Con un último vistazo a la sala de experimentación, Gómez continuó su camino, su mente llena de las implicaciones que estos avances tendrán en un futuro no tan lejano. Al cruzar la puerta automática al final del pasillo, se encontró con una sala de observación donde un grupo de investigadores observaba detenidamente lo que parecían ser proyecciones holográficas de eventos paranormales registrados. Las imágenes mostraban figuras sombrías moviéndose en edificios abandonados, poltergeists invisibles destruyendo habitaciones y fenómenos inexplicables que desafiaban la lógica, pero nada fuera de lo relativamente común. Gómez se detuvo un instante, intrigado por una de las proyecciones que se reproducía en una pantalla cercana. La figura que aparecía era alta y delgada, de un tono azul espectral, similar a un holograma que se movía con una fluidez antinatural a través de un dormitorio destrozado. Deslizándose por el espacio con elegancia perturbadora, la entidad se desvanecía al entrar en un televisor que parecía demasiado avanzado para la época. A su alrededor, los jóvenes científicos encargados de monitorear el fenómeno parecían completamente indiferentes a la extrañeza de la escena. Conversaban entre ellos sobre las trivialidades de sus vidas cotidianas, mientras tomaban café y mordisqueaban unos bizcochos, como si aquello fuera otro caso rutinario, sin importancia ni urgencia. Para ellos, la presencia de seres como ese se había convertido en algo tan ordinario que ni siquiera rompía su apacible rutina laboral.
“Cada día trabajan menos estos novatos…” Se quejó Gómez para sí mismo, mientras continuaba su avance.
El agente siguió su marcha hasta atravesar la última sección del laboratorio en este piso, donde un grupo de técnicos trabajaba afanosamente en la calibración de drones de vigilancia. Estos estaban siendo preparados para misiones en zonas extremadamente peligrosas. El suelo de la sala estaba cubierto de cables que serpenteaba entre las estaciones de control, conectando los equipos a diversas fuentes de energía y análisis. Algunos de los drones flotaban silenciosamente en el aire, realizando maniobras precisas ajustándose a las fluctuaciones energéticas que se desprendían de los equipos cercanos.
A su paso, un par de agentes novatos se acercaron para recoger sus equipos y solicitar el despliegue de los drones. Al ver a Gómez, le ofrecieron un saludo cordial y uno de ellos, con una sonrisa nerviosa, le dio ánimos por lo de la suspensión. Gómez les devolvió el saludo con un leve asentimiento, acostumbrado a ese tipo de gestos de los novatos de su misma área de trabajo.
Mientras avanzaba, observaba cómo los drones eran probados y ajustados, cada uno diseñado para detectar amenazas diferentes en ambientes diferentes. Lamentablemente, los robots y las criaturas carentes de alma no podían atravesar la frontera hacia el “otro mundo” de forma estable, lo cual limitaba los avances del ser humano en lo paranormal. De haber sido posible, el progreso de la humanidad habría sido prácticamente imparable. Aun así, para agentes como Gómez, estas máquinas resultaban herramientas invaluables. Aunque no todas las entidades podían ser captadas por las cámaras, lo que generaba escenarios falsos de seguridad, su presencia seguía proporcionando una sensación de control.
Finalmente, llegó al final del pasillo. Donde un último corredor estrecho y mal iluminado conducía hacia la escalera que lo llevaría al siguiente piso. Los ascensores, que normalmente usaría, estaban en la dirección de Marcus, lo que lo obligaba a tomar las escaleras si no quería seguir el culo del científico malhumorado. A medida que se acercaba a la base de las escaleras, notó que el ambiente cambiaba sutilmente. No había personas moviéndose por esa zona, nadie usaba las escaleras en estos tiempos y la sensación de aislamiento era más que fuerte.
El sonido de sus pasos retumbaba en la estructura metálica de la escalera, reverberando en el vacío mientras Gómez subía lentamente. Las luces blancas parpadeaban de vez en cuando, un fenómeno tan común en estas instalaciones que el personal apenas le prestaba atención. Era conocido que los problemas tecnológicos eran causados por las criaturas confinadas en los niveles inferiores. En los pasillos principales de la zona de alto riesgo, las luces estaban reforzadas para resistir estos fallos, pero en áreas menos transcurridas como esta, el parpadeo era constante.
El agente miró hacia arriba, viendo la interminable extensión de la escalera que tenía por delante. Aún le quedaba un buen tramo hasta el nivel administrativo, donde la reunión estaba programada. Con un suspiro pesado, siguió ascendiendo, consciente de que el diseño del edificio frío y funcional no ofrecía ningún tipo de consuelo. El ambiente era opresivo, con un silencio que solo se rompía por el zumbido de las máquinas en los niveles inferiores y el ocasional crujido de las estructuras metálicas.
