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Jonathan Parker (3)

—¿Qué opinas de las cosas que dijo sobre el “velo de la realidad”? Palabras muy crípticas para su gusto, ¿no te parece? —Preguntó Gómez, intentando desentrañar ese aspecto.

Rivas lo miró con una expresión pensativa.

—Te soy sincero, no sé qué pensar de eso. Jonathan siempre tuvo una mente analítica, pero la cercanía con la muerte te transforma. Puede que esas palabras fueran solo metáforas, formas en las que él expresaba cómo veía su vida después de perderlo todo. Es posible que, al quedarse sin nada, comenzara a cuestionarse cosas que antes simplemente ignoraba.

—¿Y crees que lo encontró? —Preguntó Gómez, tratando de entender lo que eso significaba.

Rivas se encogió de hombros, pero la tristeza que asomaba en su mirada era innegable, como si en lo más profundo de su ser ya hubiera hecho las paces con la imposibilidad de encontrar una respuesta concreta.

—No lo sé, Gómez. Quizás, en su mente, Jonathan encontró las respuestas que había estado buscando, esas que lo llevaron a hacer lo que hizo. Tal vez llegó a la conclusión de que la vida ya no le ofrecía nada, que había llegado al final de su camino. Y en ese sentido, podría ser que lo que mencionó sobre “el velo” fuera su manera de decir que estaba listo para dejar este mundo atrás. Pero, al mismo tiempo, no puedo sacarme de la cabeza lo extraño que fue su comportamiento. Algo no encaja. Quiero creer que hubo una razón, un detonante claro para ese cambio radical, pero sigo sin verlo. ¿Falta de dinero? No lo sé. Sabemos que siempre tuvo problemas financieros, pero esa no es la clase de cosa que te empuja al abismo de la noche a la mañana. No, lo suyo fue diferente. Fue como si algo lo consumiera de adentro hacia afuera, lentamente, pero también contenido. No obstante, algo hizo que eso se liberara y ya no pudo seguir soportándolo. ¿Qué fue lo que lo llevó a eso?

Rivas se quedó en silencio, reflexionando, mientras la pregunta flotaba en el aire, cargada de una incertidumbre que ambos compartían. Esa era la gran interrogante, la que envolvía todo el caso: ¿Qué había derrumbado la mente de Jonathan? ¿Qué había sido lo suficientemente poderoso como para empujarlo al borde del abismo?

Gómez sabía que si lograban encontrar esa respuesta, descubrirían la llave para desentrañar el misterio por completo. Todo giraba en torno a ese momento, ese detonante invisible que había pasado desapercibido, pero que sin duda existía. Pese a ello, lamentablemente, ninguno de los dos agentes sabía cuál era la respuesta.

—¿Se sabe algo más sobre lo que estuvo investigando en sus últimos días? —Preguntó Gómez de repente, rompiendo el silencio como quien arroja una piedra a un lago en calma, esperando ver las ondas que se forman.

Rivas levantó la cabeza lentamente, como si la pregunta lo hubiera sacado de un trance. Apretó los labios, pensando.

—Su último caso fue el de unos historiadores desaparecidos. Nada relacionado con suicidios. No hubo ningún indicio de que estuviera metido en algo más profundo que esas desapariciones o peligroso. Si te soy sincero, creo que el trabajo era lo último que pasaba por la mente de Jonathan durante sus últimos días. Parecía más enfocado en realizar una búsqueda personal, como si estuviera tratando de entender su lugar en el mundo. Nos contó que había estado leyendo sobre filosofía, cultura, religión, sobre la naturaleza de la existencia, pero no había nada en sus palabras que nos hiciera pensar que había algo peligroso en juego.

Gómez no estaba seguro de si eso lo tranquilizaba o lo inquietaba más. Jonathan, un hombre que había pasado toda su vida persiguiendo placeres y lujos, ahora se encontraba inmerso en preguntas profundas sobre la existencia y el propósito de la vida. El contraste era demasiado brusco, demasiado repentino.

—Es extraño —Dijo finalmente Gómez, mirando a Rivas— Jonathan era el último hombre al que hubiera imaginado metido en una crisis existencial.

Rivas asintió lentamente.

—Lo sé. Todos pensamos lo mismo. Jonathan siempre parecía imperturbable, casi invulnerable. Pero, al final, nadie está a salvo de eso. La vida, el trabajo, todo lo que nos rodea puede desmoronarse sin que nos demos cuenta, y cuando pierdes aquello que le daba sentido a tu existencia, lo que te mantenía en pie, es fácil empezar a cuestionar todo. El porqué de lo que hacemos, el propósito de quemar nuestra vida entre estos solitarios pasillos.

Rivas hizo una pausa, sus ojos opacos como pozos insondables.

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—A nosotros, los agentes, nos pasa más de lo que la gente cree. Nadie llega a la veteranía sin haber escondido un par de traumas en algún rincón oscuro de su subconsciente. Todos llevamos fantasmas con nosotros, incluso si tratamos de negarlo. El problema surge cuando esos fantasmas encuentran una oportunidad de materializarse.

Rivas suspiró profundamente antes de continuar, su voz cargada de la pesadez de los recuerdos que parecían agolparse en su mente. Se frotó la frente, como si intentara aliviar el peso de las palabras que estaba a punto de decir.

— Gómez… —Comenzó, con una seriedad que raramente mostraba— He visto a muchos veteranos como Jonathan a lo largo de los años. Este trabajo te destruye de maneras que no puedes imaginar. Luchamos contra lo desconocido, contra lo imposible, y eso deja cicatrices. No solo en la piel, sino en el alma.

