Mientras caminaba por los pasillos fríos y silenciosos del edificio, Gómez sentía una mezcla de ira, confusión y una profunda tristeza que le oprimía el pecho. La noticia de Jonathan lo había dejado en shock. Algo dentro de él le decía que no todo era lo que parecía. Sabía, o más bien intuía, que Jonathan no se había quitado la vida por voluntad propia. Jonathan había descubierto algo, algo grande, y ahora estaba muerto.
El edificio de la fundación parecía extrañamente opresivo mientras Gómez avanzaba hacia la sala de control. Sabía que ahí encontraría a los pocos veteranos que aún quedaban en la fundación, personas con las que había compartido innumerables misiones, con quienes había sobrevivido a lo imposible. Quizás entre ellos podría encontrar respuestas, o al menos alguien que compartiera sus sospechas sobre la muerte de Jonathan.
Al llegar a la sala de control, la atmósfera seguía siendo deplorable. Las grandes pantallas de vigilancia mostraban una actividad constante, los hologramas estaban saturados con un torbellino de información y los agentes más jóvenes se movían de un lado a otro, inmersos en sus tareas. Pero entre ellos, en las esquinas más oscuras de la sala, estaban los veteranos, esos hombres y mujeres que llevaban años trabajando en la fundación, algunos de ellos incluso antes de que Gómez se uniera. Se podía ver en sus caras el cansancio, pero también la experiencia. Eran los que sabían demasiado, los que habían sobrevivido a situaciones que la mayoría ni siquiera podía imaginar.
—Gómez —Dijo una voz familiar al verlo entrar.
Era Rivas, un agente de casi setenta años que había estado en este laboratorio desde que tenían que operar con equipo obsoleto y sin los recursos tecnológicos actuales. Su rostro curtido por los años mostraba las arrugas profundas de alguien que había lidiado con horrores más allá de la comprensión humana. Su cabello, completamente gris, y su postura ligeramente encorvada no le restaban ni un ápice de autoridad. A pesar de los años, sus ojos aún conservaban un brillo de astucia y dureza, el de un hombre que había sobrevivido por pura determinación.
Tarjeta del personal
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Nombre Raúl Rivas Código de Identificación 742678 Ocupación Agente de Campo Especialización Tráfico ilegal de entidades paranormales Ubicación Piso 3, Sala de control Rango Eventos de clase D
—Esperaba despedirte antes de que te fueras. Escuché lo de tu suspensión y lo de tu posesión. Me alegro de que te hayas curado, pero me temo que los de recursos humanos están emputecidos con echar a todas las personas con talento —Continuó Rivas, con esa dureza que lo caracterizaba, aunque Gómez notó un dejo de amargura en su tono.
—Sí, me tomaron por sorpresa —Respondió Gómez, con una sonrisa forzada— Me alegra haberte encontrado antes de que los robots me saquen a patadas, Raúl. No sé si regresaré, me dieron ocho meses de suspensión por un simple interrogatorio.
Rivas resopló, su rostro se endureció aún más.
—¿Ocho meses? Maldita sea, como si deshacerse de los veteranos fuera a solucionar algo. Estos idiotas no tienen ni idea de lo que están haciendo, Gómez. Pero bueno, espero que disfrutes tu tiempo fuera de las instalaciones. Aunque no lo creas, esa suspensión podría ser lo mejor que te haya pasado. Con tan poca gente tomándose en serio este trabajo, es solo cuestión de tiempo antes de que todo esto se vaya al carajo.
—Cada vez somos menos los que sabemos cómo trabajar de verdad…— Afirmó Gómez, sacando a relucir su frustración.
Rivas lo miró con una expresión de comprensión, pero también de tristeza. Sabía que la fundación ya no era lo que había sido en sus mejores años. Ahora era un lugar donde los agentes como él eran cada vez menos necesarios, mientras que los jóvenes exploradores se convertían en el centro de atención.
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—Tienes razón, Gómez, siempre es duro perder a uno de los nuestros —Dijo Rivas— Y hablando de eso… Lo de Jonathan. Es un golpe muy fuerte para todos nosotros. Nadie se lo esperaba.
Gómez sintió cómo el nudo en su estómago se apretaba al escuchar el nombre de su amigo. Decidió no perder tiempo y fue directo al grano.
—¿Qué crees que pasó realmente con Jonathan? —Preguntó, manteniendo la voz baja para que los agentes más jóvenes no pudieran escuchar— ¿Tú también crees que se suicidó?
Rivas suspiró profundamente, una sombra de cansancio cruzaba su rostro. Era un hombre que había visto demasiadas cosas. Tenía el porte de alguien que había sobrevivido a innumerables batallas, tanto físicas como mentales, pero algunas cicatrices eran más profundas de lo que se podía ver a simple vista. Gómez lo observó mientras el veterano se frotaba la frente con los dedos, como si intentara reunir la energía para seguir hablando de un tema que, claramente, le pesaba en el alma.
—Lo que te digo, Gómez —Empezó Rivas— Es que al principio no lo creía. A Jonathan lo conocíamos bien. No era de los que se dejaban caer, siempre buscaba una solución a cualquier problema, no importaba lo difícil que fuera. Pero la última semana, algo cambió.
