El hombre salió del cuarto dejando al niño jugando con la carne picada, el hombre miró como su hijo mayor se dirigió por el camino de piedras hacia la donde estaba ubicada la cocina donde se guardaban los condimentos.
Con pasos apurados, el hombre caminó por el camino de piedras, pero en la dirección contraria a su hijo mayor. El hombre caminó hasta llegar a una casa bastante rústica y vieja.
La casa tenía paredes de barro y techo de paja. No parecía ser muy grande: solo tenía dos habitaciones pequeñas. Había unas pocas ventanas en las dos habitaciones para iluminar el interior, pero a simplemente se veía que las ventanas de una de las habitaciones había sido cubierta con barro, como si la persona que habita dicho lugar buscará que no entre la luz de afuera.
Cuando el hombre entró por la puerta de madera, una chica de entre 18-22 años, vestida con ropa de criada, se acercó y le preguntó:
—¿Pasa algo don Ernesto?
—¿Dónde está mi padre?—Comentó Ernesto con tono preocupado— Mi padre tenía que venir a ayudar a los chicos a hacer los chorizos
—Su padre está en su cuarto, al parecer no me reconoce la voz y no quiere salir—Comentó la criada con bastante preocupación—Trate de entrar para ayudarlo, pero me tiraba algo cada vez que entraba.
—¿Papá te tiro algo?, ¿Estás bien?—Preguntó Ernesto con aturdimiento y dolor en el corazón
—Si, no logro alcanzarme con ningún objeto, pero ya no me reconoce—Comentó la criada con pena.
—Está bien, no te preocupes por el asunto—Dijo Ernesto con el tono de voz cansado— yo me encargaré de sacar a mi padre de su cuarto.
La criada salió del cuarto, dejando solo a Ernesto en la habitación. La sala tenía muy pocos muebles y todos los muebles estaban bastante desgastados por el uso y la corrosión del tiempo. Ernesto miró la habitación vacía con algo de pena y con pasos lentos se dirigió a la única puerta que había en la habitación, además de la salida.
Aunque la habitación sea fea y rústica, acá era donde el padre de Ernesto había pasado su juventud. Por lo que cada mueble desgastado contaba una historia con un valor sentimental muy importante para su padre.
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Al llegar a la puerta, Ernesto puso su mano sobre la perilla de la puerta y lo abrió con lentitud mientras decía en voz baja:
—Papá, soy yo… Los chicos necesitan tu ayuda, así que tienes que salir de este cuarto oscuro.
—¿Regresaste, Carlos?—preguntó alguien con miedo en la voz, desde el interior de la habitación oscura.
Ernesto terminó de abrir la puerta y miró la habitación oscura con el corazón dolido, su padre había cubierto todas las ventanas con barro para que no entrara luz; por lo que la iluminación en la sala era realmente mala.
En la sala con paredes de barro y techo de paja solo se encontraba una cama chica con el colchón gastado y lleno de mugre: las sabanas de la cama habían sido usadas para armar una carpa arriba de la cama y en el interior de la carpa se encontraba un hombre viejo que asomaba su cabeza de la carpa con miedo: temeroso de la persona desconocida que había entrado por la puerta.
El viejo tenía el pelo blanco y una barba blanca desprolija que ocultaba la mayor parte de su rostro, vestía unos calzoncillos sucios y una remera blanca bastante gastada: llena de parches y agujeros de polillas.
—Papá, soy yo, Ernesto—Comentó el hijo con bastante dolor al ver el estado lamentable de la salud mental de su padre—Carlos me prometió venir de regreso para el casamiento, pero todavía no regresa de Estados Unidos.
—¿Ernesto?—preguntó el viejo con sospecha, mientras miraba con desconfianza el cuerpo y la ropa de su supuesto hijo—¡Ese sombrero es de Carlos! ¡Tú no eres mi hijo, sal de mi cuarto, bestia inmunda!
—¡Papa! ¡Soy yo!—Grito Ernesto con algunas lágrimas en su rostro, por las dudas se sacó el sombrero de explorador y lo tiró en el cuarto de atrás—¡Soy el único de tus dos hijos que se malgasta en cuidarte y no puedes reconocerme!
Pero el viejo ignoró los llantos de su hijo y lo miró con sospecha mientras se escondía más profundamente en su carpa, parecía estar preparándose para atacar a Ernesto si se acercaba a la cama.
—¿Al menos vendrás a ayudar a los chicos a armar los chorizos?!—preguntó Ernesto entre lágrimas y con bronca por la impotencia de no poder hacer nada para ayudar a su padre: él ya lo había intentado todo, pero la situación se estaba volviendo cada vez peor. Ahora parecía que ni siquiera podía reconocer a sus hijos.
—¡Sal de mi cuarto, bestia!—Gritó el padre con fuerza y desesperación: parecía estar más asustado que enojado.
—¡Ellos son tus nietos! ¡Al menos hazlo por ellos y ven a ayudarnos!—Grito Ernesto entre lágrimas.
—¡No me engañarás, criatura demoníaca!—Gritó el padre, mientras sacaba su mano de la carpa y apuntaba un cuchillo muy finamente decorado a su hijo—Si te acercas: ¡Te mato, diablo!
Ante la impotencia de la situación, Ernesto cerró la puerta con fuerza y enojo. El hombre levantó el sombrero de explorador del suelo, se lo puso en la cabeza y se dirigió a la puerta del cuarto llorando.
Ernesto tomó la perilla de la puerta de la salida, pero antes de abrirla se detuvo y se limpió las lágrimas de su rostro. Ernesto no quería que sus hijos lo vieran llorando por el estado de salud mental de su padre.