Thomas, encadenado y agotado, miraba al agente con una mezcla de desesperanza y desconfianza. Durante unos momentos, el silencio en la sala fue casi ensordecedor. La única fuente de ruido era el sonido ocasional de las gotas de sangre que caían desde las heridas de Thomas.
—La última investigación privada de Oliver Murphy fue el trabajo de toda su vida y se centra en descubrir la identidad de uno de los observadores del otro mundo… —Dijo Thomas finalmente, su voz temblorosa pero firme. Había tomado la decisión de hablar, esperando que sus palabras pudieran significar la diferencia entre su libertad y su condena.
—Continúa… —Incitó Gómez, sus ojos destilando una mezcla de expectativa y emoción contenida. Notó que el hombre encadenado se detuvo momentáneamente, como si estuviera saboreando el impacto de sus palabras.
—Cuando trabajé como ayudante de cátedra en la universidad, el país estaba bajo la infame dictadura militar. Durante ese período, los militares prohibieron cualquier investigación o discusión sobre el “otro mundo”. Pero su existencia ya formaba parte de un secreto a voces entre los intelectuales de la época. Oliver tenía la hipótesis de que la dictadura estaba siendo manipulada por un evento paranormal, para ser más exactos que estaba siendo controlada por uno de estos “observadores”. Según él,...
—Detente, Thomas… —Interrumpió Gómez secamente, su tono cargado de una preocupación repentina. Su mano se movió rápidamente hacia un botón oculto bajo la mesa, y un clic seco llenó el aire mientras la grabadora se detenía abruptamente.
Gómez se inclinó y metió su vara bajo la mesa, haciendo palanca con ella hasta romper una pequeña caja oculta: era el contenedor de la grabadora. Con movimientos rápidos y precisos, extrajo un estuche negro de su interior y lo guardó en el bolsillo de sus pantalones. Todo bajo la vista incrédula del prisionero. A Gómez, no le importo. Su rostro se tornó serio y su mirada penetrante se dirigió a Thomas con una intensidad que congelaba la sangre.
—Por la seguridad de los dos, te está prohibido hablar sobre lo que ocurrió durante la dictadura, especialmente si está relacionado con el otro mundo. Será mejor que te olvides deliberadamente de esa parte de la historia cuando alguien más te lo pregunte —Gómez dejó escapar un suspiro, su tono ahora bajo y urgente— Por lo demás, concédele toda tu atención a la información sobre el observador. Como notarás, la grabadora se ha dañado durante tu intento de escape, así que tomaré nota de tus declaraciones manualmente.
—¿Cómo se supone que haga eso? Lo más importante de toda mi información es que el observador está directamente vinculado a nuestro actual gobierno y al pasado de nuestro país. La dictadura puede haber terminado en nombre, pero este observador sigue manipulando a nuestro pueblo desde las sombras.
Gómez, visiblemente alterado, golpeó la mesa con tal fuerza que los papeles y objetos en la superficie se sacudieron. Su voz se alzó, cargada de una mezcla de enojo y desdén:
—¡Eso es una locura! No solo es absurdo, sino que es extremadamente peligroso decir esas palabras. No tengo tiempo para teorías descabelladas y conspiraciones sin fundamento.
—Oliver Murphy predijo el fin de la dictadura y el establecimiento de la democracia actual, la cual es una farsa, una tapadera para ocultar el control que ejerce este observador sobre nuestras intuiciones. ¡Si no se revela su identidad, el siguiente paso de esta criatura será un dominio global! ¡La fundación podría hacer una fortuna con esta información! ¿Cómo se supone que la esconda?
Gómez apretó los dientes, su paciencia claramente al límite. La furia en su rostro era palpable mientras se inclinaba hacia adelante, sus ojos fijos en Thomas con una intensidad casi amenazante.
—¡No voy a perder mi tiempo con ideas locas sobre criaturas del otro mundo controlando nuestro país! —Explotó Gómez, su voz retumbando en la habitación— Esta es la última vez que voy a escuchar una estupidez de ese calibre. ¡Esta fundación trata con hechos, no con fantasías!
—Está bien, no te diré nada más. Si crees que mi información no tiene valor, entonces no tienes idea de lo que está en juego. Los ciudadanos de este país están viviendo una mentira que, si no se corrige, condenará a nuestra raza entera. Si quieres más detalles, tendrás que ofrecerme algo a cambio: una nueva identidad y la protección de la fundación, o no diré una palabra más sobre el asunto.
