—Pero, ¿no crees que es extraño que justo después de esa visita sus nervios desaparecieran? —Insistió Gómez— ¿No te parece que pudo haber algo en esa casa, algo que afectó su comportamiento?
Marcus se quedó en silencio por un momento, su expresión endureciéndose.
—Lo pensé al principio —Admitió— Pero después del examen y de hablar con él, decidí que no había nada más que investigar. Jonathan era un tipo obsesivo y el caso de los historiadores desaparecidos lo estaba consumiendo. No es raro que después de estar al borde del colapso mental, alguien haga un cambio brusco de comportamiento. Lo he visto antes. Y en este caso, todo indica que Jonathan simplemente decidió que ya no podía seguir adelante. Eso, o realmente un grupo de tardados lo secuestraron y le quemaron el cerebro.
—¿De verdad no consideras la posibilidad de que pudo haber sido otra cosa? —Escudriñó Gómez una vez más, tratando de no dejar escapar ningún ángulo.
Marcus lo miró directamente a los ojos, su expresión era una mezcla de impaciencia y agotamiento.
—Gómez, sé que estás buscando respuestas donde no las hay, pero te lo voy a decir una vez más: Jonathan se suicidó. No fue asesinado. No estaba poseído. No hay ningún tipo de conspiración detrás de esto —Afirmó con un tono firme, casi resignado— Simplemente, no pudo con la presión. Así es como pasan estas cosas. La verdad es más cruel de lo que nos gustaría aceptar.
Marcus hizo una pausa, observando la incredulidad en los ojos de Gómez, y luego suspiró, dejando que el cansancio de todo el asunto lo envolviera.
—Mira, a mí también me gustaría convencerme de que ese pobre muchacho no se quitó la vida por voluntad propia —Añadió, su tono más suave, casi confesional—Si te soy sincero, en cuanto salga de mi oficina, probablemente me aferre a tu idea de que un grupo de monitos encapuchados lo secuestró y lo sometió a alguna tecnología de control mental que ni siquiera logro imaginar. Porque si me creo eso, Gómez, entonces dormiré más tranquilo.
—Está bien, Marcus, confieso que no hay ninguna prueba sólida que niegue un suicidio voluntario, y no voy a negarte que la teoría de los “monitos encapuchados” suena poco creíble —Afirmó Gómez, su voz cargada de resignación— Pero… ¿Jonathan no te contó algo más sobre la visita a la familia de Thomas Smith?
—No mucho… —Dijo Marcus, suspirando— Estaba raro cuando volvió. Quiero decir, más raro de lo habitual. No quería hablar de lo que había pasado, pero las pocas palabras que intercambiamos me dieron una advertencia de que algo lo había afectado profundamente. Por lo demás, Jonathan completó el informe protocolar con tonterías que no aportan nada al caso y luego se marchó… Ah, sí, ahora lo recuerdo, se trajo un libro, pero no contenía nada relevante con su suicidio.
Ese detalle capturó de inmediato la atención de Gómez. Un libro. No era la primera vez que escuchaba acerca de extraños textos o documentos que tenían un impacto directo en la mente de las personas. En el mundo paranormal los objetos de esa naturaleza eran extremadamente comunes, y cada uno podía ser más peligroso de lo que parecía a simple vista.
—¿Un libro? —Investigó Gómez— ¿De qué tipo?
Marcus asintió lentamente, como si estuviera anticipando esa pregunta.
—Un libro extremadamente antiguo, de la era preindustrial, estaba cubierto de polvo y con páginas que parecían más viejas de lo que cualquier texto debería ser. Jonathan no me dijo mucho al respecto, solo que había recibido las pistas de como encontrarlo gracias a la confesión de la viuda de Thomas Smith.
El nombre de Thomas Smith evocaba en Gómez una oleada de recuerdos oscuros. La masacre en la secundaria St. Patrick había sido un caso mucho más enrevesado de lo que parecía a simple vista. Aquel profesor terminó ejecutado por sus propias manos, pero las últimas palabras que pronunció durante el interrogatorio seguían envolviéndolo en un halo de misterio. Gómez rememoró cómo Thomas Smith había mencionado un libro, un objeto que planeaba usar como garantía para negociar su libertad a cambio de información. Ahora, enterarse de que Jonathan había estado en contacto con la familia de Thomas Smith poco antes de morir despertaba nuevas incógnitas en la mente del agente.
—¿No te contó más detalles de cómo llegó ese libro a sus manos? —Rebuscó Gómez, intentando sonar casual, aunque la curiosidad lo carcomía por dentro.
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—Por lo que sé, todo fue un accidente…—Contestó Marcus, en un tono monótono, casi mecánico, como si hubiera estado contado esta misma historia a todos los agentes que se pasaron por su oficina para investigar el suicidio — Uno de los hijos de Thomas Smith cometió la “imprudencia” de hablar del tema durante la entrevista que Jonathan le hizo a la familia.
Gómez no interrumpió, manteniendo su mirada fija en Marcus, captando cada palabra, cada inflexión en su voz.
