antes, pero siempre lo había hecho por el bien mayor, por resolver los casos, por salvar vidas. Y ahora, ese mismo celo, esa misma dedicación, se estaba volviendo en su contra.

—¿Y los novatos? —Preguntó Gómez con su voz baja, pero cargada de resentimiento— ¿Quieres decirme que ellos lo están haciendo mejor que yo? Que con su “moralidad” y su apego a las normas están logrando más que nosotros, los veteranos, que fuimos los que construimos la fama de este laboratorio con nuestras propias lágrimas, sudor y sangre.

Mendelson lo miró fijamente, y por un momento, Gómez vio un destello de compasión en sus ojos.

—No es que lo estén haciendo mejor, Gómez —Hizo una pausa— Simplemente están haciendo lo que se espera de ellos. Y eso, en estos tiempos, es suficiente. Además… —Se inclinó hacia adelante, apoyando las manos en el escritorio—No es solo una cuestión de tus cuestionables métodos. El presupuesto para mantener a agentes veteranos como tú es insostenible. Los novatos cuestan menos, son más fáciles de manejar, y, en última instancia, son el futuro de esta fundación.

Gómez sintió cómo su estómago se retorcía. No podía negar que el costo de mantenerlo a él y a los suyos era mucho más alto que lo destinado a los nuevos reclutas.

—Mira, Gómez… —Mendelson adoptó un tono más suave— Te respeto, más de lo que piensas. Pero tarde o temprano, la fundación iba a desprenderse de los veteranos. Las demandas legales, la presión pública, los recortes de presupuesto, todo apunta a una sola dirección. Y no eres el único. Eventualmente, todos los que sirvieron durante la dictadura militar serán retirados. Tu mentalidad, la forma en que ves el mundo, ya no encaja con esta era.

Gómez sintió una punzada de dolor. Había dado todo por la fundación, y ahora se lo estaban cobrando de la peor manera. Para Gómez, cada frase era como una estocada lenta y precisa, abriendo viejas heridas y sembrando nuevas dudas. Lo que alguna vez había sido un bastión de camaradería y propósito, ahora se sentía como una fría máquina burocrática que lo masticaba y escupía cuando ya no era útil.

—No encajo… —Gómez repitió en voz baja, como si esas palabras fueran difíciles de procesar. Levantó la vista y miró directamente a Mendelson— ¿Qué me estás diciendo? ¿Que todo lo que hice, todo lo que sacrificamos, no tiene valor alguno ahora? ¿También le dirías eso a nuestros compañeros que dieron su vida por defender nuestro mundo de lo paranormal?

Mendelson suspiró pesadamente, entrelazando los dedos frente a él. La luz blanca y fría del panel holográfico sobre el escritorio hacía que su rostro se viera aún más severo, casi inhumano.

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—No es que no tenga valor —Respondió con tono moderado— Pero el mundo cambió, y con él, la fundación. Lo que hiciste antes, tu modo de operar, funcionaba en otro contexto, en otra época. Pero la realidad de ahora es distinta. Ya no se trata solo de cazar monstruos en la oscuridad, sino de entenderlos, de integrarlos en el marco legal de lo que es aceptable, de explotarlos económicamente y de abusar de ellos para satisfacer los fetiches de la élite de nuestra sociedad.

—¿Aceptable? —Gómez apenas podía contener su incredulidad— ¿Estás hablando de lo paranormal como si fuera un mal menor que simplemente hay que integrar en nuestro mundo?

Mendelson lo miró fijamente, sin inmutarse ante la evidente frustración del agente. Sabía que Gómez no lo vería de otra manera, que para él el deber siempre había sido blanco o negro, vida o muerte, una guerra que no permitía zonas grises. Pero ese mundo, el de los agentes veteranos forjados por la violencia social de la dictadura militar y las sombras de la clandestinidad, ya no existía.

—Escucha, Gómez, no lo digo porque crea que tus esfuerzos fueron en vano —Continuó Mendelson— Al contrario, la fundación nunca habría llegado a donde está hoy sin hombres como tú. Pero si sigues insistiendo en que las cosas deben ser como antes, te estarás aferrando a algo que ya no existe. ¿De qué te sirve luchar contra una realidad que ya cambió? Nadie puede detener el mundo, así que mejor gira con él.

El ambiente de la sala permanecía en un tenso silencio mientras Gómez digería las palabras de Mendelson. Silarus flotaba a un lado, moviéndose perezosamente en el aire, observando con sus grandes ojos curiosos. Aunque su apariencia frágil contrastaba con el ambiente austero de la oficina, su sola presencia representaba el cambio profundo que había sacudido la fundación en los últimos años. No solo por la naturaleza exótica de su existencia, sino por lo que simbolizaba: El dominio sobre la naturaleza y el aprovechamiento de ella.

—La fundación ya no es lo que era —Dijo Mendelson, rompiendo el silencio. Su voz era serena, pero cargada de una verdad que Gómez odiaba escuchar— Ya no es un campo de batalla donde solo sobreviven los más fuertes. Ya no estamos solos en esto. El gobierno, las organizaciones privadas y las multinacionales se han sumado a la causa. Ya no somos una entidad que opera en la oscuridad, ahora somos parte de un ecosistema que estudia lo paranormal, y el éxito ya no se mide solo por la eficiencia de nuestra institución.

