Gómez estaba atónito. Todo esto iba mucho más allá de simples desapariciones; lo que Marcus revelaba era una conspiración de proporciones inimaginables. Jamás hubiera creído que Marcus sabía tanto. No solo estaba hablando de desapariciones inexplicables, sino de una red de mentiras y encubrimientos que se extendía hasta los rincones más altos del poder, una manipulación oculta desde lo más profundo del sistema.
—¿Y por qué ahora? —Cuestionó Gómez, sintiendo cómo una presión le crecía en el pecho—¿Por qué destapar todo esto justo ahora y no antes?
—Porque la gente ya empieza a olvidarse de la dictadura —Respondió Marcus, con una calma gélida que contrastaba con la gravedad de sus palabras— Y la verdad siempre encuentra una manera de salir a la luz. Además, hay mucha gente que sigue molesta con esos idiotas. Y créeme, Gómez —Sus ojos se entrecerraron ligeramente, cargados de una intensidad inesperada— Algunos de esos historiadores estaban muy cerca de descubrir algo realmente grande. Algo que ni siquiera nosotros conocemos por completo.
—¿Algo grande? —Repitió Gómez
—Sí, algo que podría cambiarlo todo —Marcus bajó la voz aún más— Pero, aparentemente, alguien en lo más alto no está dispuesto a que la verdad vea la luz.
—¿Crees que hay una persona detrás de las desapariciones? —Investigó Gómez en un tono confidencial, como si estuviera temiendo la respuesta.
Marcus lo miró directamente a los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, Gómez vio en él algo más que arrogancia. Vio miedo. Un miedo profundo, arraigado.
—Por el modus operandi, no tengo ninguna duda… Esto no es obra de las criaturas del otro mundo. No. Esto es obra de alguien de nuestro mundo, una persona. Alguien que sabe cómo jugar con la oscuridad, cómo manipular los hilos del otro mundo, cómo hacer que la verdad desaparezca antes de que siquiera tenga la oportunidad de salir a la luz.
Gómez lo miró con escepticismo, pero Marcus se adelantó, con una sonrisa llena de arrogancia.
—Soy un experto en desapariciones, Gómez. Si alguien en este laboratorio iba a lograr identificar al responsable detrás de estas desapariciones, ese alguien iba a ser yo. Jonathan y yo lo sabíamos desde el principio, pero decidimos mantenerlo en secreto. Hay un patrón oculto que no hemos revelado a nadie más.
Gómez sintió cómo su corazón se aceleraba, sus nervios tensos por la creciente incertidumbre. No pudo evitar preguntar, su voz casi ahogada por la ansiedad
—¿Cuál es ese patrón?
Marcus no perdió tiempo.
—Todas las desapariciones son de manual, Gómez. Muchas están encubiertas para disimularlo, otras usan métodos muy confidenciales, pero para un experto en desapariciones es evidente que hay una tendencia clara. Estos historiadores no desaparecen por eventos paranormales, sino por métodos que la humanidad ya conoce y domina —Su voz se volvió aún más baja, como si la habitación misma pudiera traicionar su confidencia— Esto deja claro que no estamos tratando con sucesos sobrenaturales, sino con alguien que quiera que la “verdad” no salga a la luz.
—Déjame darte una buena advertencia: Si sigues tirando de este hilo, puede que termines siendo la próxima persona en desaparecer… Lo que estas personas están tratando de ocultar es algo que nadie quiere que salga a la luz. Ni siquiera tú. Yo ya he abandonado este caso, no hay nada interesante en descubrir algo que ya sabemos que es inevitable.
—Y si deseas continuar investigando, debes tener cuidado, Gómez —Indicó Marcus, con una mirada seria, más intensa de lo normal— Igual que yo lo tuve cuando filtraba información de este laboratorio para los círculos de intelectuales durante la dictadura. En cuanto das un paso en falso, te conviertes en el próximo objetivo. Esta gente es buena, muy buena en seguir las huellas. Nunca confíes en la tecnología. Si quieres sobrevivir a este caso, usa lápiz, papel y, sobre todo, una buena memoria. Porque si te atrapan, no habrá vuelta atrás.
Un sudor frío resbalaba por la frente de Gómez mientras trataba de procesar todo lo que Marcus acababa de revelarle. La complejidad de la situación lo aplastaba, como si cada nueva pieza de información añadiera peso sobre sus hombros. Esto no eran simples teorías conspiranoicas o especulaciones absurdas. Había demasiadas coincidencias, demasiados detalles inquietantes. Las desapariciones inexplicables y los nombres poderosos que parecían moverse entre las sombras no dejaban espacio para la duda. Todo estaba entrelazado en una red de secretos meticulosamente guardados, y cada hilo suelto que encontraba solo hacía que el panorama resultara más oscuro, más peligroso.
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—¿Crees que a Jonathan lo mataron por investigar este caso? —Rebuscó Gómez, frunciendo el ceño, tratando de desentrañar algo más en los ojos de Marcus. Sabía que la pregunta era delicada, pero necesitaba una confirmación, una pista que le permitiera avanzar en ese laberinto de intrigas.
