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El interrogatorio (4)

Gómez frunció el ceño mientras digería la información. Un libro. Si existía, podría ser de gran valor, pero había un problema evidente: Thomas no estaba en condiciones de ofrecer pruebas físicas, y los investigadores no habían encontrado ningún rastro de ese supuesto libro maldito en la escuela. Eran profesionales entrenados para detectar cualquier cosa peligrosa o fuera de lo común, pero, de acuerdo con el relato de Thomas, en esta ocasión habían fallado estrepitosamente. Esa posibilidad era difícil de aceptar; no solía ocurrir que un equipo especializado en localizar artefactos anómalos se equivocara de esa manera. Menos aún cuando, según la historia de Thomas, “el libro quiere ser encontrado”. Aquella frase inquietante retumbaba en la mente de Gómez, aunque, sin pruebas, seguía siendo solo otro fragmento de información sin corroborar. En el mundo en el que Gómez operaba, las historias eran irrelevantes si no venían acompañadas de evidencias sólidas. La realidad, al final, solo se construía con lo tangible, y hasta entonces, esto no era más que una farsa sin fundamento.

—¿Un libro? —Repitió Gómez, su voz cargada de desprecio— ¿Eso es todo lo que tienes que ofrecernos? No puedo enviar a un equipo de investigadores a buscar un libro entre las ruinas de una escuela demolida basándome solo en esas palabras. Necesito más detalles.

Thomas se inclinó hacia adelante, la desesperación escondida en sus ojos. Su rostro pálido estaba marcado por el sudor y el miedo, y su respiración se volvía cada vez más errática.

—No hay nada más que pueda ofrecerte… —Dijo Thomas, su voz quebrándose mientras su mirada se movía frenéticamente entre Gómez y la tenue luz que parpadeaba en el techo— Pero esa información es crucial. El libro contiene detalles sobre lo que pasó. Detalles que nadie más tiene. Si encuentras el libro, podrás usarlo para librarme. Y cuando sea libre, te diré todo, absolutamente todo lo que sé.

Gómez no dijo nada. En lugar de eso, se recargó en su silla con un gesto que denotaba cansancio y exasperación. Sus ojos, fríos y calculadores, observaban cada pequeño movimiento de Thomas con una intensidad inquietante. El agente sabía que había algo más, algo que Thomas estaba ocultando. La frustración crecía en su interior, y la necesidad de obtener una verdad contundente se volvía cada vez más apremiante. Sin previo aviso, Gómez se levantó de su silla con un movimiento brusco. Caminó hacia Thomas con pasos firmes, y el sonido metálico de sus botas resonó en la habitación vacía. La expresión en su rostro se endureció, y su mirada se volvió aún más fría.

—¿De verdad piensas que voy a perder el tiempo buscando un libro en una escuela derrumbada? —Su voz era un susurro peligroso, cargado de amenaza— ¡Dame algo concreto o empezaré a hacer que te arrepientas de haber abierto la boca!

Gómez levantó su mano y la vara descendió con un golpe seco y contundente, impactando contra la madera con un sonido retumbante que resonó en las paredes desnudas. Thomas saltó en su silla, su cuerpo temblando visiblemente.

—¡No, no, por favor! —Exclamó Thomas, su voz quebrándose mientras la desesperación se apoderaba de él— ¡Te dije todo lo que sé! ¡No sé más, te lo juro! ¡Mi esposa está sufriendo para alimentar a nuestros hijos, por favor ayúdame a ser libre!

Gómez no respondió. En lugar de eso, se inclinó hacia adelante, su rostro a centímetros del de Thomas. La intensidad de su mirada era casi tangible, una mezcla de furia y determinación que parecía arder en sus ojos.

—Esa información no es suficiente, tú sabes algo y no lo estás contando —Dijo Gómez con un tono amenazante— No voy a perder mi tiempo con cuentos de fantasmas y libros antiguos. ¡Necesito más información, algo que realmente valga la pena! Si no ni sueñes con la libertad.