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Las paredes de las escaleras eran de un gris mate, monótonas y carentes de personalidad, alineadas con sensores y cámaras de vigilancia que seguían cada uno de sus movimientos. El aire tenía un sabor ligeramente metálico, típico de las instalaciones que utilizaban sistemas de ventilación reciclada. No era tanto que faltara oxígeno, pero se sentía denso, cargado, como si algo invisible estuviera presionando sobre él. De vez en cuando, un chasquido eléctrico se escuchaba en alguna de las lámparas haciendo que se apagara, no obstante rápidamente se prendía nuevamente. La oscuridad no era un impedimento, la escalera tenía cintas rojas que brillaban en la oscuridad absoluta y marcaban cada uno de los escalones.
Paso a paso, Gómez avanzaba por la escalera, sus pensamientos comenzando a enredarse con el eco de sus propias pisadas, como si el ritmo monótono lo empujara a replantearse cómo jugaría sus cartas a continuación. Su mente se volvió a reflexionar sobre lo que había ocurrido hace unos minutos. Pensó en cómo Marcus lo había metido en este problema al tirarle encima a esa “rata de laboratorio”. Había sido un error, uno que ahora lo acosaba, y no podía dejar de cuestionar sus decisiones. “¿Por qué lo ayudé? Debí haberlo ignorado…” Murmuró entre dientes, sintiendo el peso del error.
Pero ya sabía la respuesta. No podía ignorar lo que Marcus había hecho por él en el pasado. La historia con Marcus era mucho más complicada de lo que parecía. No era solo un compañero de trabajo más. Marcus había estado allí en uno de los peores momentos de la vida de Gómez, cuando su madre desapareció sin dejar rastro. Aunque Marcus nunca fue particularmente cercano a la gente y era un asco de persona cuando se enojaba, había tomado el caso de la desaparición de su madre con una seriedad que sorprendió a Gómez. Como especialista en desapariciones paranormales, Marcus había prometido encontrarla y fue él quien lo sostuvo en esos oscuros días.
Gómez recordaba vívidamente el día en que Marcus apareció en la puerta de la sala de control, con su bata de laboratorio arrugada y una mirada extrañamente vacía. “No la vamos a encontrar”, le dijo, sin rodeos ni consuelo. “Pero eso no significa que no puedas seguir adelante”. Fue entonces cuando aquel hombre reservado y casi insensible se convirtió en su guía durante el duelo más complicado de su vida. Nunca encontraron a su madre, y eso era algo que Gómez había aprendido a aceptar, pero lo que Marcus hizo por él en esos meses fue algo que jamás olvidaría.
La decisión de Marcus de intervenir no fue por simple altruismo. En su propia vida, Marcus había enfrentado la misma tragedia. Su esposa y sus hijos habían desaparecido sin dejar rastro, un evento que desestabilizó completamente su mundo. Nadie en la fundación conocía los detalles y los que participaron del caso no hablaron nunca, pero los rumores eran muchos: algunos decían que su familia había sido víctima de un experimento clandestino fallido, otros creían que habían desaparecido por alguna venganza de algún miembro del personal del laboratorio. Marcus era muy odiado por su actitud excéntrica, así que no era sorpresa que los pasillos del laboratorio estuvieran llenos de rumores falsos hablando mal de él. El caso fue censurado y Marcus nunca habló abiertamente de ello, pero su tristeza y su desesperación se reflejaban en su comportamiento errático y su creciente obsesión con su trabajo.
Aunque la búsqueda de la madre de Gómez no tuvo éxito, Marcus se convirtió en un pilar de apoyo durante el duelo de Gómez. A través de un proceso de duelo compartido, donde la empatía se entrelazaba con las dudas y las preguntas sin respuestas. Marcus le ofreció no solo asistencia profesional, sino también un consuelo humano que era tan raro como valioso en este futuro tan individualista. Como es conocido, los amigos suelen abundar en la etapa alegre de la vida, pero en la tristeza se podía contar con una mano las personas dispuestas a apoyarte. Con Marcus ocurría exactamente lo contrario, siempre era un desgraciado en las buenas, pero en las malas era el hombre que te gustaría tener cerca.
Sin embargo, ayudar a alguien como Marcus venía con sus propias consecuencias. El científico era una figura temida en el laboratorio por su carácter impredecible y explosivo. Cuando las cosas no iban como él quería, Marcus podía convertirse en un verdadero dolor de culo, y el misterio que rodeaba a Thomas Smith no hacía más que agravar el problema.