Gómez lo miró en silencio, digiriendo esas palabras. Sabía que lo que Rivas decía tenía mucho de verdad. Lo había visto en sus compañeros, en los agentes más antiguos, esos que cargaban con varias décadas de servicio en la fundación. Había algo en sus miradas, en la forma en que actuaban, que no podía ser explicado simplemente por el cansancio físico. Incluso aquellos que parecían más duros que el acero, se habían derrumbado de la noche a la mañana. No importaba cuán fuertes parecieran, cuánto aparentaran controlar sus emociones o cuán fríos pudieran ser en el campo. El trabajo acababa alcanzándolos a todos, tarde o temprano. Porque no se trataba solo de enfrentarse a lo paranormal o a los fenómenos inexplicables que investigaban, sino también de enfrentarse a uno mismo, a los miedos más profundos, a las dudas que crecían en la oscuridad de la mente.

—Jonathan no fue el primer agente que conozco en suicidarse, y me temo que no será el último… —Continuó Rivas, bajando la voz casi hasta un susurro, evitando que lo escuchara cualquier novato que anduviera por la sala de control— Este trabajo nos empuja al límite. He visto a demasiados buenos hombres terminar sus días de un disparo en la cabeza. ¿Tú recuerdas cuántos agentes se han quitado la vida en las últimas décadas? Yo ya perdí la cuenta.

Gómez sintió un escalofrío recorrerle la espalda, esa sensación helada que se apoderaba de la piel cuando algo que preferías ignorar se volvía innegablemente real. No era algo de lo que se hablara abiertamente, pero todos sabían que el personal operativo de la fundación llevaba una carga emocional enorme. El suicidio no era un tema ajeno, pero siempre parecía una tragedia distante, algo que le ocurría a otros. Hasta que alguien cercano, como Jonathan, caía víctima de esa misma desesperación.

—Lo que me preocupa de Jonathan… —Intentó expresar Gómez, su voz cargada de una tensión que apenas podía contener. Pero justo cuando estaba a punto de desahogar lo que le quemaba por dentro, Rivas lo interrumpió, con un tono que reflejaba un sombrío entendimiento.

—Gómez… —La voz de Rivas era grave, casi apagada, como si estuviera arrastrando el peso de todas las verdades incómodas que ambos sabían, pero rara vez discutían— Luchar contra lo paranormal nos marca, nos consume por dentro. Muchos agentes pierden su sentido de la realidad después de años estando “sanos”. No es tan raro que alguien como Jonathan, después de todo lo que ha visto, de todo lo que ha tenido que soportar, simplemente se derrumbara. Pero, ¿de verdad podemos culparlo? —Rivas hizo una pausa, su mirada penetrante, oscura, contempló el caos controlado que se desataba en la sala de control— No es raro perder la esperanza en la “causa”, no cuando ves que todo por lo que has luchado parece desmoronarse frente a tus ojos.

—¿Qué quieres decir? —Gómez lo miró, tratando de seguir el hilo de sus palabras, pero temía conocer la respuesta.

—Me refiero a que lo que Jonathan “vio” fue cómo el sistema que juramos proteger se corrompe desde dentro. Él supo que te suspendieron, Gómez, y una semana después se mató —Rivas dejó caer la bomba con una frialdad resignada— Eso no es una casualidad. ¡Nada es una casualidad para un agente! Te lo advertí cuando eras un novato que no tenía idea de en qué se estaba metiendo, solo andabas siguiendo los pasos de tu madre como un pollito sigue a la gallina. Te lo repito hoy, cuando sé que probablemente estés considerando renunciar. Aunque no me lo digas, sé que esto también te está afectando. ¿Para qué luchamos, Gómez?—Su voz se volvió más grave, más íntima, como si estuviera confesando algo que había estado reprimiendo durante mucho tiempo— ¿Para qué nos sacrificamos? Cada misión, cada caso que tomamos, cada anomalía que contenemos... Al final del día, ¿de qué sirve todo si el sistema que nos sostiene se está pudriendo por dentro?

Las palabras de Rivas resonaron como un eco en la mente de Gómez. Sabía que Rivas hablaba desde la experiencia, él había visto más de lo que cualquier persona debería en una vida. Y aunque no quería admitirlo, comenzaba a creer que Jonathan había llegado a ese mismo punto de quiebre. ¿Y si todo lo que hacían era en vano? ¿Si sus sacrificios no llevaban a ningún lugar, más que a ser desechados? Quizás, solo quizás, ese fue el detonante por el cual Jonathan Parker se dio cuenta de que ya no valía la pena seguir levantando los brazos para seguir luchando.

—Si quieres saber más, deberías hablar con Ortega —Sugirió Rivas— Era el mejor amigo de Jonathan. De hecho, le dejó toda su fortuna cuando se fue. Se rumorea que Ortega puso dinero de su propio bolsillo para evitar tener que vender las pertenencias de Jonathan para saldar las innumerables deudas que tenía. Eso dice mucho sobre lo cercanos que eran esos dos. Como te imaginarás, Ortega estuvo con él en sus últimos días. Y, según cuentan, Jonathan le confesó que estaba pensando en suicidarse.

Gómez levantó la vista, sorprendido por esa revelación.

—¿“Le dejó toda su fortuna”?—Preguntó Gómez— No sabía que eran tan cercanos.

—Lo eran —Confirmó Rivas— Ortega fue el único con quien Jonathan compartió sus pensamientos más oscuros. Si alguien tiene las respuestas, es él.