—¡Está bien, está bien! —Gritó Thomas, su voz temblorosa, mientras lágrimas comenzaban a formarse en sus ojos— Hay algo más. Algo que no te he contado. El libro no es solo un libro. Contiene un ritual. Un ritual que podría haber provocado todo lo que pasó. ¡Los profesores habían encontrado este libro antiguo en la biblioteca del colegio y siguieron sus instrucciones como unos idiotas! ¡Lograron invocar las entidades descritas, pero terminaron todos muertos!

Gómez frunció el ceño, sus ojos llenos de escepticismo pero también de curiosidad. El rostro de Thomas estaba descompuesto, y el sudor le corría por la cara, mezclado con las lágrimas de desesperación.

—¿Un ritual? —Preguntó Gómez, su voz dura pero con un tono de interés creciente— ¿Qué tipo de ritual?

Thomas tragó saliva, sus palabras saliendo en un murmullo apresurado.

—No lo sé todo. Nadie sabe exactamente qué hace el libro, pero es algo que puede abrir puertas… Digo, el libro invoca cosas que no deberían estar aquí. Lo que yo vi, lo que los otros profesores vieron no era normal. No era natural. Algo salió mal durante la invocación. La escuela fue demolida para ocultarlo. No fue por los asesinatos.

Gómez observó a Thomas con detenimiento, sus ojos afilados como cuchillas, penetrando cada palabra que el prisionero dejaba escapar. La mandíbula del agente se tensaba con cada mentira velada que sospechaba, mientras su intuición lo guiaba a una única conclusión: Thomas estaba manipulando la verdad, dando migajas de información correcta para salvarse la piel sin realmente soltar lo más valioso. Era un cobarde. Temía a la verdad, más que a su condena. Pero tampoco dejaba de desear la libertad. Un hipócrita. Un mentiroso.

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El agente respiró profundamente, luchando por mantener la compostura. Sabía que se estaba acercando al núcleo de algo importante, pero también era consciente de que Thomas, en su desesperación, estaba jugando un juego peligroso.

—¿Y qué sabes del ritual? —Preguntó Gómez, su tono cargado de una amenaza que flotaba entre cada sílaba— ¿Quién más estuvo involucrado? ¿Qué hicieron los profesores después de encontrar el libro? —Se detuvo un segundo, inclinándose hacia adelante con los ojos clavados en los de Thomas— ¿No fueron los estudiantes quienes encontraron el libro? ¿Por qué diablos terminaron poseídos si el libro estaba en manos de los profesores? ¿No habían sido las sombras las responsables? ¿Quién fue el verdadero culpable? ¿Los alumnos o los profesores? ¿O acaso tú fuiste el único responsable de la masacre, Thomas?

Thomas tragó saliva con dificultad. Su garganta parecía cerrarse bajo la presión creciente. Balbuceó algo ininteligible, sus ojos parpadeando rápidamente, buscando una salida, pero no había ninguna. Solo había paredes de concreto y un agente que no iba a ceder terreno.

—No… no puedo decirte mucho más… —Logró murmurar Thomas, su voz entrecortada, quebrada por el miedo.

Ese intento de evadir la verdad fue la chispa que encendió la rabia en Gómez. Su mirada, antes gélida, se volvió una llamarada de furia contenida. Sabía que Thomas estaba mintiendo. Lo había visto mil veces antes en otros interrogatorios: pequeños hilos de verdad entretejidos con falsas esperanzas, todo por su falta de confianza. Si Thomas hablaba, ¿por qué lo liberarían? La fundación ya tendría todo lo que necesitaba saber y este idiota no tendría nada más que ofrecerles.

—Hijo de puta… —Murmuró Gómez, más para sí mismo que para Thomas, mientras sentía cómo la frustración hervía en su interior. El agente se enderezó lentamente, como un depredador que se prepara para el ataque. Tomó la vara de metal que descansaba sobre la mesa, su mano envolviendo el frío acero con una sensación de familiaridad. Con un gesto brusco y violento, la levantó y la dejó caer con fuerza sobre la mesa, produciendo un estruendo que resonó en las paredes, amplificando la ya opresiva tensión en la habitación.

Thomas saltó en su silla, sus ojos desorbitados de terror, como un animal acorralado que finalmente comprende que no hay escape. Gómez lo miraba fijamente, sus ojos inyectados de ira y desprecio.