Marcus lo miró en silencio durante unos instantes, con una expresión difícil de descifrar. Cuando al fin respondió, lo hizo con una indiferencia casi despectiva, como si la pregunta le pareciera irrelevante en comparación con la magnitud del secreto que habían desenterrado.
—No lo sé —Contestó secamente— Esa pregunta debería hacértela yo a ti. Por algo te conté todos estos secretos. Tú, que siempre has sido uno de los mejores agentes en este maldito laboratorio, ¿crees que lo mataron o que realmente se suicidó?
Gómez vaciló. Esa pregunta lo dejó desnudo. No iba a decir lo que pensaba, ni mucho menos iba a contar lo que sabía. Decidió ir por lo seguro, lo que era incuestionable en este punto de la historia: Nadie tenía una respuesta clara. La situación era demasiado enrevesada, cada pieza del rompecabezas parecía encajar de manera distinta dependiendo de la perspectiva de quien le contaba esta historia.
Según Mendelson, la IA del laboratorio había dado advertencias sobre el inminente suicidio de Jonathan, como si lo hubiera anticipado antes que cualquiera. Por su parte, Rivas sostenía que Jonathan había perdido toda esperanza en la “causa”, y que esa desesperación había detonado su suicidio. Y luego estaba Ortega, quien aseguraba que los motivos estaban profundamente enterrados en la oscura y dura infancia de Jonathan, en traumas que jamás había superado. Cada versión parecía tener algo de verdad, pero ninguna ofrecía una explicación completa. A pesar de que todos deseaban llegar a la verdad, la realidad era que nadie tenía la respuesta definitiva. Y eso, pensó Gómez, era lo más aterrador de todo.
—Tampoco lo sé, Marcus —Aseguró, finalmente, soltando un suspiro cargado de frustración— Este caso plantea demasiadas preguntas. Pero si te sirve de algo, te puedo decir que por ahora mi teoría es que Jonathan hizo todo lo posible para que su muerte pareciera un suicidio. Todas las pruebas apuntan en esa dirección. Incluso su mejor amigo y heredero está convencido de esa versión. Y si alguien que lo conocía mejor que nadie cree eso, ¿quiénes somos nosotros para ponerlo en duda?
—Exactamente —Coincidió Marcus, mientras se recostaba en su asiento, su tono reflejando una mezcla de frustración y resignación— Ese es el maldito problema, Gómez. Jonathan tenía suficientes razones para quitarse la vida. Incluso me enteré de que estaba ahogado en deudas. Y para colmo, casi todos los agentes que lo conocían piensan lo mismo: que se suicidó. Hasta ahora, no ha aparecido ni una sola prueba que sugiera lo contrario.
—Pese a todo, es innegable que nuestro último caso daba motivos de sobra para que alguien quisiera ver a Jonathan muerto... —Continuó Marcus, su voz volviéndose más sombría, cargada de un pesar oculto— Pero hay algo que no me deja en paz. Este sujeto, el que está haciendo desaparecer a los historiadores, no hubiera mandado a “suicidar” a Jonathan. Ese no es su estilo, no es su modus operandi. El suicidio genera demasiada atención.
—Continúa elaborando tu idea —Pidió Gómez, dándole vueltas a las palabras de Marcus.
—Al final de la dictadura, “nosotros” fuimos los ganadores —Comenzó el científico, enderezándose en su asiento y mirándolo fijamente— Fuimos los que cortamos las cabezas de aquellos que pensaron que podían dominarnos. Creían que podían controlarnos como si fuéramos ganados, criados para ir al matadero. Pero se equivocaron, y muchos de ellos terminaron muertos. Los pocos que sobrevivieron están escondidos, viviendo con las colas entre las piernas, aterrorizados de que algún día se descubra la verdad sobre lo que hicieron durante la dictadura. Entonces, dime, ¿por qué un sujeto tan desesperado por no llamar la atención iría a orquestar el suicidio de un agente de la fundación? Es como lanzarle una piedra a un avispero, sabiendo que las avispas van a salir y te van a picar.
—Todo eso me lleva a pensar que Jonathan realmente se suicidó —Reveló Marcus finalmente, su voz cargada de un matiz sombrío, como si estuviera confesando una derrota interna— Pero lo cierto es que preferiría creer que lo mataron. De alguna forma, eso sería menos trágico que aceptar que el destino final de todos los miembros de la fundación es el suicidio.
—Nada puede descartarse todavía —Objetó Gómez, intentando infundir algo de energía en la conversación— ¿Y si consideramos la posibilidad de que haya otro grupo involucrado? Alguien que quería matar a Jonathan, pero no directamente, sino induciéndolo a tomar esa decisión para evitar que revelara a los verdaderos culpables. Tal vez haya una figura poderosa que desea mantener en funcionamiento a este grupo que está haciendo desaparecer a los historiadores. Alguien que, en lugar de acabar con ellos uno por uno, los mantiene vigilados para trazar una lista completa de traidores con el fin de posteriormente eliminarlos a todos a la vez.