Gómez asintió, invitando a Rivas a seguir. Sabía que no iba a ser fácil escuchar lo que venía, pero tenía que entender qué había pasado con su amigo.
—Estaba nervioso, intranquilo —Continuó Rivas— Se notaba en la forma en que hablaba, en cómo se movía. Al principio pensé que solo estaba cansado, que el caso en el que estaba trabajando lo estaban sobrepasando. Eso nos pasa a todos en algún momento. Pero después de un par de días, cambió, y fue como si hubiera tomado una decisión. Fue como si algo dentro de él se resolviera de la noche a la mañana.
—¿Una decisión? —Preguntó Gómez, arqueando una ceja. Se le hacía difícil de creer, pero no era imposible.
Rivas asintió lentamente, como si las palabras le pesaran.
—Sí. Me dijo que ya no aguantaba más, que estaba cansado de todo esto, de la fundación, de los casos, del constante peligro. Los primeros días estaba tan nervioso, como si no pudiera sostenerse en pie, pero luego empezó a calmarse, como si al decidir acabar con todo eso, hubiera encontrado paz. Esa maldita calma me tomó por sorpresa.
Gómez lo miró en silencio, procesando lo que Rivas le estaba contando.
—Lo que más me preocupó —Dijo Rivas, bajando un poco la voz como si no quisiera que otros escucharan— Fue que los últimos dos días antes que se matara, Jonathan se mostraba muy optimista. Sonreía, incluso. Era como si todo su miedo y ansiedad hubieran desaparecido. Y en ese momento, te juro que pensé que lo había superado, que había encontrado una solución a lo que fuera que le estaba molestando. Nunca imaginé que estaba por mandar al carajo su vida.
El silencio cayó entre los dos hombres, denso y opresivo. Gómez intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Las piezas empezaban a encajar de una manera inquietante. Jonathan había mostrado señales de estar quebrándose mientras investigaba el caso del “Observador”, pero los otros agentes lo habían atribuido al estrés o al cansancio del trabajo. Hasta ese punto todo mantenía cierta lógica, debido a que Jonathan realmente había estado estresado por ese caso. Sin embargo, algo cambió en sus últimos días. Rivas y los demás lo habían visto optimista, y eso los hizo bajar la guardia. Al poco tiempo Jonathan estaba muerto.
—¿Tú crees que él estaba planeando todo esto desde hace mucho antes? —Preguntó Gómez.
Rivas lo miró, su expresión cansada pero determinada.
—No lo sé, Gómez. La verdad es que no tengo ni puta idea de lo que estaba pensando Jonathan. Tal vez sí estaba planeando su suicidio desde antes. Tal vez solo se rindió. Pero, te digo algo, su muerte fue tan drástica que nunca la vi venir, nadie la vio venir. No hasta que fue demasiado tarde.
Con una mezcla de frustración y tristeza, Gómez respondió lo siguiente:
—No puedo aceptarlo, Raúl. No puedo aceptar que simplemente se quitara la vida sin más. No después de todo lo que hemos visto, lo que hemos vivido. Esto no tiene sentido para mí. Algo se nos está escapando y necesito entenderlo.
Rivas lo miró con comprensión.
—Comprendo tus sentimientos, Gómez. A todos nos cuesta aceptar estas cosas. Pero créeme, lo que vi en Jonathan los últimos días me convenció. Se lo notaba diferente, como si ya no estuviera preocupado por nada.
Gómez apretó los dientes, sintiendo la frustración crecer en su interior. La posibilidad de que Jonathan hubiera planeado todo desde el principio le resultaba perturbadora, pero lo que más lo desconcertaba era el hecho de que nadie, ni siquiera los que lo conocían bien, lo vieron venir.
—Maldita sea… —Gómez murmuró, con el peso de la culpa hundiéndose en el pecho—Tal vez yo podría haber hecho algo si no hubiera estado inconsciente…
Rivas colocó una mano pesada sobre su hombro.
—No te tortures con eso, Gómez. No es tu culpa. Jonathan tomó su propia decisión. A veces, por más que queramos ayudar, simplemente no podemos salvar a todos.
Gómez no respondió de inmediato. Sabía que Rivas tenía razón, pero no podía sacudirse la sensación de que algo más estaba pasando. Jonathan no había sido del tipo que se rendía. Algo había cambiado. “Ellos” lo habían cambiado, ¿pero cómo?
—¿Tú realmente crees que él encontró la paz con su muerte? —Preguntó finalmente.
Rivas lo miró, sus ojos llenos de años de dolor y experiencia.
—Quiero creerlo, Gómez. Quiero creer que, donde sea que esté ahora, finalmente dejó sus demonios atrás.
Ambos hombres permanecieron en silencio durante un largo momento, las palabras de Rivas flotando entre ellos. Gómez frunció el ceño. Aquella semana en la que había estado fuera parecía haber sido crucial. Jonathan había cambiado de una manera tan drástica que ahora todo lo que Rivas le contaba sonaba surrealista. Necesitaba más respuestas. Y aunque Rivas no lo decía abiertamente, Gómez sabía que el veterano también estaba luchando por entender lo que había sucedido.