—¡No me hagas perder más tiempo! —Espetó Gómez, su voz cargada de una rabia apenas controlada— ¡Dime todo lo que sabes o te haré desear nunca haber nacido, maldito mentiroso!

Thomas, incapaz de sostener la mirada de Gómez, bajó la cabeza, sus labios temblando incontrolablemente. Sus manos, encadenadas a la silla, temblaban junto con su cuerpo, que estaba comenzando a desmoronarse bajo la presión. Se oían susurros de terror escapando de su boca, apenas comprensibles.

Gómez no esperó más. Con la vara de metal en mano, descargó un golpe directo sobre el hombro de Thomas. El crujido del hueso resonó en la habitación, y el prisionero soltó un grito desgarrador que reverberó en las paredes de concreto.

—¡Habla, mierda! —Rugió Gómez mientras volvía a levantar la vara y la dejaba caer de nuevo, esta vez sobre el pecho de Thomas, quien se retorció en su silla, incapaz de escapar del dolor insoportable.

El prisionero gritaba y lloraba, sus lágrimas mezclándose con el sudor frío que cubría su rostro. El miedo se apoderaba de él, y su mente comenzaba a ceder ante la brutalidad del castigo. Cada golpe lo acercaba más a la verdad que había estado escondiendo, pero también lo hundía en un abismo de desesperación.

—¡Está bien, está bien! —Gimió Thomas, su voz ahogada por el dolor— ¡Te diré lo que quieras, solo… por favor… detente!

Gómez lo miró, jadeando ligeramente por el esfuerzo, pero sin rastro de compasión en su rostro. Sabía que Thomas estaba cerca de romperse, pero necesitaba más. Se inclinó hacia adelante, bajando la vara de metal y acercándola lentamente a la cara del prisionero.

—No quiero tus migajas de desinformación —Dijo Gómez con un tono bajo y amenazante— Quiero toda la maldita verdad. ¿El ritual? ¿El libro? A la mierda con eso, tú sabes algo más, y me lo vas a decir ahora.

Thomas jadeaba, su cuerpo temblando incontrolablemente mientras intentaba hablar. Sus labios estaban partidos por los golpes, y un hilo de sangre se deslizaba por su barbilla.

—El ritual… —Comenzó a decir entre sollozos, su voz apenas audible— El ritual tiene tres partes. Primero, tienes que recitar las palabras del libro. Luego, hacer símbolos en el suelo con la sangre de una víctima. Y, por último, debes hacer una invocación usando un artefacto… un artefacto especial.

Gómez lo miraba fijamente, sus ojos oscuros y penetrantes. Sabía que todavía había algo más, algo que Thomas no estaba diciendo.

—¿Dónde está ese artefacto? —Exigió Gómez, su voz como una cuchilla que cortaba el aire.

Thomas temblaba aún más, como si cada palabra que estaba a punto de pronunciar fuera arrancada de lo más profundo de su ser.

—No… no sé dónde está —Balbuceó Thomas, su voz cargada de miedo— Nadie lo sabe. Pero el libro… el libro podría tener pistas.

Gómez frunció el ceño, su desconfianza iba creciendo con cada palabra que Thomas decía. Todo sonaba demasiado conveniente, demasiado calculado. Era obvio que Thomas intentaba ganar tiempo nuevamente, tal vez esperando que algún milagro lo salvara de este infierno.

—¿De verdad crees que voy a caer en tus mentiras otra vez? —Gómez susurró, su rostro apenas a centímetros del de Thomas— Sabes más de lo que estás diciendo. ¿Este artefacto es otra cortina de humo, verdad?

Thomas negó con la cabeza desesperadamente, lágrimas brotando de sus ojos. Pero Gómez no estaba dispuesto a aceptar más evasivas. Con una furia renovada, levantó la vara de metal y la descargó una vez más, esta vez directo en el estómago de Thomas, provocando que el aire escapara violentamente de sus pulmones en un grito ahogado de dolor.

—¡Dime la verdad o te haré trizas, pedazo de mierda! —Bramó Gómez, levantando la vara de nuevo, listo para golpear una vez más.