Gómez frunció el ceño, incapaz de ocultar su desagrado. Para él, todo aquello sonaba como una justificación barata para la ineficacia y la complacencia de estos tiempos.

—¿Y qué se supone que signifique eso? —Preguntó, con un tono áspero— ¿Qué ahora lo más importante es complacer a la gente, a la élite? ¿Qué el objetivo ya no es proteger al mundo de las amenazas, sino asegurarnos de que todos se sientan bien consigo mismos mientras trabajan en comprender lo paranormal?

—Eso es exactamente lo que significa —Respondió Mendelson sin rodeos— La fundación ya no se enfoca en las mismas prioridades que antes. Hoy en día, lo importante es mantener felices a nuestros empleados, satisfacer los caprichos de los nuevos reclutas, que son parte de una élite social que espera resultados, pero más aún, espera cumplir sus sueños. La fundación ya no es un campo de batalla, Gómez. Ahora es un lugar donde la gente viene a explorar el otro mundo, a aprender, a vivir experiencias emocionantes, no a sacrificarse por una causa mayor.

—Tú me estás diciendo que los novatos ¿Vienen aquí a jugar, Arthur? —Preguntó Gómez, intentando mantener la compostura — Porque eso es lo que parece.

Mendelson apoyó los codos sobre el escritorio y entrelazó los dedos, su rostro permanecía sereno, pero había un dejo de cansancio en sus ojos.

—Los jóvenes de hoy ya no vienen aquí con la misma mentalidad que tú o yo teníamos en su momento. No están dispuestos a dar su vida por la humanidad. No están dispuestos a soportar maltratos, humillaciones, ni a vivir en un ambiente laboral tóxico como lo hicimos nosotros. Para ellos, esto no es un sacrificio, sino una oportunidad para cumplir sus fantasías. Vienen aquí buscando algo más que el honor y gloria de la raza humana, y nosotros tenemos que adaptarnos a eso. No los puedes culpar por querer más que un trabajo agotador y peligroso.

Gómez recordó los días de su juventud, cuando los novatos como él llegaban a la fundación llenos de adrenalina y temor. Era una prueba de fuego, donde los más fuertes se quedaban y los débiles se iban en bolsas para cadáveres. Las órdenes eran claras, y aunque había una sensación constante de peligro, eso mismo era lo que los unía. Las luchas internas, las peleas, las venganzas entre compañeros que competían por demostrar su valía. Todo eso era parte del sistema, una tradición no escrita. Era cruel, sí, pero en cierto modo, efectivo. Eso forjaba agentes capaces de enfrentar lo peor del otro mundo.

—Los abusos, las prepotencias, las peleas, todo eso quedó en un pasado que nadie mira con buenos ojos—Dijo Mendelson, como si leyera los pensamientos de Gómez—Ya no es necesario crear un ambiente donde solo los más duros sobreviven. Hoy se busca que todos estén cómodos, que sientan que su trabajo es la forma de satisfacer sus deseos. Que lo disfruten. No podemos permitirnos seguir con esa mentalidad de guerra constante, porque lo que hacemos ahora es más diplomático. No todo se trata de pelear contra monstruos, sino de lograr el apoyo de una élite social interesada por nuestro trabajo y patentes. Y para eso no hay que matar criaturas paranormales, hay que comprender y explotarlas económicamente.

—¿“Hay que comprender y explotarlos económicamente”? —Gómez— No me jodas. Los monstruos son monstruos, no hay nada que entender más que como matarlos y sacarlos a patadas de nuestra realidad.

—Ese es tu problema, Gómez —Mendelson lo miró directamente a los ojos— Sigues viendo esto como una guerra. Pero la fundación ya no es una fuerza militar encubierta. Ahora somos una institución pública que se dedica a la investigación de lo paranormal, y eso significa que tenemos que jugar bajo nuevas reglas. No podemos permitir que la eficiencia sea lo único que importe. La colaboración entre instituciones es clave, y si no somos lo suficientemente fuertes o rápidos, entonces otros lo serán. Porque ya no estamos solos en esto. Deja que el gobierno y otras compañías privadas se encarguen de matar a los monstruos, nosotros ya no estamos para derrochar recursos en ese campo.

—¿De verdad confías en que ellos harán lo correcto? —Preguntó Gómez, con la voz baja pero cargada de resentimiento— ¿Realmente confías en las empresas privadas? ¿En las corporaciones? ¿En el gobierno? ¿Acaso no están todos metidos hasta el cuello en la corrupción? Solo hace falta una sola criatura que aprenda como sobornarlos, y todo el sistema de defensa de la humanidad se derrumba, Arthur.

Mendelson suspiró profundamente.

—No seas extremista, Gómez. Lo que planteas es imposible. La corrupción ha existido siempre, y siempre existirá, eso lo sabes. A pesar de eso, la humanidad ha progresado. Puede que no te guste el nuevo sistema, pero no tienes más opción que aceptarlo. La fundación ya no puede sostenerse sola como lo hacía antes. Dependemos de la colaboración con otras organizaciones, empresas, y el gobierno. Sí, algunas de estas entidades tienen sus propios intereses y los mismos no son muy “nobles” que digamos, pero es parte del juego. Si no jugamos, nos quedamos fuera, y eso no es una opción.