Cuando Jonathan salió del vestuario, Gómez se quedó en silencio, observando su propio reflejo en el espejo. Las luces frías del cuarto hacían que su rostro pareciera más pálido de lo habitual, casi cadavérico, como si estuviera mirando a un extraño. Había jugado sus cartas con cuidado durante la conversación con Jonathan Parker, aunque al principio su amigo había sospechado algo, al final lo tenía de su lado. Eso era lo que importaba. Jonathan ya estaba ayudándolo a trazar una coartada sólida, una excusa lo suficientemente creíble como para pasar desapercibido.
Si lograba alinear a los veteranos con él, este asunto de Thomas Smith quedaría enterrado en lo más profundo de su historial. Lo suspenderían, sí, quizás incluso por un tiempo considerable, pero lo que le preocupaba no eran las vacaciones forzadas, sino algo mucho más importante: su “familia”. Los veteranos del laboratorio, sus compañeros, aquellos que habían estado con él en lo peor y lo mejor de cada misión, aquellos con los que había compartido años de sudor, riesgo y secretos. Los odiaba a algunos, apreciaba a otros, pero todos formaban parte de algo más grande. Esa era la verdadera familia que necesitaba proteger.
El peligro no estaba en la suspensión o en el castigo inmediato; el verdadero riesgo era lo que podría suceder si alguien fuera del círculo interno de confianza empezaba a hacer preguntas incómodas. Si las autoridades externas comenzaban a hurgar, a cuestionar la versión oficial, no solo él estaría en peligro, sino todos los que formaban parte de este laboratorio. Y eso no lo iba a permitir. Gómez tomó una respiración profunda y volvió a mirarse al espejo, viendo las sombras bajo sus ojos, el cansancio acumulado por años de trabajo sucio, decisiones difíciles y secretos ocultos. Esta era su vida. Y si había algo que había aprendido durante todos esos años es que, para trabajar en un lugar como este, tenías que saber cuándo mentir, cuándo callar y cuándo tomar las riendas de la situación.
—Todo saldrá bien —Murmuró para sí mismo, aunque la voz que escuchó en su cabeza sonaba mucho menos convencida que la que había usado frente a Jonathan.
Guardó silencio un momento más, dejando que el sonido del agua escurriendo por el drenaje lo calmara un poco. Finalmente, se apartó del espejo y terminó de vestirse con la misma frialdad y eficiencia con la que siempre había enfrentado los problemas. Jonathan tenía razón en algo: si jugaba bien sus cartas, si mantenía la calma y actuaba con la mente fría, todo quedaría en el pasado.
El sonido de las puertas automáticas deslizándose rompió el silencio del pasillo mientras el agente Gómez salía del vestuario, aun acomodándose la corbata del nuevo uniforme que le habían dejado. El vapor se disipaba lentamente a su alrededor, y apenas comenzaba a sentir el ambiente frío y metálico de las instalaciones cuando, de repente, escuchó pasos apresurados acercándose por el pasillo.
Al girar la esquina, apareció un hombre bajo y delgado, vestido con una bata de laboratorio blanca que le quedaba muy grande, arrastrando el dobladillo sobre sus lustrosas botas de trabajo. Su rostro, ya naturalmente fruncido por sus facciones, estaba ahora completamente deformado por el enojo. El ceño fruncido, las fosas nasales dilatadas y los ojos inyectados en ira indicaban que no había llegado para una charla amistosa.
Tarjeta del personal
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Nombre Marcus Clark Código de Identificación 830719 Ocupación Investigador Principal Especialización Desapariciones Paranormales Ubicación Piso 9, Investigaciones Especiales Rango Eventos de clase D
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—¡Gómez! —Gritó el hombre, su voz aguda y cargada de furia— ¡Tú, maldito bastardo! ¡Lo arruinaste todo!
El científico llegó hasta él, encarando como un toro a punto de embestir. Gómez apenas pudo contener la sorpresa. No estaba preparado para una confrontación, mucho menos en ese momento, pero el hombre no parecía tener intenciones de contenerse.
—¿De qué demonios hablas, Marcus? —Preguntó Gómez, manteniendo la calma, aunque su mente ya comenzaba a trabajar a toda velocidad. Podía sentir la mirada fija y enfurecida del hombre perforándole el alma como si de alguna manera había cometido un pecado imperdonable.
—¿De qué hablo? —Replicó Marcus, su voz elevándose hasta casi un chillido— ¡Mi rata de laboratorio, Gómez! ¡Mi única fuente de datos, la clave para entender que demonios le está pasando a los sujetos desaparecidos, y tú la mataste! ¡La destrozaste en esa estúpida sala de interrogatorios y no obtuviste absolutamente nada útil!
El científico se acercó aún más, tan cerca que Gómez podía sentir su aliento caliente contra su rostro. La agresividad del pequeño hombre parecía completamente desproporcionada a su tamaño, pero la energía que emanaba era innegable. Gómez respiró hondo. Tenía experiencia lidiando con gente al borde de la histeria, pero Marcus era un caso aparte. Sus ojos estaban casi desorbitados, y no parecía tener intención de detenerse. Gómez levantó una mano de manera tranquilizadora, intentando bajar los ánimos.
