Rivas, con su gesto cansado, respiró profundo. Sabía lo que Gómez estaba buscando, sabía que este agente no iba a detenerse hasta comprenderlo todo. Y, aunque no podía darle todas las respuestas, aún tenía más que contar.
—Te puedo decir con más detalle cómo fueron sus últimos días… —Dijo Rivas con voz grave, mirándolo a los ojos— Jonathan empezó a actuar diferente, como si ya supiera cuál sería su destino, pero en ningún momento me lo dijo de manera explícita.
Gómez ajustó su postura, dándose cuenta de que estaba a punto de escuchar algo importante.
—El primer cambio notable —Continuó Rivas— fue el siguiente día tras que se anunciara tu suspensión, cuando dejó de acudir a las reuniones de equipo. Al principio, creímos que estaba agotado, que simplemente necesitaba un tiempo para recargarse. Los casos que tenemos encima son pesados, no lo voy a negar. Pero luego comenzó a evitar cualquier contacto con los demás, incluso con aquellos que eran más cercanos a él. No parecía confiar en nadie, se lo notaba un poco paranoico.
Rivas hizo una pausa, pensando en los momentos exactos en que todo empezó a desmoronarse. No era fácil recordar esos detalles, no porque fueran insignificantes, sino porque, en su momento, habían parecido cosas pequeñas, aisladas.
—Había algo en sus ojos —Dijo Rivas finalmente, su voz baja, como si el recuerdo mismo le doliera— Algo había cambiado en la manera en que nos miraba. No era miedo ni tristeza. Era resignación, pero no la clase de resignación que ves en alguien derrotado. No, Jonathan no estaba derrotado. Era más como si ya hubiera visto el final del camino y aceptara lo que venía. Se había adelantado a todos nosotros, pero no lo compartía con nadie.
Gómez asintió lentamente, comenzando a entender un poco más, aunque seguía sintiendo un nudo de incertidumbre en el pecho.
—¿Y qué pasó después? —Preguntó, con un tono que apenas contenía la urgencia.
Rivas resopló suavemente, frotándose la frente. Recordar no le estaba resultando fácil. Había sido su amigo también. Verlo desmoronarse sin poder hacer nada al respecto era una carga pesada.
—Jonathan empezó a ausentarse por períodos más largos, decía que estaba trabajando en algo “importante”, pero no nos daba más detalles. Estaba obsesionado con lo que fuera que estaba investigando, o eso pensábamos. Luego, vino la parte más extraña.
—¿Extraña? —Repitió Gómez, arqueando una ceja.
—Sí, muy extraña. Un día apareció en la oficina, con una sonrisa en el rostro, como si hubiera encontrado una solución a todo lo que lo agobiaba. Esa calma que mostró era perturbadora. Te juro que parecía que nada en el mundo le molestaba, como si hubiera alcanzado una especie de paz interna que los demás no podíamos comprender.
—¿Y qué hizo? —Insistió Gómez, inquieto.
—Nos invitó a tomar un café en los pisos de arriba, pero no a todos —Rivas frunció el ceño al recordarlo— Solo a unos pocos, los que él consideraba más cercanos. Nos sentamos y nos ofreció unos bocadillos, algo que en Jonathan era normal, pero el ambiente en la sala no lo era. Se sentía raro, demasiado tranquilo. Empezó a hablar de cosas que, en su momento, no parecían tener mucho sentido. Nos recordaba anécdotas, momentos alegres y otros un tanto tristes. Nos hablaba sobre lo que él había observado a lo largo de su vida trabajando en el laboratorio, pero lo hacía como si ya hubiera cruzado esa línea.
—¿Y nadie comprendió que necesitaba ayuda? —Preguntó Gómez, confundido— ¿Nadie se dio cuenta de que algo andaba mal?
Rivas negó con la cabeza, sus labios se apretaron en una fina línea.
—No. Todos lo vimos como un buen signo. Durante esa charla se mostró más calmado, incluso bromista. Nadie sospechaba que detrás de esa calma había algo más. Todos pensábamos que estaba agotado, que quizás había encontrado una especie de revelación personal. Hace poco te habían suspendido y pensamos que estaba por retirarse, que esa era su “despedida” de la fundación, no de la vida. No se veía triste, ni desesperado. Al contrario, parecía feliz, más relajado que en meses, ni hablar que en los últimos días. Cuando pasó lo que pasó, todos nos quedamos devastados, preguntándonos cómo lo habíamos dejado llegar hasta ahí.
