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El Observador (1)

Gómez despertó con un parpadeo pesado, sintiendo el eco distante de una fatiga que se arrastraba desde lo profundo de su cuerpo. La luz blanca y fría de la enfermería del laboratorio 32 lo envolvía como una niebla, difuminando las sombras del lugar. Un sonido metálico y repetitivo llamó su atención, y al girar la cabeza lentamente, notó la presencia de un robot al pie de su cama. El diseño era simple, pero funcional, con un par de brazos mecánicos equipados con herramientas médicas que se movían con precisión milimétrica. El rostro inerte del androide reflejaba la luz mientras sus sensores lo analizaban.

—Agente Gómez —Inició el robot con una voz neutra y mecánica— Se le informa que el procedimiento fue exitoso. El parásito ha sido completamente extraído de su sistema. Lleva una semana estando inconsciente. Su cuerpo está en óptimas condiciones, aunque es posible que perciba algunas molestias menores.

La cabeza de Gómez zumbaba, como si los pensamientos trataran de regresar a la superficie después de haber sido empujados al fondo de su mente. Recordaba vagamente el dolor punzante, los delirios, la sensación de que algo ajeno lo estaba controlando desde dentro. Parecían ser las secuelas del tratamiento. Se llevó una mano a la nuca, donde aún sentía un ligero cosquilleo, pero no había rastros de una cicatriz reciente.

El robot continuó hablando, indiferente a la confusión de Gómez.

—Debido a su participación en la ejecución de un interrogatorio ilegal a uno de los prisioneros custodiados por la institución, ha sido sancionado. Su suspensión es efectiva de inmediato, con una duración de ocho meses y sin derecho a recibir remuneración alguna. El holograma con la carta oficial de su sanción ha sido cargado a su cuenta personal.

Gómez parpadeó, aturdido. No esperaba esta noticia. Claro, sabía que había sido un error aceptar el interrogatorio, sabía que estaba rompiendo algunos protocolos al encargarse personalmente del asunto de Thomas Smith, pero… ¿Una suspensión? ¿Durante ocho meses? ¡¿Sin salario?! Eso era un golpe fuerte, peor de lo que había anticipado. Su mente comenzó a girar en torno a las consecuencias de esto.

—¿Suspensión? —Murmuró con incredulidad, su voz aún áspera por el sueño forzado— ¿Por qué? ¿El jefe no me ayudó?… qué tipo infeliz… que rata traidora…

Incapaz de captar el tono humano de queja o desconcierto, el robot continuó su monólogo impasible.

—Se le recuerda que la decisión de su sanción fue tomada por su inmediato superior luego de consultar el informe de recursos humanos en conjunto con el departamento de supervisión ética. El informe indica que aunque al momento de asesinar al prisionero Thomas Smith usted presentaba signos claros de posesión, su aceptación para realizar el interrogatorio ilegal fue enteramente voluntaria. Esto derivó en su suspensión.

Gómez se enderezó lentamente en la cama, con el peso de las palabras del robot haciéndolo sentir más cansado de lo que debería estar. Se frotó los ojos, tratando de despejar su mente. Recordaba ese maldito interrogatorio. La mirada vacía de Thomas Smith, el ambiente cargado de tensión. Ahora ya sabía que había sido poseído, no había dudas de ello. Pero aún recordaba cómo sintió el miedo en los ojos de Thomas Smith recociéndole el cuerpo. Después, todo fue caos. Gritos. El crujido del metal contra la carne. Los ojos del prisionero saltando de sus cuencas oculares. Y luego, el silencio.

No había actuado en defensa propia. Pero su coartada ayudó y cada una de las partes veía la situación de distinta forma. Pese a ello, Shepherd había hecho su tarea, rebuscando en cada detalle, retorciendo los hechos hasta hacerlos encajar en el molde que necesitaba. Ella sabía que no podía culpar a Gómez directamente por la muerte de Thomas Smith, especialmente después de que se había demostrado que estaba siendo poseído, pero el proceso de aceptar voluntariamente el interrogatorio se convirtió en la excusa perfecta para imponer algún tipo de castigo.

—Maldita bruja, hasta no llenar los pisos inferiores con sus hombres nos hará la vida imposible a los veteranos—Gruñó Gómez, con la mandíbula tensa. No era la primera vez que veía este tipo de artimañas dentro de la fundación. Todo el mundo caminaba sobre cáscaras de huevo, buscando la oportunidad de aplastar a alguien más en nombre de la “ética” y el “protocolo”. Los científicos se dedicaban a delatarse entre ellos constantemente, era parte del ritual que se daba cada vez que comenzaban las disputas por las mejores instalaciones o los especímenes más valiosos. Los exploradores no eran diferentes; se traicionaban mutuamente cada vez que les tocaba aventurarse en territorios potencialmente mortales. Por su parte, los agentes tampoco se quedaban atrás. Siempre estaban más dispuestos a investigar casos donde pudieran conseguir jugosos sobornos o recompensas bajo la mesa, mientras que los casos rutinarios quedaban relegados por pura conveniencia. La caza de brujas de recursos humanos en los pisos inferiores no era más que una extensión de esa misma basura. Y, lamentablemente, esta vez él había sido elegido como la siguiente bruja a quemar en la hoguera para el contento del pueblo.