—Según Jonathan, la familia de Thomas Smith veía ese libro como si fuera la raíz de todos sus problemas, como si fuera el verdadero culpable de la masacre en la secundaria St. Patrick. La viuda estaba desesperada, aterrada ante la idea de que la acusaran por haber ocultado su existencia. Decía que solo quería proteger a su esposo y a su familia. Temía que si los señalaban como responsables de esa tragedia podrían perderlo todo. Ella nunca tuvo el valor de deshacerse de ese libro. Y aunque le suplicó varias veces a su esposo que lo donara al gobierno para que lo investigara, él siempre la ignoraba. Jonathan mencionó que fue una entrevista bastante tensa; cada vez que el libro salía a colación, la mujer parecía presa de un miedo irracional.
Gómez, cada vez más intrigado, no pudo evitar preguntar:
—¿Y Jonathan logró calmarla? ¿Le prometió que no la mencionaría en los informes?
—Lo conociste muy bien, Gómez —Respondió Marcus, asintiendo lentamente— Le aseguró que la entrevista no aparecería en los informes oficiales y que su familia no tenía nada que temer. Jonathan siempre fue muy meticuloso con esos detalles. Cumplió su palabra. En los documentos que presentó, solo indicó que el libro fue hallado tras revisar las ruinas de la escuela. Nada más. La familia de Thomas Smith quedó completamente fuera del informe oficial.
La mente de Gómez trabajaba a toda velocidad. No le sorprendía que Jonathan hubiera actuado de esa manera. Sabía que el padre de Jonathan se había suicidado tras el dolor que le causó la muerte de su esposa, y era lógico que Jonathan viera en la historia de la viuda de Thomas Smith un reflejo de su propia infancia. Al ver a la viuda tan afectada, su instinto más natural fue intentar calmarla. Sin embargo, esa misma empatía terminó por borrar cualquier rastro que conectara el caso de los historiadores desaparecidos con la familia de Thomas Smith.
—Me surge una gran duda, Marcus, ¿por qué los investigadores que participaron en el caso no encontraron el libro? —Investigó Gómez— Esa noticia fue un escándalo nacional, se investigó la escuela durante meses. Me cuesta creer que un libro tan sospechoso no sea encontrado por los investigadores de nuestra institución.
El científico asintió nuevamente, más lento esta vez, como si cada palabra que iba a pronunciar pesara toneladas.
—El libro estaba siendo protegido por un ritual antiguo muy elaborado. Solo alguien que supiera de su existencia podría encontrarlo. Por eso, ni los investigadores que estuvieron en la escena ni los robots que derrumbaron el edificio lo encontraron. Los únicos que conocían la existencia del libro era la familia de Thomas Smith, y ellos tenían motivos de sobra para no hablar del tema durante las investigaciones de esa masacre.
—¿Y el libro? ¿Fue el responsable de la masacre?—Indagó Gómez, tratando de sondear la opinión de Marcus.
—No, la familia de Thomas Smith exageraba el poder del libro. No contenía nada más que rituales, pero ninguno especialmente peligroso —Respondió Marcus, haciendo una pausa antes de continuar— Según lo que contó la viuda, ese libro fue un regalo que le hizo un profesor universitario a Thomas Smith como obsequio de graduación. Pero su esposo nunca les dio más detalles, siempre evadía sus preguntas sobre el tema.
Gómez frunció el ceño. “Especialmente peligroso” no significaba “seguro”. En la fundación, sabían que subestimar un objeto maldito podía llevar a consecuencias desastrosas.
—¿Qué tipo de rituales? —Preguntó el agente.
—Rituales de protección y ocultamiento, mayormente —Aseguró Marcus, inclinándose hacia atrás en su silla— La mayoría de ellos son bastante conocidos por todo el mundo. Están en internet, y son fácilmente accesibles para cualquiera con un interés en el ocultismo. Nada que la fundación no haya visto antes. Pero había algunos que eran más difíciles de encontrar. No tanto porque fueran peligrosos, sino porque eran más antiguos, difíciles de interpretar. Todos los rituales estaban en la base de datos del laboratorio y no se pudo sacar ninguna patente nueva.
—¿Y qué pasó con el libro? —Investigó Gómez.
—Después de la muerte de Jonathan, lo examinamos nuevamente —Explicó Marcus— Varios expertos lo analizaron, y no encontraron nada fuera de lo normal. Aun así, debido a la naturaleza esotérica del contenido y sobre todo su antigüedad, el libro fue censurado y trasladado a la biblioteca secreta del gobierno.
Gómez cruzó los brazos mientras su mente trabajaba a toda velocidad. No podía dejar de preguntarse qué clase de influencia había tenido ese libro sobre Jonathan. Lo que Marcus le estaba contando no sonaba lo suficientemente grave como para justificar un colapso mental tan severo; algo más debía estar oculto entre las sombras de esa historia.
—Jonathan mencionó que la viuda de Thomas Smith le confesó que su esposo había realizado varios de los rituales descritos en el libro —Continuó Marcus, su voz adoptando un tono más pensativo, casi como si estuviera reflexionando en voz alta— Según ella, lo hizo para proteger a su familia y mantener el libro oculto. Como puedes ver, la familia de Thomas Smith sigue viva y el libro sigue “escondido”, así que, en teoría, el ritual se hizo correctamente. Es difícil creer que ese libro estuviera maldito o que fuera responsable de algo siniestro, y mucho menos que tuviera alguna relación con el suicidio de Jonathan.