Gómez lo miró, boquiabierto. La situación resonaba como una señal de advertencia, pero en ese momento nadie lo había visto así. Se habían dejado llevar por su aparente serenidad, por su extraña paz. ¿Cómo podían haber sido tan ciegos?
—La última vez que lo vi —Continuó Rivas— Estaba caminando solo por los pasillos, mirando hacia la nada, pero con una expresión de satisfacción. Me acerqué a él, le pregunté cómo estaba, y me sonrió. Dijo que estaba mejor que nunca, que finalmente lo había entendido todo.
—¿Entendido qué? —Preguntó Gómez, ahora más intrigado que nunca.
Rivas hizo una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras cuidadosamente.
—Dijo que había entendido el propósito de todo esto, de la vida, de la muerte, de lo que hacíamos en la fundación. Me habló sobre el “velo de la realidad”, como lo llamó, y cómo había comenzado a ver más allá de él. Hablaba de una manera casi filosófica, como si estuviera en paz con algo que los demás no podíamos comprender. Y entonces me soltó la frase que todavía me persigue.
Gómez se inclinó hacia adelante, expectante.
—Me dijo: “He observado lo que hay más allá, y es hermoso. Más de lo que jamás podrás imaginar”.
El silencio que siguió fue pesado, cargado de una incertidumbre que se sentía opresiva. Gómez intentó procesar esas palabras, pero cuanto más pensaba en ellas, más desconcertantes se volvían. Sus últimos días, Jonathan no había estado actuando como alguien que estaba al borde de una crisis, al menos no de la manera que la mayoría de agentes actuaba cuando estaban al borde del suicidio. Había encontrado una calma perturbadora, una aceptación casi sobrenatural de su destino. Pero para el agente Gómez no había dudas: No era “casi” sobrenatural, era definitivamente sobrenatural. Algo lo estaba manipulando. Algo lo estaba seduciendo a tomar el camino del suicidio.
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—¿Crees que vio algo “real”? ¿O era una expresión filosófica? —Preguntó Gómez, casi sin querer hacerlo.
Rivas se encogió de hombros, su mirada se perdió por un momento en el suelo antes de volver a encontrarse con la de Gómez.
—No lo sé, Gómez. De verdad no lo sé. Jonathan siempre fue el tipo de hombre que necesitaba respuestas, que no podía quedarse con dudas. Todos los agentes tenemos esa misma naturaleza. Si encontró algo, nunca lo compartió con nosotros, al menos no de manera que lo entendiéramos.
Gómez sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El mensaje secreto, las últimas palabras de Jonathan, el testimonio de Rivas, todo empezaba a tener un sentido mucho más oscuro. No era que Jonathan hubiera perdido la cordura ni que hubiera sido atacado por una criatura desconocida y estuviera poseído. Había elegido un camino, uno que le parecía más brillante, más claro que la realidad en la que ellos seguían atrapados. Sonaban a una inducción de pensamientos o a un control mental muy sofisticado, algo poco frecuente de ver incluso en este campo de trabajo.
—Yo no creo que esto sea un suicidio —Opinó Gómez en voz baja— Creo que Jonathan vio algo, algo que lo cambió por completo. Y lo peor es que lo que vio le pareció mejor que todo lo que la vida tenía para ofrecerle. Eso lo mató.
Rivas lo miró con gravedad.
—Es una conclusión aterradora, Gómez, pero sí, parece que eso fue lo que pasó. Desde una perspectiva filosófica, Jonathan logró encontrar algo que estaba buscando desde hace mucho tiempo. Algo que provocó que ya no estuviera con nosotros en los últimos días, al menos no de la manera en que solía estar.
—¿Crees que hay alguien o algo detrás de todo esto? —Inquirió Gómez con severidad.
Rivas lo miró fijamente, con una seriedad que hablaba de los años de experiencia que llevaba cargando.
—No, Gómez. Lo dudo. La gran mayoría de casos de agentes muertos por suicidio son en efecto suicidios hechos voluntariamente. Es parte del costo de vivir demasiado tiempo entre estas frías paredes de metal.
Gómez permaneció en silencio. Por su parte, Rivas exhaló profundamente antes de continuar, como si estuviera luchando con sus propios pensamientos, buscando una manera de encajar su perspectiva en palabras más comprensibles.
—Mira, Gómez —Dijo finalmente—No quiero sonar como si estuviera descartando algo sobrenatural por completo, pero no se encontró ninguna evidencia de eso en la muerte de Jonathan. No había señales de posesión, ni nada fuera de lo común en su cuerpo. Lo revisaron todo a fondo. Se siguieron todos los protocolos al pie de la letra.
Gómez asintió, escuchando con atención.