Ajeno a la frustración del agente, el robot extendió un brazo y proyectó un holograma frente a Gómez. El documento giraba lentamente en el aire, las letras brillaban con una claridad incómoda. Gómez escaneó rápidamente la carta, buscando cualquier señal de una salida fácil, pero no había nada. El documento era frío, directo y sin concesiones. Su superior inmediato, Arthur Mendelson, el jefe de todos los agentes, lo informaba de la suspensión sin la menor pizca de simpatía o consideración.

El encabezado era claro y cortante:

Suspensión Disciplinaria del Agente Alfonso Gómez

Estimado agente Alfonso Gómez,

Mediante la presente, se le comunica formalmente que ha sido suspendido de sus funciones operativas con efecto inmediato, por un periodo de ocho meses sin percepción de sueldo. Esta sanción ha sido aplicada a raíz de su participación en el procedimiento irregular y no autorizado de interrogatorio al detenido Thomas Smith, identificado bajo el código de prisionero #420300.

Tras una exhaustiva revisión de los eventos acaecidos el día 6 de noviembre, en los que usted, de forma consciente y deliberada, vulneró los protocolos de actuación establecidos en el manual de ética operativa (Edición 2098), y en especial las normativas sobre el trato a prisioneros según los artículos 15.2 y 18.7, la Comisión de Ética, en conjunto con el Departamento de Recursos Humanos, ha decidido proceder con la suspensión aquí descrita.

Los hallazgos de la investigación interna revelaron que, durante el mencionado interrogatorio, usted ejerció técnicas de coerción que no solo infringen las políticas de la organización, sino que también violan los principios fundamentales del debido proceso y la dignidad humana que debemos observar, incluso en la contención y manejo de individuos de alta peligrosidad. En tal sentido, su conducta no se corresponde con los estándares profesionales que se esperan de un agente con su rango y experiencia dentro de la corporación.

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Se le informa que durante este periodo de suspensión, que será efectivo a partir de que su estado físico se estabilice tras los eventos recientes, usted no tendrá acceso a los sistemas operativos internos, ni podrá participar en operaciones activas o administrativas de la organización. Asimismo, le recordamos que la inobservancia de las normativas establecidas acarrea consecuencias disciplinarias graves, incluidas sanciones adicionales o la posible terminación de su relación laboral si en el futuro se repiten conductas similares.

Se espera que utilice este tiempo para una profunda reflexión sobre las implicaciones de sus acciones y las consecuencias de violar los protocolos que rigen nuestras actividades. Al concluir el periodo de suspensión, se llevará a cabo una evaluación detallada de su desempeño y comportamiento previos para determinar si es posible reintegrarlo a sus funciones o si se procederá con medidas adicionales.

Quedamos a disposición para cualquier consulta que desee realizar en relación a esta sanción a través del Departamento de Asuntos Disciplinarios. No obstante, le recordamos que la decisión aquí notificada es definitiva y no está sujeta a apelación.

Atentamente

Arthur Mendelson

Jefe de Operaciones

Departamento de Seguridad e Intervención Estratégica

—¿Reflexionar sobre mis acciones? —Murmuró Gómez con amargura, repitiendo las palabras usadas por su jefe— ¿De qué mierda se supone que tengo que reflexionar? ¿Cuántos interrogatorios hiciste a mi lado durante la dictadura, pedazo de hijo de puta? Se suponía que debías ayudarme, no traicionarme así.

Aceptar el interrogatorio fue una cuestión de devolver un favor, de rutina, de pragmatismo, de eficiencia, de resultados. Todos atributos que caracterizan a un buen agente. Pero claro, en un mundo donde las decisiones importantes las toman desde oficinas cerradas con vista a un campo de trigo dorado, eso no importaba.

El holograma parpadeó un par de veces antes de desaparecer, dejando a Gómez con un vacío incómodo en el pecho. Ocho meses. Era demasiado tiempo para alguien que vivía sumergido en el trabajo. ¿Qué iba a hacer con todo ese tiempo libre? Peor aún, ¿cómo iba a sobrevivir sin estar asignado a un caso? El salario era lo de menos, Gómez podía trabajar gratis a estas alturas de su vida. Pero necesitaba hacer algo, este laboratorio era su vida, su obsesión.

El robot se desplazó con un suave zumbido hacia la esquina de la sala, dejando a Gómez solo en sus pensamientos. La fría realidad comenzaba a asentarse. Recursos humanos realmente había encontrado la forma de castigarlo sin hacer mucho ruido. Su jefe lo había lanzado a las bestias administrativas para que lo devoren y por semejante sanción parecía hasta haber colaborado en el asunto.

Se levantó de la cama, sus músculos tensos por la inactividad prolongada. Sentía una especie de irritación en cada parte de su cuerpo, como si el tratamiento hubiera dejado un rastro persistente, invisible pero tangible. Se acercó al espejo en la pared, donde su reflejo le devolvió una imagen desaliñada. Sus ojos tenían ojeras profundas, su cabello estaba despeinado, y su piel pálida no ayudaba a mejorar la impresión.

