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12-La familia

Luego de hacer los preparativos finales para el largo viaje, toda la familia se reunió en la tranquera de la estancia para poder despedirse del abuelo, Carlos y su esposa.

En la puerta de la estancia también había varios trabajadores rurales y criados, arribas de unos carros llenos de maletas. Los cuales estaban esperando a que los familiares se despidieran para llevar las pertenencias al puerto.

Carlos y su esposa estaban tratando de montarse a un caballo para poder dirigirse al puerto de Rosario, donde el barco vendría a buscar. Luego el barco los llevaría al puerto de Buenos Aires y en Buenos Aires tendrían que embarcar en un barco para viajes de largas distancias rumbo a Inglaterra.

Mientras tanto, el abuelo estaba arriba de un caballo mirando a todos sus familiares con desconfianza. El abuelo tenía varios moretones y marcas de garras en los brazos, por lo que parecía que se hubiera peleado con algún animal, más que caerse de la cama.

Según las instrucciones que el abuelo había dado a la familia, ninguno de los familiares se despediría con un abrazo o un beso y solo se dirían unas pocas palabras en las distancias.

—Probablemente, no volveremos a vernos, padre...—Comentó Ernesto con una sonrisa triste en el rostro al ver como su padre lo miraba como si fuera un extraño.

—Espero que así sea...—Respondió el abuelo mirando a su hijo con desconfianza—Ni siquiera sabes como me llamo, pero me llamas padre todo el tiempo. Eres realmente un idiota al tratar de engañarme.

—Sabía que iba a ser complicado...—Murmuro Ernesto con algunas lágrimas en el rostro; Ernesto ya de por sí odiaba las despedidas y más un las odiaba si su padre no lo recordaba cuando lo veía por última vez.

Notando que su padre estaba por largarse a llorar, Mario decidido proceder a saludar a su abuelo para no hacer la despedida más larga y dolorosa para su padre:

— Chau, Abuelo, espero que te vaya bien en Inglaterra

—Tú no eres mi nieto muchacho: tampoco sabes como me llamo y me llamas abuelo—Crítico el abuelo mientras miraba con cierto odio a Mario—Si fueras mi nieto, me hubieras despedido a la mañana y ahora estarías trabajando en el campo: ¿Cómo te piensas que te hiciste ese bronceado, bestia idiota?.

Mario no se molestó, sino que miró fijamente el rostro de su abuelo como si quisiera grabarlo en la memoria. Luego de unos segundos mirándolo, Mario contestó con una sonrisa:

—Sé que estás mal ahora, Abuelo. Pero voy a recordarte con la misma sonrisa que llevabas cuando la abuela aún estaba con vida.

El abuelo no contestó y en su lugar miro con desconfianza a su otro nieto que estaba agitando la mano desde la distancia:

—Chau, abuelo—Dijo Juan agitando la mano con algunas lágrimas; incluso siendo un niño sentía algo anormal en la situación por tener que saludar de esta manera.

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—Chau... nieto...—Murmuró el viejo con lentitud, mirando las reacciones en el rostro de las otras personas, parecía que el abuelo lo decía para comprobar algo y no para saludar a su nieto; no obstante todos los demás familiares estaban bastante felices de ver al abuelo reconociendo a alguien de la familia.

—Espero que tengas un buen viaje—Dijo la esposa de Ernesto mientras se abanicaba.

El abuelo no se molestó en contestar a la esposa de Ernesto. En su lugar, el viejo miró con sospecha como su hijo menor y su nueva esposa seguían luchando para lograr subirse al caballo, mirando la escena por un rato el viejo murmuró:

—Realmente son unos idiotas…

Cuando Carlos y su esposa subieron al caballo, Ernesto se acercó a su hermano. Acto seguido, Ernesto metió la mano en el bolsillo como si buscara algo y una sonrisa se formó en su rostro al sentir que tocaba algo.

Como si fuera un regalo de despedida, Ernesto sacó una caja de madera de su bolsillo y se la entregó a su hermano arriba del caballo, diciendo con tono alegre:

—Te entrego los documentos de nuestro padre para que puedas subir al barco, suerte en el viaje hermano. Cuídalos bien los documentos y no los pierdas.

Al decir eso, todos los familiares miraron la caja en las manos de Carlos como si se tratara de un tesoro. El viejo miró la extraña escena desde la distancia y sonrió en silencio mientras miraba con atención la caja en las manos de Carlos. Inmediatamente, Carlos trato de abrir la caja de madera, pero noto que estaba cerrada con llave, por lo que pregunto:

—¿Sabes como abrir la caja de madera? Parece que necesita una llave.

Ernesto metió las manos en bolsillo en busca de algo, pero al sentir que no había nada en sus bolsillos, retiró las manos con cautela y comento:

—No tengo la llave, ¿Alguien recuerda donde la pusimos?

—Yo recuerdo como abrir esa caja…—Contestó el viejo inmediatamente sin dejar hablar a ninguno de sus familiares, mientras una sonrisa cada vez más amplia se formaba en su rostro.

—¿Dónde está la llave, abuelo?—preguntó Juan con curiosidad, mientras el resto de familiares miraba al anciano con expectativa.

El abuelo miró con cariño a su nieto y dijo con una sonrisa muy alegre:

—No se abre con llave esa caja, tienes que decir el comando de voz para abrirla. La contraseña es: ¿Qué ratón se robó mi queso?.

Todos los familiares y criados miraron al abuelo diciendo esa tontería; no obstante, Carlos miró la caja en sus manos unos minutos y murmuró en voz baja:

—¿Qué ratón se robó mi queso?

*Puff* Tras decir la contraseña, la cabeza de Carlos comenzó a inflarse como un globo hasta que explotó como una sandía rompiéndose en mil pedazos. Los trozos de cerebro de Carlos se desparramaron por todos los familiares que miraban con odio y desesperación al cuerpo sin cabeza de Carlos, que no paraba de escupir sangre por su cuello como si de una fuente se tratase.

*Puff,Puff,Puff,Puff,Puff* La cabeza de Ernesto y de todos los familiares fueron estallando en el acto, dejando solo al abuelo sonriendo a la distancia.

El abuelo sacó un cuchillo de plata muy finamente decorado que siempre guardaba en su cintura y mientras admiraba los cuerpos sin cabeza de sus supuestos familiares, el viejo procedió a levantar el cuchillo hasta su garganta. Acto seguido, el viejo, sin dudar, cortó su propia garganta de lado a lado; creando un manantial de sangre que envolvió su desgastado cuerpo.

Sin fuerzas para sostenerse, el viejo cayó del caballo. Desde el suelo, el viejo miró al cielo contemplativamente a medida que dejaba que la sangre fluyera por su garganta.

Lo último que vio el viejo, antes de perder la conciencia, fue a los criados y trabajadores corriendo con desesperación para tratar de salvarlo.