Gómez, al escuchar esta última demanda, detuvo su mirada en la puerta de la habitación, como si esperara que alguien irrumpiera en ese mismo instante. La preocupación en sus ojos era evidente, pero se obligó a volver la vista hacia Thomas con una mirada calculadora.
—¿Crees que puedes chantajearme, Thomas? Tienes que entender que no es así como funcionan las cosas aquí. No estoy aquí para negociar bajo presión. No estás en posición de hacer demandas.
—¿Entonces qué? ¿Qué harás con la información que te he dado?
El agente Gómez se quedó inmóvil por un momento, paralizado por las preguntas. La sonrisa desafiante de Thomas le recordó a un jugador de póker que había jugado su última carta, esperando ver si su oponente se rendía o arriesgaría todo. La inquietante calma en el rostro del prisionero provocó una oleada de nerviosismo en Gómez, que sintió el peso de la situación sobre sus hombros. Su expresión comenzó a mostrar una grieta de preocupación.
—Yo también tengo una familia, muchacho… —Dijo Gómez con un tono bajo, casi íntimo, pero cargado de una amenaza velada. El agente se acercó lentamente, su rostro cada vez más tenso, sus ojos reflejando una mezcla de determinación y miedo. La cercanía hacía que su presencia fuera aún más imponente, un recordatorio de la gravedad de la situación.
—¿Qué significa eso? ¿Vas a liberarme?
El rostro de Gómez se tensó de forma alarmantemente sobrenatural. Caminó lentamente hasta quedar justo detrás del prisionero, donde su presencia era apenas perceptible. La piel de Gómez se palideció, y un brillo oscuro comenzó a invadir sus ojos, transformando el azul cristalino en un negro profundo. Algo raro estaba sucediendo y Thomas lo sentía.
Fue entonces cuando la lámpara en el techo comenzó a parpadear de manera frenética, sumiendo la sala en un destello óptico hipnóticamente molesto. En ese breve instante de penumbra, Thomas notó algo extraordinario en la esquina de la habitación. Allí nuevamente se alzaba la misma sombra alta y delgada que había visto antes, pero esta vez con un detalle más perturbador: la sombra tenía un rostro humano distorsionado, con una sonrisa amplia y siniestra que parecía conocer todos los secretos oscuros de este mundo. Los ojos de aquel rostro brillaban con una luz verde enfermiza, como si emitieran una radiación propia. No tenía un contorno sólido; en lugar de eso, parecía oscilar y cambiar de forma, como si estuviera viva y respirando. No había dudas, no era una ilusión de Thomas. La forma de la sombra era tan nítida y clara que no podía ser confundida. Thomas trató de advertirle a Gómez, abriendo la boca en un grito desesperado, pero justo cuando las palabras iban a salir, la lámpara dejo de parpadear bruscamente, y la sombra se desvaneció en el aire, dejando tras de sí una sensación escalofriante de vigilancia.
—Escucha, Thomas… —Dijo Gómez, su voz ahora distorsionada y temblorosa, como si hubiera sido succionada por una fuerza externa— La información que tienes es peligrosa, y el tiempo está en nuestra contra. No se trata solo de lo que sabes, sino de cómo lo manejas, muchacho. No te lo tomes personalmente, pero me temo que ninguno de nosotros dos podemos manejar información tan delicada.
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Con un movimiento brusco, Gómez levantó la vara oxidada.
*Crush*…
El sonido sordo del impacto resonó en la habitación, Gómez lanzó el primer golpe con la vara oxidada, impactando de lleno en la nuca del prisionero con una brutalidad inesperada. Thomas se desplomó contra la mesa. Su cuerpo temblando violentamente mientras el dolor se expandía por su cráneo. La sonrisa desafiante que había mostrado se desvaneció, reemplazada por una expresión de shock y agonía que reflejaba el dolor indescriptible que estaba sufriendo. Sus ojos, llenos de lágrimas, buscaban desesperadamente una salida:
—¡No, por favor! ¡No! ¡Todavía tengo más información qué decir! ¡”Ellos”…!
*Crush*…
El segundo golpe impactó con una fuerza brutal sobre la cabeza del prisionero, llevándolo a golpearse la boca contra la mesa, interrumpiendo sus súplicas. El golpe fue terrible. Los dientes de Thomas volaron en diferentes direcciones. La sangre comenzó a manchar la camisa blanca del agente, tiñéndola de un rojo oscuro y siniestro. Thomas miró al agente con ojos suplicantes, su boca sin dientes no lograba modular el pedido de piedad, pero eso solo avivó la furia de Gómez.