—Ocho meses… —Repitió, casi en un susurro. Se preguntaba si, después de todo, tendría sentido regresar. Estas eran las vacaciones más largas de su vida. ¿Tendría ganas de regresar luego de estar tan desconectado con el laboratorio? Sabía cómo funcionaban las cosas en la fundación. Las suspensiones eran el principio de algo más grande, una señal de que estaban buscando una excusa para deshacerse de él. Si no era ahora, encontrarían otra razón en el futuro.

Su concepción de lo que significaba ser un agente parecía desmoronarse frente a él. Hermandad, valor, sacrificio y resistencia, todas esas virtudes que le habían inculcado durante años ahora parecían vacías, simples palabras que resonaban huecas en un lugar que antes consideraba sagrado. Sabía que el momento de despedirse de esta institución se acercaba a pasos agigantados. Sin su jefe cubriéndole la espalda, la realidad era cruda: no había nada que pudiera hacer para revertir la situación. La red de protección que había tenido se había disuelto, y por primera vez en años, Gómez se sentía expuesto ante lo que las nuevas generaciones reclamaban.

La situación era delicada. No era el primer veterano en ser traicionado y tampoco sería el último. Había visto a compañeros de toda una vida caer en estas artimañas, algunos incluso de forma más brutal que él. Pero eso no hacía que el golpe fuera más fácil de soportar. A pesar de toda su experiencia y el temple que había forjado en el campo de batalla contra lo paranormal, su corazón no estaba preparado para recibir la traición de alguien a quien alguna vez consideró un amigo.

Su jefe nunca había sido su mentor. Era simplemente otro recluta más de su misma camada, un compañero que logró adaptarse más rápido a las exigencias de los nuevos protocolos. Se mostraba extremadamente estricto con las normas, lo que le había ganado la confianza de recursos humanos y del director del laboratorio 32. Por supuesto, todo era una farsa. Las reglas estaban hechas para ser ignoradas, lo importante era asegurar el éxito de la misión; era parte fundamental del trabajo de un agente. Pero él comprendía perfectamente que si vendía esa imagen de obediencia impecable, obtendría todo el respaldo que necesitaba para prosperar. Se modernizó, se alineó con las normas del “nuevo orden” y escaló en los rangos, mientras otros, como Gómez, se aferraban a los viejos tiempos. Eso era lo que lo hacía más doloroso. Los reclutas de una misma generación eran como hermanos de guerra; habían compartido riesgos, habían puesto sus vidas en juego el uno por el otro en incontables ocasiones.

Los mentores podían desechar a sus discípulos si estos les fallaban, pero un compañero de vida y muerte, un igual que había pasado por el mismo infierno, no debería comportarse de esa manera. La traición de un “hermano” dolía de una forma que pocas cosas en la vida podían igualar. Gómez había luchado, sangrado y llorado al lado de esa persona, y ahora, con una simple firma en un holograma, lo había dejado a su suerte. Ocho meses no era una suspensión, era un ultimátum disfrazado. Su jefe le estaba diciendo que era momento de irse de este laboratorio.

Sin embargo, renunciar tampoco era una opción sencilla. A pesar de lo traicionado que se sentía Gómez, este laboratorio era todo lo que conocía. Había dedicado su vida a este lugar, a esa guerra secreta que el mundo exterior ignoraba, pero que ahora todos conocían. Todos sus amigos estaban aquí. Las pocas relaciones que le quedaban, aquellos a quienes podía llamar camaradas, estaban encerrados entre estas mismas paredes, luchando la misma guerra que él. Afuera, el mundo se sentía frío y distante. En su casa no había una familia esperándolo. Había androides que simulaban una realidad que no existía, pero eso no era verdadera compañía, era una ilusión. Gómez tenía que admitir que aquel maldito pingüino estaba en lo cierto: no había nadie que realmente se preocupara por él en este mundo, salvo aquella sombra. Esa sombra lo quería vivo, ya que él era su anfitrión y ella su parásito. Dejando de lado a los pocos amigos que tenía en este laboratorio, esa relación era lo más cercano que había tenido a una familia desde la muerte de sus padres. Triste realidad. Tristísima. Reinventarse, rehacer su vida desde cero, se sentía casi imposible. La idea de comenzar de nuevo, de ser un extraño en su propia piel, lo aterraba más que cualquier monstruo paranormal al que se hubiera enfrentado.

Aun así, la indirecta subyacente de esta suspensión era demasiado evidente como para no tomarla en serio. Lo estaban empujando lentamente hacia la salida. Ya no lo necesitaban. Era un dinosaurio y sus tiempos de gloria habían pasado. El laboratorio tenía nuevas caras, nuevas generaciones que abrazaban el otro mundo y los misterios que escondía. ¿Cuánto tiempo más podría resistir? ¿Cuánto tiempo antes de que lo obligaran a abandonar definitivamente? La espada de Damocles pendía sobre su cabeza, oscilando peligrosamente. Y aunque no quería admitirlo, la opción de renunciar y adelantar su jubilación parecía cada vez más atractiva.