—Lo que sí encontraron… —Prosiguió Rivas— Fue que Jonathan había perdido todo su dinero. La fortuna que había heredado se desvaneció. Malas inversiones, decisiones arriesgadas y fetiches caros, un cóctel perfecto para mandar toda su riqueza al carajo. Ya no tenía los recursos que solía tener para mantener su estilo de vida. Y Jonathan tenía fama de darse ciertos lujos no muy saludables.
Gómez lo miró con curiosidad.
—¿“Su estilo de vida”? —Preguntó, sabiendo que la pregunta era innecesaria, pues ya había oído rumores sobre Jonathan antes.
—Sí —Asintió Rivas, tras una breve pausa— Los rumores eran bien conocidos. Jonathan llevaba una vida de excesos, pero no cualquier clase de exceso, sino los más oscuros, esos que hoy se pregonan a los cuatro vientos, pero que en mis tiempos se escondían bajo llave. Como suele pasar con los jóvenes, el dinero de sus padres le permitía vivir sin preocuparse por el día siguiente. Bebía lo que quería, compraba lo que se le antojaba, y si algo le llamaba la atención, lo conseguía sin pensarlo dos veces. Hasta ahí, todo normal, es parte de la juventud. El problema era que sus gustos eran caros, y la herencia que recibió no era tan grande como para sostener ese ritmo de vida.
Rivas hizo una pausa para dejar que las palabras calaran en Gómez, quien lo escuchaba en silencio.
—Todo cambió cuando el dinero desapareció —Continuó Rivas— Perdió el “ritmo” en su vida. Vendió sus coches y todos los “tesoros” que había heredado, todo para tratar de mantener lo que le daba sabor a su vida. Todo fue efímero, y para un hombre que vivía por y para satisfacer sus caprichos quedarse sin nada debió ser devastador.
Gómez notó la seriedad en la voz de Rivas y entendió que esto no era solo un detalle sin importancia. Jonathan había pasado de ser un hombre satisfecho, a uno sin nada. Y eso, más que cualquier cosa, podía haber sido lo que lo llevó a replantearse su vida al punto de suicidio. Era una coartada perfecta.
—Entonces, ¿crees que fue eso lo que lo empujó al límite? —Preguntó Gómez, tratando de conectar las piezas.
Rivas asintió lentamente, como si esa fuera la única conclusión a la que pudiera llegar.
—No estoy diciendo que sea la única razón, nunca hay una sola razón para algo tan dramático, pero tiene sentido. Jonathan siempre fue un hombre que buscaba el propósito en todo lo que hacía, incluso en su vida personal. Cuando tenía dinero, encontraba significado en sus lujos, en sus excesos. Pero cuando lo perdió todo, no le quedó más remedio que enfrentar su realidad. Comenzó a hacerse preguntas más profundas, a cuestionarse la vida de una manera que nunca antes había hecho. Era como si hubiera despertado de un sueño y se diera cuenta de que vivir por vivir ya no tenía sentido.
Gómez entendía el punto del agente Rivas. Podía imaginarse que, tarde o temprano, Jonathan habría terminado en esa situación, incluso si nada sobrenatural hubiera ocurrido durante la semana en la que estuvo en la enfermería.
—¿Crees que fue todo por dinero? ¿Que simplemente se dio cuenta de que su vida no tenía sentido sin dinero para satisfacer sus deseos y decidió que lo mejor era terminarla?—Preguntó el agente Gómez.
Rivas murmuró algo para sí mismo, pensando detenidamente antes de responder.
—Sí… y no… Tuvo que haber un detonante. Su comportamiento fue extraño en sus últimos días. Algo lo hizo empezar a cuestionarse todo de una manera que no habíamos visto antes. Podría haber sido tu suspensión, pero eso no lo tengo del todo claro. La verdad es que yo opino que todo concuerda con un suicidio. Las grabaciones que dejó, las conversaciones que tuvo con nosotros, incluso su actitud hacia el final, parecía que había llegado a una conclusión lógica, al menos desde su punto de vista. Para él, terminar con su vida era el siguiente paso lógico. En una larga cadena de eventos lógicos. Como suele ocurrir en todos los suicidios de los hombres “inteligentes”.
Gómez se quedó pensando en lo que Rivas decía. Todo sonaba razonable, pero había una parte de él que no podía sacudirse la sensación de que algo más había detrás. La calma perturbadora de Jonathan, la manera en que hablaba del “velo de la realidad”, como si hubiera visto algo que nadie más podía ver. Todo eso le seguía sonando a algo más grande que un simple suicidio impulsado por la pérdida de dinero.