*Crush, Crush, Crush*…
Gómez no se detuvo. Los golpes se sucedieron con una violencia implacable, cada impacto hundiendo más el cráneo de Thomas. La sangre salpicaba y manchaba las paredes, creando un grotesco mural sangriento. Gómez, con la respiración entrecortada y el sudor mezclado con la sangre en su rostro, continuó golpeando hasta que el cráneo de Thomas quedó completamente hundido.
Finalmente, exhausto y con las manos ensangrentadas, Gómez dejó caer la vara. El cuerpo del prisionero seguía teniendo convulsiones mientras se atragantaba con su propia sangre y dientes. La respiración del agente era pesada y entrecortada, pero el peso de lo que había hecho no veía en su rostro. Ni un rastro de arrepentimiento o culpa. Con la camisa empapada en sangre y la mano dolorida por la intensidad de los golpes, se dirigió hacia la puerta oxidada con un paso firme y decidido. Abrió la puerta con un giro brusco de la manija y salió de la habitación, dejando atrás la carnicería que había ejecutado.
La fría habitación de hormigón quedó en un silencio opresivo, roto solo por el sonido intermitente de las gotas de sangre que caían del cadáver de Thomas, cada gota resonando en la sala vacía como el pedido de súplica que nunca fue escuchado. El cuerpo ya no convulsionaba, no quedaba un solo rastro de vida en lo que alguna vez fue profesor de secundaria y un devoto padre.
La habitación de hormigón exudaba una atmósfera deprimente, como si los mismos muros de cemento hubieran absorbido los gritos y súplicas que nunca fueron escuchados. Cada gota que caía del cuerpo inerte de Thomas parecía marcar el tiempo, como un reloj macabro que contaba los segundos después de la muerte.
*Plop, plop, plop*… Las gotas resonaban en el suelo de cemento, dibujando un pequeño charco oscuro que crecía lentamente, como una mancha imborrable de la tragedia que acababa de suceder.
Aquel hombre que alguna vez fue un amable esposo, un devoto padre y un respetado profesor de secundaria, ahora no era más que un amasijo de carne rota y huesos aplastados. Sus sueños se hicieron añicos. Su cabeza abollada parecía casi antinatural, como si la brutalidad de su muerte hubiese distorsionado no solo su forma física, sino la esencia misma de lo que alguna vez fue. Su rostro, o lo que quedaba de él, era una masa desfigurada de carne y sangre, con los ojos saliéndose de sus cuencas oculares, pero aún mirando a la esquina donde había visto aquella sombra con una expresión de terror que jamás se borraría.
Fue entonces cuando la luz se tornó amarillenta y comenzó a parpadear de manera irregular. Las sombras creadas por el parpadeo jugaban en las paredes, tomando formas indistinguibles que parecían moverse por voluntad propia. Si alguien hubiera estado allí, podría haber jurado que esas sombras no eran meras proyecciones de la luz, sino algo más, algo inquietantemente vivo, acechando desde los rincones más oscuros de la sala. Eran entidades que parecían deslizarse por las paredes, moviéndose como si respondieran a un llamado ancestral, su presencia no era una reacción a lo que había ocurrido, sino una premonición de lo que estaba por desatarse.
De repente, la habitación entera comenzó a temblar violentamente, como si una fuerza invisible la sacudiera desde sus cimientos. Trozos de cemento empezaron a desprenderse del techo, cayendo con estruendo sobre el cuerpo del difunto, añadiendo un macabro ruido a la ya sombría escena. La lámpara colgante en el techo oscilaba salvajemente de un lado a otro. El suelo vibraba bajo la intensidad del aparente terremoto, pero entonces, tan abruptamente como había comenzado, el temblor cesó, dejando la habitación en un silencio aún más profundo y aterrador. Seguido de ese evento, las sombras en las paredes desaparecieron tan rápidamente como habían aparecido.
