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11-El Viejo

Al abrir la puerta, Ernesto pudo encontrarse con la cara de su padre asomándose desde la carpa arriba de la cama.

Ernesto no pudo ver si su padre estaba herido o no, ya que el cuerpo de su padre estaba oculto por las sábanas y por la poca iluminación que había de la sala parecía que el rostro de su padre estaba en perfectas condiciones.

—¿Papá? ¿Estás bien?—preguntó Ernesto con preocupación—Me contaron que te caíste de tu cama

—Sí, estoy bien...—Respondió el padre mirando a su hijo con cautela—¿A qué vinieron?

—A buscarte un mejor lugar donde vivir...—Comentó Ernesto con bastante dificultad para hablar.

—Acá vivo bien—Respondió el padre rápidamente con miedo de Ernesto.

—Vivir abajo de una carpa en una habitación oscura: ¿te parece que es vivir bien?—preguntó Carlos tratando de que su padre entrara en razón—Te llevaré a un sitio donde te atenderán como a un rey y habrá muchas personas como vos con las cuales puedas hablar.

—¿Existen más personas como yo?...—preguntó el padre con sospecha, pero parecía que la pregunta cargaba un rastro de esperanza—¿Encontraste tal sitio en tus aventuras por el mundo? ¿Dónde queda ese sitio, hijo?

Carlos se emocionó y se llenó de felicidad: al parecer su padre lo había reconocido. Carlos iba a contestar con felicidad, pero luego se detuvo porque había descubierto un problema por haber recordado algo que se había olvidado hace mucho tiempo. No obstante, su hermano no recordó lo mismo que él, por lo cual Ernesto con una sonrisa muy amplia contestó con felicidad:

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—¡En Inglaterra existe un lugar donde podrás vivir mejor!

—Oh... Así que el sitio con personas como yo queda en Inglaterra...—Murmuró el padre con sospecha.

El viejo se quedó callado unos minutos mientras parecía estar reflexionando profundamente sobre un asunto serio. Por otra parte, Carlos estaba nervioso, porque ya recordaba una historia que su padre le había contado en la infancia.

Mientras que Ernesto pensaba que su padre estaba reflexionando sobre si ir o no, por lo que dejó que su padre meditara con calma su decisión final.

El silencio incómodo inundó la sala, hasta que el padre volvió a hablar preguntando:

—¿En qué año estamos?

—Estamos en el año 1901—Respondió Ernesto sin entender a qué iba la pregunta de su padre.

—¿Vives en Inglaterra, Carlos?—Preguntó el padre con algo de preocupación, sin recordar que su hijo le había mencionado que vivía en Estados Unidos el día que llegó a la estancia.

—No...—Respondió Carlos con aturdimiento porque de verdad su padre siguiera recordando esa historia sin sentido—Vivo en Estados Unidos, en Florida, donde está la familia de mi esposa.

—Supongo que podría ir a vivir a Inglaterra, yo solo...—Murmuró el viejo mientras meditaba más en profundidad el asunto—¿Cómo se llama el sitio donde se encuentran las personas como yo, querido hijo?

—No recuerdo como se llama el lugar...—Comentó Carlos con preocupación—Pero los rumores no son pocos y cuando lleguemos a Inglaterra averiguaremos más al respecto con las personas locales.

—Bueno, entonces iré...—Comentó el viejo, pero no salió de su tienda, sino que se quedó mirando a sus dos hijos con sospecha.

—Perfecto, tú quédate cómodo en tu habitación y nosotros dos prepararemos todo—Comentó Ernesto con una sonrisa muy amplia en el rostro.

Sin darle tiempo a que su padre pudiera cambiar de opinión, Ernesto comenzó a cerrar la puerta de la habitación, dejando al viejo que los miraba con sospecha nuevamente en la oscuridad.