—Marcus, escucha —Dijo, con voz pausada—No fue intencional. Las cosas se descontrolaron ahí dentro, lo sabes. No siempre podemos prever cómo reaccionarán estos sujetos. Sabes tan bien como yo que las condiciones en este tipo de interrogatorios son impredecibles.
Marcus no parecía querer escuchar razones. Sus manos temblaban mientras apretaba los puños a los costados, como si contuviera las ganas de golpear a Gómez, o tal vez a sí mismo por no haber estado allí para supervisar. Con un movimiento brusco sacó una tarjeta de su bolsillo, agitándola frente a su rostro como si fuera un símbolo de autoridad. La tarjeta era sencilla pero llamativa, con letras plateadas grabadas sobre el fondo negro.
—¿Impredecibles? —Su tono era casi un bufido, con la incredulidad deslizándose en cada sílaba— ¡Te di órdenes claras, Gómez! ¡No podías simplemente matarlo! Necesitábamos más datos, más tiempo, más pruebas. ¿Y qué haces tú? ¡Golpeas al sujeto hasta la muerte como si fuera un muñeco de trapo, dejando que toda la información se escurra junto con su sangre por el maldito desagüe! ¡Eres un completo idiota!
—Mira, Marcus —Dijo Gómez, con tono calmado— No puedes hablarme de esa manera. Sé que estás frustrado, pero las cosas se salieron de control. No fue mi intención interferir con tus investigaciones. Pero no podemos arriesgarnos cuando la seguridad de todo el equipo está en juego. Además, ¿quién te dio permiso para hacerle un interrogatorio a un prisionero?
—¡No te atrevas a cuestionar mis métodos, Gómez! —Replicó Marcus con la voz ronca por el esfuerzo— Yo soy el único que sabe lo que está pasando aquí. ¡Tú solo eres una herramienta, un ejecutor! ¡Lo que ocurre dentro del laboratorio no lo entiendes, y nunca lo harás! ¡Solo estabas aquí para seguir órdenes y ayudar en mis investigaciones, no para destruirlas!
—Mira, Marcus —Dijo en tono bajo, controlando su propio enojo— Si cometí un error, lo resolveremos. Pero no estoy aquí para ser tu chivo expiatorio. Si tienes un problema con lo que pasó, podemos discutirlo, pero ahora mismo, tienes que calmarte.
Marcus lo fulminó con la mirada, su rostro rojo y tembloroso. Por un momento, pareció que iba a continuar con sus gritos, pero algo en la voz de Gómez lo detuvo. Respiró hondo, pero el enojo seguía latente, como si una chispa pudiera hacerlo explotar de nuevo en cualquier momento. Finalmente, Marcus se dio la vuelta bruscamente, alejándose un par de pasos antes de girar sobre sus talones y señalar a Gómez con un dedo acusador.
—No hemos terminado, Gómez —Dijo, su tono más controlado, pero cargado de amenaza— La gerente de recursos humanos quiere vernos a ambos. Ahora mismo. Vamos a tener una reunión, y creo que será bastante reveladora para ti.
Gómez arqueó una ceja, sorprendido, pero no dejó que la preocupación se manifestara en su rostro. Aún no había recibido ninguna notificación oficial sobre su suspensión, pero parecía que las noticias se estaban moviendo más rápido de lo que esperaba.
—¿Ahora? —Preguntó, intentando disimular su propia sorpresa.
—Sí, ahora —Respondió Marcus, sin mirarlo— Nos espera en la sala de reuniones. Te sugiero que no tardes o solo empeorarás tu situación. Te aseguro, Gómez, que voy a disfrutar esa reunión tanto como tú disfrutaste aniquilando a mi estúpida rata de laboratorio.
Con esa advertencia final, Marcus dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida del pasillo. Gómez observó cómo Marcus se alejaba con su típico andar pesado, la bata blanca del científico ondeando de manera desproporcionada para su corta estatura. El agente sabía que el encuentro en la sala de reuniones no auguraba nada bueno, pero tendría que superarlo, cómo había superado tantas cosas en el pasado. Frunció el ceño y, de mala gana, decidió no seguir al pequeño científico. No tenía intenciones de caminar tras su espalda, mucho menos después de haber soportado sus gritos. Gómez suspiró, frustrado, y optó por tomar un camino diferente hacia la sala de reuniones.
Comenzó a caminar por un pasillo lateral que se extendía en dirección opuesta, permitiéndole una breve distracción al recorrer el laberinto de instalaciones de la Fundación A.P.D. Era una estructura futurista y opresiva, construida con una funcionalidad casi militar. Las paredes eran de un metal oscuro y pulido, reflejando la luz de las lámparas pegadas al techo en largas filas, proyectando un brillo frío y estéril. A lo largo del corredor, pantallas holográficas flotaban en el aire, mostrando datos en tiempo real sobre el calendario de investigaciones, publicidad y los cambios en el protocolo de seguridad. Las peticiones del personal de diferentes áreas del laboratorio flotaban en letras verdes fosforescentes, cambiando constantemente según la información recibida. Entre ellas se encontraba la petición de que el agente Gómez se dirigiera al sector de recursos humanos.