Algo estaba por ocurrir y ocurrió. La única puerta que había en la habitación se abrió lentamente con un chirrido desgarrador, como si el metal mismo lamentara lo que estaba a punto de suceder. En la penumbra que reinaba más allá de la entrada, surgieron cuatro figuras, completamente envueltas en trajes amarillos para tratar materiales peligrosos. Los trajes, herméticamente sellados, no dejaban expuesta ni una porción de piel, y el único signo de identificación era un parche en el pecho de cada uno de ellos que decía lo siguiente:
> “Escuadrón de limpieza número 5, del laboratorio 032, del Instituto de Investigación Paranormal de la Fundación A.P.D.”
Los cuatro hombres se movían en un silencio absoluto, con la precisión mecánica de quien ha realizado esta tarea innumerables veces. No hubo ninguna señal de sorpresa o repulsión en sus movimientos; parecían inmunes a la brutal escena que los rodeaba. Uno de ellos se inclinó sobre el cadáver de Thomas y, con delicadeza inquietante, comenzó a manipular el cuerpo. No había prisa en sus acciones, pero tampoco compasión. Era como si estuvieran manejando un objeto cualquiera, como si Thomas no hubiera sido más que una variable en un experimento fallido.
Con una coreografía perfecta, los cuatro científicos levantaron el cuerpo de Thomas y lo depositaron en una bolsa negra para cadáveres. El sonido de la cremallera al cerrarse pareció romper la quietud de la habitación por un breve instante, un susurro agudo e incómodo. Inmediatamente, los cuatro hombres comenzaron a limpiar cada pedazo de cerebro, los trozos de carne y dientes, cada charco de orina y cada gota de sangre con una eficiencia escalofriante. Esta tarea parecía haber sido realizada innumerables veces. Las herramientas que usaban no eran las típicas de un equipo de limpieza; en su lugar, se veían dispositivos brillantes y extraños que zumbaban y emitían destellos de luz cuando pasaban por las superficies, borrando completamente cualquier señal de violencia.
El silencio se volvió más pesado a medida que cada rincón de la habitación era purgado de cualquier indicio del asesinato brutal que allí había tenido lugar. Algo no estaba bien. El aire mismo parecía cargado con una tensión indescriptible, como si algo invisible estuviera observando, esperando en las sombras que proyectaban los movimientos de los hombres trabajando. La luz continuaba su danza intermitente, y las sombras, esas formas amorfas que parecían moverse con voluntad propia, no dejaban de acechar en los márgenes de la visión. Pero estaban escondidas y los hombres no parecieron notarlas.
Cuando los cuatro hombres terminaron su tarea, la habitación estaba impecable, como si la muerte de Thomas hubiera sido una pesadilla. Sin una palabra, comenzaron a salir del cuarto, llevando consigo la bolsa negra que contenía lo que quedaba de Thomas. El último de los hombres, el que había dirigido la operación, se detuvo un momento en la entrada. Giró la cabeza, observando la habitación con atención. Sus ojos, ocultos tras la visera oscura del traje, parecían fijarse en un punto específico, como si estuviera percibiendo algo que los demás no podían. Había sentido la anormalidad de las sombras, pero las mismas fueron más rápidas y escaparon a tiempo. Sin más demora, el último hombre cerró la puerta oxidada detrás de él.
El sonido de la puerta al cerrarse resonó como un eco profundo, y de repente, la habitación comenzó a temblar nuevamente. Las paredes de hormigón vibraron con una fuerza siniestra, como si la misma estructura del lugar estuviera protestando. El temblor no fue violento, pero su persistencia fue suficiente para hacer que el suelo crujiera levemente bajo el peso de una fuerza invisible. Las sombras en las paredes comenzaron a moverse más rápido, girando y retorciéndose, tomando formas aún más inquietantes. Por un momento, las luces amarillentas se apagaron por completo, sumiendo la habitación en una oscuridad absoluta. Solo el temblor sordo y la sensación de que algo más estaba presente mantenían la atmósfera cargada.
Entonces, la luz volvió, esta vez con su antiguo tono blanco y frío. El temblor cesó de repente, y la sala quedó en silencio una vez más. En ese momento, la quietud se rompió una vez más, no por el goteo de sangre o por el temblor de las paredes, sino por un sonido bajo y gutural, casi inaudible. Provenía de la última sombra que aún se aferraba a una de las esquinas de la habitación. Era como si algo, o alguien, estuviera susurrando desde el más allá. El sonido desapareció tan rápido como había llegado, pero dejó una sensación helada en el aire, una advertencia de que lo que había sucedido en esa habitación no estaba del todo terminado. El agente Gómez había escuchado demasiado.