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El Observador (2)

Gómez suspiró, sintiendo cómo su pecho se apretaba ante la realidad. Todo indicaba que su tiempo en el laboratorio estaba llegando a su fin, pero renunciar a todo lo que conocía no era una decisión fácil. Aquí estaban sus recuerdos, sus victorias y derrotas, pero también sus pesadillas. La vida que había construido, por más desmoronada que estuviera, era la única que tenía. Renunciar a ella significaba saltar al vacío, y Gómez nunca había sido un hombre de saltos sin paracaídas. Sin embargo, la institución ya había comenzado a soltar la cuerda, y era cuestión de tiempo antes de que le cortaran el último hilo que lo mantenía atado a esta aeronave.

El zumbido del robot lo sacó de sus pensamientos. Al voltear, lo vio acercándose a su dirección.

—Agente Gómez, se le recuerda que su suspensión es efectiva inmediatamente. Debe abandonar las instalaciones en un plazo de 24 horas. Si necesita asistencia adicional, no dude en solicitarla.

Abandonar las instalaciones. Así de simple. Después de todo lo que había pasado, después de haber salvado incontables vidas enfrentándose a horrores que la mayoría ni siquiera podía imaginar, ahora le pedían que se fuera. Pero Gómez no tenía elección. Sabía que la fundación no se retractaba de estas decisiones. El robot se quedó unos segundos más frente a Gómez, como si estuviera por hacer algo. En su brazo izquierdo, un pequeño compartimento se abrió con un suave zumbido, revelando un objeto rectangular envuelto en una tela oscura.

—El agente Jonathan Parker solicitó que le entregara esto —Dijo el robot — Mencionó que era algo que había recuperado para usted antes de que fuera incinerado.

Gómez alzó la mirada de inmediato. La familiaridad de esa tela negra envolviendo el objeto capturó su atención como un resplandor en la oscuridad. Era una corbata. No cualquier corbata, sino la de su padre, aquella que siempre había llevado consigo durante las misiones más difíciles y que Gómez consideraba una especie de talismán personal.

—Pensé que la había perdido…—Susurró Gómez, tomando el objeto con ambas manos, su mirada clavada en ella como si no pudiera creerlo.

La tela tenía un ligero desgaste, pero era inconfundible. El tacto era rugoso y familiar, la misma textura que recordaba de las veces en que había visto a su padre ajustarla antes de un día importante. Un sentimiento de alivio y nostalgia lo inundó, disipando por un momento la nube oscura que lo rodeaba. Recordaba vagamente haber escuchado a Jonathan prometer que buscaría su corbata. Y allí estaba, en sus manos, salvada del fuego. Gómez sonrió por primera vez desde que despertó.

Pero algo no estaba bien.

Mientras la acariciaba con cuidado, sintió un pequeño bulto en su interior, algo que no debería estar allí. La corbata siempre había sido fina, ligera, y ahora algo sólido parecía estar cosido en su interior. Un presentimiento recorrió su columna vertebral. Jonathan no era del tipo que dejaría algo al azar, y esto no podía ser solo una coincidencia. Las coincidencias no existían para los agentes. Algún motivo oculto debía haber.

Gómez frunció el ceño. Apretó la corbata con más fuerza, sintiendo el contorno del objeto oculto. Algo le decía que no era solo un simple regalo. Jonathan había colocado algo ahí, algo importante. Podría ser cualquier cosa, pero Gómez tenía la corazonada de que no se trataba de un simple recuerdo. Su corazón empezó a latir más rápido, acelerado por una mezcla de curiosidad y sospecha. El robot, como si no detectara la creciente tensión en la atmósfera, se giró lentamente para retomar su rutina en la enfermería.

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—Si no requiere más asistencia, me retiraré ahora. Recuerde que tiene 24 horas para salir de las instalaciones —Añadió el robot, su tono clínico y carente de interés por el drama interno de Gómez.

—Sí, claro, gracias —Respondió Gómez sin mirarlo, con la mente completamente enfocada en la corbata. Apenas notó cuando el robot salió de su vista.

Con la corbata en la mano, Gómez se levantó de la cama y observó la habitación. La idea de investigar el contenido en un lugar abierto y monitoreado no le parecía la más inteligente. Las paredes de la enfermería estaban llenas de sensores, y las cámaras de seguridad capturaban cada rincón. Lo último que necesitaba era que alguien más descubriera lo que Jonathan había escondido en su corbata.

Con pasos lentos, salió de la enfermería y caminó por los pasillos del laboratorio. Los techos estaban llenos de tubos y conductos que transportaban energía y fluidos a través de la inmensa instalación. Pantallas holográficas proyectaban datos técnicos sobre las paredes, y de vez en cuando, un zumbido suave indicaba la presencia de robots de mantenimiento que iban de un lado a otro sin hacer preguntas incómodas. El piso donde se encontraba la enfermería no era muy transitado, por lo que Gómez no se cruzó con ningún otro trabajador en su camino.

Tras unos minutos dando vueltas en la estructura laberíntica de los laboratorios, los baños estaban a solo unos metros de distancia. Cuando Gómez entró, lo recibió el eco del silencio. No había nadie. El espacio era estéril, con superficies metálicas pulidas y espejos que reflejaban la luz blanca en ángulos precisos. Eligió uno de los cubículos al final de la fila y se encerró dentro. Sus manos temblaban ligeramente mientras desabrochaba con cuidado el nudo de la corbata. Si Jonathan se había tomado el tiempo de esconder algo en su interior, debía ser algo que no quería que otros encontrarán.

Al abrir la costura con precaución, sus dedos rozaron algo duro. Una pequeña tarjeta negra y un pendrive cayeron en sus manos. Observó la tarjeta durante unos segundos, girándola entre los dedos. No tenía inscripciones ni símbolos visibles. Solo un pequeño botón en un extremo. Respiró profundamente, consciente de que cualquier cosa podría estar esperándolo al otro lado de ese botón.

Primero, guardó el pendrive en su bolsillo. Luego, con un movimiento decidido, presionó el botón en la tarjeta. Un suave pitido resonó en el aire y una luz azul parpadeó en la superficie de la tarjeta.

—Gómez… —La voz era baja y distorsionada, pero inconfundible. El agente Jonathan Parker le había dejado un mensaje secreto.

El audio comenzó a reproducirse con una claridad sorprendente, aunque las palabras parecían cargadas de una urgencia que Gómez no había escuchado en su amigo en años.

—No tenemos mucho tiempo, así que escucha bien. La situación es más complicada de lo que parece. Si estás escuchando esto, significa que ya tienes en tus manos mi pendrive. Tienes que ser cuidadoso. No uses ese pendrive en ninguna terminal de la fundación, “Ellos” están monitoreando todos tus pasos. Tienes que ser inteligente, jugar bien tus cartas. Antes de hacer cualquier cosa, sal del radar de “Ellos”. Tienes que renunciar a la fundación y dejar el trabajo como agente, solo así dejaras de preocuparles. Hay algo más, algo que no puedo contarte del todo en este momento, no por una grabación. Tengo que decírtelo en persona. Nos encontraremos en los niveles inferiores, en el vestuario del personal. Lo que descubrí es grande, Gómez. Más grande de lo que puedes imaginarte. Y no puedo explicarlo todo en este mensaje, pero confía en mí. No compartas esta información con nadie hasta que llegues allí.